lunes, 9 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 26

Pedro siempre lo sabía. Antes de que tuviera veinte años, había descubierto que podía tener a cualquier mujer que deseara con un mínimo esfuerzo por su parte. Sin duda, su dinero y el apellido Zolezzi eran en parte responsable de su éxito. Se había dejado llevar por una libido muy activa para tener incontables aventuras con mujeres que comprendían que la palabra compromiso no formaba parte de su vocabulario. No estaba interesado en su esposa, pobre y no demasiado atractiva. Reconoció que precisamente esos atributos eran los que le habían impulsado a elegirla a ella, pero no podía dejar de sentirse culpable por la mirada de horror que se había reflejado en su rostro cuando su abuelo la insultó. ¿Cómo iba a saber él que Paula hablaba español?


–Pedro, ¿Me vas a presentar a tu esposa? –le preguntó Luciana, que se había puesto de pie y se había acercado a Paula con la mano extendida–. Disculpa la mala educación de mi hermano. Debes de ser Paula. Yo soy Luciana y mis hijas se llaman Valentina e Alma. Las gemelas se lo han pasado estupendamente jugando con Sofía. Te aseguro que ha estado muy contenta con Pedro, conmigo y con Elvira, la niñera.


–Sentí pánico cuando me desperté en un dormitorio que no conocía y no pude encontrarla.


Paula dejó a Sofía en el suelo y le dedicó una mirada de un amor tan profundo que despertó emociones bastante incomprensibles en Pedro. Hacía mucho tiempo que había superado el hecho de que su madre no lo amara y que sus familiares, con la excepción de su hermana, lamentaran su existencia. Nunca había sentido que perteneciera a nadie o a algún lugar. Nadie lo había mirado como si fuera capaz de dar la vida por él, como si lo amara más que a nada en el mundo.


–¡Pedro, rápido! El tono urgente de Luciana lo sacó de sus pensamientos y reaccionó justo cuando Paula se desvanecía. Casi no pesaba nada.


–No estás totalmente recuperada –le dijo. Ella trataba de zafarse de él–. Deberías estar en la cama. Le pediré a la enfermera que te tome la temperatura y te lleve algo para comer.


–Sofía estará bien conmigo –le aseguró Luciana–. Les leeré a las tres un cuento.


–En cuanto esté mejor, que seguramente será mañana, quiero llevarme a Sofía a casa –le espetó Paula a Pedro en cuanto entraron en el dormitorio.


Pedro la dejó sentada en la cama. Al mirarla, pensó que parecía un gorrión. Sin embargo, se fijó en que los ojos eran de un azul muy hermoso.


–¿Dónde está tu casa exactamente, Paula? Creo que te dejé muy claro que no puedes volver a Ferndown House hasta que hayamos asistido a la fiesta de cumpleaños de mi abuelo y él me haya nombrado presidente.


–Ojalá no hubiera firmado ese contrato. Dijiste que no había trampas, pero no me dijiste que me habías elegido como esposa para castigar a tu abuelo. Ciertamente no pensaste en mis sentimientos cuando tu familia me miró como si acabara de salir de una alcantarilla.

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