viernes, 13 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 37

 –¡Qué tragedia más terrible! Debió de ser un golpe muy duro para tí.


–Sí.


Los recuerdos se apoderaron de ella, evocando aquella noche en la que su vida había cambiado para siempre. Echaba mucho de menos a sus padres y se sentía muy sola, una intrusa en la familia de Pedro. Sin que pudiera evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas. Pedro dejó escapar un extraño sonido, algo parecido a un gruñido, y colocó una mano sobre la de ella. Aquel vínculo humano, la calidez de la piel de él mientras entrelazaba los dedos con los de ella, le llenó de alegría el corazón. Durante unos instantes, se permitió soñar que sentía algo por ella. Entonces, Pedro le agarró la mano y se la llevó a los labios. Paula lo miró a los ojos y vió en su rostro la expresión más cálida que había visto nunca. El tiempo pareció quedar suspendido, como si los dos fueran los únicos seres humanos flotando en un universo privado. Dejó escapar un suspiro, pero cuando miró a su alrededor, vió que Alfredo los estaba observando y lo comprendió todo. Pedro estaba actuando delante de su abuelo. Había sido una necia al pensar que su preocupación había sido auténtica. Cuando el almuerzo terminó, todos se pusieron de pie y salieron del comedor. Trató de zafarse de Pedro.


–Alfredo ya no puede vernos, así que puedes dejar de fingir.


–No estaba fingiendo –repuso él. Se detuvo y la miró fijamente, apretándole la mano con fuerza para que ella no pudiera soltarse–. No soy un ser sin compasión. Has tenido una vida muy dura.


–Como si te importara, Pedro –observó ella. Se negaba a caer en la seducción de su voz–. Sé que durante el próximo año tendré que comportarme como tu amante esposa en público, pero no quiero compasión fingida ni besos falsos.


Algo indescifrable apareció en los ojos de Pedro.


–No había nada falso en la química que los dos sentíamos esta mañana ni en el modo en el que respondiste cuando te besé. ¿Es necesario que te lo recuerde?


Sin saber cómo había llegado hasta allí, Paula se encontró en una pequeña oquedad que había en el vestíbulo. Pedro ignoró los intentos que ella hacía por soltarse la mano y se la colocó contra la espalda. Cuando le dió una patada en la espinilla, soltó una maldición.


–Tranquilízate. Pareces una gata salvaje.


–No quiero que me beses.


–Ya hemos pasado por esto antes.


Parecía aburrido, pero sus ojos brillaban con algo más que Paula se sorprendió al darse cuenta de que era deseo. Deseo hacia ella. Levantó la otra mano y le quitó las horquillas del recogido. El cabello le cayó inmediatamente sobre los hombros.


–No nos puede ver nadie. Entonces, ¿Por qué haces esto? –preguntó ella desesperadamente.


–Tienes que practicar los besos. Me da la sensación de que no tienes mucha experiencia.


–Siento que te hayas sentido desilusionado por mis esfuerzos de antes. ¿Es que te gusta humillarme?


–Encuentro esto mucho más placentero –murmuró contra los labios de Paula.

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