viernes, 4 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 5

Ella se había quitado el impermeable y estaba frente al mostrador de recepción con un polo de color aguamarina que llevaba el logotipo del resort y unos pantalones cortos de color blanco. Tenía unas bonitas piernas. Bronceadas y tonificadas, también muy largas. Le miró la estrecha cintura antes de fijarse en los senos, que tenían el tamaño adecuado para llenar las manos de un hombre. Apartó inmediatamente la mirada, sorprendido de estar mirando de aquel modo a una empleada. Al mismo tiempo, le aliviaba su reacción, por básica que fuera. Llevaba tanto tiempo sintiéndose muerto…

 

—Necesito sentarme, señorita Chaves. Y pronto, si no le importa.

 

—Por supuesto —replicó ella—. Sígame.

 

El orgullo lo empujaba a hacerlo por sus propios medios, a pesar de tener que hacerlo muy lentamente. Agarró el bastón y se volvió a mirar a Juan.


 —Ayuda a Luis con el equipaje.

 

Oficialmente, Luis era su fisioterapeuta, pero a él no le importaba ayudar en lo que fuera cuando se le necesitaba. Se le pagaba bien y, además, no estaba especialmente ocupado dado que Pedro solía saltarse sus ejercicios diarios de estiramiento y fortalecimiento. Sabía que tenía que hacerlos, por supuesto, pero saberlo y hacerlo eran dos cosas muy diferentes. En realidad, algunos días tenía suerte de levantarse de la cama, en especial cuando todos los especialistas le ofrecían un diagnóstico tan pesimista. A pesar de utilizar el bastón para andar, el dolor era insoportable. Contuvo un gruñido de dolor y se preguntó por millonésima vez si habría hecho bien en dejar los analgésicos que el médico le había recetado, a pesar de que le dejaban algo atontado y mareado. Le preocupaba que el hecho de poder olvidarse de todo terminara convirtiéndole en un adicto. Avanzaba muy lentamente, con paso lento, a pesar de que al menos podía soportar su peso. Paula se volvió en una ocasión, con la preocupación marcada en su rostro, pero no se ofreció a ayudarlo. Se limitó a mantener las distancias y a no decir nada. Aparentemente, había tomado nota de lo ocurrido en el exterior. Se alegraba. Odiaba que la gente estuviera siempre dispuesta a ayudarlo. Al inválido. Las mujeres eran normalmente las peores. Por eso había dejado de recibir a las que solían ir a visitarle a su chalet de la montaña. En cuanto a los hombres, sus amigos habían desaparecido cuando resultó evidente que ya no iba a celebrar ninguna de las fiestas por las que se había convertido en leyenda. Se preguntó qué era lo que decía sobre él el hecho de que la única lealtad que pudiera conseguir entre la gente fuera con personas como Juan y Luis y, sí, la señorita Chaves. Personas a las que pagaba. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 4

Pedro siguió a la eficiente señorita Chaves al interior del ascensor tras permitir a Luis y a Juan que lo arrastraran dentro. La había molestado, pero no le importaba. No era de extrañar, dado que se había mostrado tan grosero con ella. En otro momento, se habría sentido muy mal por haberla tratado de aquel modo. Desgraciadamente para ella, tanto su habitual buen humor como el encanto que lo acompañaba habían desaparecido. Más bien, se le habían fracturado como la pierna derecha, tal vez sin posibilidad de recuperación. O por lo menos eso era lo que los médicos afirmaban. Se equivocaban. Tenía que ser así. No se podía pasar el resto de su vida de aquel modo, casi sin poder andar. Una mera sombra del hombre activo y saludable que era antes. Las puertas del ascensor se abrieron. El vestíbulo parecía muy diferente a como él lo recordaba. Estaba pintado de color turquesa muy hermoso, acompañado de amarillo que parecía querer hacer recordar la arena de la playa. Esto, junto con las potentes luces que brillaban en el techo, le daban al vestíbulo un aspecto muy acogedor a pesar de la tormenta que rugía en el exterior.  Respiró profundamente, aliviando parte de la tensión que lo atenazaba. Distaba mucho de sentirse relajado, pero sabía que había hecho bien en ir allí a pesar de que llevaba dudando de su decisión de marcharse de Suiza desde que su avión aterrizó en Raleigh. Habían pasado ya doce años desde la última vez que pisó Charleston. Y mucho más desde la última vez que estuvo en la isla. Miró a su alrededor.

 

—Esto… Esto está muy bonito.

 

—Terminamos la remodelación el otoño pasado. Todas las habitaciones se han decorado con un esquema de colores muy similar — comentó Paula—. Creo recordar que le mandé por correo electrónico muchas fotografías.

 

Pedro no recordaba las fotografías. Probablemente ni siquiera se había molestado en abrir los archivos adjuntos. Estaba demasiado ocupado gastándose su dinero como para que aquello pudiera importarle. Bueno, todo eso había terminado. En cierto modo, el accidente le había venido bien. No podía seguir ignorando sus responsabilidades. Era hora de poner a trabajar sus conocimientos y ganarse el sustento.

 

—No le hacían justicia —murmuró.

 

Ni tampoco la imagen que Pedro se había formado de Paula Chaves. Durante cinco años, se había limitado a firmarle los cheques, echando una ligera ojeada a los informes que ella le enviaba a primeros de mes y dando su aprobación a todas las mejoras que ella planeaba sin poner nada de su parte. Jamás había visto a la mujer a la que le había confiado todo lo que en aquellos momentos le quedaba de su fortuna. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 3

¿Vital, saludable, en forma? Nada de lo que había leído o visto anteriormente parecía encajar con el hombre que tenía ante sus ojos.

 

—Iré por la silla de ruedas, señor Alfonso —dijo el hombre que se había bajado del asiento del copiloto.


 —¡No! Iré andando —le espetó él con voz airada.

 

—Pero señor Alfonso… —empezó el conductor.

 

—¡He dicho que iré andando, Luis! —lo interrumpió él—. ¡No soy un maldito inválido!

 

Pedro sacó la pierna izquierda sin demasiado esfuerzo, pero cuando tuvo que hacerlo con la derecha, tuvo que utilizar las dos manos para levantarla. Después, fue descendiendo con mucho cuidado hasta el suelo. Tenía un bastón en una mano y con la otra se agarraba al vehículo. Desgraciadamente, ninguno de aquellos dos apoyos pudo salvarle. Un segundo después de que los dos pies tocaran el suelo, la rodilla derecha se le dobló. El hombre al que él había llamado Lou consiguió agarrarlo antes de que se golpeara contra el suelo. Se escucharon unas airadas exclamaciones de furia. El otro hombre se acercó rápidamente para ayudar, lo mismo que Paula.


 —¿Quién diablos es usted? —le gritó Pedro mientras apartaba la mano que ella le había colocado sobre el brazo.

 

Ella se retiró la capucha del impermeable y le dedicó lo que esperaba que fuera una sonrisa muy profesional. Ciertamente, presentaba el peor aspecto posible para la ocasión. A pesar de la capucha, tenía el cabello mojado y el flequillo del que esperaba deshacerse en pocos meses se le había pegado por completo a la frente. En cuanto al maquillaje, dudaba que el poco que se había aplicado aquella mañana en pestañas y mejillas siguiera existiendo. Iba descalza y tenía las pantorrillas manchadas de arena húmeda. No se podía decir que fuera la imagen profesional que ella había planeado transmitirle cuando lo viera en persona por primera vez.

 

—Soy Paula Chaves. Hemos hablado por teléfono y por correo electrónico en muchas ocasiones a lo largo de los años, señor Alfonso. Soy la directora de Alfonso Haven.

 

La noticia no causó en él una cortés sonrisa, sino un bufido que bordeaba en el desprecio.


 —Por supuesto —dijo él mirándola de arriba abajo—. Me lo imaginé enseguida. 


¿Significaba eso que Pedro Alfonso se había hecho una imagen preconcebida de ella? En realidad, eso no le sorprendía y, para ser justos, ella había hecho lo mismo con él. Sin embargo, el comentario le escoció. Le molestó profundamente que, tan solo con una mirada, él fuera capaz de etiquetarla tanto profesionalmente como, sin duda, personalmente. Paula se aclaró la garganta y se irguió. No era una mujer muy alta. Dado que él estaba algo agachado aún, los colocaba a ambos a la misma altura. Cuando sus miradas se cruzaron, ella ni siquiera parpadeó.

 

—No le esperaba —replicó ella en tono neutro y profesional—. Recibí un correo suyo esta misma mañana en el que me decía que no llegaría hasta pasado mañana.

 

—He cambiado de opinión.

 

—Evidentemente.

 

—Estaba en Charleston de visita… Y ahora estoy aquí. Confío en que eso no suponga ningún problema, señorita Chaves.

 

—En absoluto —le aseguró con una tensa sonrisa—. Solo quería explicarle que sus habitaciones aún no están listas.

 

—¿Y se supone que tengo que esperar aquí hasta que lo estén? —le preguntó con irritación.

 

A pesar de que el pórtico los resguardaba de la lluvia, el viento los mojaba de vez en cuando.

 

—Por supuesto que no —respondió ella. Se dió la vuelta y se dirigió hacia la entrada que conducía al vestíbulo—. Síganme, caballeros —añadió por encima del hombro. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 2

Desgraciadamente, el heredero había decidido regresar y quería que le prepararan sus habitaciones. ¿Sus habitaciones? Durante el tiempo en el que ella llevaba ocupándose del resort, Pedro ni siquiera había pisado la isla.  De hecho, por lo que Paula sabía, no pisaba allí desde que era un niño. Por lo tanto, ella había tomado posesión del departamento privado que había en la planta principal y había convertido el del director gerente en una suite de lujo por la que se pedía una suma de dinero nada desdeñable. ¿Dónde iba ella a dormir? Lanzó una maldición que el viento no tardó en llevarse y se detuvo en seco. Entonces, miró hacia el lugar del que había salido. Las tres plantas del resort, que en realidad eran cuatro por los pilares que lo levantaban más de tres metros sobre el nivel del mar para impedir las inundaciones. Las dunas lo protegían de las embestidas del Atlántico. Era su hogar. Se había refugiado allí después de un desagradable divorcio. Con el orgullo hecho trizas y sintiéndose un completo fracaso, el aire del mar y la sensación de finalidad habían jugado un papel muy importante a la hora de apartarla del borde del abismo de la desesperación.

 

Con un suspiro, Paula se dispuso a regresar. Tenía un trabajo que hacer y lo haría. En aquellos momentos, su prioridad era que Pedro Alfonso se instalara cómodamente en sus habitaciones. Cuando terminara esa tarea, se ocuparía de encontrarse un lugar en el que alojarse durante la estancia de Pedro en la isla. Cuando llegó al resort, estaba completamente empapada. Había esperado tener tiempo para cambiarse de ropa y arreglarse el pelo antes de que llegaran los primeros huéspedes del día, pero vio que un enorme todoterreno negro estaba aparcando bajo el pórtico cubierto que daba acceso a la entrada principal.  El conductor salió del vehículo, al igual que otro hombre. Los dos eran muy altos y corpulentos. Se preguntó si serían guardaespaldas, aunque no le sorprendió. En el resort se alojaban personas muy importantes. Entonces, la puerta trasera se abrió. Ella se tapó la boca con la mano, pero no pudo reprimir un gemido de desesperación. Pedro Alfonso. El heredero había decidido adelantar su llegada. Jamás había visto en persona a Pedro. Intercambiaban correos electrónicos un par de veces al mes y, ocasionalmente, hablaban por teléfono. Él jamás había ido de visita. Y allí estaba. En carne y hueso. Sin embargo, no era lo que Paula hubiera esperado.  Todas las fotografías que había visto de él, que eran muchas por la regularidad con la que salía en la prensa, mostraban a un hombre joven y guapo, de cabello castaño claro y profundos ojos color avellana, sonrisa despreocupada y un cuerpo tonificado a la perfección. Por el contrario, el hombre que estaba descendiendo del todoterreno estaba muy delgado, casi escuálido, producto de las largas horas de inmovilidad. Las profundas ojeras que presentaba dejaban muy claro que, últimamente, no había estado durmiendo mucho. Seguía siendo guapo, pero su postura rígida y sus gestos de dolor parecían dejar muy claro que distaba mucho de sentirse despreocupado. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 1

Unas densas nubes de tormenta cubrieron rápidamente el cielo y comenzaron a escupir lluvia como si fueran una ametralladora. Al mismo tiempo, las olas azotaban con fuerza la arenosa playa de Hadley Island. Como estaba en una de las islas de barrera frente a las costas de Carolina del Sur, la larga playa estaba acostumbrada a las embestidas del océano. Sin embargo, la furia de la Madre Naturaleza no era nada comparada con los sentimientos que se habían adueñado de Paula Chaves. Sin preocuparle el hecho de que la tormenta estuviera arreciando, siguió andando. En el bolsillo del impermeable amarillo que llevaba puesto tenía una nota arrugada, que apretaba con fuerza en el puño cerrado. El hecho de imprimir el correo electrónico no había supuesto que cambiara su contenido. "Señorita Chaves: Llegaré a casa pasado mañana para una larga estancia. Le ruego que tenga preparadas mis habitaciones de la planta principal. P.A."


Dos concisas frases que le habían hecho hervir la sangre. Pedro Alfonso, heredero de la fortuna de los Alfonso, regresaba a casa para continuar con su recuperación después del accidente de esquí que había sufrido cuatro meses antes en los Alpes suizos. Si las noticias que Paula había leído sobre el accidente eran ciertas, suponía que debería sentir pena por él. Además de una conmoción cerebral, de un hombro dislocado y de una muñeca rota, se había roto también un tobillo, se había dañado la rodilla y se había hecho pedazos el fémur de la pierna derecha. A pesar de los cuatro meses que habían pasado, aún estaba en medio de una larga y dolorosa recuperación. No obstante, no lo quería allí. No deseaba que interfiriera en los asuntos diarios a los que ella tenía que enfrentarse para ocuparse del exclusivo Alfonso Haven Resort. Prefería trabajar sin nada que le importunara.  La familia de Pedro tenía una enorme casa a las afueras de Charleston, como también una serie de viviendas de lujo esparcidas por toda Europa. ¿Por qué no había escogido él uno de esos lugares para recuperarse? Ciertamente, le resultarían mucho más cómodos para la enorme corte de aduladores y sicofantes que le permitían seguir viviendo en el mundo de Nuncajamás.  


¿Por qué había elegido Alfonso Haven? No era su hogar, sino el de ella. De igual modo, Alfonso Haven le pertenecía, a pesar de lo que dijera en las escrituras. Mientras él se había pasado los últimos cinco años recorriendo Europa y gastándose el dinero familiar para disfrutar de la vida ociosa de los ricos, Paula había estado trabajando duro para convertir un antiguo y casi olvidado hotel en un alojamiento de cinco estrellas que estaba muy de moda por la excelencia de los servicios y del entretenimiento que ofrecía, además de discreción y de vistas maravillosas. Tal era la popularidad de Alfonso Haven que no se podía reservar una estancia allí hasta cuatro años más tarde. Paula había sido la artífice de todo aquello y lo había hecho sin la ayuda de los Alfonso. 

Fuiste Mi Salvación: Sinopsis

Aquella relación parecía imposible.


El playboy Pedro Alfonso lo tenía todo hasta que un accidente de esquí le dejó graves secuelas. Se retiró a la lujosa isla de su familia para recuperarse, y allí conoció a Paula Chaves, la directora del hotel de su propiedad. 


Paula era una mujer atractiva, muy franca y a quien no le asustaba en absoluto poner en su sitio a su jefe. El hotel no solo era su hogar, sino también su salvación. Por eso, la conexión que empezó a sentir con Pedro la aterraba. ¿Podría confiar en que el heredero pródigo se quedara con ella... Para toda la vida? 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Un Trato Arriesgado: Epílogo

Pedro estaba en el vestíbulo de Ferndown House, observando cómo un montón de niñas salían de la sala que Paula había convertido en un estudio de danza.


–Tu última clase durante un tiempo –le dijo a su esposa cuando por fin se quedaron a solas.


–Sí. Estará bien tener unas cuantas semanas libres. Las niñas van a llegar en cualquier momento –comentó mientras se acariciaba el abultado vientre–. Dentro de un par de años, tendré dos alumnas más.


–No me puedo creer que vaya a haber dos gemelas más en la familia, aparte de las hijas de Luciana. ¿Te imaginas el jaleo que se va a montar cuando nos juntemos todos en Navidad? –comentó él riendo.


Pedro miró a su hijo, que acababa de entrar corriendo del jardín con una pelota de fútbol en la mano. Baltazar tenía tres años e iba persiguiendo a Sofía, su hermana mayor, que acababa de cumplir siete.


–A tu abuelo le gustará tener a toda la familia en casa. Ya sabes que adora a los niños. Igual que tu madre.


Los dos habían tomado la decisión de vivir en Inglaterra después de que naciera Baltazar. Cuando Pedro se convirtió en presidente del Grupo Zolezzi tras la jubilación de Alfredo, insistió en compartir el papel con su hermano. Diego trabajaba en Valencia y Pedro en Londres. Paula y él querían tener su propia casa en la que criar a sus hijos y Ferndown House estaba llena de amor y alegría. Pedro tomó entre sus brazos a su esposa y ella levantó el rostro para que la besara. La adoraba y así se lo decía todos días. El anillo de zafiros y diamantes que le había colocado junto a la alianza de boda era solo una prueba más del profundo amor que sentía por la mujer que le había sacado de la oscuridad.


–Parece que tienen una buena pelea ahí dentro –comentó al sentir una patada en la mano que había colocado sobre el vientre de Paula.


–Sí, creo que nuestras hijas están listas para conocer a su papá. ¿Sabes lo que adelanta el parto?


–Señora Alfonso, ¿Me estás sugiriendo que…?


–Sí, señor Alfonso, amor mío…


Amor y alegría. Pedro no podía pedir más.


Tres días después, cuando tuvo entre sus brazos a las recién nacidas, a las que llamaron Olivia y Filipa, Pedro supo que era el hombre más afortunado del mundo.







FIN

Un Trato Arriesgado: Capítulo 74

Pedro se pasó la mano sobre la barba que le cubría la mandíbula. Al menos, debería haberse cambiado de ropa, pero, mientras vaciaba en una copa lo que le quedaba de una botella de coñac, consideró el esfuerzo que tendría que hacer para levantarse e ir a asearse cuando llevaba sentado en aquella butaca desde que llegó al ático. Decidió que la única manera de escapar de su infierno personal era beber para olvidar. Se había puesto aún de peor humor hacía dos horas, cuando comprendió que Paula ya estaría en su avión privado rumbo a Londres, donde viviría en Ferndown House con su hija, pero sin él. Y su bebé, al que se aseguraría que no le faltara nada… Se tocó la mejilla y, cuando sintió que estaba húmeda, lanzó una maldición. Se aseguró que conseguiría olvidarla, aunque no lo ayudaba que, en aquellos instantes, estuviera viéndola junto a la ventana. Debía de ser una alucinación, un producto de su imaginación. Sin embargo, la visión empezó a andar y se acercó a él.


–¿Estás borracho?


–Si lo estoy, no es asunto tuyo. Deberías estar en un avión…


–He decidido quedarme –replicó ella mientras se arrodillaba frente a él.


–¿Quedarte dónde?


Pedro la miró atónito. Era eso o besarla y sus besos le habían ocasionado todo tipo de problemas, como lo de hacer el amor en la ducha, la única vez que se le había olvidado usar preservativo.


–En la mansión Zolezzi, aquí… No lo sé. No me importa mientras estemos juntos.


–El único problema con ese plan, Paula, es que yo no quiero estar contigo. Creo que ya te habrás dado cuenta.


–Me he dado cuenta de muchas cosas, Pedro. En primer lugar, de que eres un mentiroso.


Pedro lanzó una maldición, pero eso no le impidió a Paula seguir inclinándose sobre él hasta que su rostro quedó a pocos centímetros del de su esposo. Dejó la copa en el suelo para rechazarla, pero ella se levantó y se sentó sobre su regazo. Aquella boca era su perdición. Con un salvaje gruñido, la besó y bebió de sus labios como si hubiera estado perdido en el desierto y ella fuera agua fresca.


–Te amo.


–Te dije que no te enamoraras de mí. No soy bueno para tí y mucho menos para ese bebé tuyo.


–También es tuyo. Nuestro.


–Ya te he dicho cómo era mi padre y lo que me hizo. ¿Y si yo soy como él? Tengo el mismo genio de Iván. He aprendido a controlarlo, pero, ¿Y si un día no puedo hacerlo? ¿Y si les hago daño al bebé o a tí?


–Eso no ocurrirá nunca.


Paula se levantó y comenzó a andar por el salón.


–¿Acaso crees que yo pondría en peligro la seguridad de mis hijos y su bienestar? Te he visto con Sofía y tus sobrinas. Tu paciencia y tu cariño. No eres el diablo que era tu padre.


–¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes tener tanta fe en mí?


Paula le dedicó una bella sonrisa.


–Porque te conozco. Sé que eres capaz de amar. Comprendo por qué tienes miedo, pero eres un buen hombre, Pedro. No tienes que ponerte a prueba ante nadie, y mucho menos conmigo. Te amo con todo mi corazón. Te necesito. Y nuestro bebé también.


Pedro pensó en lo que ella acababa de decirle y sintió esperanza en su interior. Se levantó y se dirigió hacia Paula. Ella lo miro con aprensión en la mirada.


–Dí algo. ¿Puedes amarme, aunque solo sea un poquito?


–Paula… –susurró él con un hilo de voz. Entonces, la tomó entre sus brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho–. Te amo, corazón mío. 


Le besó los párpados, la punta de la nariz y los labios. Paula le devolvió el beso con la dulzura y la luz que era su esposa, el amor de su vida.


–No sé por dónde empezar –susurró–. Me has llegado muy dentro, como no había hecho ninguna mujer en toda mi vida. Me defendiste cuando nadie lo había hecho antes.


–Entonces, ¿No fue amor a primera vista? –bromeó ella.


–Estaba ciego, pero tú me has demostrado que eres hermosa por dentro y por fuera. Sentí que se me rompía el corazón cuando te pedí que te marcharas, pero pensé que era lo mejor.


En ese momento, Paula le tomó la mano y se la colocó sobre el vientre, donde crecía la nueva vida que habían creado juntos y que los unía inexorablemente.


–Amaré a este bebé y a Sofía, pero, sobre todo, te amaré a tí durante el resto de nuestras vidas. Para siempre.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 73

Luciana no pareció convencida, en especial cuando Paula le dijo que Sofía y ella regresaban a Inglaterra.


–Sofía va a empezar el colegio y creo que será mejor para ella hacerlo en Inglaterra.


–¿Se marcha Pedro con ustedes?


–Eso tendrás que preguntárselo a él.


–Mira, no sé lo que ha pasado entre ustedes, pero sí sé que Pedro no ha estado nunca tan contento como en los últimos meses. Te necesita, Paula.


 –Pedro no necesita a nadie…


–Es un hombre de carne y hueso, aunque él prefiere que la gente piense que tiene hielo en las venas. Lo conozco. Pensaba que tú eras diferente de las otras y que lucharías por él, pero te has rendido.


Paula decidió que no era el momento de decirle a Luciana que estaba embarazada. Regresó a su vestidor y recogió unas cuantas prendas e hizo el equipaje. El vuelo era aquella misma tarde. Se colocó la mano en el liso vientre. Resultaba difícil creer que una vida se estaba desarrollando en su interior. A pesar de todo lo ocurrido, sentía un profundo amor por aquel bebé, otra pequeña vida para la que tendría que hacer de madre y padre a la vez. Miró el reloj y se dió cuenta de que Alfredo la estaría esperando en su despacho. Le leía todos los días y estaban en el último capítulo del libro que estaban leyendo. Sería la última vez que lo haría. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Encontró a Alfredo en su despacho, pero, cuando fue a tomar el libro para empezar a leer, el anciano negó con la cabeza.


–Pedro vino a verme anoche. Me dejó atónito con lo que me contó. Me explicó por qué se casó contigo, aunque yo ya lo había sospechado.


–Lo que hicimos fue terrible. Yo accedí porque necesitaba el dinero. No fue solo él. Yo soy igual de culpable.


–¿Lo estás defendiendo? –le preguntó Alfredo.


–Soy su esposa. Mi deber es defenderlo.


–Para tí este matrimonio no es falso, ¿Verdad?


–No –admitió Paula. La voz se le quebró y no pudo contener las lágrimas–. Gracias –añadió cuando Héctor le ofreció una caja de pañuelos de papel.


–Tampoco creo que sea un matrimonio falso para mi nieto. Anoche, Pedro parecía más triste de lo que lo he visto nunca. No estuvo bien que yo le obligara a casarse. Creo firmemente que él es la persona más adecuada para sucederme, pero una posición de poder puede ser un lugar muy solitario. Yo tuve suerte de tener el apoyo de mi querida esposa hasta que murió hace tres años, pero no tenía a nadie. Esperé que obligándole a casarse podría hacer que se diera cuenta de que en la vida hay mucho más que la ambición. Evidentemente, ha pasado algo entre ustedes –añadió el anciano dándole un cariñoso golpecito en la mano–. ¿No se puede arreglar?


–No quiere que esté a su lado y no me ama.


–¿Cómo puedes estar tan segura?


–Nunca me lo ha dicho.


–¿Y le has dicho tú lo que sientes por él?


Paula no contestó. Tras abandonar el despacho de Alfredo, pensó que tal vez Pedro no quería tener un hijo porque pensaba que se sentiría atrapado. Entonces, recordó cómo reaccionó él cuando le anunció que estaba embarazada. Aparte de la ira, estaba segura de que había visto algo más en sus ojos. Miedo. «¿Y si soy como mi padre?». Frunció el ceño. Su padre había sido un hombre violento, que le había dado palizas a Pedro cuando era niño. ¿Y si pensaba que…?

Un Trato Arriesgado: Capítulo 72

Si Pedro permitía que Paula siguiera allí hasta su primer aniversario de boda, vería cómo su cuerpo cambiaba a medida que fuera progresando el embarazo y sentiría la tentación de esperar un milagro. Solo faltaban siete meses para el nacimiento, pero eran nueve meses de matrimonio, lo que significaba cierta implicación con el bebé. No podía correr ese riesgo.


–¿Tanto odias la idea de tener un hijo que estás dispuesto a renunciar a ser el sucesor de tu abuelo? –le preguntó ella, llorando–. En ese caso, estará mejor sin padre en vez de crecer junto a uno que no lo ama.


–¿Él? ¿Es un niño?


–Aún es demasiado pronto, pero sé que es un niño. Mira, Pedro, no tiene por qué ser así. Comprendo que no me quieras a tu lado, que te sientas atrapado… Pero tu hijo te necesita.


–¿Y si soy como mi padre? –le espetó él con dureza–. Ningún niño se merece un padre como el mío.


Pedro miró a Paula y vió confusión en su rostro. El dolor que se reflejaba en su mirada era como una flecha que le atravesaba el corazón. No podía seguir estando a su lado, por lo que, sin decir una palabra más, se marchó.


Paula se acurrucó sobre la cama y lloró hasta que los ojos le ardieron. Se quedó dormida al alba y, cuando se volvió a despertar, lloró porque no encontró a Pedro tumbado junto a ella. Se dirigió al cuarto de baño y se lavó la cara. Tantas lágrimas le habían dejado muy hinchado el rostro. Era una suerte que él no estuviera allí para verla así. No había regresado al departamento desde su conversación de la noche anterior, pero le había enviado un mensaje para comunicarle que se había ido a su ático y que organizaría que su avión privado las llevara a Sofía y a ella de vuelta a Londres. Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas, pero se las secó enseguida. Había conseguido salir adelante cuando Sofía nació y lo volvería a hacer con su segundo hijo sin la implicación de Pedro. Sentirse segura económicamente la ayudaría. Había considerado rechazar el dinero, pero, aunque su orgullo se había resentido por ello, no podía permitir que sus hijos crecieran en la pobreza. Él le había dejado muy claro que no quería un hijo, pero estaba dispuesto a mantenerlo. Aquel rechazo la obligó a aceptar que todo lo que había sentido hasta entonces había sido una ilusión. Se había advertido una y otra vez que no debía enamorarse de él, por lo que había sido culpa suya que él le hubiera roto el corazón. Tras unos instantes, se negó a seguir dejándose llevar por la autocompasión. Fue a buscar a Sofía al cuarto de juegos. Luciana estaba allí, con las gemelas. Al ver a Paula, se quedó atónita.


–¿Ha ocurrido algo? Tienes un aspecto terrible.


–Creo que debo de haber contraído un resfriado o tal vez sea alergia – mintió.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 71

 –Pedro, estoy intentando acercarme a tí –le dijo Ana con voz temblorosa–. No espero que me perdones, pero deseo que algún día podamos ser…Amigos.


Pedro sintió que debía mandar a paseo a su madre. Unos meses atrás seguramente lo habría hecho, pero la vida era muy breve tal y como Paula siempre le decía. Paula, su esposa, que tenía más valor en su menudo cuerpo que el más grande de los gigantes. En aquellos momentos, no sabía si podría perdonar a su madre, pero por lo menos no deseaba alejarse de ella. Colocó la mano sobre la de Ana y la apretó suavemente.


Cuando entró en su departamento, Pedro pensó que Paula conseguía mucho más de él que hacerle sonreír. Lo intrigaba, lo fascinaba y lo volvía loco. Era una madre maravillosa y una magnífica amante. Si él hubiera sido otro hombre había esperado cosas que hacía mucho tiempo había aceptado que no podía tener. No podía escapar de su pasado ni ser un hombre diferente. Tendría que conformarse con tenerla en la cama. Si los nueve meses que les quedaban de matrimonio no le parecían suficientes, enterraría ese pensamiento y viviría el día a día. Así era como había sobrevivido a su infancia. Encontró a Paula en el balcón, ataviada con un sencillo vestido blanco y el cabello suelto cayéndole por la espalda.


–Aquí estás –dijo.


Esperó a que ella se diera la vuelta y le dedicara una de sus resplandecientes sonrisas. Sin embargo, ella pareció tensarse antes de darse la vuelta. Al hacerlo, no sonrió.


–Tengo algo que decirte.


–Tú dirás.


–Estoy embarazada.


Silencio. Intenso silencio. Todos los músculos del cuerpo de Pedro se tensaron como si quisiera rechazar así lo que el rostro de Paula le decía que era cierto.


–Eso es imposible. Siempre hemos tenido cuidado. Incluso la vez que lo hicimos en la playa me aseguré de tener un preservativo en el bolsillo.


–Fue antes de eso. Estoy embarazada de nueve semanas.


–Eso es más de dos meses. ¿Cómo no te has dado cuenta antes?


En realidad, eso no importaba. Se apartó de Paula y se agarró a la balaustrada. Ella estaba esperando un hijo suyo. ¿Cómo iba a poder él ser padre? Hacía mucho tiempo que había decidido que la sangre de los Alfonso iba a terminar con él.


–Sé que no es lo que habías planeado –susurró ella.


–No –dijo Pedro sin expresar emoción alguna. Sabía muy bien lo que tenía que hacer, sobre todo por el bien del bebé–. Un bebé no está en mis planes ni es algo que yo haya deseado.


–Pues te guste o no, voy a tener un hijo tuyo.


–En ese caso, les pediré a mis abogados que empiecen con el divorcio – le espetó–. Las leyes españolas permiten a las parejas que se quieren divorciar de mutuo acuerdo hacerlo después de tres meses de matrimonio, algo de lo que mi abuelo no es consciente. Lo organizaré todo inmediatamente para que Sofía y tú vuelvan a Inglaterra. Pondré Ferndown House a tu nombre y te transferiré cinco millones de libras a tu cuenta tal y como habíamos acordado y me ocuparé también de Sofía y del bebé que estás esperando.


–Es tu hijo. El niño que estoy esperando es tu hijo. Supongo que recuerdas que no nos podemos divorciar hasta que hayamos estado casados un año. Tu abuelo puso esa condición para nombrarte presidente de la empresa.


–En ese caso, no seré presidente.