miércoles, 25 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 60

Paula se recostó en la bañera y sintió que el dolor del muslo le iba remitiendo gracias al agua templada. Había sido una idiota al ponerse a bailar con puntas, pero tras darles una clase de ballet a las sobrinas de Pedro, había recordado cómo se había enamorado del ballet cuando aprendió los primeros pasos. Después de la clase, Luciana se había llevado a las tres niñas a jugar en el jardín. Ella había encontrado que la tentación de bailar en aquel enorme salón de baile era imposible de resistir. Sintió que el agua se estaba enfriando, por lo que se levantó con mucho cuidado. A pesar de todo, el muslo le dolió mucho y no puedo contener un grito de dolor. Inmediatamente, la puerta del cuarto de baño se abrió.


–¿Qué te ha pasado? –le preguntó Pedro.


–Estoy bien. Solo me ha dolido un poco la pierna.


De repente, comprendió que estaba totalmente desnuda delante de Pedro, con el agua cayéndole por el cuerpo. Él la miraba con intensidad, recorriéndole el cuerpo de arriba abajo, desde los senos hasta el triángulo de pálidos rizos que tenía entre las piernas. Una vez más, sintió que se ruborizaba. Además, se sintió totalmente avergonzada al ver que los pezones se le habían puesto erectos como si estuvieran tratando de llamar su atención.


–Vete…


–Ni de broma.


La voz ronca de Pedro la excitó aún más. El fiero brillo de sus ojos le aceleró los latidos del corazón. Entonces, él se acercó a la bañera.


–¿Quieres hacer el favor de pasarme una toalla?


Pedro hizo lo que ella le había pedido, pero, cuando Juliet la desdobló, vió que se trataba de una toalla de mano, demasiado pequeña para cubrir su desnudez. Él sonrió con picardía y destruyó así las débiles defensas que ella había levantado. La modestia dictaba que, al menos, tratara de taparse las zonas pertinentes de su cuerpo para ocultarlas de la mirada de Pedro. Observó su rostro y sintió que ardía en el fuego que había en sus ojos verdes.


–Rafael… –susurró al sentir que él la sacaba de la bañera agarrándola por la cintura–. Te voy a poner la ropa húmeda…


Contuvo el aliento cuando él la estrechó contra su cuerpo. Entonces, la tomó en brazos y se la llevó al dormitorio.


–No tan húmeda como te voy a poner yo a tí…


La promesa que había en su voz se hizo eco en el deseo que brillaba en sus ojos. La miraba de un modo que hacía que Paula se estremeciera. Cuando Pedro se inclinó para besarla, ella no pudo resistirse y separó los labios para entregarse a su dulce seducción. Cuando la colocó sobre la cama, comenzó a acariciarla, caldeándole la piel por donde pasaba. Paula quería rendirse a la pasión. ¿Sobreviviría si lo hacía?


–Dijiste que te valía cualquier mujer…


 –Mentí.


Aquella única palabra hizo desaparecer sus dudas. Pedro dejó de besarle el cuello y reclamó su boca una vez más. La lenta seducción se fue reemplazando por unas tórridas exigencias que ella se sentía incapaz de rechazar. Tembló de placer cuando él se deslizó sobre su cuerpo y le lamió un pezón y luego hizo lo mismo con el otro, una y otra vez, hasta que las sensaciones fueron tan intensas que dejó escapar un grito de gozo.

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