viernes, 13 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 40

 –¿Me estás diciendo que quieres que ignore a tu hija? Sé que la situación ha cambiado, pero no es mi intención disgustarla. Es una niña encantadora.


–Le gustas –musitó Paula–. Se te da bien tratar con ella y con tus sobrinas. Cuanto tengas hijos propios, serás un buen padre.


–Eso no va a ocurrir nunca. No tengo deseo alguno de tener hijos.


–¿Y si tu esposa quiere tener una familia? No me refiero a mí, sino a que en el futuro podrías conocer a la mujer adecuada y enamorarte de ella.


–Cuando accediste a ser mi esposa, te dije que no creo en el amor – dijo él mientras se ponía de pie e iba a tomar una toalla de una hamaca cercana–. La lujuria es un sentimiento que comprendo, pero no dura para siempre. Desgraciadamente, muchas personas lo descubren después de comprometerse legalmente para pasar juntos el resto de sus vidas. Los únicos que ganan son los abogados especializados en divorcios.


–¿Por qué eres tan cínico? Mis padres estaban tan enamorados el uno del otro el día que murieron como lo estaban cuando se casaron. Fueron felices juntos durante más de veinte años. Tal vez te resulte raro, pero me alegro de que estuvieran juntos cuando murieron. No sé cómo habría sobrevivido uno sin el otro.


Paula salió de la piscina y se detuvo en seco cuando vió que Pedro le estaba mirando la pierna. Había estado tan distraída por la conversación que se había olvidado de la cicatriz que le recorría desde lo alto de la cadera hasta por encima de la rodilla. La cicatriz se había ido borrando a lo largo de los años, pero tras el frescor del agua de la piscina, había adquirido una tonalidad morada que resaltaba vivamente sobre su pálida piel. Evitó la mirada de Pedro se dirigió corriendo hacia donde había dejado su albornoz. Se lo puso rápidamente. Se había acostumbrado a la cicatriz, pero le habría gustado que él no la hubiera visto.


–¿Cómo te la hiciste? –le preguntó él suavemente.


–Yo estaba en el coche de mis padres cuando el camión nos embistió por detrás.


–Dios… No sabía que tú estabas con tus padres cuando murieron.


–No recuerdo mucho del accidente –dijo Paula mientras comprobaba que Sofía estaba con las gemelas en el arenero–. El coche tuvo una avería mientras íbamos por la autopista y mi padre se detuvo en el arcén. Era invierno y había mucha niebla. Yo estaba sentada en el asiento del copiloto. Mi padre me dijo que me quedara allí mientras él iba a sacar mi abrigo del maletero. Mi madre salió con él y fue entonces cuando el camión se empotró contra nosotros.


Notó que Pedro le agarraba con fuerza el hombro. Nunca había hablado de lo sucedido con nadie, pero las palabras le salían sin esfuerzo.


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