viernes, 6 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 22

Se sentía totalmente horrorizada ante la imagen que debía de haber presentado ante la familia de Pedro, con aquel feo vestido, botas y una niña en la cadera.


–Tú no eres del arroyo.


–Vengo de un barrio de viviendas sociales donde la policía ya ni se molesta en arrestar a los traficantes de drogas porque hay demasiados. No puedo quedarme aquí sabiendo que tu familia me desprecia. Más importante aún, no quiero que Sofía vuelva a ver a tu abuelo. Nos reservaré dos asientos en el siguiente vuelo de vuelta a Inglaterra.


Tenía una tarjeta de crédito para emergencias y aquella situación se podría considerar como tal. No sabía cómo lo pagaría todo después ni adónde iría cuando estuviera en Londres. Tal vez Alicia permitiría que Sofía y ella se quedaran en su piso unos días.


–Mi abuelo se calmará –le dijo Pedro–. Y si no es así, tú eres mi esposa y no hay nada que Alfredo pueda hacer al respecto.


–No puedes utilizarme a mí y mucho menos a mi hija de tres años como peones en tu pelea con tu abuelo. No comprendo por qué existe tanta amargura entre ustedes dos. Este paraíso parece estar lleno de veneno y yo no quiero formar parte de una guerra entre dos hombres que tienen más dinero que personas como yo, personas del arroyo, no pueden ni siquiera soñar.


Por el modo en el que él frunció el ceño, Paula comprendió que Pedro no había esperado que se enfrentara a él. Sin embargo, a pesar de que había descubierto la razón por la que se había casado con ella, no podía reprimir el calor que sentía en su vientre. Pedro se apartó de la pared contra la que se había estado apoyando y cruzó el pequeño patio para colocarse delante de ella.


–Tú formaste parte de todo esto en el momento en el que firmaste nuestro acuerdo de matrimonio. Es una pena que ahora no te guste. No olvidemos que tus motivos no fueron en absoluto altruistas. Te vendiste a mí por cinco millones de libras.


–Ahora veo que vendí mi alma al diablo. Sin embargo, no es demasiado tarde para terminar con esta locura. Podemos anular nuestro matrimonio.


–¿Y renunciar a lo que debería ser mío? Me temo que no. Seré presidente, sea como sea. Estamos en esto juntos.


Un violento escalofrío recorrió la espalda de Paula. Se agarró a la mesa porque el suelo pareció temblar bajo sus pies.


–¿Qué es lo que pasa? –le preguntó Pedro–. Estás incluso más pálida que en el registro.


–Llevo sintiéndome mal todo el día.


Se apartó de él y comenzó a andar por el patio, pero este pareció ceder bajo sus pies y Paula se sintió caer. Desde muy lejos, oyó que Pedro gritaba su nombre. Justo antes de que la oscuridad lo envolviera todo, pensó que no debía desmayarse para que Sofía no se asustara.



Cuando era niño, Pedro había aprendido a correr muy rápido, bien para escapar del mal genio de su padre, de los tenderos que lo perseguían por robar comida o de los traficantes que obligaban a los chicos del barrio a repartir droga. De adulto, seguía corriendo para escapar de sus demonios. Su ruta favorita era a través del parque natural de La Albufera, donde una laguna de agua fresca quedaba separada del mar por una estrecha franja de tierra. Allí podría correr por la playa y luego dirigirse a través de las dunas de arena hasta el bosque de pinos que había más allá.

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