miércoles, 11 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 34

Paula era simplemente un medio para conseguir su objetivo de convertirse en presidente de la empresa. En ese aspecto, nada había cambiado. Sin embargo, allí, en el balcón, se le había pasado brevemente por la cabeza que tal vez le gustaría tener sexo con ella, aunque sabía que aquello complicaría aún más una situación ya bastante difícil. El departamento privado que Pedro tenía en la mansión consistía en un salón, un comedor, una cocina y un despacho. También había un enorme dormitorio con dos vestidores y dos cuartos de baño. Le había pedido al mayordomo que pusiera una cama en el vestidor de Paula para que Sofía pudiera dormir cerca de su madre y él había estado durmiendo en el sofá de su vestidor, dejando la cama para Paula mientras estaba enferma. Decidió que todo eso tendría que cambiar. Él medía casi un metro noventa y no se podía pasar todas las noches durante un año completo en el sofá, con los pies colgando. Abrió la puerta del dormitorio y ahogó un suspiro al ver a Paula. Le había venido bien que ella pareciera una persona sin gracia alguna cuando quiso enojar a su abuelo con una esposa poco adecuada. Sin embargo, había habido un cambio de planes y, desgraciadamente, el sentido de la moda de Paula no había mejorado. Se había puesto una falda vaquera con un jersey rosa que chocaba abiertamente con su cabello cobrizo. Era un atuendo incluso menos favorecedor del que llevaba puesto cuando la presentó ante su familia hacía dos días.


–Debería haberte mencionado que el almuerzo será formal.


Al menos, se había esforzado un poco con el cabello. Se lo había recogido en lo alto de la cabeza con mucho estilo. Ese peinado mostraba la elegante línea de su cuello, pero, inexplicablemente, Pedro deseó que lo llevara suelto para poder deslizar los dedos entre sus mechones. Ya no tenía el rostro tan pálido. El sol le había dejado un ligero color en las mejillas. Decidió que debería aconsejarle que se pusiera protección solar. Su piel blanca se podría quemar con mucha facilidad.


–No tengo ropa elegante –dijo ella encogiéndose de hombros–. No me hacía falta en mi trabajo de limpiadora.


Pedro entró en su vestidor y abrió las puertas del armario. Hizo un gesto de desesperación al comprobar que ella le había dicho la verdad.


–Debes de tener otros zapatos aparte de esas cosas –comentó él indicándole las botas que ella llevaba puestas.


En vez de responder, Paula sacó un par de deportivas muy viejas y se las enseñó.


–Te casaste conmigo porque mis ropas son así. Francamente te digo que tu plan de convencer a tu abuelo de que te has casado con la mujer de tus sueños no va a funcionar.


–A los dos nos interesa que funcione y tendremos más posibilidades si no eres tan respondona. Voy a organizarte una cita con una estilista personal para que te pueda aconsejar sobre qué prendas te sentarán mejor – anunció él. Miró él reloj–. Ahora tenemos que bajar. El almuerzo es dentro de diez minutos.

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