viernes, 6 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 24

Pedro miró a su hermana a los ojos, que tenía el mismo color de ojos que él. Aquel color tan poco frecuente era un rasgo físico que los diferenciaba del resto de los Zolezzi.


–A tí y a mí nos siguen considerando unos intrusos. En especial a mí. Tú sonríes y dices las palabras adecuadas y no se te considera una amenaza contra la ambición de nuestra madre para conseguir que su adorado Diego, que en su opinión es el verdadero Zolezzi, sea nombrado presidente.


Luciana separó a sus hijas, que se estaban peleando.


–Valentina, dale la muñeca a Alma, que ella estaba jugando primero. Tu tío dice que va a leer un cuento. ¿Por qué no ayudas a Sofía a elegir un libro? –le preguntó. Entonces, volvió a centrar su mirada en su hermano–. Siento no haber estado aquí hace dos días, cuando presentaste a tu esposa al resto de la familia. Mamá dice que la mujer con la que te has casado es muy pálida y delgada. Cree que podría ser adicta a las drogas.


–¡Luciana! –exclamó para recordarle que las niñas estaban presentes–. Paula cayó enferma con un virus gástrico poco después de que llegáramos.


Se sentía furioso por la injusta acusación de su madre. Él mismo también había sospechado que fuera adicta al principio. Reconoció que había sido su aspecto la razón que la había llevado a escogerla como esposa, pero se sintió algo avergonzado al recordar el vestido viejo y arrugado con el que la había presentado a su abuelo. No se había dado cuenta de que estaba enferma. Una vez más, se avergonzó al reconocer que había estado demasiado ocupado gozando con la ira de Alfredo cuando anunció que Paula era su esposa. Ella estaba muy lejos de las hijas de la alta sociedad española con la que su abuelo había querido casarle, pero su falta de sofisticación no merecía el desprecio de su familia.


–Paula es una buena madre, que es algo más de lo que se puede decir de la nuestra. Nosotros la avergonzamos porque le recordamos que, en el pasado, estuvo casada con un traficante de drogas. A veces creo que habría preferido que Alfredo no nos hubiera encontrado.


Luciana lo miró fijamente.


–Espero que no le hayas hecho creer a tu esposa que estás enamorado de ella.


–Paula comprende que tenemos un trato y será bien recompensada por ello cuando haya servido para su propósito.


–Pedro… A veces me preocupo por dónde va a llevarte tanta ambición. ¿Cuándo podré conocerla?


–Tal vez luego. El médico al que llamé para que viniera a examinarla ha dicho que el virus la ha afectado mucho. Sin embargo, esta mañana la enfermera me ha dicho que ya no tenía fiebre y que debería estar bien para asistir a la fiesta de Alfredo el sábado por la tarde.


Cuando lo nombraría su sucesor. Pedro había cumplido con lo que el anciano le había pedido. Solo quedaba que Alfredo reconociera públicamente que su nieto primogénito era el heredero de los Zolezzi. Alguien llamó a la puerta del cuarto de juegos. Era el mayordomo.


–Sí, José, ¿Qué ocurre?


–El señor Zolezzi desea hablar con usted –le dijo el mayordomo–. Le está esperando en su despacho.

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