viernes, 20 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 55

 –No tienes por qué. Yo no lo siento.


–Decir eso sobre tu propio padre es algo terrible.


–Él era un hombre terrible –replicó él. Se mesó el cabello. Se sentía muy agitado–. Supongo que, tarde o temprano, descubrirás mi pasado, así que será mejor que te lo cuente ahora.


De repente, sin saber por qué, Paula recordó que Luciana le había dicho algo sobre cómo Pedro y ella se habían sentido asombrados cuando llegaron a la mansión Zolezzi.


–Mi madre se fugó con mi padre porque mi abuelo no aprobaba su relación. Horacio Alfonso trabajaba como jardinero en los jardines de esta casa y, aparentemente, Ana se enamoró perdidamente de él. Recuerdo que podía ser encantador con la gente cuando le convenía, pero conmigo solo fue violento y agresivo.


–¿Te pegaba?


–Con frecuencia, hasta que aprendí a evitar sus puños y a huir cuando se sacaba el cinturón.


–¿Cuántos años tenías cuando te empezó a pegar?


–No recuerdo ni un solo instante de mi vida en el que no le tuviera miedo.


Paula se sintió muy apenada al imaginarse a Pedro, tal vez con la misma edad de Sofía, siendo maltratado por su padre.


–¿Y tu madre? ¿No trataba de protegerte?


–No sé si mi madre era consciente cuando se casó con Horacio que él estaba metido en el mundo de las drogas. Era un delincuente de poca monta, que trabajaba cuando podía y que complementaba sus ingresos con el mundo de las drogas. Creo que es probable que mi madre, por aquel entonces, consumiera también drogas y que lo animara a llevar ese estilo de vida. No tengo muchos recuerdos de ella antes de que se marchara. Era una mujer distante, poco interesada en nada, en especial en mí. No recuerdo que me mostrara nunca afecto alguno.


–¿Qué quieres decir con eso de que tu madre se marchó?


–Desapareció de mi vida cuando tenía unos siete años. Sofía debía de tener unos dos años. No supe mi fecha de nacimiento real hasta que, años después, encontré el certificado de nacimiento. Creo que, al principio, mi hermana echaba mucho de menos a mi madre, pero luego se aferró a mí.


Paula pensó en su propia infancia, totalmente feliz y con unos padres que la adoraban, y sintió una profunda tristeza por Pedro y su hermana.


–¿Y quién los cuidaba?


–Mi padre era gitano. La comunidad gitana tiene vínculos familiares muy fuertes. A veces, las otras madres cuidaban de Luciana y nos daban comida. Sin embargo, mi padre siempre estaba de acá para allá y no nos quedábamos en un sitio mucho tiempo. Por eso pasaron años antes de que mi abuelo nos encontrara.


Paula lo miró atónita.


–Mi madre había regresado a la mansión Zolezzi –prosiguió Pedro–. Supongo que echaba de menos la riqueza y el estatus que da pertenecer a una de las familias más importantes de España. No sé por qué no nos llevó a mi hermana y a mí con ella cuando se marchó. Terminamos viviendo con mi padre en una barriada marginal a las afueras de Madrid, donde se traficaba abiertamente con las drogas en la calle y las bandas eran las que mandaban. Estuvimos allí unos años hasta que Iván murió a tiros en un enfrentamiento entre bandas. A Luciana y a mí nos llevaron a un orfanato. Una vez que nos registraron oficialmente, Héctor pudo dar con nosotros y nos trajo a vivir aquí. Por aquel entonces, yo tenía doce años.


Paula se había quedado tan atónita por la descripción que Pedro había hecho de su infancia que no supo qué decir. Todo aquello explicaba la dureza que sentía en él y su obsesiva determinación para conseguir lo que quería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario