lunes, 30 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 69

En ese momento, Alfredo salió a la piscina y se sentó bajo una sombrilla. Paula apenas había hablado con él desde que Pedro la presentó como su esposa. Sin embargo, había dejado su libro sobre la mesa a la que Alfredo se había sentado. Al llegar a la mesa, vió que él tenía una copia de un libro totalmente idéntico al suyo.


–¿Te está gustando? –le preguntó al anciano tras recoger su ejemplar.


–Está bien, pero no he leído mucho todavía. No veo muy bien porque tengo cataratas. Una operación podría resolver el problema, pero también tengo un problema de corazón y mi médico me ha aconsejado que no me pongan ninguna anestesia.


–Lo siento. Debe de ser muy frustrante no poder leer. Si quieres, yo podría leértelo.


Después de pensarlo un momento, Alfredo asintió.


–¿Pero tienes tiempo? Tu hija te mantiene muy ocupada.


–Sofía se va a echar la siesta después de comer –comentó ella. Tomó el libro de Alfredo y lo abrió por la página que él tenía marcada–. Menos mal que se trata de la edición en inglés. No se me da muy bien leer en español.


–Hablas muy bien. Debo disculparme por la recepción que recibiste cuando mi nieto te trajo aquí.


–No importa –respondió Paula, que no era rencorosa–. No era lo que tú esperabas. No soy la clase de mujer con la que esperabas que se casara Pedro.


–No, pero te he visto con él y creo que eres una buena esposa para él. Lo amas, ¿Verdad?


Paula se sonrojó. ¿Tan evidente era lo que sentía por Pedro? ¿Y si él también se había dado cuenta?


–Sí –admitió.


Se suponía que ella tenía que tratar de convencer a Alfredo que su matrimonio con Pedro era auténtico, pero no tenía que fingir que sentía algo por él. Miró el libro que tenía en la mano y comenzó a leer.


–Capítulo 4…


A medida que el verano iba avanzando, a Paula le empezó a parecer que la vida no podía ser mejor. Hacía unos días, había recibido una carta de los abogados de Bruno, informándole que él ya no quería la custodia de la pequeña. La razón que daba era que estaba convencido que, desde que ella se casó, Sofía crecía en un ambiente familiar estable. Sin embargo, a través de uno de sus primos, se había enterado de que la heredera con la que Bruno pretendía casarse lo había abandonado. Se sintió muy aliviada al saber que ya no iba a perder a Sofía. La miró y vió que estaba construyendo un castillo de arena. Toda la familia estaba pasando el día en la playa privada de los Zolezzi. En aquellos momentos, los hombres se estaban ocupando de la barbacoa, mientras las niñas jugaban y Luciana y ella podían relajarse. Cada vez que Pedro y ella se miraban, él sonreía y hacía que el corazón de ella le diera un vuelco en el pecho.

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