lunes, 2 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 13

Mientras se sentaba en el asiento del deportivo de Pedro, a Paula se le ocurrió que, tal vez, todo aquello era un sueño y que no tardaría en despertarse. Aquel tipo de cosas no ocurría en la vida real. Que un hombre tan guapo le ofreciera cinco millones de libras por ser su esposa solo aparecía en el reino de la fantasía y en los cuentos de hadas. Miró a Pedro y sintió que un profundo anhelo cobraba vida dentro de ella. Hacía mucho tiempo que no la besaba un hombre y nunca antes había sentido un deseo tan intenso de que uno lo hiciera. Bruno había sido su primera y única experiencia sexual. Se había pasado los años de la adolescencia en una escuela de ballet que era también un internado. Aunque conocía a chicos y bailaba con ellos, se había sentido totalmente centrada en su objetivo de convertirse en bailarina y no había tenido tiempo para novios. La beca que le habían concedido había pagado la escuela, pero había muchos otros costes que sus padres habían tenido que pagar con mucho esfuerzo para que ella pudiera conseguir su sueño. Siempre se había sentido en deuda con sus padres y había deseado tener éxito en el camino que había elegido. Sin embargo, el accidente de coche que había segado la vida de sus padres la había dejado con heridas muy graves, entre las que se incluía un fémur totalmente destrozado. Los meses que se había tenido que pasar en el hospital habían intensificado su sensación de aislamiento y soledad. Cuando conoció a Bruno Westfield poco después de mudarse a Australia para alojarse con su tía Viviana y su tío Carlos, era muy ingenua. Había estado buscando a alguien que llenara el vacío que había en su corazón tras la muerte de sus padres. Bruno, tan rubio y tan guapo, le había parecido el hombre perfecto… Hasta que comprendió que él solo buscaba sexo. Se había sentido totalmente estúpida y herida por el rechazo de Bruno. Se había jurado no volver a exponerse a aquel nivel de dolor nunca más. Por eso la confundía más aún el innegable magnetismo que sentía hacia Pedro. La mirada de desagrado que él había expresado cuando le abrió la puerta vestida con su mono de limpiar le había hecho encogerse por dentro. Por las fotografías que había visto de él en las revistas, sabía que estaba muy lejos de su mujer ideal. Por ello, la falta de interés que parecía sentir por ella le hacía más fácil considerar su proposición.


–Dijiste que tan solo tendría que aparentar ser tu esposa, ¿Verdad? ¿Significa eso que el matrimonio no sería… consumado? –añadió tras dudar un instante.


–La intimidad física entre nosotros no será necesaria –respondió él fríamente.


No había dicho que no pensaba tocarla, pero el mensaje había quedado muy claro. Paula tragó saliva. Se sentía avergonzada porque el atractivo hombre que estaba sentado a su lado la encontrara totalmente repelente. Los dos llevaban puestos unos vaqueros, pero los de él eran de diseño. Se había fijado en el modo en el que se le ceñían a las estrechas caderas. En cuanto a la cazadora de cuero, parecía haber costado una fortuna. Por el contrario, las ropas que ella llevaba puestas provenían de una tienda de segunda mano. En cuanto a sus botas, ya habían visto tres inviernos. Suspiró y se puso a mirar por la ventana.


–Ya hemos llegado.

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