viernes, 13 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 36

 –Pedro me ha contado que tenías tu propio negocio en Londres. ¿De qué se trataba?


Alrededor de la mesa, todas las conversaciones cesaron y Paula sintió que todo el mundo estaba pendiente de ella.


–Vendía bocadillos y los llevaba a las oficinas a la hora de almorzar.


–¿Tenías un catering?


El tono de voz de Héctor era tan hiriente como si ella le hubiera dicho que trabajaba de stripper. Se contuvo. Odiaba el esnobismo, dado que lo había sufrido durante sus años en la escuela de danza, pero había aprendido también a sacar la cara por sí misma.


–Sí. Y también limpiaba por las tardes. Empujaba una pulidora industrial en un centro comercial.


–¡Santa María! ¡Es limpiadora! –le dijo en español a la madre de Pedro, que estaba sentada a su lado.


Ana miró a Paula con expresión altiva.


–Abuelo, no hay necesidad de ser grosero con mi esposa –replicó Pedro secamente.


Paula sintió que el corazón le daba un vuelco al escuchar cómo él la defendía… Hasta que recordó que Pedro estaba decidido a convencer a su abuelo de que estaba enamorado de ella. Entones, miró a Alfredo.


–Supongo que usted no es consciente de que hablo español y entiendo las cosas horribles que ha dicho sobre mí. No soy del arroyo. Mis padres no eran ricos, pero sí muy trabajadores y me enseñaron buenos modales… Algo de lo que usted parece carecer.


Todos los presentes contuvieron la respiración. Paula sintió que Pedro se tensaba a su lado, pero se sentía demasiado furiosa para que le importara.


–No hay vergüenza alguna en dedicarse al trabajo doméstico. Sin los empleados que se ocupan de esta casa, usted tendría que limpiar sus propios suelos.


Comprobó que Alfredo Zolezzi seguía mirándola como si fuera basura y, de repente, se arrepintió de sus palabras. ¿Y si decidía no nombrar presidente a Pedro porque ella se había dejado llevar por su orgullo? No se atrevió a mirar a Pedro, dado que estaba segura de que él estaría furioso con ella. Por ello se sorprendió mucho cuando él soltó una sonora carcajada.


–Muy bien dicho, querida –dijo él mientras miraba a su abuelo–. Tal y como acabas de descubrir, abuelo, mi esposa es pequeña de estatura, pero es tan fiera como una leona.


Paula miró a Pedro y sintió que el corazón le daba un vuelco cuando él le sonrió. Se dijo que debía de haberse imaginado la nota de admiración que había en su voz. El ambiente del comedor era muy tenso entre todos los presentes. Fue Luciana la que rompió el incómodo silencio.


–¿Dónde aprendiste a hablar español, Paula?


–Mi tía está casada con un español. Mi tío Carlos insistía en hablar español en casa con mi tía y mis primos. Yo viví con ellos un par de años, así que aprendí rápidamente a hablar, pero no tengo mucha seguridad leyendo y escribiendo.


–¿Viviste en España con tus tíos?


–No, en Australia, Sofía. Se instalaron en Sídney hace veinte años, pero mi tío quería sentir un vínculo con su país de nacimiento.


–¿Y tus padres? ¿También viven en Australia?


–No. Mis padres murieron antes de que naciera Sofía.


–Lo siento mucho –dijo Luciana con sinceridad–. Tus padres no debíande ser muy mayores. ¿Perdieron sus vidas en un accidente?


–Sí. Se les estropeó el coche en una autopista. Estaban esperando a la grúa, pero era una noche de niebla y un camión se chocó contra ellos. Los dos murieron en el acto.

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