lunes, 16 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 41

 –Lo único que recuerdo fue un ruido muy fuerte, como una explosión. Estuve en coma dos semanas. Cuando recuperé la consciencia, me dijeron que tenía el fémur destrozado por el impacto. En un principio, el cirujano dijo que me tendrían que amputar la pierna, pero hizo todo lo que pudo y la salvó. Tengo el fémur sujeto por varios clavos de metal – añadió tragando saliva–. Mi tía vino desde Australia y me dió la noticia de lo que les había ocurrido a mis padres cuando salí de la UCI.


–Dios santo… ¿Y la pierna se ha recuperado por completo?


–Ahora está bien, pero hace dieciocho meses tuvieron que operarme otra vez y estuve en el hospital varias semanas. Mi tía no pudo venir desde Australia, porque estaba enferma. No había nadie para que cuidara de Sofía, así que tuvo que alojarse con una familia de acogida.


Paula recordó lo desesperada que se había sentido y lo mucho que había echado de menos a su hija mientras estuvieron separadas. Los ojos se le llenaron de lágrimas.


–Sofía es lo único que tengo. Bruno nunca se ha interesado por ella, pero ahora amenaza con quitármela –dijo mientras se alejaba de Pedro. La mano de él cayó de su hombro–. No voy a permitir que eso ocurra. Por eso accedí a casarme contigo y esa es la razón por la que estoy dispuesta a cumplir con lo acordado. Te estoy utilizando tanto como tú me estás utilizando a mí. Esperemos que, dentro de un año, los dos terminemos obteniendo lo que estamos buscando.



Pedro recorría el vestíbulo de la mansión Zolezzi con una copa de champán en una mano y una sonrisa en los labios. Se detuvo a hablar con su tío. Aunque quería mucho a tu tío Álvaro, que era uno de sus apoyos, no hacía más que mirar hacia la escalera, esperando que Paula descendiera por ella. ¿Dónde diablos estaba su esposa? Cuando llamó a la puerta de su vestidor antes de bajar a saludar a los invitados a la fiesta de cumpleaños de su abuelo, fue Luciana quien le había contestado y le había dicho que Paula estaría lista en diez minutos. De eso ya hacía un cuarto de hora. Estaba empezando a temerse que no quisiera salir de la habitación por miedo a sufrir otra gélida acogida por parte de ciertos miembros de la familia. Prácticamente no la había visto en los dos últimos días. Mientras él estaba en el trabajo, lo había organizado todo para que ella fuera de compras con una estilista profesional que iba a aconsejarla sobre un nuevo guardarropa. Luciana se había ofrecido a cuidar de Sofía. Aún no había podido ver si la estilista había tenido éxito en su propósito. Todas las noches, cuando regresaba del trabajo, Paula ya estaba profundamente dormida. Consciente de que aún no se había recuperado por completo del virus que la había debilitado tanto, no había querido molestarla y había dormido en el sofá de su vestidor. Sin embargo, no había dejado de pensar en ella. En vez de concentrarse en lo que se decía en las reuniones, no había podido dejar de pensar en Paula cuando estaban en la piscina. No dejaba de verla con aquel bañador azul claro, que hacía destacar el intenso azul de sus ojos. La prenda había revelado una esbelta figura y pequeños senos, muy redondos. Era tan frágil como un pájaro y cuando vió la cicatriz que ella tenía en la pierna antes de que se cubriera rápidamente con el albornoz, decidió que era la mezcla perfecta de vulnerabilidad y valor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario