lunes, 16 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 43

Se sintió muy avergonzado por haber pensado que el hecho de que Paula no tuviera dinero la convertía en un ser menos merecedor de su respeto. Él mismo se había pasado veinte años de su vida luchando contra los prejuicios de su familia por ser en parte gitano, nacido en el arroyo y con un padre traficante de drogas. A pesar de todo, había utilizado los problemas económicos de ella para convencerla de que se casara con él sin pararse a pensar lo humillada que se sentiría por sus familiares.


–Estás exquisita –le aseguró–. Veo que las compras han sido un éxito.


–La estilista insistió en que necesitaba una docena de conjuntos que reflejaran mi posición como esposa tuya –dijo ella mordiéndose el labio inferior–. Se gastó una fortuna en ropa. Te lo pagaré cuando… Cuando…


Miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos y que nadie podía escuchar su conversación.


–Cuando termine nuestro acuerdo matrimonial.


Pedro le colocó un dedo sobre los labios. No quería pensar por qué en aquellos momentos se negaba a recordar el motivo que había detrás de su matrimonio.


–Creo en vivir el momento, querida. Y, en este momento, será un honor escoltar a mi hermosa esposa al salón de baile.


Paula sonrió. Su delicada belleza hizo que Pedro sintiera un nudo en el estómago. Entrelazó el brazo de su esposa con el suyo y la hizo entrar en el salón de baile, donde se reunían la mayoría de los trescientos invitados y los camareros estaban sirviendo champán y canapés. Gran parte de la élite de España, una mezcla de aristócratas y nuevos ricos, estaban presentes. Él tomó una copa de champán que le ofreció un camarero y se la dió a Paula. Después, tomó otra para sí mismo.


–Salud.


–¿Es champán de verdad? –preguntó ella tras darle un sorbo–. Yo solo he tomado vino espumoso.


–Por supuesto que sí. Mi abuelo no permitiría que se sirviera otra cosa que no fuera el champán de la mejor calidad en su fiesta de cumpleaños.


–Está delicioso –comentó ella mientras tomaba otro sorbo y se echaba a reír–. Parece que las burbujas me explotan en la lengua.


Pedro la miró fijamente. No podía evitarlo. Paula era como un soplo de aire fresco y se dió cuenta de lo aburrida y anodina que había sido su vida hasta que su esposa entró a formar parte de ella. No supo cómo interpretar los sentimientos que comenzó a experimentar. El deseo era algo que comprendía, pero se sentía posesivo, protector, además de muchas otras sensaciones que jamás había sentido antes. Paula se mordió el labio y él se dió cuenta de que ella había tomado su silencio por irritación.


–No soy sofisticada –musitó Paula, sonrojándose.


–Gracias a Dios.


La orquesta empezó a tocar. Pedro la condujo al centro de la sala y, tras entregarle las copas vacías a un camarero, la tomó entre sus brazos. Incluso con aquellos zapatos de tacón tan alto, Paula era mucho más pequeña que él, tanto que prácticamente podía descansar la barbilla en lo alto de su cabeza.

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