viernes, 20 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 52

Pedro se quedó en la fiesta hasta medianoche, cuando se marcharon los últimos invitados. Su abuelo se había retirado a la cama antes, lo que le había dado la excusa de permanecer abajo y actuar como anfitrión. Cuando regresó a su apartamento privado, se dirigió directamente a su despacho y se pasó otra media hora allí, con una buena copa de coñac en la mano. Cuando entró en su vestidor y puso las sábanas sobre el sofá, dedujo que Paula ya estaría dormida. Había comenzado a desnudarse cuando escuchó la voz de ella a su espalda.


–Hoy he descubierto que es aquí donde duermes. Había dado por sentado que había dos dormitorios aquí y que tú estabas utilizando el otro.


Pedro se dió la vuelta y sintió que el deseo volvía a despertar en él. La erección que experimentó fue inmediata. Paula había estado bellísima con su vestido de lentejuelas, pero un camisón semitransparente con copas de encaje le hacía brillar con sensual promesa.


–Solo hay un dormitorio en mi suite privada. Evidentemente, la casa tiene otros dormitorios, pero necesitamos que Alfredo crea que nos estamos acostando juntos.


–No creo que ese sofá sea muy cómodo para alguien de tu estatura… Podríamos compartir la cama. Es muy grande. Lo suficiente para que los dos podamos estar cada uno en nuestro lado cómodamente. A menos que tú quieras…


–No. Creo que sería mala idea.


El delicado rubor que cubrió su rostro, su garganta y la parte superior de los senos le hizo sentir la tentación de rasgarle el delicado encaje, tomarla entre sus brazos y llevarla a la cama para que los dos pudieran disfrutar de ella. Sabía que eso era lo que Paula quería que hiciera, pero sospechaba que, para ella, el sexo iba acompañado de un ideal romántico que era incapaz de darle.


–Antes no me dió la impresión de que te pareciera mala idea compartir cama –le espetó ella–. En la casa de verano…


–Lo que ocurrió allí entre nosotros fue un error.


–Tú querías que hiciéramos el amor… Y yo también.


¿Por qué no podía tomar lo que ella le estaba ofreciendo para satisfacer su libido? Si Paula esperaba algo más, era su problema. Sin embargo, la voz de su conciencia le decía que era responsable de ella. Paula no sabía quién era. Pedro había nacido y había crecido en un barrio marginal donde había que pelear todos los días para poder sobrevivir. Sabía cuidar de sí mismo y no había nada dentro de él aparte de oscuridad y fiera ambición. Ella estaba buscando amor, afecto, cariño… Nada que él pudiera darle. ¿Cómo iba a poder hacerlo cuando jamás había experimentado ninguna de aquellas cosas?


–Yo quería sexo. Nada más. Y dió la casualidad de que tú estabas allí.


El color desapareció del rostro de Paula tan rápidamente como había aparecido.


–¿Me estás diciendo que te habría servido cualquier mujer?

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