miércoles, 4 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 19

Pedro entró en el vestíbulo y, al ver el aspecto de Paula, la miró horrorizado. Entonces, rápidamente, cambió el gesto y le dedicó una fría sonrisa. Él estaba muy guapo con un traje de tres piezas de color gris que enfatizaba sus anchos hombros y su atlética constitución. Tenía el cabello peinado hacia atrás y su aspecto era irresistible.


–No me podía permitir comprarme un vestido para la boda –le dijo ella, deseando que el suelo se abriera bajo sus pies. Acababa de verse en el espejo del vestíbulo. No había tenido energía para hacerse nada en el cabello, por lo que este le caía sobre la espalda en una pesada trenza.


–Estás bien –le aseguró Pedro.


Sin embargo, ella estaba segura de que se trataba de una mentira. Deseó no ser tan consciente de la presencia de Pedro, sobre todo cuando él levantó una mano y le tocó ligeramente el rostro.


–Aunque, por las ojeras que tienes, supongo que no dormiste bien anoche –murmuró–. Lo harás muy bien –añadió en un tono de satisfacción que a ella la dejó atónita.


Cuando se metieron en el coche, estaba demasiado ocupada para acomodar a Sofía en la silla de protección como para pensar en el extraño comentario de Pedro. Desde aquel momento, todo lo que ocurrió aquel día tuvo un aire de irrealidad. La boda tuvo lugar en un despacho cualquiera del registro y los dos testigos fueron la asistente personal y el chófer de Pedro. Paula le había pedido a Alicia que acudiera para que pudiera cuidar de Sofía durante la ceremonia. La alegría de la niña al verla hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. Sus padres habrían adorado a su pequeña nieta tanto como Sofía a ellos. Pedro le había contado que tenía una gran familia y que varios de sus familiares, entre los que estaba su madre, vivían en la mansión que los Zolezzi tenían en Valencia. Tal vez a la madre de él le gustaría tener a una niña en su casa y la mimaría como Alicia. Eso esperaba. Consiguió responder como se esperaba e incluso logró sonreír, a pesar de que se sentía mal y su voz sonaba algo desencajada. Pedro deslizó una alianza de oro en su dedo y Paula se tensó cuando bajó el rostro hacia el de ella. Comprendió que iba a besarla. Había anhelado en secreto sentir los labios de Pedro sobre los suyos, pero no así. No para sellar aquella farsa de matrimonio. La boca de él estaba a escasos centímetros de la de ella cuando Paula giró rápidamente el rostro para que la besara en la mejilla. Pedro frunció el ceño y ella dedujo que ninguna mujer le había hecho algo así antes. Entonces, el oficiante les entregó el certificado de matrimonio. Paula se sintió tan frágil como el cristal. Acababa de convertirse en la señora Alfonso Zolezzi.


–Espero que sepas lo que estás haciendo –le dijo Alicia cuando Paula le dió un abrazo en el exterior del registro–. Me dijiste que te enamoraste de tu marido a primera vista, pero yo no veo el amor por ninguna parte.


Paula consiguió esbozar una sonrisa.


–Estoy muy contenta –dijo tratando de sonar convincente–. Iré a visitarte muy pronto con Sofía.


Pedro se mostró muy poco comunicativo en la limusina que los llevaba al aeropuerto. Cuando embarcaron en su avión privado, abrió el ordenador portátil con la excusa de que necesitaba trabajar. Paula se dedicó a entretener a Sofía durante el viaje. Cuando aterrizaron por fin en Valencia y se montaron en el coche que los iba a llevar a la casa familiar, tenía un fuerte dolor de cabeza, aunque, afortunadamente, las náuseas habían remitido. La niña estaba cansada e intranquila y Paula agotada, por lo que se sintió muy aliviada cuando el coche atravesó las verjas de una mansión.

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