—¿Quieres hacerme un favor, Horacio?
—Tú dirás.
—¿Quieres quedarte aquí con mi hijo mientras voy a ver si Paula está ya en recuperación? Tal vez te parezca una tontería, pero es tan pequeño y tan indefenso que no quiero que se quede solo.
Pedro quería asegurarse también de que su otro hijo estaba bien y ansiaba ver a Paula, su esposa, la mujer a la que amaba... Se quedó perplejo. La amaba. ¡Qué estúpido había sido de no darse cuenta hasta entonces! Necesitaba ir a verla, decírselo, asegurarse de que ella sabía lo que sentía.
—Este es tu abuelo —le dijo a su hijo—. Va a quedarse contigo mientras yo voy a ver a tu hermano. Y a tu mamá —añadió, con un nudo en la garganta—. Gracias, Horacio... Digo, papá. Gracias.
Fue Pedro quien sacó a Paula de la oscuridad que la rodeaba. Al escuchar su voz, quiso dejarse llevar un poco más por aquel bendito sopor, pero un fuerte miedo se lo impidió. Sus hijos. Abrió los ojos y parpadeó varias veces antes de poder fijar la vista en Pedro. No recordaba haberse alegrado tanto de ver a nadie en su vida entera. Trató de sonreír, pero al ver que tenía el ceño fruncido, recordó los acontecimientos de la noche anterior. El hombre a quien le había confiado su corazón la había traicionado.
—Señora Alfonso —le dijo una enfermera.
—¿Y mis hijos? —preguntó Paula, con los ojos llenos de lágrimas.
—Están en la unidad de neonatos. Acabo de regresar de allí —dijo Pedro.
—Quiero verlos.
—Tiene que quedarse aquí un poco más —le dijo la enfermera—. Cuando esté lista para ir a su habitación, podrá pasar por la sección de neonatos si quiere.
—Quiero ir ahora.
—Lo siento, pero no puede —le dijo la enfermera, antes de marcharse.
—¿Están bien? —le preguntó Paula a Pedro—. Quiero que me digas la verdad.
—Uno es más grande y hace mucho ruido. Pesa casi dos kilos y medio y está perfectamente. Me recuerda mucho a mi padre —bromeó él—. El otro pesa un poco menos de dos kilos y tiene alguna dificultad...
—¿Dificultad? ¿Qué es lo que le pasa?
—Le están dando esteroides para que se le desarrollen los pulmones y lo tienen conectado a un respirador. El médico dice que es muy común en los partos prematuros, pero se muestra optimista y cree que, si no hay complicaciones, todo irá bien.
Las lágrimas llenaron los ojos de Paula. Todo era culpa suya por ponerse de parto antes de la cuenta. Se frotó los ojos y trató de tranquilizarse.
—Tengo que verlos.
—No creo que te vayan a dejar levantarte de aquí en algún tiempo. Además, hay algunas cosas que me gustaría explicarte.
—Necesito ver a mis hijos —insistió ella, cerrando los ojos. No quería escuchar nada más. A partir de entonces, se enfrentaría a todo sola—. Hasta que ellos estén bien, no puedo pensar en otra cosa.
—De acuerdo —replicó él, muy serio—. Voy a buscar a tu médico.
Paula observó cómo Pedro se acercaba a la enfermera. No le importaba lo que el médico dijera. Quería ver a sus hijos inmediatamente. Además, quería evitar todo enfrentamiento con él. Saber por qué se había casado con ella ya le había resultado suficientemente doloroso. A partir de aquel momento, solo trataría de recuperarse, de recomponer su maltrecho corazón y de ayudar a sus hijos para que todos pudieran marcharse a casa. Casa... Lo que Pedro y ella habían compartido durante tan breve tiempo era, a pesar de todo, el hogar que había soñado siempre con darles a sus hijos. Sin embargo, no estaba segura de que pudiera regresar allí sabiendo que él no la amaba.
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