miércoles, 25 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 59

Tres horas en el campo de golf deberían haberle dado oportunidad más que suficiente para aclararse la cabeza. No había sido así.


–Pareces distraído –le comentó su tío–. Supongo que estás pensando en tu trabajo…


La realidad era que Pedro no había pensado ni un solo segundo en los muchos asuntos que tenía entre manos. La obsesión que tenía con Paula le resultaba turbadora y no solo interfería con el golf. Su trabajo siempre había sido su prioridad. Aquella situación no podía continuar. Le afectaba más de lo aconsejable y solo había una manera de enfrentarse a la inesperada fascinación que sentía por ella. 


Entró en la mansión. Estaba a punto de subir la escalera cuando oyó música procedente del salón de baile. Atónito, abrió la puerta. Al ver a Paula bailando, se detuvo en seco. No sabía nada de ballet, pero instintivamente dedujo que ella era una bailarina de mucho talento. Iba vestida con unas mallas negras que revelaban su esbelta figura y parecía deslizarse sobre el suelo sobre las puntas de sus zapatillas de ballet. Etérea y elegante. Fuerte y frágil a la vez. No solo bailaba, sino que parecía vivir la música y pintaba figuras en el aire con cada giro, saltando como si tuviera alas y pudiera volar. Pedro entró muy sigilosamente y cerró la puerta. La observaba totalmente hipnotizado. No tenía ni idea de que pudiera existir tanta belleza. No podía apartar los ojos de su delicioso cuerpo. Ella bailaba con tanta pasión, con tanto fuego… Sin embargo, la actuación terminó de repente cuando ella saltó en el aire y pareció caer de mala manera. Lanzó un grito de dolor y se encogió sobre el suelo como un pájaro con un ala rota. Él sintió que el corazón le daba un vuelco cuando la oyó llorar.


–Dios mío, cariño, ¿Te has hecho daño? –le preguntó mientras se arrodillaba a su lado.


Paula levantó el rostro y él vió que las lágrimas le caían por las mejillas. 


–Mi estúpida pierna.


–Debes de echar mucho de menos la danza –comentó él, sin saber qué decirle.


–El ballet era mi vida –musitó ella–. Era como respirar para mí. Una parte necesaria. Sin embargo, ahora ya no puedo bailar.


–Claro que puedes. Eres increíble…


–Puedo hacerlo unos minutos, pero nunca más podré volver a bailar profesionalmente. Mi pierna no es lo suficientemente fuerte como para poder bregar con la rutina diaria de los ensayos y las actuaciones.


–Vamos –dijo él suavemente, mientras la tomaba entre sus brazos.


–Puedo andar –protestó ella.


–Agárrate a mi cuello –le ordenó.


Pedro subió la escalera y, cuando entró en su departamento, se dirigió directamente al cuarto de baño y la colocó sobre una silla. Comenzó a prepararle un baño mientras vertía una generosa cantidad de sales minerales en el agua. Sentía una reacción dentro de él que era demasiado complicada de entender en aquellos momentos. Se arrodilló delante de ella.


–Voy a desnudarte para que te puedas meter en el baño.


–Puedo hacerlo yo, por favor… Quiero estar sola. No necesito tu ayuda.


El rechazo de Paula no era más que lo que se merecía. Se puso de pie y la miró.


–No eches el pestillo de la puerta –le recomendó–. No quiero tener que echarla abajo si tienes un problema.

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