miércoles, 25 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 56

 –Tu madre debió de ponerse muy contenta de poder reunirse contigo y con tu hermana…


–Yo era un adolescente muy difícil y con mucho carácter. Ninguno de mis familiares, ni siquiera mi madre, se alegró de tenerme cerca, aunque Luciana sí fue mejor recibida. Ella era más agradable que yo, siempre dulce y sonriente. Yo era mucho más difícil. Sin embargo, mi abuelo debió de ver algo en mí y me empujó a esforzarme en mis estudios para ponerme al día. Mi madre, mientras tanto, se había casado con un primo lejano, por lo que, en su opinión, mi hermanastro Diego es un Zolezzi por los cuatro costados. Por eso, considera que él debería ser el sucesor de Alfredo.


Pedro tomó su café y se bebió lo que le quedaba de un trago.


–Me dijiste que, en tu escuela de danza, los alumnos ricos te hicieron sentir que no debías estar allí. Yo comprendo perfectamente lo que es ser un intruso, porque así fue como me sentí yo cuando vine a vivir aquí con mi hermana. Muchos de mis aristocráticos familiares siguen pensando que un gitano no es lo suficientemente bueno como para ser un Zolezzi.


Paula lo miró fijamente.


–Sin embargo, aunque sabías que tu familia me despreciaría, me trajiste aquí y me presentaste como tu esposa. No te paraste a pensar en mis sentimientos. Tal vez pensaste que no era lo suficientemente inteligente como para tener sentimientos.


Pedro apretó la mandíbula.


–Nunca he pensado que no seas inteligente. Admito que, cuando te conocí, se me pasó por la cabeza que Alfredo se pondría furioso si mi esposa era una madre soltera salida de un barrio de viviendas sociales.


Paula palideció y lanzó una maldición.


–Tú me has demostrado que estaba equivocado al dar por sentado cosas sobre tí basándome en las circunstancias en las que te encontré, pero no te mentiré. Necesitaba casarme rápidamente y tus problemas económicos me daban lo que necesitaba para convencerte de que fueras mi esposa.


La voz de Pedro era indescifrable y aún tenía las gafas de sol puestas, por lo que Paula no tenía pista alguna sobre lo que él estaba pensando.


–¿Fue mi decisión fría y calculadora? Sí. Una vez, te dije que mi persecución del poder es un juego cruel, sin reglas y sin lugar para las debilidades o los sentimientos. Nada ha cambiado.


Algo sí había cambiado. Pedro sospechaba que era algo dentro de él, pero se negaba a analizar aquel turbador pensamiento. Por ello, se aseguró una y otra vez que la única que había cambiado era Paula. Y lo había hecho no solo físicamente. Llegó a esta conclusión mientras la observaba sentada frente a él en la mesa del comedor que su madre tenía en su departamento. La verdad era que no había podido apartar los ojos de ella a lo largo del tedioso almuerzo con Ana y su aburrido esposo. Paula tenía un aspecto fresco y elegante. Llevaba puesto un vestido lencero de seda azul claro que hacía destacar su esbelta figura. El escote era muy recatado, pero llegaba justo donde empezaban sus senos, los perfectos senos que hacían que la boca de Pedro se hiciera agua al pensar en los oscuros pezones que había saboreado solo una vez. Había llegado a la conclusión de que tendría que volver a hacerlo… Eso si su recalentado cuerpo no ardía espontáneamente primero.

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