viernes, 27 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 64

 –Mi hermana me ha dicho que se las va a llevar a las tres a la playa con la niñera para que la ayude. Valencia es una ciudad muy bonita y creo que te gustaría ver la Ciudad de las Artes y las Ciencias y el acuario. Creo que tardaríamos un día en verlo todo, pero no tenemos que hacerlo todo a la vez. Tenemos un año por delante para que puedas disfrutar todo lo que Valencia puede ofrecer.


Las palabras de Pedro le recordaron que había fecha límite para su matrimonio. Sería una necia si esperara más de lo que él estaba dispuesto a ofrecerle. ¿Por qué no utilizar aquella oportunidad para explorar su sensualidad y disfrutar del sexo libre de las ataduras que acompañaban siempre a una relación normal? Mientras el camarero le servía el plato principal, decidió que la vida le había enseñado a aprovechar el momento. Se arrepentiría toda la vida si no hacía el amor con Pedro. Mientras tuviera siempre en cuenta que el amor no formaba parte de la ecuación. Cuando llegó la hora del postre, Paula tomó con fruición la última cucharada de la mousse de chocolate que había pedido. Sin poder evitarlo, se lamió los labios y la cuchara y cerró los ojos para disfrutar plenamente de aquella experiencia tan sensorial.


–¿Haces eso a propósito?


–¿El qué? –preguntó ella inocentemente mientras abría los ojos.


En vez de responder, Pedro tomó un poco de su mousse con la cuchara y se la ofreció.


–Serías capaz de tentar a un santo. Abre la boca –le ordenó él suavemente.


Paula no se pudo resistir a la mousse. Ni a Pedro. Separó obedientemente los labios y lamió la cuchara. Él dejó escapar un ronco sonido en la garganta que humedeció inmediatamente la entrepierna de ella. Vió cómo él volvía a meter la cuchara en la mousse y se la llevaba a su propia boca. No podía apartar la mirada de él, observando cómo limpiaba por completo la cuchara con la lengua. La imagen resultó increíblemente erótica y el deseo se apoderó de ella al imaginarse cómo Pedro iba a utilizar aquella pícara lengua sobre su cuerpo. Tragó saliva y trató de encontrar algo que decir para romper la tensión sexual que había estallado entre ellos. El deseo se había apoderado de ella, borrando todos los pensamientos sensatos y dejando una estela de locura, una inquietud salvaje que solo Pedro podría aplacar.


–Creo que es mejor que nos marchemos –susurró él.


Pedro pagó la cuenta y minutos más tarde, los dos salieron del restaurante para dirigirse al lugar en el que habían estacionado el coche. Ninguno de los dos habló mientras se dirigían al ático de él. La tensión sexual en el coche y en el ascensor era tan palpable que ella temió que no llegaran al ático, que era muy moderno y elegante.


–¿Te apetece algo de beber? –le preguntó él mientras la ayudaba a quitarse el abrigo.


–No, gracias.


–¿Y qué es lo que te gustaría, Paula? –insistió él tras dejar el abrigo sobre el respaldo de una silla.


–Tú.


Paula pronunció la palabra sin poder contenerse. Rafael la había vuelto loca de deseo durante toda la noche.


–Pues me tendrás –dijo él tras soltar una carcajada.


Aquel sonido la desinhibió tanto que Paula se arrojó literalmente a sus brazos. Él la levantó del suelo.


–Rodéame la cintura con las piernas –le dijo. Ella lo hizo y se apretó contra él, sintiendo la potencia de su erección.


Pedro la llevó al dormitorio y la colocó junto a la cama.

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