Ella bajó la mirada, pero no antes de que Pedro pudiera ver una expresión en su rostro que lo dejó totalmente destrozado. Paula estuvo en silencio unos instantes antes de volver a levantar la mirada. Solo un leve temblor de los labios delataba lo herida que se sentía.
–En ese caso, no hay nada más que decir. Sin embargo, es ridículo que seas tú el que duerme en el sofá cuando yo soy mucho más pequeña que tú. Quédate con la cama, que yo dormiré aquí.
Se dirigió hacia el sofá y comenzó a preparar la cama. Cuando se inclinó para alisar las sábanas, la camisola de raso se le tensó sobre el trasero. Pedro soltó una maldición en silencio. Paula sería capaz de tentar a un santo y mucho más al pecador que él era. Le quitó la almohada de las manos.
–Déjalo –le espetó–. Ahora vete antes de que yo haga algo de lo que los dos nos arrepentiremos.
Paula abrió los ojos de par en par. Debió de darse cuenta de que el autocontrol de Pedro estaba a punto de romperse porque, sin decir nada más, salió del vestidor y cerró la puerta a sus espaldas.
Paula pospuso todo lo que pudo bajar a desayunar con Sofía. Sabía que, antes de marcharse a trabajar, Pedro tenía por costumbre tomar varias tazas de café solo en la terraza mientras leía los periódicos del día y no le apetecía lo más mínimo encontrarse con él. Se sentía muy avergonzada al recordar cómo se había ofrecido a él para que él la rechazara. Por lo tanto, le leyó a Sofía dos cuentos hasta que la pequeña saltó de la cama y corrió hacia la puerta.
–Tengo hambre, mami…
Eran más de las nueve. Pedro debía de haberse marchado ya.
–Está bien, cielo. Ya vamos.
Siguió a su hija hasta la cocina y se sobresaltó al ver a través de las puertas que Pedro seguía en el exterior, leyendo el periódico con su café en la mano.
Sofía lo saludó animadamente y se sentó a su lado.
–Pepe, ¿Quieres leerme Los tres ositos?
–Pedro se tiene que ir a trabajar –le dijo Paula rápidamente. Evitó mirarlo y se puso a preparar el desayuno de la pequeña–. ¿Quieres un melocotón con el yogur?
–Hoy no voy a ir a trabajar, Sofía –le comentó él a la pequeña–. Te leeré el libro si te tomas todo el desayuno –añadió. Tomó la cafetera y miró a Paula–. ¿Quieres un café?
–Gracias –respondió ella, sonrojándose.
Recordó de nuevo la sugerencia que ella le hizo la noche anterior sobre compartir la cama y pareció que esta regresaba para burlarse. No podía evitar mirarle el torso y la camisa vaquera que llevaba ligeramente abierta. Dió gracias porque la reacción de su cuerpo al magnetismo sexual de Pedro quedara oculta bajo la bata. Tomó la taza de café y observó cómo Sofía charlaba con él. Volvió a sorprenderle la paciencia que él mostraba con la pequeña y esto le hizo preguntarse por qué se había mostrado tan vehemente cuando le confesó que no quería tener hijos. En ese momento, la niñera salió al balcón.
–¿Le gustaría venir a Sofía a jugar con las gemelas en el jardín?
–No te quites la gorra –le ordenó Paula cuando Sofía se marchaba con Elvira.
No quería estar a solas con Pedro, pero justo cuando estaba a punto de levantarse, él le ofreció un plato de churros.
–Deberías desayunar.
–No tengo hambre –dijo ella mientras se levantaba de la silla.
–Siéntate y come.
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