miércoles, 18 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 48

Ella obedeció. Dejó que su mirada se fundiera con la de él mientras, instintivamente, se arqueaba contra su cuerpo y dejaba que Pedro la besara. Al principio, fue un beso delicado, ligero, que poco a poco fue animándola a abrir los labios. El sabor era divino y Paula se apretó con fuerza contra él, deseando más, mucho más… Pedro profundizó el beso, apretando su boca contra la de ella. Paula se sintió totalmente incapaz de rechazar aquel apasionado ataque. Aquel beso la transportaba a un lugar en el que solo importaban las sensaciones. Él realizó un profundo sonido y deslizó la mano desde la cintura hasta la base de la espalda, obligándola a poner en contacto su pelvis con la de él y sentir así la poderosa prueba de su erección. Asombrada de que pudiera ejercer un efecto así sobre él, Paula se fundió contra su cuerpo. Levantó los brazos para rodearle el cuello con ellos. El beso se convirtió en una experiencia totalmente erótica. Ella sintió que las chispas saltaban en su cuerpo. Nunca habría imaginado que un beso podría ser así. Una conflagración que destruía sus inhibiciones y la animaba a arder en el fuego de Pedro. Tardó unos instantes en darse cuenta de que las brillantes luces que veía no eran estrellas fugaces, sino luces de verdad, que se habían encendido para iluminar la terraza. Incluso más sorprendente fue el sonido de los aplausos. Pedro apartó la boca de la de ella y Paula giró la cabeza para ver que gran parte de los invitados a la fiesta los estaban observando. Alfredo estaba entre ellos. De repente, lo comprendió todo y sintió una profunda humillación al darse cuenta de que él la había besado así para demostrarle a Alfredo que su matrimonio era real. Sintió que el suelo se abría bajo sus pies y amenazaba con engullirla. Sin embargo, Pedro le agarró con fuerza la cintura, como si hubiera imaginado que ella quería darle una bofetada y salir huyendo. Avanzó a través del balcón, dejando a Paula sin otra opción que hacer lo mismo.


–Quiero ir a ver a Sofía –le susurró mientras volvían a entrar en el salón de baile.


Había sido una idiota. Pedro era un playboy, muy versado en las artes de la seducción.


–No te puedes marchar ahora. Mi abuelo está a punto de dar su discurso. La niñera se ocupará de Sofía si necesita algo.


En ese momento, Alfredo se subió a una especie de estrado para dirigirse a sus invitados.


–Como todos saben, hoy celebro que cumplo ochenta años. Ha llegado el momento de que piense en el futuro del Grupo Zolezzi y considere quién será la persona que me suceda en todos mis cargos. Creo que esa persona es Pedro, el mayor de mis nietos.


Paula miró a su alrededor y se quedó atónita al ver el gesto de ira en el rostro de Ana Zolezzi. Se preguntó por qué la madre de Pedro favorecía a su hijo menor y por qué no había afecto real entre Pedro y ella.


–Sin embargo –prosiguió Alfredo–, he decidido seguir ocupando mis cargos un año más, durante el cual trabajaré estrechamente con Pedro para asegurar que la transición a su liderato sea tranquila. Él sabe que hay ciertas áreas en las que tendrá que demostrar su aptitud antes de que yo le ceda el mando. En mi opinión, quien me suceda, debería estar preparado para mostrar compromiso en todas las áreas de su vida, que es algo que, francamente, no ha hecho en el pasado. Sin embargo, su reciente matrimonio sugiere un cambio de actitud.


Alfredo se detuvo un instante y miró fijamente a Pedro. Luego a Paula. Ella sintió que Pedro le agarraba la cintura con fuerza, inmovilizándola a su lado.


–Tal vez –concluyó Alfredo–, Pedro podrá convencerme de que me retire antes de que el año haya llegado a su fin.

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