lunes, 30 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 66

Pedro la miró y ella se quedó hipnotizada por la oscuridad del deseo que había convertido sus ojos verdes prácticamente en negros. Paula leyó la pregunta sin palabras que le hacían aquellos ojos y asintió. La levantó y la colocó sobre él. Después, la hizo bajar lentamente, hundiéndose en ella poco a poco. La guio sujetándola por las caderas, con la mirada entrelazada en la de ella, más profundamente, llenándola por completo. Fue un momento tan intenso que ella creyó que podría morir por la belleza de aquella posesión. Sentir a Pedro dentro de ella fue una sensación maravillosa. Más allá de lo que Paula hubiera podido imaginar nunca. Entonces, él comenzó a moverse, poco a poco. Había echado la cabeza hacia atrás, contra las almohadas, como si se estuviera conteniendo.


–Baila para mí… –le susurró.


Y así lo hizo Paula. Siguió el ritmo que Pedro le había marcado y, con los ojos cerrados, se perdió en la magia de una danza antigua, arqueando flexible la espalda, echando la cabeza hacia atrás mientras los dos se movían juntos en total sincronía mientras volaban hacia lo más alto. No podía durar. Un fuego tan brillante tenía que apagarse. El poder de Pedro moviéndose dentro de ella le robó el aliento. La perfección de cada envite le rompía el corazón. Aquello no era solo sexo. En lo más profundo de su ser, ella siempre había sabido que sería más. Que hacer el amor con él era exactamente lo que estaba haciendo. Se inclinó sobre él para que los pezones rozaran el torso de él, haciendo que gruñera de placer y que incrementara el ritmo. Lo besó en la boca y Pedro se lo devolvió. La tormenta estaba a punto de estallar. Se arqueó hacia atrás para aplicar más presión en lo más profundo de su vientre.


–Dios, lo que tú me haces… –musitó con voz ronca y desgarrada.


Pedro apretó la mandíbula y ella sintió que se estaba conteniendo, una batalla que perdió espectacularmente cuando explotó dentro de ella al mismo tiempo que Paula. El grito de placer que ella dejó escapar se unió al profundo gruñido de él mientras los dos cabalgaban juntos la tormenta. Totalmente agotada y experimentando aún las dulces sensaciones del orgasmo, Paula se dejó caer sobre el torso de Pedro. Se sentía maravillosamente, totalmente empoderada. No podía moverse, pero la idea de que él pudiera pensar que lo necesitaba la llevó a intentar apartarse. Él se lo impidió.


–Quédate.


Aquella única palabra pareció enredarse en el corazón de Paula, llenándola de una cálida sensación. «No», se dijo. No podía pensar que Pedro pudiera ser vulnerable en modo alguno ni permitir que él volviera a romper sus defensas. Sin embargo, cuando él se colocó encima y buscó su boca para besarla con una inmensa dulzura y una renovada pasión, comprendió que la advertencia había llegado demasiado tarde.

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