miércoles, 30 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 55

Al ver que él no comprendía a lo que ella se refería, Paula se abrió un poco la bata para mostrarle su camiseta. Sin embargo, la imagen fue mucho más sugerente de lo que ella había esperado. Los pezones se erguían contra la tela bajo el logotipo de la Universidad.

 

—Ese logo nunca tuvo mejor aspecto —comentó él.


Como se había aflojado el cinturón, éste se le bajó un poco más sobre las caderas. Pedro lo enganchó con un dedo y, sin querer, rozó el vientre de Paula a través del fino algodón de la camiseta. Entonces, tiró suavemente del cinturón y este cayó al suelo, llevándose consigo el sentido común. Cuando la mirada de Pedro devoró las piernas desnudas de Paula, ella sintió que la carne se le inflamaba de deseo. No había estado con un hombre desde el divorcio. Por eso, con Pedro, sentía que estaba jugando con fuego. La mirada que él tenía en los ojos le decía que estaba encantado con lo que veía y con haber provocado las llamas. Al menos uno de ellos tenía que comportarse de un modo inteligente y adulto en vez de como un adolescente enloquecido por el sexo. Paula suponía que ese papel le correspondía a ella. Después de todo, era la que más tenía que perder. Él era el dueño del resort. Su jefe. No iba a estar en la isla más tiempo del que tardara en recuperarse. Mientras tanto, se estaba jugando su trabajo, el modo de ganarse la vida, su casa. Y su corazón. Tragó saliva y apartó aquel pensamiento. No era su corazón lo que estaba en peligro. Además, Pedro la necesitaba. Él se lo había dicho la noche anterior. Lo que él necesitaba, lo que los dos necesitaban, era que ella permaneciera en su sitio. Por lo tanto, se cerró la bata y se cruzó de brazos.

 

—¿Necesitabas algo?


Aparentemente, él se había estado echando la misma charla interna, porque apartó la mirada y contestó:

 

—Solo quería que supieras que no voy a tomar café en el porche.

 

La desilusión se apoderó de ella.

 

—¿Y eso?

 

—He decidido que lo primero va a ser enfrentarme a la tortura.

 

—Ah, muy bien. Y yo que pensaba que me ibas a decir que habías decidido tomar el consejo de Juan y pasarte al té verde —bromeó ella, para mantener la conversación con un tono ligero y amistoso. 


—No nos dejemos llevar…


En ese momento, Juan apareció en el pasillo. 


Fuiste Mi Salvación: Capítulo 54

Eso era lo que él le había dicho en una ocasión, antes de que se casaran, cuando estaban tratando de decidir sobre el lugar en el que iban a realizar la recepción. Ella había pensado que estaba bromeando. Pedro era también muy testarudo, pero era capaz de admitir que estaba equivocado. Justo cuando estaba a punto de etiquetarle como superficial y autocompasivo, él la había sorprendido. No era tan superficial como ella había pensado. Además de sentirse sexualmente atraída por él, Pedro había empezado a gustarle. Pensó en los detalles de su vida personal que él le había contado la noche anterior. Aparentemente, su mundo no había sido perfecto ni siquiera antes del accidente. Dios sabía que era más fácil considerarle como un hombre mimado y sin problemas que la imagen que él le había retratado. Como Paula, él había crecido sin padre, a pesar de disfrutar de él algunos años de su vida. Había sido su madre la que le había dado de lado. Eso le resultaba muy triste. Para ella, su madre era su más firme apoyo junto con su hermana. Sabía que junto a ella estaba su hogar, un hogar en el que ella la recibiría con los brazos abiertos. Para Pedro, regresar al hogar significaba volver al resort. Oyó ruidos al otro lado de la puerta de su dormitorio. Se imaginó que debía de ser Juan. Se preguntó a qué hora se levantaría Pedro. Había afirmado que quería empezar con su sesión a primera hora de la mañana. Había parecido sincero. ¿Cumpliría su palabra? Aún no se había quitado el pijama cuando alguien llamó suavemente a su puerta. Seguramente Juan necesitaba sacar algo de sus cajones de la cómoda.


 —Un momento —dijo.


A pesar de que su atuendo no resultaba provocativo, no llevaba sujetador y los pantalones apenas le cubrían la parte alta de los muslos. Se puso una bata antes de abrir. Era Pedro. El corazón le dió un vuelco al verlo. Parecía que acababa de levantarse de la cama porque tenía el cabello revuelto y aún iba sin afeitar.

 

—Buenos días —dijo él con la voz ronca por el sueño.

 

—Buenos días —respondió ella—. Te has levantado muy temprano.

 

—No podía dormir.


Paula sintió deseos de preguntarle qué era lo que le había mantenido despierto, pero no lo hizo. Se sintió como una idiota al pensar que ella pudiera haber sido la causa.

 

—¿Tienes ganas de ponerte a trabajar con Juan?

 

—Claro.


Pedro se metió las manos en los bolsillos del pantalón de deporte. A Paula le llamó la atención que llevaba la misma camiseta que ella, una de la Universidad de Connecticut.

 

—Bonita camiseta.

 

—Gracias —repuso él.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 53

El ardor de Pedro remitió sustancialmente cuando vió a Juan sentado en el salón. Estaba viendo la televisión, con una botella de agua en una mano y un bol de palomitas en el regazo. Levantó la mirada para observarlos cuando los vió entrar.


 —¿Todo bien? —les preguntó mientras dejaba el bol a un lado y se ponía de pie.

 

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Pedro.

 

—Luis se tomó unas ostras que le sentaron mal, por lo que decidimos irnos a casa.

 

—Es una pena —dijo Paula—. Para los dos.

 

Juan se encogió de hombros.

 

—A mí no me importó. La banda no era muy buena. Dejen que les eche una mano.

 

Hizo ademán de acercarse, pero Brigit se lo impidió.

 

—Ya le llevo yo. Solo está algo rígido.


Claro que lo estaba, pero no como Paula creía.

 

—No queremos que huela el vino en tu aliento —le susurró ella a Pedro.


Él estuvo a punto de soltar una carcajada, pero se contuvo.

 

—¿Cómo tiene la pierna esta noche, señor Alfonso? ¿Vuelve a tener espasmos?

 

—Un poco —admitió él—. Pero es culpa mía.

 

Juan lo miró sorprendido. Pedro, por su parte, miró a Paula, esperando encontrar una expresión similar en su rostro. Sin embargo, ella parecía satisfecha, contenta…

 

—Estoy pagando el precio por ser un vago —añadió Pedro—. Tú has hecho todo lo que has podido para ayudarme, Juan, pero yo no he sido muy buen paciente. Eso va a cambiar.

 

—¿Sesión mañana a la hora de siempre? —le preguntó Juan esperanzado.


 —No. A primera hora de la mañana. Tal vez podamos hacer otra más a mediodía —dijo Pedro. Tragó saliva y miró a Paula—. No voy a rendirme. 



A la mañana siguiente, Paula se levantó de la cama antes de que sonara el despertador. No había dormido nada bien. A pesar de que se había quedado dormida en cuanto tocó la almohada con la cabeza, se despertó justo después de las dos y no había podido volver a conciliar el sueño. Quería echarle la culpa al vino, pero sabía que era el hombre. Pedro la había alterado por completo. No era simplemente una atracción física lo que había entre ellos. A eso podría enfrentarse, por muy inconveniente que eso pudiera resultar dado que los dos vivían en el mismo departamento. Su ex era muy guapo, con un firme cuerpo de Marine. Aún le dolía admitir que su físico la había cegado y le había impedido ver la personalidad que él tenía hasta después de la boda. Ella no tenía voz ni voto en nada. David lo decidía todo en su nombre. «A mi modo o en la calle». 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 52

Cuando la noche fue cerrada, Pedro se dió cuenta de que se había tomado dos copas de vino, pero que el alcohol no le había calmado tanto como la presencia de Paula. Solo quedaba media botella de vino, pero él sabía que no serviría de nada pedirle que se tomara otra copa. El día había llegado a su fin.  Antes de que ella pudiera decirlo, él se le adelantó.


 —Creo que deberíamos dar la velada por terminada.


 —Yo estaba pensando lo mismo —replicó ella mientras se ponía de pie. Le tocó suavemente el hombro—. Ha sido… Ha sido muy agradable.


Ella había cargado la bandeja y había desaparecido en el interior del departamento antes de que él pudiera levantarse, pero, cuando llegó a la puerta, Paula regresó. Él tenía los músculos muy rígidos por haber estado sentado. Además, su falta de actividad en los últimos días no lo ayudaba. Como resultado, la pierna se mostraba poco cooperadora y se negaba a obedecer las órdenes del cerebro. No trató de camuflar su incomodidad o incapacidad.

 

—A por ello y adelante —murmuró. 


Era su nuevo lema. No había tenido intención de decirlo en voz alta. Ella lo oyó y frunció el ceño.


 —¿Qué has dicho?


 —Me estaba animando —respondió con una media sonrisa—. Recientemente, alguien me dijo algo muy similar.

 

—Parece una persona muy inteligente —dijo Paula mientras le rodeaba la cintura con un brazo para sostenerle.


Pedro hubiera jurado que el calor que emanaba de aquellos dedos era capaz de abrasarle la piel a través de la tela de los pantalones. Sin embargo, lo que realmente despertó su libido fue el roce del seno contra su costado. Firme, pero suave a la vez. Como ella misma.

 

—Lo es —le murmuró al oído—. Y ella lo sabe.


Paula era una mujer no muy alta, pero su fuerte personalidad hacía que fuera imposible considerarla delicada. Era el poder que emanaba de ella lo que más atraía a Pedro. El ambiente del apartamento era fresco, pero él se sentía muy acalorado. Ardía de deseo. Necesidades que llevaban mucho tiempo dormidas cobraron vida de repente. ¿Lo sentía ella también? Recordó el beso que habían compartido en el porche hacía poco más de una semana. Se había obligado a olvidarlo, diciéndose que se había imaginado la pasión que había surgido entre ellos. ¿Qué querría una mujer con alguien como él? Sin embargo, ya no era posible escapar de la verdad. Ardía dentro de él, más fuerte, más potente y más apasionada que nunca.


 —¿Te encuentras bien? —le preguntó ella.

 

—No, no me encuentro bien —respondió. 


Cuando Paula lo miraba, se sentía perdido.

 

—Tal vez lo del vino no ha sido muy buena idea. Vamos a tumbarte.

 

—Sí, vamos —murmuró él, aunque dudaba que los dos tuvieran la misma idea. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 51

Para lo bueno y lo malo, Paula y él se habían visto muy influenciados por su infancia. Lo que él había averiguado sobre la de ella le ofrecía una visión muy interesante sobre la razón por la que ella era una persona tan directa y autosuficiente. No necesitaba a los hombres. Los que habían ocupado su vida, su padre y su marido, habían sido una desilusión para ella. Tal vez peor aún…

 

—Lo siento, Paula.

 

—Yo no. Resulta difícil echar de menos a alguien con quien nunca has estado. Además, mi madre compensó con creces su ausencia. Es inteligente, capaz, decidida y muy independiente.

 

—En ese caso, yo diría que tienes suerte.

 

—Sí. ¿Cómo es tu madre?

 

La pregunta era inocente, para mantener simplemente la conversación. Sin embargo, pilló totalmente desprevenido a Pedro. Le dijo lo primero que se le ocurrió.

 

—Difícil.

 

—¿Difícil?

 

—Resulta difícil de agradar. Difícil vivir con ella. Difícil de amar. No tenemos mucha relación. No la hemos tenido desde que mi padre murió cuando yo tenía once años. Aparentemente, yo me parezco mucho a él.

 

—Lo siento. Eso debió de resultarte muy doloroso. Aún debe de dolerte.


Pedro tragó saliva. Le sorprendía lo perspicaz que era Paula. Efectivamente, a pesar de tener ya treinta y seis años, a él seguía doliéndole la distancia que le marcaba su madre, aunque podía admitir que él la había empujado a ser así haciendo todo lo que podía para confirmar la pobre opinión que tenía de él.


—Estoy segura que, desde tu accidente, su actitud hacia tí ha cambiado.


—Ha estado… Ocupada —murmuró. Un profundo dolor le atravesó el pecho.


Tan ocupada en lo que fuera que hiciera que no había podido volar a Suiza para estar en el hospital junto a él ni tampoco en el chalet, cuando empezó con el duro proceso de la rehabilitación. Tan ocupada que, después de que él hiciera el largo vuelo desde Suiza, no había podido acudir al aeropuerto a darle la bienvenida.


 —Lo siento…

 

—¿Por qué?

 

—Tardé mucho en darme cuenta de que yo no era responsable de las carencias de mi padre.


 —Yo le he dado razones.

 

—No —dijo Paula—. A pesar de lo que tú hayas podido hacer o de cómo te hayas comportado, tu madre debería haber estado a tu lado, Pedro.


El sol empezó a ponerse. Los dos permanecieron allí, en silencio. Las palabras ya no eran necesarias. Eso gustaba a Pedro. La mayoría de las mujeres que conocía sentían siempre la necesidad de hablar. Paula se limitó a tomarse su vino, gozando con la vista y el tranquilizador sonido del mar tanto como él. 

lunes, 28 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 50

Ella volvió a soltar una carcajada y se acomodó en su silla, casi como si se estuviera relajando. Pedro ya lo estaba. A pesar de que la pierna le dolía, se había convertido en una molestia ligera que era capaz de ignorar.


 —No se lo digas a Juan.

 

—¿Lo del vino?

 

—No quiere que beba durante mi recuperación.

 

—Pero no estás tomando medicación que requiera abstinencia de bebidas alcohólicas. Una copa de vino no debería sentarte mal.

 

—Lo sé, pero él tiene un enfoque muy purista sobre mi rehabilitación, sobre todo en lo que se refiere a dieta y nutrición.


 —¿Sus batidos?

 

—Para empezar.


—Y tú has seguido sus consejos religiosamente —replicó ella.

 

—Puede ser un verdadero tirano.

 

—¿Juan?

 

—Sí. Al principio trató de prohibirme que tomara todo lo que tuviera cafeína a menos que fuera té verde. No puedo vivir sin tomarme un café por la mañana.

 

—Sí, y estoy segura de que se lo explicaste muy diplomáticamente.

 

—Bueno, le hice razonar.

 

—En realidad, el té verde es muy bueno. Tiene muchos antioxidantes y esas cosas.

 

—¿Lo tomas tú?

 

—Lo he probado…

 

—Entonces, supongo que sabes que tiene el sabor de la hierba.

 

—Como nunca he probado la hierba, no sé qué decirte.

 

—¡Venga ya! Admite que no te gusta.


 —No es mi bebida favorita, pero tampoco me gusta el té negro. ¿Satisfecho?


En aquellos momentos, Pedro distaba mucho de estar satisfecho, pero asintió de todos modos. Le resultaba muy difícil determinar la fuente de su insatisfacción. Lo único que sabía era que los pensamientos sobre su pierna y sobre su futuro se habían visto sustituidos por otros muy diferentes. Los dos estuvieron en silencio los siguientes minutos, escuchando los sonidos del mar y de las gaviotas y demás pájaros marinos. 


—Me encanta este lugar —dijo él de repente—. Solía venir casi todos los veranos cuando era niño…

 

—Es un paraíso —murmuró ella—. Yo me pasé los veranos en campamentos hasta que tuve la edad suficiente para cuidarme sola. Mi madre trabajaba.

 

—¿Y tu padre?

 

—Se fue.

 

—Lo siento. Mi padre también murió cuando yo era un niño, de cáncer.

 

—Mi padre no murió. Poco después de que yo naciera, decidió que no quería ser padre. No formó nunca parte de mi vida ni de la de mi hermana mayor.

 

—Pero supongo que las mantendría, ¿No?

 

—¿Económicamente? —le preguntó. Pedro asintió—. No. Mi madre siempre decía que no era de los que podían aguantar mucho tiempo en un trabajo.


Pedro trató de digerir lo que acababa de escuchar. El dinero jamás había sido un problema en su casa, o por lo menos eso era lo que él había creído. Después de la muerte de su padre, su madre tuvo que vérselas con muchas deudas y poco dinero cuando terminó de pagarlas. Esa experiencia la convirtió en una mujer que odiaba a su marido fallecido y, por ello, se distanció del hijo que tanto le recordaba a él. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 49

Paula regresó quince minutos más tarde. Tenía la botella abierta de Merlot en una mano y las dos copas en la otra. Al verla, Pedro suspiró sin poder evitarlo y le dedicó una cálida sonrisa. Había sido sincero cuando le dijo que la necesitaba. Sin embargo, en aquellos momentos no era la franqueza de ella lo que admiraba.

 

—Por si te lo estabas preguntando, Ivana está en recepción.

 

—¿Ivana? —preguntó, tratando de imaginarse a la empleada en cuestión.


En las semanas que llevaba allí, había conocido a los empleados, aunque solo de pasada. Esto tendría que cambiar, por supuesto. Necesitaba conocerlos a todos.

 

—Trabaja como jefa de planta, pero he estado enseñándola a trabajar en recepción. Es joven, pero está muy capacitada. Además, sabe dónde encontrarme si surge algo de lo que no se pueda ocupar sola —comentó ella mientras servía el vino y se sentaba—. Por cierto, gracias.

 

—¿Por qué?

 

—Por el vino. Aunque, ahora que lo pienso, debería haber elegido uno de los caldos más caros. Tenemos un par de bodegas que no me puedo permitir con mi sueldo.

 

—Tal vez es hora de darte un aumento.

 

—Tal vez —repuso ella mientras levantaba la copa para brindar con él.


Después, los dos bebieron.

 

—Está muy bueno —dijo él haciendo girar la botella para leer la etiqueta. Entonces, realizó un gesto de sorpresa—. ¿Bodegas Medalion?

 

—Sí. Es del norte de Michigan. 


—Sí. He oído hablar de esa bodega. Conocí al dueño, Esteban Holland, hace un par de años cuando acepté la invitación de un amigo para esquiar en Aspen un par de semanas. Él estaba allí de vacaciones con su segunda esposa. Una mujer de mucho carácter. Tú me recuerdas mucho a ella.

 

—Lo tomaré como un cumplido.

 

—Muy bien, porque lo es. Estuvieron hablando de su vino y de algunos de los premios que había ganado, pero no esperaba…

 

—En el 2007 tuvieron una cosecha excelente. De hecho, este vino ha ganado un par de premios muy prestigiosos, razón por la cual Silvia me pidió que encargara unas cajas para servir en el restaurante. Según ella, va muy bien con el cerdo relleno.


Pedro miró la cena, de la que se había olvidado, y asintió.

 

—Es cierto.


Los dos tomaron otro sorbo.

 

—¿Eres experta en vinos?

 

—Yo no diría eso. Investigo y me fío de los expertos cuando tengo que hacer los pedidos. Probablemente, tú sepas más de vino que yo.


 —En realidad, no. Solo sé lo que me gusta. Jamás he sido capaz de captar los aromas y las notas de las que hablan los expertos.

 

—A mí me pasa lo mismo. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 48

A ella se le formó un nudo en la garganta. Nunca la habían necesitado antes, al menos un hombre. No sabía qué decir.

 

—Veo que te he dejado sin palabras —dijo él después de un largo silencio.


 —Más bien me siento halagada.


Él se rebulló en su silla e hizo un gesto de dolor.


 —¿Qué te dijo el médico sobre el dolor? —le preguntó ella.

 

—Que es normal, pero que debería disminuir con el tiempo — respondió Pedro. Tomó su cuchillo y su tenedor para seguir comiendo—. A veces, creo que debería haberles dejado que me amputaran la pierna. Me dolería menos.

 

—Hubiera sido rendirse.


 —Sin embargo, no me estoy rindiendo.

 

—Me alegro.

 

—Mientras tanto, se ofreció a darme algo.

 

—Y tú lo rechazaste.


 —No. En realidad, le pedí una alternativa que no fuera narcótica. Me recetó el ibuprofeno más fuerte que hay — comentó con una sonrisa—. ¿Crees que este médico podría estar equivocado?

 

—Equivocado es una palabra muy fuerte —dijo Paula. Lo último que quería hacer era darle a Pedro falsas esperanzas—. Podrías mejorar el diagnóstico.

 

—Si me esforzara más, ¿No?

 

—Sí. No te estoy diciendo que volverás a estar al cien por cien, Pedro, porque eso no va a ocurrir y tienes que aceptarlo. Sin embargo, aceptarlo no es lo mismo que admitir derrota. No hay razón alguna para que tu estado actual no mejore.


Él asintió. Tomó el vaso y dió un sorbo. Hizo un gesto de asco que resultó cómico.

 

—Llevo tiempo queriendo decirte que esto está muy malo.

 

—Es té. Té helado. 


—Pero no está dulce. Estamos en el sur, Paula. Aquí se toma el té helado con mucho azúcar.


Paula se preguntó si él se dió cuenta de que hablaba con un notorio acento sureño.


 —Sí, bueno. No todos los huéspedes que se alojan en Alfonso Haven son del sur. De hecho, un gran número de ellos vienen del norte, en especial en invierno. Tenemos azúcar en la mesa, por lo que los comensales pueden edulcorar sus propias bebidas. Debí haberte puesto azúcar en la bandeja. Si quieres, puedo ir a buscarlo. 


—En realidad, preferiría tomar una copa de vino —dijo él— . ¿Qué te parece si te traes mejor una botella de tinto? No tengo que conducir — añadió, cuando vió que ella dudaba.


Tampoco tomaba medicación que pudiera restringir el consumo de alcohol.


 —Está bien.


Cuando estaba a punto de llegar a la puerta, él la detuvocon una nueva petición.

 

—Y trae dos copas —le ordenó con una sonrisa.

 

—No, yo no tomo vino. Estoy trabajando. ¿Qué diría mi jefe? — comentó guiñándole un ojo.


 —Te diría que ya no estás trabajando. Tienes la noche libre. Haz que  te sustituya Pablo.


 —¡Es el botones y tiene diecinueve años! —exclamó ella—. Además, ya se ha ido a su casa.

 

—Entonces, otro.

 

—Pedro…

 

—Tómate una copa conmigo, Paula… Por favor…


Paula se había sentido atraída por el hombre que no dejaba de darles órdenes. Por el hombre que le pedía las cosas cortésmente y con educación, se sentía completamente entregada. Eso debería haberla puesto nerviosa, pero sospechaba que las mariposas que tenía en el estómago tenían un origen muy diferente.

 

—Marchando una botella de vino tinto y dos copas. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 47

Tragó saliva. Aquel hombre era capaz de hacerle creer en los finales felices después de lo ocurrido con David. La cabeza le decía que declinara cortésmente la invitación, pero el corazón fue al que escuchó. Se sentó en la silla que había frente a la de él y ajustó el ángulo para poder mirar el océano. Mientras él comía, observó el mar y las dunas. Siempre le había gustado aquella vista y la intimidad que ofrecía el porche. Era una noche muy cálida. La humedad resultaba muy opresiva. La gente que no estaba acostumbrada a menudo se quejaba y prefería el frescor del aire acondicionado a cenar en el exterior. A ella le sorprendió que Pedro hubiera preferido estar fuera.

 

—Hace mucho calor —dijo él como si le hubiera leído el pensamiento.

 

—Sí. También hay mucha humedad —replicó ella para entablar conversación. No había tema más seguro que el tiempo—. He oído en las noticias que se espera que las temperaturas suban hasta los cuarenta grados durante el fin de semana.

 

—La playa estará repleta.


 —Sí…

 

Pedro dejó los cubiertos y la miró.

 

—Debes de pensar que soy el idiota más grande del mundo.


Paula parpadeó, sorprendida por aquella afirmación.

 

—En realidad, me reservo ese título para mi ex. Además, no me corresponde establecer juicios.

 

—Porque soy tu jefe.


Ella podría haber estado de acuerdo. Tal vez lo debería haber hecho, pero no era verdad. Aunque no comprendía por qué, se sentía como si se lo debiera.

 

—Yo también hice cosas de las que no me siento orgullosa cuando… Cuando estaba pasando por un mal momento de mi vida.

 

—¿Te refieres a tu divorcio?


No era algo de lo que hablara a menudo, ni siquiera con su hermana o su madre. Le resultaba demasiado doloroso, demasiado humillante. Sin embargo, asintió.

 

—Tuve que tomar una decisión. Podía seguir y aceptar en lo que se había convertido mi vida, que era muy malo, o marcharme. Suena muy sencillo, a menos que seas tú el que tiene que dar el gran salto sin saber dónde vas a caer.


Extendió la mano por encima de la mesa y la colocó encima de la de él. Quería mostrarse amistosa, pero también quería tocarlo. Establecer un vínculo.


 —Los cambios nunca son fáciles, Pedro.

 

—Te admiro, Paula.


 —¿A mí? —preguntó ella sorprendida.

 

—Sí. Y te respeto. Firmo tus cheques, pero no tienes miedo de decirme lo que piensas, aunque sea para decirme que soy un imbécil.

 

—No recuerdo haber utilizado esa palabra.

 

—El sentimiento era el mismo. Tal vez parezca que no me gusta, en especial después del modo en el que reaccioné la otra noche, pero valoro tu opinión y no solo en asuntos relacionados con el resort. Supongo que lo que estoy tratando de decir es que… Te necesito, Paula. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 46

 —¿Puedo… Puedo llamarte Paula? —le preguntó sin poder apartar los ojos de la venda que ella llevaba en la barbilla.

 

Paula sintió que el corazón se le deshacía al escuchar que él le pedía permiso. ¿Cómo podía decirle que no?

 

—Está bien.


Pedro asintió y agarró el improvisado bastón que tenía junto a la mesilla de noche.


 —Juan me dijo que te lo había hecho de un trozo de madera que encontró en la playa.

 

—Sí. Me sirve bien.


Ella recogió la bandeja. Antes de que pudiera marcharse, Pedro volvió a tomar la palabra.


 —Paula…

 

—¿Sí?

 

—¿Cómo… Cómo tienes la barbilla?

 

—Está bien.

 

—Juan me dijo que tuviste que ir a Urgencias para que te pusieran puntos.

 

—En realidad, utilizaron una especie de pegamento. Las maravillas de la medicina moderna. Nada de agujas ni de puntos que retirar más tarde. Solo tengo que mantener la zona seca y limpia.

 

—¿Te dijeron si te dejaría cicatriz?

 

—Probablemente.

 

—¡Dios! Ve a ver a un cirujano plástico. Yo te lo pagaré. El mejor que puedas encontrar.


 —Eso no será necesario. No soy una mujer presumida y, aunque lo fuera, no está en un lugar obvio.

 

Ella vió cómo Pedro tragaba saliva. Cuando volvió a hablar, tenía la voz muy ronca.


 —Lo siento mucho, Paula. Tienes que creerme. Jamás fue mi intención…


 —Fue un accidente, Pedro.

 

—Aunque lo fuera, sigue siendo culpa mía que resultaras herida.


Le resultaba fácil resistirse a Pedro cuando estaba amargado y furioso. Sin embargo, cuando la mirada apenado y humilde… El corazón le latía a toda velocidad.


 —Disculpas aceptadas.

 

Entonces, con la bandeja en la mano, Paula salió corriendo de la habitación. Le llevó la cena al porche y se la colocó sobre la mesa. Cuando se dispuso a volver a entrar, vio que él estaba ya en la puerta. Ella se la abrió para que pudiera salir. Los cuerpos de ambos se rozaron inocentemente. Entonces, él se detuvo y la miró. Le acarició la mejilla suavemente con la mano que tenía libre. Sin poder contenerse, Paula apretó la mejilla contra la palma de la mano.

 

—Quiero… Me gustaría… ¿Te vas a quedar conmigo? Por favor…

 

—Dí por sentado que querrías estar solo. 


Pedro se sentó en una silla, que Paula le había preparado.

 

—Ya no sé lo que quiero. Bueno, tan solo sé que me gustaría que me hicieras compañía. Si tienes tiempo. Por favor.


Al ver que Pedro la miraba, Paula sintió que se le cortaba la respiración. Aquel no era el heredero que llegó al resort hacía pocas semanas. Tampoco era el hombre amargado que descuidaba su fisioterapia a pesar de que deseara desesperadamente ponerse mejor. Y, ciertamente, no era el hombre enojado y frustrado que había dejado escapar su ira hacía unas noches. El hombre que tenía frente a ella estaba arrepentido. Abierto de un modo en el que ella jamás le había visto. 

viernes, 25 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 45

Eso ya lo sabía. Lou había ido a recogerle. Los dos se marcharon juntos a cenar y a divertirse un poco. Juan había pasado por el despacho antes de irse para decirle a Paula que Pedro estaba en la cama y que no era probable que necesitara nada. Aparentemente, Joe se había equivocado."¿Me podrías traer la cena? Muchas gracias. P.A". Paula cerró el correo y suspiró. Pedro había pedido las cosas por favor y había dado las gracias. Fin de sus esfuerzos por evitarlo. 


El departamento estaba en silencio cuando ella entró con la bandeja. Tranquilo y oscuro. Tenía las persianas echadas a pesar de que el sol se colaba por los resquicios. No era de extrañar que Juan hubiera estado deseando tener una noche libre. Resultaba deprimente.


 —Hola —dijo.


Sintió la tentación de dejar la bandeja sobre la encimera de la cocina y marcharse. Estaba segura de que Pedro podría ir por ella. Seguía sin bastón, pero Juan le había encontrado un trozo de madera en la playa que le había ajustado para que pudiera servirle de bastón hasta que llegara el que habían encargado.

 

—Aquí.

 

Su dormitorio. Por supuesto. Lo último que quería hacer era enfrentarse con él en su guarida, pero tragó saliva, levantó la barbilla herida y entró. Tenía la lámpara de la mesilla de noche encendida. Ella se acercó y apartó un libro para poder dejarla sobre la mesilla. Pedro estaba sentado en la cama, apoyado contra el cabecero de la cama. Tenía la pierna buena doblada por la rodilla. Llevaba puestos unos pantalones de deporte y una camiseta. Eso fue lo único que ella se permitió ver. No estableció contacto visual con él.


 —Aquí tienes —le dijo—. Creo que te gustará. El lomo de cerdo relleno siempre ha conseguido críticas muy buenas entre nuestros huéspedes. La porción es un poco más pequeña que la que se sirve en el comedor porque Juan insistió en que quitáramos carne y pusiéramos más verduras.


Con eso, se dió la vuelta para marcharse. Había conseguido llegar casi hasta la puerta cuando Pedro dijo:

 

—Creo que esta noche cenaré en el porche.

 

Paula hizo un gesto de contrariedad, pero se dió la vuelta y fue por la bandeja. Por muy tentador que le resultara tirarle la comida por la cabeza, se contuvo. Sería ella quien tendría que recogerlo. 


—Claro, señor Alfonso —dijo muy profesionalmente.

 

—Prefiero que me llames Pedro —respondió él mientras se acercaba al borde de la cama.


 —Creía que, dado que en el correo te habías referido a mí como señorita Chaves, volvíamos a tratarnos de usted.

 

—Lo hice por respeto…

 

—Entiendo —dijo ella, a pesar de que no entendía nada.

 

Por primera vez desde que entró en la habitación, lo miró. Tenía un aspecto terrible. Tenía unas profundas ojeras y estaba sin afeitar. Mal peinado. A pesar de todo el tiempo que se pasaba en la cama, no parecía en absoluto descansado.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 44

Paula se cambió la venda de la barbilla en el pequeño cuarto de baño que tenía en su despacho. En los tres días que habían pasado desde su visita a Urgencias, la carne que rodeaba el corte se había ido transformando de morado a rojo, hasta convertirse en un azul verdoso poco atractivo. En cuanto al corte, le iba a quedar cicatriz. No había duda. Sin embargo, apenas sería visible porque estaba en la parte baja de la barbilla. Nadie lo vería a menos que se colocara debajo y mirara hacia arriba. Todo había sido culpa suya. Había presionado demasiado a Pedro. Llevaba días tratando de olvidarse la expresión culpable de su rostro. En realidad, había hecho todo lo posible para evitar pensar en lo ocurrido y para evitar encontrarse con él. Eso significaba entrar en el apartamento muy tarde por las noches y marcharse al día siguiente antes de que amaneciera. Echaba de menos sentarse en el porche al amanecer, echaba de menos a Pedro… Se llevaba el café a su despacho y tenía siempre la puerta bien cerrada. «¿Eres feliz, Paula? ¿Te sientes realizada?». También hacía todo lo posible por olvidarse de aquellas preguntas. Se aseguró que eran irrelevantes. En cuanto a Pedro, no era asunto suyo si prefería no hacer fisioterapia y permanecer sentado compadeciéndose de sí mismo. En absoluto, aunque pudiera admitir que se sentía atraída por él. Se preguntó por qué entonces seguía sintiendo la necesidad de hacer algo para ayudarlo. Echó la culpa al beso. Había sido un beso maravilloso, pero no tenía por qué convertirla a ella en su guardiana. No hacía que fuera nada para Pedro. Eran adultos. Dos personas solitarias buscando… Nada.

 

Paula no estaba buscando nada. Tenía un trabajo que adoraba y que deseaba seguir haciendo en el futuro. Para asegurarse de que tenía esa oportunidad, necesitaba mantenerse alejada de los asuntos personales de Pedro. Tarde o temprano, él se aburriría y se marcharía. Entonces, su vida regresaría a la normalidad. La relación de ambos volvería a estar marcada por la correspondencia de trabajo. Decidió ignorar el vacío que sintió en el estómago. Eso era lo que ella quería. Está bien, tal vez no era lo que quería, pero era lo único que podía esperar. Aquella tarde, mientras terminaba de introducir los cambios de última hora que Silvia había realizado en el menú semanal, le llegó un correo electrónico. Conocía bien al remitente. Amantediversión17, un sobrenombre que se podía tomar de dos maneras posibles. Ambivalente. Igual que el hombre.  El asunto decía: "Necesito tu ayuda, por favor". ¿Por favor? Los buenos modales suponían un cambio. Como también lo era admitir que necesitaba ayuda. La curiosidad se apoderó de ella y abrió el correo. "Querida señorita Chaves". Volvían a tratarse de usted. A ella debería haberle gustado. La distancia emocional sería lo mejor en ausencia de distancia física. Sin embargo, lo que sentía era desilusión. Irritada consigo misma, se encogió de hombros y siguió leyendo. "Juan tiene la noche libre". 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 43

A la mañana siguiente, Pedro salió al porche antes de que saliera el sol. Como no tenía bastón, había tenido que llamar a Juan para que lo ayudara. Había esperado ver a Paula sentada en su sitio habitual. Necesitaba disculparse, pedirle perdón. Se había comportado de un modo abominable. Desgraciadamente, el porche estaba vacío.

 

—Parece que hoy he ganado a Paula —dijo, esperando que sonara como un comentario casual en vez de uno que había pronunciado un hombre desesperado por hacer las paces.

 

Juan lo ayudó a sentarse.

 

—Creo que hoy va a dormir hasta más tarde.


 —¿Por qué dices eso? 


—Anoche no regresó de las Urgencias de Charleston hasta las tres de la mañana.

 

—¿Urgencias? —repitió Pedro. No había pensado que se podría sentir peor de lo que ya se sentía.

 

—Llamé a Luis y le pedí que la llevara. Ella no quería ir, pero el corte que tenía en la barbilla era un poco feo.

 

—¿Feo? —preguntó Pedro tragando saliva.

 

—Lo suficiente como para tuvieran que darle puntos —le dijo Juan mirándole sin parpadear. Se notaba que ardía en deseos de preguntarle muchas cosas. No lo hizo—. Es una pena que se cayera al suelo y se golpeara la barbilla con la encimera.

 

—¿Es eso lo que dijo que ocurrió?

 

—Sí. Eso fue lo que dijo.


Por primera vez desde que Pedro conocía a Juan, vió que él había perdido su afable sonrisa y su alegría. No podía culparle por sospechar. A pesar de que no le debía explicaciones, Pedro sintió la necesidad de aclarar el aire y enfrentarse a sus propias responsabilidades.

 

—Fue culpa mía —dijo.


 La mirada de Juan se tornó gélida.

 

—Golpeé la encimera con el bastón. Se rompió y las dos mitades salieron volando. Una de ellas golpeó a Paula en la barbilla —añadió.


Tragó saliva, pero el regusto amargo no desapareció.


 —Entonces, fue un accidente —dijo Juan, menos tenso que unos instantes antes.


 —Sí, pero fue culpa mía y me siento fatal. Ella solo estaba tratando de ayudarme.


Había llegado el momento de que se ayudara a sí mismo. Lo había comprendido la noche anterior, mientras estaba solo en su habitación recordando cómo se había pasado los cuatro meses transcurridos desde el accidente. En realidad, cómo se había pasado su vida de adulto. Había tenido que enfrentarse a algunos duros reveses, pero eso no era excusa para su comportamiento. Había hecho falta que una empleada le dijera cuatro verdades para que por fin viera la luz. Se imaginó a Paula y se corrigió. Una hermosa mujer de ojos azules que había visto el hombre que realmente él era. De repente, le resultó muy importante que a ella le gustara lo que veía.


Fuiste Mi Salvación: Capítulo 42

Pedro se sentía asqueado consigo mismo. ¿En qué clase de monstruo se había convertido? Por supuesto que no había tenido intención de romper el bastón y herir a Paula, pero lo había hecho… Su ira le había causado una herida. Y lo único que ella había estado intentando hacer era ayudarlo.  Se frotó el rostro con la mano y se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo. Nunca antes se había odiado más. Paula tenía razón. Tenía mucho por lo que sentirse agradecido. La autocompasión no le iba a llevar a ninguna parte. Su madre tenía razón. Necesitaba crecer, aceptar sus responsabilidades y ser el hombre que su abuelo había creído que podía ser. Había creído que lo iba a conseguir yendo a la isla, decidido a hacerse con las riendas del hotel. Sin embargo, se había estado engañando. Había ido allí solo para esconderse, no para mejorar. Seguía viviendo en el pasado en vez de vivir en el presente. No tenía sueños para el futuro. Seguía sentado en el suelo cuando Juan entró en el departamento unos minutos más tarde.

 

—¿Señor Alfonso? —le preguntó el joven mirándolo con preocupación—. Paula está en su despacho y… ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Se encuentra bien?


Pedro no estaba seguro de cómo responder. No estaba bien, pero no tenía nada que ver con su pierna. Por lo tanto, en vez de responder, preguntó.

 

—¿Me puedes ayudar a levantarme? ¿Por favor?

 

—Claro.


Con la ayuda de Juan, Pedro se encontró enseguida de pie, con la espalda apoyada contra la pared.


 —¿Qué le ha ocurrido a su bastón? —le preguntó Joe mientras recogía uno de los trozos del suelo.


 —Si no te importa, preferiría no hablar de eso en estos momentos.

 

—Claro. No hay problema —afirmó Juan.

 

Juan siempre estaba dispuesto a hacer lo que él quería. Era incapaz de llamarle la atención a su jefe por sus actos o por su actitud. Al contrario de Paula, que le había dejado a Pedro muy claro lo que pensaba.

 

—Me gustaría regresar a mi dormitorio. Quiero… Quiero ir a tumbarme.

 

—¿Ahora, señor Alfonso? —le preguntó Juan frunciendo el ceño—. Pero si se acaba de levantar.

 

—Lo sé, Juan. A mi habitación —repitió—. Te prometo que mañana haré la sesión, pero ahora tengo mucho en lo que pensar.


Juan señaló la bandeja.

 

—Puedo hacer que le calienten la cena, si quiere. El pollo está muy bueno esta noche y es una buena fuente de proteína.

 

Pedro negó con la cabeza. Dado el modo en el que le ardía el estómago, dudaba que pudiera mantener nada en él aquella noche. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 41

 —¿Pero?

 

—Pero no serán tan buenos como yo —le espetó.


 —¿Eso es todo?


Tenía las palmas de las manos sudorosas, pero lo ignoró y trató de tranquilizarse. 


—No. Eso no es todo. Lo que te estoy tratando de hacer entender, Pedro, es que tanto si te quedas aquí como si regresas a Europa, nadie quiere estar junto a una persona que está decidida a ahogarse en su miseria.

 

—¿Crees que me gusta estar así?


 —No, pero lo has aceptado.

 

Ya no podía echarse atrás. Había abierto la caja de Pandora y ya no podía parar.


 —He hecho los malditos ejercicios y no me sirven de nada. ¡Nada me sirve!


 —Por favor. Solo sacas de la fisioterapia lo que metes en ella. ¿Me puedes decir con sinceridad que has hecho los ejercicios de corazón? Tienes el dinero para contratar a un fisioterapeuta personal. Él está a tu disposición las veinticuatro horas del día. Vive contigo, por el amor de Dios. ¿Tienes idea de cuántas otras personas que se tienen que recuperar de graves accidentes envidiarían tu situación?


 —Sé que tengo suerte, pero lo haces parecer tan fácil…

 

—Esa no es mi intención. Sé que es duro y doloroso y que lo tienes todo en contra. Sin embargo, al menos tienes opciones, Pedro. Y tienes mucho por lo que estar agradecido —le dijo mientras le colocaba la mano en el brazo—. Has salido de un accidente que pudo dejarte confinado en una silla de ruedas para el resto de tu vida. Si no puedes estar agradecido al menos por eso, tal vez sea porque te lesionaste también la cabeza.

 

Él cerró los ojos un instante. Paula pensó que tal vez le había hecho entender. Entonces, él le preguntó:

 

—¿Has terminado ya?

 

—Yo… Supongo que sí —replicó ella. Se sentía furiosa con ambos. ¿Por qué le importaba lo que él hiciera?


 —Bien —dijo él. Entonces, señaló la bandeja de comida—. Esta noche me gustaría cenar en el porche.

 

Se dió la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Aparentemente, esperaba que ella le llevara la bandeja al exterior. Paula la tomó, pero se detuvo. Tal vez fuera su empleada, pero no iba a ser su criada. Aunque le costara el trabajo, no volvería a consentir que nadie la tratara de ese modo. Nadie. Volvió a dejar la bandeja sobre la encimera.


 —Llévala tú —le dijo.


Pedro se volvió para mirarla. 


—¿Cómo has dicho?

 

—Ya me has oído.

 

—Muy graciosa —bufó él—. No puedo y lo sabes.

 

—Es verdad. Entonces, ¿Sabes lo que significa eso? —le espetó. No esperó a que él respondiera—. En primer lugar, necesitas ser más amable con la gente que te está ayudando y, en segundo lugar, tienes que hacer más esfuerzo para mejorar tu situación.


 —¿Crees que esto es lo que quiero?


 —Creo…


Pedro no le permitió seguir con la frase. 


—¿Crees que quiero vivir así, rodeado de personas que me ayudan a levantarme, a sentarme y que me llevan el plato? Odio esto. ¡Lo odio!


Golpeó la encimera con el bastón con tanta fuerza que lo partió en dos. Una parte salió volando hacia el salón. La otra, rebotó sobre la encimera y golpeó a Paula debajo de la barbilla. La madera desgajada le atravesó la piel. El dolor se mezcló con la sorpresa mientras ella se cubría la herida con la mano. Muy pronto, los dedos se le tiñeron de rojo. Pedro palideció.

 

—¡Dios mío! Paula, no quería…

 

Trató de alcanzarla, pero ella le apartó la mano con la suya, cubierta de sangre. Más frustrada que otra cosa, se dió la vuelta y salió del departamento. Se cruzó con un sorprendido Juan antes de encontrar refugio en su despacho. 

miércoles, 23 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 40

 —Lo que te estoy diciendo es que nadie quiere estar junto a una persona que se muestra irritable y enojada todo el tiempo.

 

—¿Incluso tú misma? ¿No quieres estar a mi lado? Pues el otro día no parecías tan contraria —añadió con tono sugerente mientras la miraba de arriba abajo.

 

—No…

 

—¿No qué? —le desafió él.

 

—No seas un canalla. No me trates como si fuera una de esas nenas del esquí sin cerebro que visitaban habitualmente tu chalet.

 

—¿Porque eres mejor que ellas?

 

—Sin duda, pero, en realidad, lo que estaba pensando era que tú también eres mejor que todo eso. 


—No. Yo soy así. Si no te gusta, lárgate. Puedo sustituirte en un abrir y cerrar de ojos.

 

Paula sintió una gran frialdad por dentro. Durante un segundo, el pánico, las inseguridades de antaño amenazaron con abrumarla. Azotaron su autoestima con la fuerza de un huracán.  «Eres tan inútil, Paula». «Eres tan incompetente». «¿Cómo de idiota puede ser una persona?». «Deberías estar dando las gracias de que alguien como yo quisiera casarse con alguien tan ingenua y estúpida como tú». Mentalmente, fue apartando los hirientes comentarios de David. Se sentía furiosa consigo misma por haber pensado en ellos. Al menos con Pedro, comprendía por qué estaba furioso. Scott había buscado herirla y hacerle daño por deporte. Esa clase de crueldad le resultaba incomprensible.


 —Alfonso Haven es mío. Mi abuelo me lo dejó. Por lo tanto, me quedaré aquí todo lo que quiera. ¡Tengo derecho!


El heredero había hablado. Un par de semanas antes, se habría creído aquella reacción. Sin embargo, había visto al hombre que había detrás de la armadura y sabía que era vulnerable. Que se encontraba perdido.

 

—Ciertamente tienes derecho y estoy segura de que encontrar a otra persona te resultará fácil. Ya lo hiciste antes de mí.

 

Adoraba su trabajo. Adoraba la isla. Sería un golpe muy duro tener que marcharse de allí y volver a empezar. ¿Dónde iría? ¿Cómo podría encontrar otro puesto después de que la hubieran despedido por insubordinación? ¿Cómo podía dejar a Kellen?  Aquella última pregunta la sorprendió. No había nada entre ellos. Un beso y poco más. Además, él era su jefe. 


Fuiste Mi Salvación: Capítulo 39

 —Está bien. Te diré lo que sí puedes hacer. Basándome en tu actual condición física y en tu actitud, puedes seguir siendo un inválido amargado.


Ella esperaba que Pedro volviera a mostrar su furia. Se quedó consternada al ver que no era así. Su voz perdió el acero que ella había esperado.


 —Soy un inválido, Paula. Amargado o no.

 

—Juan piensa que te podrías poner más fuerte si siguieras sus consejos a la letra en vez de saltarte las sesiones y luego esforzarte al mínimo cuando las haces.

 

—¿Han estado Juan y tú hablando de lo que tengo que hacer? No sabía que era tema de conversación entre ustedes dos.

 

—¿Sabes cuál es el problema, Pedro?

 

—Estoy seguro de que estarás encantada de decírmelo — bufó él.

 

—De hecho… Tu problema es, Pedro, que estás esperando a que alguien agite una varita mágica y te devuelva la salud de antes.

 

—Tont…

 

—No he terminado.


Paula esperaba que aquella conversación no le costara su puesto de trabajo. Tanta franqueza podía terminar pasándole factura, pero tenía que darle a Pedro el toque de atención que necesitaba. Dado que nadie más parecía dispuesto a hacerlo, ella haría los honores. Cuanto antes volviera a ser casi el de antes, antes se marcharía de allí y antes volverían las cosas a la normalidad en el resort.  Decidió ignorar la vocecilla que, desde su interior, le decía que lo echaría de menos. La apartó y siguió con sus consejos, descartando esfuerzo alguno por mostrar tacto o cortesía con él. Pedro necesitaba oír la verdad sin ambages. 


—Tú tienes el poder de cambiar tus circunstancias. Tal vez no puedas volver a ser el de antes, pero ser feliz, disfrutar de tu futuro… Eso depende de tí.


 —¿Es eso lo que hiciste tú, Paula?

 

—¿Qué quieres decir?


 —Después de tu divorcio. Te encerraste en Hadley Island y te entregaste al trabajo.


 —Tú no sabes nada sobre mi matrimonio o mi divorcio.


 —Eso se remedia muy fácilmente —murmuró él.

 

—No estamos hablando sobre mí.

 

—Qué suerte —le espetó él—. ¿Eres feliz, Paula? ¿Te sientes realizada?


 —Te repito que estamos hablando sobre tí —dijo ella, negándose a regresar al pasado—. Pregúntate, Pedro. ¿Es así como quieres pasarte el resto de tu vida? ¿Enfadado y siendo desagradable con todo el mundo? ¿Derrotado? Si es así, espero que encuentres otro lugar en el que hacerlo.


Él se quedó boquiabierto. Entonces, preguntó con incredulidad:

 

—¿Me estás diciendo que me marche de mi propio resort?

 

—No.

 

—¿De verdad? Porque eso es precisamente lo que me ha parecido, Paula. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 38

Fue Pedro el que pronunció aquellas dos palabras. Estaba en el pasillo, de pie al lado de la puerta de su habitación. A pesar de la distancia, había escuchado todo lo que los dos decían.


 —Lo siento —susurró ella.

 

—Por favor, no arruines tu sinceridad con una disculpa —le dijo a Paula mientras se acercaba a ella—. Tu sinceridad es una de las cualidades que más me gustan sobre tí.


 —Está bien. Pues no lo siento. Lo que estoy es… Desilusionada.

 

—¿Desilusionada? —preguntó él sorprendido.

 

—Eso es lo que he dicho —replicó ella colocándose las manos en las caderas.

 

Juan eligió aquel momento para murmurar algo y marcharse a cenar. Pedro esperó hasta que la puerta del departamento estuvo cerrada para proseguir.


 —Bueno, pues ponte a la cola detrás de mi madre. En su opinión, jamás he hecho nada bien —murmuró él—. Y tiene razón, por supuesto. Nadie tiene la culpa más que yo.


Aquel comentario sorprendió a Paula. ¿Qué diablos tenía su madre que ver con todo aquello? Dió un paso hacia él.


 —¿Cómo puedes esperar que vas a mejorar si lo único que haces es estar tumbado, ahogándote en tu autocompasión todo el día?

 

—¿No te lo ha dicho Juan? No voy a mejorar. ¡Me voy a quedar así, Paula! ¡Así!


La voz de Pedro rugió por todo el departamento. Él levantó el bastón para darle más énfasis a sus palabras. Entonces, perdió el equilibrio. Pudo agarrarse a uno de los taburetes para no caer al suelo, pero tuvo que soltar el bastón para hacerlo. Él comenzó a maldecir. Paula dejó que él se desahogara antes de volver a tomar la palabra.

 

—No vas a volver a esquiar en Europa. No vas a poder correr un maratón ni medio maratón, ni siquiera la carrera anual de la isla. Y parece también que el baile de salón te está vedado.


 —¡No necesito que me des el listado completo de todas las cosas que no puedo hacer! —le gritó él con el rostro congestionado por la ira.


Paula recogió el bastón y se lo ofreció. Pedro lo agarró de mala gana. Estaba furioso, pero ella se tomó su reacción con calma. Después de David, ella se había jurado que no cedería ante nadie cuando supiera que tenía razón. Y en aquel asunto la tenía. Tenía que conseguir que Pedro canalizara su ira en su beneficio. Tanta fuerza, bien utilizada, podía resultar beneficiosa. Eso era precisamente lo que ella había hecho y se enorgullecía de lo que había conseguido desde que se animó a agarrar al toro por los cuernos en vez de sucumbir a la desesperación. Por lo tanto, ignoró la reacción de él y siguió hablando.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 37

En realidad, debería estar dando gracias. Podría haber muerto o incluso haberse quedado tetrapléjico con el accidente. A pesar de sus heridas, se podía decir que era un hombre sano. Conservaba sus facultades mentales y seguía siendo guapo y viril. Su cuerpo comenzó a vibrar al recordar el beso que habían compartido. Sí… El accidente no había afectado en lo más mínimo su atractivo sexual. Era capaz de trabajar, incluso aunque tenía tanto dinero que no tenía por qué hacerlo. Tendría una cojera y debería utilizar bastón el resto de su vida, pero eso no era el fin del mundo. Podía cambiar las pistas de esquí y sus amigos de Europa por un retiro tropical. Podría tumbarse en la playa y rodearse de amistades igualmente vacuas para vivir cómodamente de su herencia sin preocuparse por nada.  ¿Cuántas personas podían decir lo mismo? A Paula ciertamente la vida no le había dado muchas opciones después de su divorcio. Recomponer su vida le había supuesto un gran esfuerzo, pero lo había conseguido. Era una mujer feliz… Bueno, feliz no. Satisfecha.  Aunque últimamente… Prefirió no pensar en su vida, centrada tan solo en el trabajo, una vida que ya no parecía satisfacerle igual que antes. Decidió no pensar en ella. Aquello tenía que ver más bien con Pedro y su futuro. Y él también podría estar satisfecho con lo que tenía, pero primero, por supuesto, tenía que quererlo y esforzarse lo suficiente para conseguirlo. Cuando llegó con la bandeja de la cena, encontró a Joe en el sofá viendo un partido de béisbol.


 —No tenías que traer la cena del señor Alfonso. Yo iba a ir al comedor para cenar en cuanto terminara el partido y se la habría recogido yo mismo.

 

—No importa. Tenía que venir de todos modos para cambiarme de ropa.


 —Es un poco temprano para tu paseo. Ni siquiera ha empezado a refrescar ahí fuera.


Efectivamente, las temperaturas eran muy altas. Por eso, Paula solía esperar hasta que anochecía para salir a pasear.

 

—Lo sé, pero ha sido un día con poco trabajo. No han llegado nuevos huéspedes y se han quedado pocos a cenar por el festival de música que hay al otro lado de la isla —dijo mientras colocaba la bandeja sobre la encimera de la cocina—. ¿Cómo van? —preguntó señalando a la televisión.


 —Va ganando Tampa Bay.

 

—Me alegro —comentó ella riendo. Entonces, indicó la puerta de Pedro—. ¿Ha salido de su habitación?

 

—No. Ni siquiera se ha levantado de la cama. Y tiene las gafas puestas. Ahí dentro es como una tumba.


 —¿Cuántos días lleva sin hacer fisioterapia?


 —Seis. Le va a doler mucho cuando decida reunirse de nuevo con la tierra de los vivos —dijo Juan. Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza—. Sé lo que estás pensando…


 —Que está tan ocupando compadeciéndose que está saboteando su recuperación… ¿Me equivoco? —preguntó al ver que Juan no decía nada.


 —En absoluto. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 36

Una hora más tarde, aún seguía regañándose mentalmente cuando oyó uno pasos al otro lado de la puerta de su despacho. Iban acompañados por el sonido inconfundible de un bastón. Había también otra persona que andaba sin ayuda. Sería Juan. Pedro y Juan. Habían regresado de Charleston. Decidió que debía comportarse de un modo natural, profesional. Como si no estuviera afectada por lo ocurrido. Respiró profundamente y se puso de pie. Cuando se dirigía a la puerta, preparó la expresión de su rostro para transformarla en una de cortés interés.

 

—¿Cómo ha…?

 

Eso fue lo único que pudo decir. Juan se lo impidió sacudiendo la cabeza. Pedro ni siquiera la miró. Miraba al frente, con el ceño fruncido, como la primera vez que se vieron. Fueran cuales fueran las noticias que había recibido, no habían sido buenas. Paula sintió que el alma se le caía a los pies. Sabía que aquel era el peor miedo de Pedro.



Él iba a cenar en su habitación. Paula lo comprobó cuando llevó la bandeja al departamento. Juan estaba en la encimera de la cocina, preparando sus batidos. Al ver que ella regresaba, sonrió.

 

—Eh, Paula. Eres un cielo. Deja la bandeja sobre la encimera. Se la llevaré en cuanto termine con esto —le dijo.

 

Mejor. Cuanto menos relación tuviera con Pedro, mejor. Para los dos.


—¿Es eso también para Pedro? —le preguntó a Juan.

 

—¿Estás de broma? Tal y como se encuentra ahora, el señor Alfonso probablemente me lo echaría por la cabeza.


 —¿Tan malas han sido las noticias?


 —No necesariamente, pero ciertamente no las noticias que él quería escuchar —suspiró Juan—. El especialista le dijo básicamente lo mismo que los otros. No va a volver a esquiar. Ni tampoco volverá a andar sin cojear ni sin bastón. Cuanto antes lo acepte y siga con su vida, mejor.


Juan siguió preparando el batido. Paula sintió un profundo sentimiento de pena. Pobre Pedro. Debía de estar destrozado. Dejó de sentir lo mismo cuando, una semana más tarde, él seguía encerrado en su habitación con las cortinas echadas. Joe había sido el único al que se le había permitido entrar y solo para llevarle las comidas.  Al principio, casi se sintió aliviada. Después del beso que habían compartido, era lo mejor. Sin embargo, cinco días después de su regreso del médico, ella había dejado de sentir compasión y paciencia. Pedro había recibido un golpe muy duro, pero con esa actitud no conseguiría cambiar nada. Paula sabía de primera mano que la autocompasión no servía de nada. Él tenía que concentrarse en lo que era posible hacer en vez de hacerlo en lo que era imposible.

lunes, 21 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 35

 —No estoy hablando de fisioterapia, señor Alfonso.


La expresión del médico era amable, paciente… Condescendiente. Pedro estuvo a punto de darle el puñetazo en aquel momento. Para impedir que así fuera, apretó los puños sobre el regazo y permaneció así durante el resto de la consulta.

 

—Lo siento, señor Alfonso —le dijo Juan en cuanto salieron de la consulta—. Sé que estaba esperando mejores noticias.


Pedro no respondió. Cuando estuvieron en el todoterreno, le rugió a Luis una dirección. Al menos, el abogado no le contradiría en los planes que tenía para el futuro. Más que nunca, necesitaba ponerse al frente del resort. Con tantas cosas que se escapaban a su control, necesitaba sentirse al mando de algo. El resort, el paraíso de su infancia, era lo único que le quedaba.



 Después de llamar a su hermana Paula permaneció sentada en el escritorio de su pequeño despacho durante la mayor parte del día con el pretexto de ponerse al día con el papeleo. En realidad, se estaba escondiendo. Se sentía avergonzada, confusa. ¿Qué era lo que había hecho? ¡Había besado a su jefe! En realidad, Pedro había sido quien había iniciado el contacto. Sin embargo, él le había dado la oportunidad de negarse cuando se apartó unos segundos. ¿Y qué había hecho ella? Le había colocado las manos en los hombros y le había devuelto el beso. Incluso había dejado el ordenador para poder hacerlo… Cerró los ojos y se agarró la cabeza con las manos. Lo peor de todo era que le había gustado. Cada segundo y cada caricia de labios y lengua. Había sido todo ello una delicia. No estaba segura de que le gustara él como hombre, a pesar de que lo encontrara atractivo. A lo largo de los últimos siete días, habían desarrollado una relación cordial fruto de las conversaciones que habían tenido en el porche, una relación que resultaba segura porque estaba dentro de los límites de una relación profesional. Sin embargo, aquel beso no había tenido nada de cordial. La había encendido por dentro, como si se tratara de una bombilla de las luces del árbol de Navidad. Después de su divorcio, se había jurado que se mantendría alejada de los hombres. Sentía deseos de valerse por sí misma. Estaba decidida a demostrar que no volvería a ser maleable, inútil o invisible. Tampoco había echado de menos a los hombres. Hasta entonces. Maldito Pedro… Maldita fuera su propia locura… ¿Qué iba a hacer al respecto? ¿Cómo iba a poder volver a estar junto a él? ¿Debía ella pedirle una disculpa o disculparse frente a él? ¿Y si él estaba esperando que se repitiera el beso? Se echó a temblar con solo pensarlo y se odió a sí misma cuando la anticipación fue lo primero que sintió. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 34

 —Ignacio consideraba a David un hermano —dijo Delfina—. Si hubiera sabido…

 

Paula guardó silencio. Decidió cambiar de tema.

 

—Odio tener que desilusionar a Valentín —dijo ella volviendo al asunto principal de la llamada.


 —No pasa nada. Así tendrá más ganas de que lleguen las Navidades. Bueno, cuéntame. ¿Cómo es Pedro Alfonso en persona? ¿Le hacen justicia las fotos que he visto de él sin camisa en el Mediterráneo?

 

—Bueno, está algo diferente…


 —¿En el buen sentido o en el malo? ¿Es cierto que no puede andar?


 —Ya sabes cómo los de la prensa exageran las cosas…


 —Entonces, ¿Puede andar?

 

—Utiliza un bastón, pero sí, puede andar. 


—¿Un bastón, eh?

 

—Sí. Le da un aire sofisticado y… Muy sexy. Sin embargo, él se muestra muy contrario a utilizarlo.


Tras aquella frase, se produjo una larga pausa, tanto que Paula pensó que se había cortado la llamada.

 

—¿Delfina? ¿Sigues ahí?

 

—Sí, sigo aquí… Sexy, ¿Eh? Me resulta una descripción muy interesante viniendo de tí.


Paula recordó el beso que habían compartido en el porche. Había despertado un deseo dormido durante mucho tiempo, unas necesidades casi olvidadas. Aunque estuviera algo oxidada en lo referente a la intimidad con un hombre, reconocía la pasión cuando la sentía y sabía que iba en ambas direcciones. Pedro la deseaba tanto como ella lo deseaba a él. Sin embargo…

 

—Es mi jefe.


Esas palabras sirvieron para recordarse a sí misma lo que le había respondido a su hermana.


 —No tiene nada de especial que me parezca sexy — añadió—. Creo que el tío que hace de Thor es muy sexy también, pero eso no significa nada. No significa nada, Delfi —repitió tragando saliva.



 Pedro quería romper algo. Quería arrojar su maldito bastón por la consulta o hacer un agujero en la pared de un puñetazo. Había sido una tontería acudir allí o esperar un diagnóstico mejor cuando cinco otros ya le habían dicho lo mismo.


 —Necesita aceptar que su vida ha cambiado —le decía el médico—. Aún puede llevar una vida plena y activa, pero no será la misma que solía vivir antes. Tiene que encontrarse nuevos pasatiempos, señor Alfonso. Un nuevo estilo de vida. Otras personas en su situación ya lo han hecho. Si quiere, puedo ponerle en contacto con algunas de ellas.

 

—No importa.

 

—También le recomiendo terapia.

 

—Ya la estoy haciendo —replicó Pedro señalando a Juan, que estaba sentado junto a él. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 33

 —Siento lo del cambio de planes —le dijo Paula a su hermana cuando hablaron por teléfono aquel mismo día.

 

—No te preocupes. Podemos ir en otra ocasión. Tal y como le dijiste a Valentín, podemos ir durante las vacaciones de Navidad.

 

—Claro. ¿Está disgustado?

 

—Bueno, estaba deseando ir a verte, pero se le pasará. Ví a David en la ciudad.


Aquella frase hizo que Paula se irguiera más aún en la silla de su despacho. Un escalofrío le recorrió la espalda. Incluso después de tantos años, la simple mención del nombre de su ex conjuraba los temores de antaño. Tragó saliva y trató de tranquilizarse.


 —¿Y qué quería?

 

—No quería nada. De hecho, ni siquiera hablamos. Lo ví mientras estaba en la cola del supermercado. Él estaba en otra caja también para pagar la compra. Me saludó con la mano, pero yo fingí no verle.

 

—¿Se… Se acercó más?

 

—No. Tiene mucho cuidado de cumplir la orden de alejamiento.


No solo Paula tenía la orden contra su insistente ex. También la habían solicitado su madre y su hermana después de que empezara a presentarse en sus casas y lugares de trabajo sin avisar. Dejó escapar un suspiro de alivio.

 

—Ojalá las cosas fueran diferentes. Ojalá David pudiera ser diferente. Es decir, es el padrino de Valentín… —susurró. Con la muerte de Ignacio, él podría haber servido como figura paterna si hubiera sido un hombre mejor.


 —No me lo recuerdes, pero incluso si hubiera jurado que había cambiado, yo no… No dejaría que ese maltratador se acercara a mi hijo después del modo en el que te trató. Algunas cosas son imperdonables.

 

—Es que no me gusta hacerles las cosas más difíciles a mamá y a tí en Arlis.


Casi todo el mundo de la pequeña ciudad de Pensilvania pensaba que David Wellington era un santo. Esa era una de las razones por las que Paula había decidido recuperar su apellido de soltera y marcharse después de que terminara el proceso de divorcio. David se había asegurado de que ella pareciera la mala de la historia y Paula no había podido demostrar lo contrario. Sin embargo, estaba segura de que él había estado detrás de los rumores sobre una aventura que habían empezado a correr justo antes de que se alcanzara el acuerdo de divorcio. En ese momento, ella había estado encantada de darle lo que quería tan solo para poder marcharse. Por lo tanto, le había cedido la casa y todo su contenido. Incluso había permitido que él se quedara con la porcelana que fue el regalo de boda de su fallecida abuela. Lo que fuera para poder escapar de él. Se lamentaba de ello. Muchas personas de la ciudad habían considerado esa actitud una afirmación inequívoca de su culpabilidad. Dado que su hermana, su madre y su sobrino aún vivían en Arlis, ellos eran los que tenían que seguir enfrentándose a las habladurías que incluso cinco años más tarde seguían produciéndose. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 32

Se frotó el muslo. La dosis diaria de ibuprofeno que tomaba le aliviaba al menos gran parte del dolor, pero nada se lo quitaba por completo.

 

—¿Estás nervioso? —le preguntó Paula.

 

—Un poco —mintió—. Bueno, muy nervioso —admitió.


Movió las piernas hacia un lado, decidido a ponerse de pie. No le gustaba tener que mirarla, en especial cuando estaban teniendo una conversación en la que él ya había admitido su vulnerabilidad. Se agarró a la barandilla y se puso de pie. Paula no se ofreció a ayudarlo. Simplemente esperó hasta que él estuvo de pie para hablar.

 

—Antes, yo solía jugar a un juego conmigo misma… Bueno, antes de que mi marido se hiciera con el control de mi vida. Me preguntaba qué era lo peor que podía ocurrir. Cuando me enfrentaba a ese miedo, me daba cuenta de que podía con todo.


El viento volvió a alborotarle el cabello. En aquella ocasión, Pedro no pudo resistirse y le agarró el mechón con los dedos para colocárselo detrás de la oreja. Tal y como había imaginado, era tan suave como la seda. Después de rozarle suavemente la mejilla, sintió que el calor que emanaba de su piel le caldeaba suavemente la mano. Observó cómo ella abría los ojos de par en par. ¿Sorpresa? ¿Interés? Esperaba que fuera lo último. Necesitaba creer que aún seguía siendo deseable. Le acarició la mandíbula antes de apoyar la mano sobre la curva de la mejilla. Era tan suave… Ella separó los labios ligeramente. Entonces, Pedro se inclinó sobre ella y la besó. Al ver que Paula no se apartaba, lo hizo él durante unas décimas de segundo. Cuando volvió a besarla, lo hizo con firmeza. Las narices de ambos se chocaron. Ella se puso de puntillas e inclinó la cabeza hacia un lado. Problema resuelto. Los cuerpos se acariciaron. O lo habrían hecho si el maldito portátil que ella llevaba en las manos hubiera estado en otro sitio. Ella lo remedió también. Sin romper el beso, lo dejó sobre una de las hamacas. Por fin tenía las manos libres y se las colocó sobre los hombros. La pasión recorrió las venas de Pedro. Le dió la bienvenida. Gozó con ella. Por primera vez en meses, volvió a sentirse vivo. Se sintió… Pleno. Tenía la mano izquierda sobre la barandilla. La necesitaba para apoyarse. Sin embargo, algo le decía que incluso aunque las dos piernas le hubieran funcionado perfectamente, las rodillas se le habrían doblado. El beso era muy potente. Paula se apartó lentamente, parpadeando de incredulidad. Aunque le dejó las manos sobre los hombros, el momento había terminado. Muy pronto, los dos volverían a sus papeles de jefe y empleada. Sin embargo, Pedro no quería que se rompiera aquella magia. Aún no. Le recorrió el labio inferior con la yema del pulgar y sintió que ella se echaba a temblar.

 

—Pedro… No creo que… 


No llegó a terminar la frase.

 

—Ese juego que mencionaste —dijo él—. ¿Cuál era el mayor de tus temores, Paula?


Ella no respondió. Apartó los brazos y dió un paso atrás. Entonces, sin pronunciar palabra, volvió al interior del apartamento, dejándole a él solo sobre el porche, con muchas más preguntas sin respuesta. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 31

 —Yo salía a correr todos los días…

 

—¿Sí?

 

—Sí. Corría unos siete kilómetros cada dos o tres días cuando estaba esquiando. Todos los días cuando no esquiaba —dijo. Entonces, señaló a Juan—. Me gustaría pensar que no tenía el mal aspecto que tiene Juan en estos momentos.


Paula soltó una carcajada. 


—Esa es precisamente la razón de que yo no salga a correr. Nadie parece disfrutar cuando lo está haciendo. Y es muy malo para las rodillas. Yo salgo a andar. Además, se puede admirar mejor el paisaje de ese modo y los beneficios para la salud son los mismos que correr si llevas un buen paso.

 

—¿Dónde sales a andar?

 

—Cuando el tiempo es malo, uso una máquina de andar.

 

—¿La que se han tenido que llevar al almacén?

 

—Esa misma. No pasa nada. Últimamente, el tiempo ha sido muy bueno. Además, me gusta andar por la playa. Soy adicta a las caracolas.


Pedro recordó haberlas visto en tarros por todo el departamento.

 

—¿Y hay un programa de ejercicios para eso?

 

Ella parpadeó.

 

—¿Acabas de gastarme una broma?

 

—Yo solía tener un buen sentido del humor.

 

—¿Se te rompió también en el accidente?


Pedro soltó una carcajada.

 

—Muy graciosa. ¿Y con cuánta frecuencia sales a andar? 


—Trato de reservarme una hora todas las tardes.


¿Todas las tardes? Pedro no lo sabía. En realidad, sabía muy poco de ella. Habían pasado muy poco tiempo juntos aparte del café que compartían por las mañanas.


 —¿Y por qué lo haces?

 

—Es una buena manera de reagruparme mentalmente. Además, es unbuen modo de quemar calorías para mantener los kilos a raya.


Ella no parecía tener ningún problema con el peso. En opinión de Pedro, tan solo podía pecar de estar demasiado delgada. Se lo dijo.

 

—Yo solía pesar más —confesó ella, para sorpresa de Pedro—. Fue hace mucho tiempo. Una vida prácticamente. Durante una época muy infeliz de mi vida.


Paula cerró el ordenador y se levantó. Justo en aquel instante, Joe comenzó a subir los escalones que llevaban al porche desde la arena. Cuando llegó a lo alto de la escalera, el fisioterapeuta dobló la cintura y respiró trabajosamente.


 —¿Has disfrutado corriendo? —le preguntó Paula.


 —Sí… Ge-genial… Es… una… Mañana perfecta… La brisa… Me ha refrescado… Va ser un día precioso.


 —Sí. Seguramente la playa estará repleta. Muchos excursionistas vendrán de tierra firme para refrescarse en un día como este.

 

—Al menos, Luis no tendrá que pelearse con el tráfico — comentó Juan, tras haber recuperado por completo el aliento. Entonces, se retiró al interior de la casa.

 

El comentario de Juan recordó a Pedro que, aquel día, iba a ver a un nuevo especialista en Charleston. Y a su abogado. 

viernes, 18 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 30

 —¿Quién es Valentín? —le preguntó Pedro sin poder contenerse.


Ella cerró el ordenador y lo miró a los ojos. En realidad, Pedro no había esperado que ella respondiera. Se equivocó.

 

—Es mi sobrino.


 —¡Qué suerte tienes! Yo soy hijo único. Ni hermanos, ni hermanas ni sobrinos. Solo yo.


Tras la muerte de su padre y de su abuelo y el distanciamiento con su madre, eso era verdaderamente cierto.

 

—Tengo una hermana, Delfi, diminutivo de Delfina. Es dieciocho meses mayor que yo.


 —Se llevan muy poco.

 

—Sí. No nos vemos tan a menudo como nos gustaría. Ella vive en Pensilvania.


 —¿Tiene Valentín más hermanos?

 

—No. Mi hermana quería más hijos, pero Ignacio, mi cuñado, era… Era Marine.

 

Era. El uso del pasado dejaba muy clara la situación actual.

 

—Dios, lo siento. ¿En Irak?

 

—En Afganistán. Una bomba estalló al paso de su patrulla. Valentín era tan solo un bebé. No tiene recuerdos de su padre.

 

—Lo siento…

 

—Valentín tiene ahora ocho años. Durante los dos últimos veranos, mi hermana y él han venido a la isla a visitarme el Cuatro de Julio. Siempre hay unos fuegos artificiales muy espectaculares en Charleston que se ven desde la Costa Oeste. Extendemos una manta, llevamos unos aperitivos y los vemos.


 —Entonces, ¿Van a venir también este verano?

 

—Se alojan conmigo, Pedro.

 

A pesar de la mirada que ella le dedicó, Pedro tardó un instante más en darse cuenta de lo que ella le quería decir.

 

—Ah… Lo entiendo. No hay sitio en el hotel y no hay sitio en tu departamento. Lo s…


 —No te disculpes. Lo hecho, hecho está. Le he prometido a Valentín que su madre y él podrán venir más tarde, tal vez durante las vacaciones de Navidad.


Ella había dado por sentado que Pedro ya no estaría en Alfonso Haven. Él tragó saliva. No estaba pensando en irse a ninguna parte, pero, ¿Seguiría Paula trabajando para él en Navidad? Mientras ella se centraba de nuevo en el ordenador, Pedro miró a su alrededor. En la playa, vió a Juan. Para estar físicamente muy en forma, parecía estar completamente agotado. No obstante, lo envidiaba. 


Fuiste Mi Salvación: Capítulo 29

 —¿La voz de la experiencia?


Ella lo miró durante un instante antes de volver a tomar la palabra.

 

—Me voy al porche otra vez. Tengo unos correos más que enviar antes de ponerme a trabajar. ¿Vienes?


El cambio de tema dejó muy claro que ella sabía algo sobre lo difícil que era recuperar el terreno después de haber tocado fondo. ¿Su divorcio? Parecía lo más evidente, pero no insistió más.


 —¿Puedes prepararme un café?

 

—Claro. Incluso te lo llevaré fuera —le ofreció ella con una sonrisa que parecía ir más allá de la simple cortesía.


Pedro la siguió. Sus pasos eran lentos y medidos, comparados con el nervio de los de ella. Sin embargo, la vista merecía la pena. Fijó la mirada en el modo en el que se contoneaban las caderas de Paula. Cuando llegaron al salón, él miró hacia el sofá. La cama había desaparecido y todo había regresado a su situación normal.

 

—¿Está Juan ya en el porche?


 —No. Ha salido a correr. Se marchó hace unos cuarenta minutos, por lo que debería tardar poco en volver. Estoy segura que estará encantado de prepararte uno de sus batidos.

 

—Eso es lo que me temo… —gruñó Pedro.


Paula se detuvo junto a la encimera de granito que separaba la cocina del salón y sirvió los cafés. A continuación, se dirigió hacia la puerta que conducía al porche. Aquella mañana hacía algo más de viento que en otros días. La brisa se le enredaba en el cabello y se lo alborotaba por la cara. Ella se lo apartó después de dejar los cafés sobre una mesa y sentarse. Pedro habría deseado realizar la tarea por ella, poder tocarle el cabello… Seguramente, no lo encontraría pegajoso con laca o gel. Sería suave, sedoso… Se concentró en tomar asiento. Había ido mejorando a lo largo de la semana, pero aún le costaba más esfuerzo del que debería. En cuanto a levantarse, no podía hacerlo a menos que colocara la hamaca junto a la barandilla. Cuando por fin se hubo acomodado, vió que Paula ya estaba trabajando en el ordenador. Había dicho que tenía que escribir unos correos. Pedro dió por sentado que tenían que ver con el trabajo, dado que, por lo que había visto hasta aquel momento, ella trabajaba las veinticuatro horas del día. ¿Qué la empujaba a hacerlo? Aunque agradecía profundamente sus esfuerzos, Pedro no pensaba que resultara particularmente saludable. Estuvo a punto de soltar una carcajada. Como si él tuviera algún derecho de juzgar el estilo de vida de otra persona. Miró la pantalla del ordenador, esperando ver algún tema relacionado con trabajo. Demasiado tarde. El mensaje que ella estaba escribiendo era personal.

 

—¿Lees siempre la correspondencia de los demás?


 —Claro que no. Lo siento. Di por sentado que lo que estabas escribiendo estaba relacionado con el trabajo.

 

—Tengo una vida —replicó ella desafiándole con la mirada. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 28

 —Te lo agradezco mucho, pero en realidad es tu habitación. Además, tú no estarías cómodo en el futón. Está demasiado bajo. Te aseguro que puedo sobrevivir. No es que sea para siempre…


Ciertamente, no sería para siempre, pero ella no imaginaba de qué modo. Pedro se sintió incómodo y decidió cambiar de tema.

 

—Pensé que estarías en el porche. Son más de las seis.


 —Y así era, pero me derramé el café en la camiseta.

 

—Ah, por eso te has cambiado —dijo él. Se dió cuenta de su paso en falso antes de que ella entornara los ojos—. Es decir, por eso has venido a cambiarte.


 —¿Cuánto tiempo llevas levantado?

 

—¿Levantado o despierto? —preguntó él—. Anoche no dormí demasiado.


 —Es verdad. Hoy tienes cita con el médico. Juan lo mencionó.

 

—Así es —dijo él. En silencio, pensó que también tenía una cita con su abogado.


Por mucho que le gustara que Paula permaneciera en el resort en algún puesto, dudaba que alguien tan capacitado como ella estuviera dispuesta a ocupar un cargo de menos responsabilidad. Le pediría que se quedara, pero también le ofrecería una compensación muy generosa y unamagnífica carta de recomendación que pudiera ayudarla en la búsqueda de un nuevo trabajo si decidía, tal y como era de esperar, marcharse.


 —Cruzaré los dedos por tí.


 —Gracias. Espero que el diagnóstico sea más prometedor.

 

—¿Y si no es así? ¿Qué vas a hacer entonces?

 

Pedro la miró fijamente.

 

—¿Sabes una cosa? Eres la primera persona que me ha preguntado eso.


 —Lo siento… No debería haber…

 

—No. En este caso, te agradezco tu franqueza. Para serte sincero — dijo después de respirar profundamente—, no sé lo que haré. Es el sexto especialista que visito. ¿En qué momento me…?


No terminó la frase. No quería utilizar la palabra «rendirse».

 

—Juan me ha dicho que no siempre haces tus ejercicios. No puedes esperar recuperarte del todo si no haces también un esfuerzo.

 

—Recuperarme del todo… —dijo él en tono de burla.

 

—Está bien. Recobrar la mayor parte de la movilidad perdida. Esa es la razón que hay detrás de la rehabilitación, ¿No?

 

Nadie más se había atrevido a decirle esas cosas. Incluso Joe se andaba con cuidado a la hora de regañarle por su falta de esfuerzo. En vez de desear mandarla a paseo, la manera de ser directa de Paula le animó a responder con la misma honestidad.

 

—Sí, esa es la razón, pero algunos días lo único que soy capaz de hacer es levantarme de la cama. Algunos días, todo parece tan… Todo parece carecer de sentido.


Los dos quedaron en silencio. Algo se reflejó en los ojos de Brigit. ¿Comprensión? ¿Empatía?


 —Es la depresión la que te empuja a hablar así. Hace que los obstáculos parecen imposibles de remontar —dijo ella después de un momento. Su voz estaba llena de compasión, lo que empeoraba aún más las cosas.


¿Depresión? Como si Pedro no se estuviera ya sintiendo inútil e inválido. El orgullo le hizo estallar.

 

—¿Qué eres ahora? ¿También psiquiatra?

 

—No —respondió ella con tranquilidad—. Solo sé que cuando una persona se encuentra en lo más bajo, no siempre resulta fácil agarrarse a la cuerda más cercana, incluso cuando se tiene muy, pero que muy cerca. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 27

No se podía creer que no se pudiera hacer nada más, que su estado físico actual fuera lo único que pudiera esperar en lo que se refería a su recuperación. Lo más probable era que aquel médico le dijera exactamente lo mismo que los anteriores. El fuerte sentimiento de derrota que llevaba ya cuatro meses experimentando se apoderó de él.  Después de permanecer tumbado en la cama durante una hora, apartó por fin la sabana y se levantó con gran dificultad de la cama. Tenía la pierna rígida y muy dolorida, como siempre le ocurría a primera hora de la mañana. Realizó algunos de los estiramientos que Joe le recomendaba y se vistió con unos pantalones de deporte y una camiseta. Salió de su habitación y al pasar junto al otro dormitorio, se dió cuenta de que la puerta estaba entreabierta. Miró dentro, con la seguridad de que Paula ya no estaría dentro. A aquella hora, ya estaría en la terraza, con el ordenador sobre la mesa y una taza de café. Así era como ella empezaba los días. Por lo tanto, desde hacía siete días, así era también como Pedro comenzaba su jornada. De repente, un ligero movimiento llamó su atención desde el interior. No solo Paula seguía en el dormitorio, sino que se estaba… Desnudando. Pedro debería apartar la mirada. Debería marcharse, pero no podía hacerlo. Paula estaba de espaldas a él, pero Pedro pudo ver el encaje azul cielo que le recorría la espalda después de que se quitara una camiseta para ponerse otra. Sus movimientos eran prácticos, precisos, en absoluto diseñados para seducir. Sin embargo, la belleza de aquella piel de marfil hizo que a Pedro se le secara la boca y que, por un ridículo instante, le resultara difícil respirar. Cuando consiguió hacerlo, notó que un agradable aroma se apoderaba de él. Era la misma fragancia que lo torturaba por las noches, mientras dormía en la cama de Paula, un aroma que lo hacía anhelar, arder… Ese mismo calor lo envolvía en aquellos momentos, amenazando con incinerar lo que le quedaba de buenos modales. Dió un paso al frente y se aclaró la garganta para anunciar así su presencia. Paula no tardó en acercarse a la puerta y abrirla de par en par.

 

—Buenos días —dijo.

 

—Buenos días.


La camiseta que se había puesto era prácticamente idéntica a la de siempre. Él no pudo evitar mirarle los pechos, por lo que apartó rápidamente la mirada y se centró en el futón. Frunció el ceño.

 

—Eso no parece muy cómodo —murmuró. 


Paula miró por encima del hombro.

 

—No tanto como la cama en la que tú estás durmiendo, pero no estátan mal.


 —¿No? —repuso él—. Jamás me he disculpado por los inconvenientes que mi estancia te está causando.

 

—No, no lo has hecho —replicó ella. 


Abrió los ojos ligeramente, única señal de que aquellas palabras la habían sorprendido.

 

—Lo siento, Paula.

 

—No pasa nada.

 

—Creo que debería dormir en la otra habitación. Puedo hacer que Juan traslade mis cosas hoy mismo. Así tú podrás recuperar tu antiguo dormitorio. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 26

 —Gracias. Por todo —le dijo.

 

Entonces, extendió la mano y la colocó sobre las de ella. El gesto tenía como objetivo el agradecimiento, pero el modo en el que su cuerpo respondió al contacto era de una naturaleza mucho más primitiva. La piel de Paula era tan cálida, tan suave… Ella apartó la mano inmediatamente con la excusa de utilizarla para colocarse un mechón de cabello detrás de la oreja. Las mejillas se le habían teñido de un atractivo tono rosado y él no pudo evitar preguntarse si había sido el contacto lo que le había provocado aquella reacción o la gratitud expresada por él.  Por fin, ella respondió.


 —La paga extra que recibí por Navidad basta como agradecimiento. Me gusta vivir aquí, en la isla. Y me gusta mi trabajo, un trabajo que se me da muy bien.


A Pedro le resultó extraño aquel comentario. Parecía estar tratando de convencerlo de su propia competencia. Si era así, no tenía que haberse molestado. Los dos permanecieron en silencio hasta que Juan reapareció con una bandeja en la que había una taza de café y un vaso lleno de un líquido verde de aspecto repugnante que provocó náuseas a Pedro.

 

—Aquí tiene, señor Alfonso. Un batido de pasto de trigo tal y como me pidió. Me he tomado la libertad de añadir medio plátano —comentó el joven con una sonrisa—. Es una fuente excelente de potasio.

 

—Mmm…


Las náuseas de Pedro se acrecentaron. Odiaba los plátanos casi tanto como odiaba el pasto de trigo.

 

—Bueno, tengo que prepararme para irme con Silvia a hacer la compra a tierra firme. Tengo tu lista —le dijo Paula a Juan. Entonces, se levantó y con el ordenador en la mano, miró a Pedro—. Que disfrutes de tu batido.



¿Era imaginación suya o a Pedro le pareció que ella estaba conteniendo una sonrisa? 



El miércoles siguiente por la mañana, Pedro se despertó muy temprano, incluso más de lo que llevaba despertándose los últimos días. Él solía dormir hasta mediodía. Incluso después de su accidente, jamás se levantaba antes de las diez y eso solo porque era entonces cuando tenía la sesión matutina con Juan. Sin embargo, desde su llegada a Alfonso Haven hacía una semana, se levantaba todos los días al alba. La isla parecía haber reseteado su reloj interno y no le importaba. Se sentía más descansado en siete días de lo que se había sentido en meses. Desgraciadamente, aquella mañana, no podía decir lo mismo. Aquel era el día. Tenía cita con el médico a la una. Pedro no había podido dormir bien. ¿Qué le diría el especialista de Charleston? 

miércoles, 16 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 25

 —¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo ella después de un instante.

 

—Claro. ¿De qué se trata?

 

—¿Te molestaste en leer los informes que llevo enviándote todos los meses desde hace cinco años?


Pedro decidió que se merecía la verdad.

 

—No. Miré algunos, pero no… No los leí.

 

—Entonces, cuando dabas tu aprobación a mis ideas y me dabas luz verde a mis planes de reforma, ¿Lo hacías a ciegas?

 

—Tenía una agenda muy apretada —dijo él riéndose sin alegría alguna—. Todas esas fiestas… Ya sabes.

 

—No quiero saberlo. Yo trabajo para ganarme la vida, incluso los fines de semana.


 —Sé que debería haberlos leído —admitió él—, pero confiaba y sigo confiando en tu buen juicio. Además, nos graduamos en la misma facultad de Empresariales.


 —¿Tienes un título de la Universidad de Connecticut?

 

—No lo he utilizado mucho, pero sí, allí fue donde me saqué mi título unos años antes de que tú empezaras tus clases. Cuando te entrevisté para el trabajo —dijo él. Por supuesto, la entrevista se había hecho por teléfono y correo electrónico mientras esquiaba en Grindenwald—, me quedé muy impresionado por tus credenciales a pesar de que no tenías mucha experiencia práctica.

 

Paula apartó la mirada.

 

—Me casé después de terminar la universidad. Mi esposo no creyó que yo tuviera que trabajar.

 

—¿Estás casada? —preguntó él muy sorprendido, aunque desagradablemente a juzgar por el nudo que se le había hecho en el estómago.


¿Por qué tenía que importarle que ella estuviera casada? Él era su jefe. El estado civil de Paula no debería ser asunto suyo. Por eso no se lo había preguntado nunca.


 —Felizmente divorciada —le corrigió.


Pedro se dijo que no sintió alivio. Eso habría sido inapropiado. Sin embargo, se sentía intrigado no solo por lo que había ocurrido en el matrimonio de Paula, sino por la clase de hombre con el que aquella atractiva e inteligente mujer se había casado. Sin embargo, decidió guardarse para sí esas preguntas. Debía centrarse en los negocios. Aquella era la base de su relación. Y en los negocios, a pesar del título que él tenía más de diez años antes, tenía mucho que aprender de ella. 


—Ninguno de los tres directores que ocuparon el puesto antes de tí pensó en implementar mejoras de capital.


 —La primera vez que recorrí este lugar, vi mucho potencial. Este lugar es maravilloso. Las vistas del océano… Debería haber estado lleno todo el año, pero incluso tenía habitaciones libres en la temporada alta. Las opiniones en Internet eran muy malas. La gente quiere divertirse. Cuando se van de vacaciones, están dispuestos a pagar por tener lo mejor de lo mejor. Si encima les das la posibilidad de disfrutar de una excelente cocina, no solo reservarán un fin de semana, sino que regresarán y nos recomendarán a sus amigos.


 —Tus cambios se han asegurado todo eso. Tal vez no haya leído como debía tus informes ni tus cartas, pero eso lo tenía claro.


 —Supongo que las cifras hablan por sí solas.


 —Claro que sí —afirmó él—. Los ingresos han subido un doscientos cincuenta por ciento desde hace cinco años.


 —Un trescientos por ciento —le corrigió Paula con los ojos llenos de orgullo. No era de extrañar.


El sentimiento de culpabilidad se apoderó de él al recordar que sus planes para el futuro incluían despojarla a ella de su trabajo. Dudaba que alguien de la capacidad de Paula quisiera compartir el trabajo con él cuando Pedro estuviera lo suficientemente capacitado para tomar las riendas. Le ofrecería la opción, por supuesto. Lo más probable era que ella se marchara. Si así ocurría, se aseguraría que recibiera una compensación adecuada. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 24

Lo que Pedro quería era una taza de café bien cargado y un par de pastillas de ibuprofeno, pero necesitaba estar a solas unos minutos con Paula. Juan acababa de proporcionarle la excusa perfecta.

 

—Sí.

 

—¿De verdad? —preguntó Juan muy sorprendido.

 

—Bueno, siempre me estás hablando de los beneficios que tiene para la salud.


 —No creía que me estuviera escuchando —replicó el fisioterapeuta.

 

—También me tomaré un par de analgésicos y una taza de café cuando puedas prepararlo.


 Juan sonrió.

 

—Enseguida. ¿Quieres tú algo, Paula?

 

—No. Estoy bien.

 

Cuando estuvieron solos, Pedro se acercó a la hamaca que estaba junto a la de ella. Como era muy baja, le costaría mucho sentarse. Apoyó todo el peso en el bastón y trató de bajarse muy lentamente, pero la pierna le falló a mitad de camino y cayó sobre la hamaca de golpe. Sería imposible levantarse sin ayuda. Decidió no pensar en eso en aquellos momentos.


 —Te ofrecería mi ayuda, pero sé que no la quieres —dijo ella al ver lo que a él le costaba colocar las dos piernas sobre la hamaca.


 —Resulta deprimente necesitar ayuda para realizar algo tan sencillo como sentarse.


Paula lo miró durante un instante. Luego volvió a concentrarse en el ordenador.

 

—Hace una bonita mañana —dijo él intentándolo de nuevo—. La tranquilidad después de la tormenta.


Ella asintió, pero aquella vez sin levantar la vista del teclado. No eran ni las seis de la mañana y ya se había duchado y se había vestido. La mayoría de las mujeres que él conocía dormirían aún algunas horas para recuperarse de las fiestas de la noche anterior.  Se aclaró la garganta.

 

—Yo… Yo quería hablar contigo, Paula.

 

—¿Paula? Estamos sentados en el porche. ¿Crees que deberíamos seguir llamándonos por nuestro nombre de pila? —le preguntó sin dejar de teclear en el ordenador.


Pedro se pasó una mano por la cara. Se lo merecía.


 —Te debo una disculpa por lo que te dije ayer y por cómo me comporté.

 

—Así es —dijo ella. Tap-tap-tap.

 

—¿Podrías… Podrías dejar de trabajar un momento y mirarme?


Ella tecleó unas cuantas veces más. Entonces, respiró profundamente y cerró el portátil. Se giró para mirarlo, pero Pedro casi deseó que no lo hubiera hecho. Unos maravillosos ojos azules, enmarcados por largas y negras pestañas lo hicieron sentirse completamente desnudo.

 

—Lo siento. El modo en el que me comporté… Las cosas que te dije… Estaba fuera de lugar.

 

—Disculpa aceptada. Gracias. Y yo debería haber esperado para ir a recoger mi cinturón.


 —Te lo dejaste en el suelo, por cierto. Hemos empezado muy mal. Yo debería haberme dado cuenta de que el hecho de que llegara antes de lo esperado causaría… Cierto revuelo. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 23

 —Antes te marchaste muy precipitadamente y no se te ha vuelto a ver. Pensé que tal vez el señor Alfonso se había despertado mientras tú estabas en la habitación y te había dicho algo que te disgustara.

 

Claro que Pedro había dicho algo. Algo fuera de lugar, algo que le había hecho hervir la sangre, pero no solo de ira. Fuera como fuera, no iba a compartir los detalles con Juan.

 

—No. Es que tenía que terminar algo de trabajo.


Juan le dedicó una mirada similar a la de Silvia cuando le dijo lo del proveedor. Decidió ir a buscar la ropa de cama y una almohada del armario de la lencería. Cuando regresó, vió que Juan había apagado la televisión y que había apartado la mesita de café para poder sacar la cama.

 

—El señor Alfonso estaba de muy mal humor esta noche — comentó.

 

—¿Sí?

 

—Se quejaba de que le dolía mucho la pierna.

 

—Seguramente se le pasó el efecto del ibuprofeno. Tiene que tomar dos pastillas cada cuatro o seis horas, según la dosis que se describe en el frasco.


Juan terminó de sacar el colchón y se puso a colocar la sábana.


 —Él mismo se ocasionó parte de ese dolor. Se ha pasado demasiado tiempo hoy sentado o tumbado. Se saltó la sesión de fisioterapia de la tarde. Tiene que moverse, a pesar del dolor. El tejido cicatrizado tiene que estirarse con los tendones. Cuanto más tiempo permanezca inmóvil, más rígidos se le quedan los músculos.

 

Los músculos no eran la única parte de su anatomía que se había quedado rígida. Paula tragó saliva y centró su atención en la cama que estaban haciendo.




Pedro durmió muy mal. Se pasó la noche dando vueltas en la cama, inquieto, y gruñendo de dolor. Su conciencia le molestaba tanto como la pierna. Tal vez más aún, dado que se había acostumbrado ya al dolor físico. Había oído cómo Paula entraba en el departamento. Cómo estaba un rato hablando con Juan. Después, había oído cómo los pasos se dirigían con ligereza hasta el otro dormitorio. Se la había imaginado tumbada en el incómodo futón. Su conciencia estuvo torturándole toda la noche, no por haberla despojado de su cama, sino porque no podía dejar de pensar en lo que llevaría puesto.  Cuando por fin se hizo de día, apartó las sábanas. Tenía que disculparse por su grosero comportamiento del día anterior. La encontró en el porche privado al que se salía a través de la puerta de la terraza del salón. Estaba sentada en una silla, con los dedos volando rápidamente sobre las teclas de un portátil. Tenía una taza de algo caliente sobre la mesa. Juan estaba en la barandilla, bebiendo un vaso de algo verde a través de una pajita. Él vió a Pedro a través de las puertas de cristal y corrió para ayudarlo a abrirlas.

 

—¡Buenos días, señor Alfonso! —exclamó con su habitual buen humor—. Se ha levantado muy temprano. Paula y yo estábamos aquí, disfrutando de la salida del sol. Va a ser un buen día.


El entusiasmo de Joe debía de haber sido contagioso. Pedro miró a Paula, que parecía tan poco motivada como él se sentía.

 

—¿Quiere un batido de pasto de trigo?