viernes, 13 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 38

Su aliento se mezcló con el de ella en cuanto unieron sus labios. La besó con un sentimiento de posesión tan fuerte que derribó todas sus defensas. Paula se rindió. Sospechaba que se odiaría por ello más tarde, pero, en aquellos momentos se sentía incapaz de luchar contra él. Cuando Pedro profundizó el beso y exploró el contorno de sus labios, le exigió una respuesta que ella no pudo negarle. Nunca se había sentido así antes. Desatada, hambrienta y ansiosa por experimentar una pasión que le hacía arder los pezones y le provocaba una fuerte sensación de necesidad entre las piernas. Pedro había estado en lo cierto al pensar que no tenía mucha experiencia en el arte de dar besos ni de ninguna otra cosa. Solo había salido unas noches con Bruno antes de que él le sugiriera que se acostaran juntos. La ingenuidad la había llevado a pensar que él estaba enamorado de ella también, por lo que había accedido. Su primera y única experiencia sexual había sido incómoda y poco satisfactoria, algo que él le aseguró que había sido culpa de ella. Por su parte, Pedro no la deseaba. Se había casado con ella porque le resultaba poco atractiva, pero, tras lo que le había dicho Alfredo, debían pasar juntos un año. No podría retomar su estilo de vida de playboy hasta que hubiera convencido a su abuelo de que su matrimonio era real. Si tenía que elegir entre el celibato o el sexo con su esposa, tal vez había decidido que la última era la mejor de las dos opciones. La vergüenza se apoderó de ella y apartó la boca.


–No.


–¿No? Estoy seguro de que podría persuadirte muy fácilmente de que retiraras esa afirmación.


–¿Y por qué ibas a querer hacerlo? Los dos sabemos que soy la última mujer que deseas. Soy demasiado delgada y normalita. He visto fotografías de las supermodelos que te llevas a la cama.


–No eres tan normalita como te crees. Solo necesitas la ropa adecuada.


–Mi madre me decía que, «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Sé lo que soy y sé perfectamente que mi falta de belleza y sofisticación son las razones por las que te casaste conmigo.


Paula lo empujó para que se apartara y subió corriendo la escalera. Se detuvo en el rellano al darse cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaban las habitaciones de Pedro ni el cuarto de juegos. Ansiaba por tomar en brazos a su hija y sentir su amor incondicional.


–¿Estás perdida? –le preguntó Luciana apareciendo de repente. Cuando Paula asintió, Luciana se echó a reír–. Esta casa es muy grande. Cuando Pedro y yo vinimos a vivir aquí, nos quedamos asombrados al ver lo enorme que es.


–Yo había dado por sentado que los dos habían nacido aquí. ¿Dónde vivían antes de venir a la mansión?


Luciana la miró muy fijamente.


–Eso se lo deberías preguntar a mi hermano. Aquí está el cuarto de juegos –comentó Luciana. Parecía aliviada de poder cambiar de tema–. Les he prometido a las gemelas que iremos a la piscina esta tarde. ¿Quieren venir Sofía y tú con nosotras?


–Ninguna de las dos tenemos traje de baño. No he llevado a Sofía nunca a nadar. La piscina donde vivíamos en Londres estaba cerrada por el ayuntamiento. Había una piscina en un gimnasio privado, pero no me lo podía permitir –añadió, sonrojándose y apartando la mirada de la elegante hermana de Pedro.

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