lunes, 30 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 70

Resultaba fácil creer que todo era real. Las miradas, las sonrisas, el sexo… Pedro le había dicho que no se enamoraría de ella. No creía en el amor, solo en el deseo. Por lo tanto, era una locura pensar, esperar que él pudiera verla como algo más que su esposa solo en apariencia y su amante. Solo había una preocupación que podría acabar con el cuento de hadas. Se le había retrasado el periodo. Solo unos días, pero los suficientes para que se sintiera preocupada. Además, el periodo del mes anterior había sido muy ligero. Todo ello unido a las náuseas cada vez que olía el café… Esperaba que todo fuera producto de su imaginación. Para quedarse tranquila, se había comprado una prueba de embarazo, que se haría si la regla no le venía en los dos días posteriores. Cerró los ojos y, sin querer, imaginó un precioso bebé de piel olivácea, con el cabello negro y los ojos verdes como los de su padre. Se sobresaltó y se incorporó justo cuando Pedro se dejó caer sobre la arena a su lado.


–Te has quedado dormida –murmuró él mientras le daba un beso en los labios–. ¿Qué te pasa, querida? ¿Has tenido un mal sueño?


Paula tragó saliva.


–Algo así.




–¿Y bien, mamá? ¿A qué viene esto?


Pedro no podía ocultar su impaciencia. No entendía por qué su madre había querido tener una reunión a una hora tan temprana, justo cuando él tenía que irse a trabajar.


–Quiero hablar contigo –respondió Ana, retorciéndose las manos–. Cuando trajiste a tu esposa a almorzar… Creo que hace ya unos tres meses, te dije que estaba avergonzada y tú diste por sentado que quería decir que estaba avergonzada de tí.


–No es difícil pensarlo dado que apenas has podido mirarme desde hace veintitrés años –replicó él con ironía.


–Estaba avergonzada de mí misma. Estoy avergonzada de mí misma. De lo que te hice. Cuando Paula me acusó de haberte abandonado, dejándote con tu violento padre, vi cómo me miraba y supe que lo merecía. Yo sabía cómo era Horacio… Un monstruo. Yo había llevado una vida muy protegida y él era muy atractivo. A los pocos meses de fugarme con él, me convenció para que tomara drogas. Era su manera de controlarme. A medida que mi vida fue cayendo en picado, consumí más drogas para escapar de lo miserable que era la vida con él.


Ana se cubrió el rostro con las manos.


–Ni siquiera me acuerdo de haberte dado a luz a tí o a tu hermana. Me sentía medio muerta. Entonces, un día, ví a mi padre en la televisión y lo único que quise desde aquel momento fue volver con él. Le quité a Horacio un poco de dinero y conseguí regresar con mi familia.


–¡Nosotros éramos tu familia! ¡Sofía y yo! Tus hijos. Y nos dejaste con él.


Ana se echó a llorar.


–Tenía miedo de él.


–¿Acaso crees que yo no? Has dicho que era un monstruo y eso era exactamente el hombre que me engendró.


Un monstruo cuya sangre le corría por las venas.


–Lo siento –dijo su madre llorando–. Sé que debes odiarme. Nunca supe cómo comunicarme contigo. Cuando mi padre te trajo, siempre estabas enfadado. Y, a medida que fuiste creciendo, te hiciste cada vez más frío y distante. Supe que era culpa mía que nunca te llegara la sonrisa a los ojos. Esa chica con la que te has casado…


–Paula, mamá. Mi esposa se llama Paula.


–Es una joven muy valiente. Es buena para tí. Te hace sonreír.


Ana le puso a Pedro una mano sobre el brazo. Era la primera vez que tenían contacto físico desde que… No recordaba la última vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario