miércoles, 4 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 18

Al recordar la apariencia de desdén que él le había dedicado al verla con el mono de trabajo, aquel día se había tomado algunas molestias con su aspecto. El jersey rosa que Alicia le había regalado por Navidad le daba a su pálido rostro un poco de color. Además, el viejo tubo de rímel que había encontrado en el cuarto de baño aún tenía lo suficiente para oscurecer un poco sus pestañas. Sin embargo, cuando llegaron a Ferndown House, María, el ama de llaves, le explicó que Pedro se había marchado el día anterior a los Estados Unidos en viaje de negocios.


–No sabe cuándo volverá, pero me ha pedido que le dé el teléfono de su asistente personal. La señorita Foxton responderá todas las preguntas que usted pueda tener –dijo María. Entonces, dedicó una sonrisa a Sofía–. He hecho galletas. ¿Te gustaría una?


Paula trató de contener su desilusión por la ausencia de Pedro. No había razón alguna para que ellos pasaran tiempo juntos. Su matrimonio sería una formalidad. Él por fin la llamó por teléfono la noche antes de que se casaran.


–Acabo de aterrizar en Londres y me voy directamente a mi despacho – le dijo–. No sé a qué hora llegaré a casa, así que asegúrate de que estás lista para ir mañana al registro a las diez y media de la mañana.


Mientras se iba a la cama, Paula se preguntó si de verdad iba a su despacho tan tarde o si planeaba pasar la noche con una amante. Tal vez quería disfrutar su última noche de soltería antes de verse obligado a contraer un matrimonio que, evidentemente, no deseaba. Se recordó que no era asunto suyo. Además, no había explicación lógica para que se sintiera de tan mal humor. Dentro de pocos meses, tendría cinco millones de libras, más que suficiente para comprarse una casa junto al mar y establecer su propia escuela de danza. Después de medianoche, oyó que un coche se detenía frente a la casa. Cuando se levantó de la cama y fue a mirar por la ventana, vio cómo Pedro salía de su Lamborghini. La luz de la luna jugaba en su rostro, creando sombras que hacían destacar su fuerte mandíbula y sus afiladas mejillas. Al día siguiente, él sería su esposo. Sintió una extraña sensación en el estómago, seguramente nervios. Sin embargo, al alba se sintió muy indispuesta. Después, vinieron las frecuentes visitas al cuarto de baño y los vómitos que la dejaron totalmente agotada. Ciertamente, no parecía una resplandeciente novia. Su rostro estaba más pálido que de costumbre y su cabello muy lacio. Eran las diez en punto y tenía que darse prisa, levantarse y prepararse. No tardó mucho en elegir lo que iba a ponerse. Lo único que tenía aparte de sus habituales vaqueros era un vestido color mostaza que se había comprado en las rebajas hacía años cuando se marchó a Australia. El color no le había parecido tan mal bajo el sol de Australia, pero allí, con el típico día gris de la primavera inglesa, hacía que su pálida piel lo pareciera aún más. Debería haberse comprado algo bonito para el día de su boda, pero dado que había cerrado el negocio de bocadillos y había dejado su trabajo como limpiadora, no tenía ingresos. Se había gastado lo último que le quedaba en unos zapatos para Sofía. De repente, las náuseas volvieron a apoderarse de ella. Cuando salió del cuarto de baño sentía frío y calor al mismo tiempo. ¿Estaba haciendo lo correcto? Era ya demasiado tarde para tener dudas. Ya había renunciado a su piso y no tenía trabajo. Si no se casaba con Pedro, se quedarían en la calle. Comenzó a bajar la escalera con una sensación de mareo. Se agarró a la balaustrada con una mano y con la otra a su hija.

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