viernes, 6 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 23

La mansión de los Zolezzi tenía vistas a la playa. En aquellos momentos, Pedro estaba mirando desde una de las ventanas de las plantas superiores. Nada le habría gustado más que salir corriendo por la costa, con la brisa del mar alborotándole el cabello y el sol en la espalda. Correr lo ayudaba a encontrar el modo de solucionar sus problemas, pero no había manera fácil de solucionar la situación en la que se encontraba, con un matrimonio que se había visto obligado a contraer en contra de su voluntad. Se había pasado el mes anterior en California, dado que había surgido la oportunidad de comprar una línea de ropa muy popular en los Estados Unidos. Había querido asegurar la compra para afianzar su proyección en el mercado estadounidense y, al mismo tiempo, demostrar a la junta de accionistas que él debería ser el nuevo presidente. Sin embargo, ni siquiera su éxito había sido suficiente para persuadir a su abuelo de que retirara su ultimátum.


-Una esposa será buena para tí. Ya tienes treinta y cinco años y ya va siendo hora de que sientes la cabeza y pienses en el futuro –le había dicho Alfredo cuando Pedro le llamó para decirle que el Grupo Zolezzi era ya dueño de la marca de ropa Up Town Girl–. Yo ya soy viejo y, cuando me muera, quiero estar seguro de que la nueva generación de mi familia dirigirá la empresa para que tenga futuro.


Si Alfredo creía que Pedro iba a tener hijos, se iba a llevar una desilusión. No tenía deseo alguno de ser padre. Sus propios padres no habían sido modelos ideales y, aunque quería mucho a sus sobrinas, su ambición era demasiado desmedida como para creer que podría ser un padre tan devoto como lo era su hermana o como Paula. Su esposa. Recordó a la mujer pálida y enferma que había ocupado su cama desde hacía dos noches mientras él dormía en el sofá del vestidor. No había pensado en lo que hacer con ella una vez estuvieran casados y sentía resentimiento contra su propia conciencia, que no dejaba de insistirle que era responsable de la niña y de ella. De repente, una pequeña mano se deslizó en la suya y lo sacó de sus pensamientos. Miró a la hija de Paula. Sofía era encantadora, con una manera de ser que desarmaba sus defensas, defensas que él habría jurado que eran impenetrables.


–¿Quieres leerme un cuento, Pepe?


–Ve a buscar el que quieras a la estantería –le respondió mientras se arrodillaba para estar a su altura–. Te leeré el cuento y luego iremos a ver si tu mamá se encuentra mejor.


Desde el otro lado la de la sala, Rafael vió la divertida expresión del rostro de su hermana.


–¿Pepe? –murmuró Luciana.


–Mi nombre le resulta un poco difícil a la niña, así que ha decidido abreviarlo a Pepe. Parece que le he causado buena impresión.


–La niña tiene nombre. Sofía es más pequeña que las gemelas y tú eres la única persona a la que conoce en una casa llena de desconocidos. No es de extrañar que quiera estar contigo mientras que su madre, tu esposa, no puede cuidar de ella. ¿Qué te hizo hacerlo, Pedro?


–El abuelo me chantajeó y me dijo que tenía que escoger esposa. Me amenazó con nombrar a Diego como su sucesor si no me casaba. La presidencia debería ser mía y no solo por ser el mayor. Cuando empecé en la empresa, lo hice desde abajo, barriendo el almacén. Héctor no quiso que yo recibiera favores especiales solo porque soy su nieto mayor. Fui subiendo poco a poco porque trabajé más que nadie. He demostrado lo que valgo.

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