lunes, 16 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 42

 –Es una noche muy importante para tí, ¿Verdad? –le dijo el tío Álvaro.


Pedro asintió, aunque no estaba del todo seguro a qué se refería tu tío.


–He oído rumores de que Alfredo te va a nombrar su sucesor esta noche. Es lo que llevas deseando mucho tiempo.


–Ah, sí.


Pedro se quedó atónito al darse cuenta de que no había pensado en el anuncio de Alfredo ni un solo instante. Llevaba años esperando, pero, aquella noche, su mente se centraba en Paula. Se mesó el cabello con una mano y se preguntó por qué permitía que una mujer tan menuda, con una sensualidad tan discreta y unos ojos en los que podría ahogarse lo afectara de aquella manera. De repente, algo llamó su atención. Miró hacia la escalera y sintió que el corazón le latía con fuerza contra las costillas.


–Por fin… –murmuró en voz muy baja.


Cuando vió que Paula comenzaba a bajar por la escalera, agarrándose ligeramente a la balaustrada, se quedó sin palabras. Ella relucía. No había otra manera de describirla. El efecto que creaban los cientos de miles de lentejuelas doradas que cubrían su traje de noche era espectacular, pero había algo más que hacía que Juliet brillara. La seguridad en sí misma y el orgullo. Él se acercó al pie de la escalera, incapaz de apartar los ojos de ella. Estaba tan hermosa… Ciertamente, estaba realizando una entrada espectacular. Todos los presentes estaban mirando a su sensual e impresionante esposa mientras bajaba por la escalera hacia él. ¿Acaso no había visto ella lo hermosa que estaba? La ropa ayudaba, por supuesto. El vestido había sido diseñado para moldear su esbelto cuerpo y hacer destacar la estrecha cintura. El cuerpo del vestido no tenía tirantes y sus pequeños senos rebosaban por encima del escote como si fueran perfectos melocotones. La reluciente tela dorada se le ceñía perfectamente a las caderas antes de tomar la forma del corte sirena. Parecía deslizarse escaleras abajo a pesar de los altísimos zapatos de tacón dorado que llevaba puestos. En cuanto al cabello, se lo habían recortado un poco y relucía bajo las brillantes luces de las lámparas de araña. Además, le habían cortado unas capas en la parte delantera, que servían para atraer la atención a sus pómulos y a los increíbles ojos azules. Cuando Paula se detuvo por fin dos escalones antes de llegar al suelo, vió que le habían oscurecido cejas y pestañas y que tenía los labios pintados de un delicado brillo rosado. El toque final de su transformación era el perfume, una fragancia floral, pero muy sensual que le asaltaba los sentidos y le subía la temperatura de la entrepierna.


–Estás muy bella. Me has dejado sin palabras, Paula. Jamás hubiera creído que…


–¿Que una mona pudiera dejar de serlo al vestirse de seda?


–No quiero volverte a oír esa expresión. Ni eres ni has sido nunca una mona.


Pedro reconoció que había estado ciego. Peor aún, había sido tan arrogante como para creer que podía utilizar a Paula para conseguir su ambición y la había elegido precisamente por su apariencia desharrapada. La había tratado con tanto desprecio como su abuelo. Sin embargo, la etérea belleza de ella escondía una increíble fuerza de voluntad. Era una superviviente. Como él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario