lunes, 9 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 29

Ella estaba también en el balcón, algo alejada de él y apoyada contra la balaustrada. Pedro sabía que era ella, pero no se podía creer lo que veían sus ojos. En vez del horrible pijama, llevaba puesta una camisola de seda color crema que parecía acariciar suavemente su cuerpo. El cabello le sorprendió aún más. Libre de la trenza en la que ella solía recogérselo, le llegaba casi hasta la cintura. No era de un marrón poco atractivo, tal y como Pedro había pensado, sino cobrizo y relucía como el fuego bajo el sol. Paula no lo había visto, por lo que él aprovechó para observarla, totalmente inmóvil para no alertarla de su presencia. Comprobó que las ropas sin forma que había llevado hasta entonces habían ocultado un cuerpo esbelto, pero muy femenino, con elegantes líneas y delicadas curvas. Vió que ella levantaba el rostro hacia el sol y que levantaba los brazos por encima de la cabeza, estirándose como una gatita. La suave brisa aplastó la camisa contra su cuerpo, haciendo resaltar los pequeños y firmes senos. Pudo ver la delicada línea de los pezones y sintió un calor repentino en la entrepierna cuando se imaginó despojándola de aquella camisola. Lanzó una maldición en silencio cuando sintió que la erección se apretaba contra la delgada tela de sus pantalones de correr. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Estaba descubriendo que su aburrida esposa era mucho más atractiva de lo que había pensado en un principio? No supo si ella lo había oído suspirar o si había sentido que ya no estaba sola. Aún estada mirando hacia el frente, pero comenzó a moverse. Pedro sintió otra extraña sensación cuando vio lo suaves que resultaban sus rasgos enmarcados por aquel hermoso cabello. Los afilados pómulos y los ojos almendrados le daban una belleza como la de un hada. Al tenerla ya de frente, Pedro notó que su boca era demasiado grande para su rostro y que la suave curva de los labios resultaba muy sensual. Sin poder evitarlo, echó a andar y se acercó a ella. Vió que un suave rubor le cubría el rostro y la garganta. Ella había abierto los ojos y tenía las pupilas dilatadas. Aquellas sutiles señales que estaba enviándole revelaban lo que sentía y la traicionaban, algo que podría resultar en su favor a la luz de las noticias que estaba a punto de darle.


Paula observó cómo Pedro se acercaba a ella. La cautela que sentía hacia él se mezclaba con otros sentimientos mucho más confusos que le provocaban una pesada sensación en la pelvis. No era justo que fuera tan guapo. Ya le había resultado bastante difícil apartar la mirada de él cuando llevaba trajes o ropa informal, pero vestido así, recién salido del gimnasio, con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, dejaba al descubierto su impresionante físico. Brazos y piernas estaban muy bronceados. Se preguntó si el vello que se asomaba por el escote de la camiseta le cubría el resto del pecho. Odiaba haber reaccionado así, dado que sabía que él no la encontraba ni remotamente atractiva. Entonces, recordó que llevaba puesta una camisola de seda y comprendió la razón de aquel escrutinio.

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