La habitación no había cambiado nada en veinte años. Desde los libros hasta los adornos, pasando por el mueble bar con forma de globo terráqueo, todo estaba exactamente como antes. A Paula Chaves le entraron ganas de salir corriendo, pero se quedó ahí de pie, frente a su hermano Gonzalo. De pequeños les había encantado el despacho de su padre. Aunque nunca les habían dejado jugar allí, de un modo u otro siempre habían acabado haciéndolo. Los muebles de madera oscura, el inmenso escritorio tallado y las gruesas cortinas les habían proporcionado infinidad de opciones cada vez que jugaban al escondite. Su padre siempre había acabado encontrándolos y sacándolos de allí con una severa advertencia y una sonrisa difícil de ocultar. Ahora ese lugar parecía un monumento espeluznante, y recordar la sonrisa que le había hecho querer tanto a su estricto padre le producía rabia. Al igual que su hermano. Apenas reconocía al hombre calculador en que se había convertido el que una vez había sido su mejor amigo. Su padre, Miguel, a quien solían llamar Mike, había muerto de un infarto al corazón hacía apenas dos meses y a unas semanas de cumplir los sesenta y seis años. Aquel día todo había cambiado para ella. Chaves International, dedicada a la importación, exportación y distribución para distintas cadenas de tiendas, había pasado de su abuelo a su padre y de este a Gonzalo. Desde que su hermano se había unido al negocio, ella y él habían ido alejándose más. Su padre había conseguido lo que siempre había querido, que su heredero siguiera sus pasos, pero ella había perdido a su mejor amigo. A su hermano.
—Papá planeó esto hace años. En su momento te pareció bien, ¿por qué supone un problema ahora? —le preguntó Gonzalo tras el escritorio.
Dios, ¡Cuánto se parecía a su padre! Ahora él era el patriarca de la familia. Su palabra era ley.
—Nunca me pareció bien, pero ¿Qué podía hacer? Tenía diecinueve años y estaba estudiando fuera. Obedecí a papá, pero, aun así, estuve suplicándole ¡Cinco años!
Aunque Paula siempre había querido complacer a su padre, ese acuerdo era más de lo que podía soportar.
—Papá me prometió que encontraría una solución, pero ahora está muerto y tú eres el único que puede ponerle fin a esto.
No dejaba de darle vueltas a aquella conversación que había tenido con su padre. Sí, él la había puesto en esa situación, pero, después de ver lo controlador que era Javier, le había prometido que intentaría liberarla del acuerdo. Le había prometido que encontraría una solución, y él nunca había faltado a sus promesas. Bueno, al menos hasta que un infarto que nadie había visto venir lo había obligado a hacerlo.
—Tu compromiso…
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