lunes, 16 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 45

El hombre lo miró con desaprobación. Pedro se dió cuenta de que llevaba toda su vida adulta tratando de conseguir la aprobación de Alfredo sin éxito alguno. Él era la persona más adecuada para sucederle al frente del Grupo Zolezzi y su abuelo lo sabía igual que él. Sin embargo, no podía nunca escapar de los prejuicios que evocaba en él y en gran parte de su familia el hecho de que fuera medio gitano.


–No vuelvas a tratar a mi esposa con esa falta de respeto. No tienes derecho a juzgarla porque no sabes nada sobre ella.


–¿Y tú? –le preguntó su abuelo con gesto desafiante.


Alfredo miró fijamente a Pedro. Entonces, la curiosidad que expresaba su rostro cambió en algo que podría haber sido respeto, aún a su pesar. Pedro pensó que tal vez había imaginado lo que vió. Entonces, se dió cuenta de que no le importaba la opinión que su abuelo pudiera tener de él. Su única preocupación era que Alfredo tratara a Paula con el respeto y la consideración que ella se merecía. Mientras regresaba hacia el lugar en el que ella se encontraba, se topó con su hermanastro.


–¿Cómo estás, Diego?


–En shock –replicó este con una sonrisa–. Mamá me ha dicho que tienes esposa, pero piensa que es algo sospechoso que te casaras con tanta rapidez. 


–Nadie se sorprendió más que yo cuando me enamoré de Paula – replicó. Le resultó extraño la facilidad con la que aquella mentira se formó en sus labios.


–Me muero de ganas por conocer a la mujer que, por fin, ha conseguido que sientes la cabeza. Debe de ser maravillosa.


–Ciertamente me maravilla a mí –dijo él. Aún no se había repuesto de la impactante revelación de Paula–. Te la presentaré cuando la encuentre.


Entonces, miró a su alrededor y frunció el ceño al no ver ningún vestido dorado y resplandeciente por ningún sitio. 



Paula había salido del salón de baile por unas puertas de cristal que conducían a una amplia terraza. Inmediatamente, el sonido de las voces y de la música pasó a convertirse en un murmullo. Era una noche muy despejada, por lo que levantó los ojos para mirar las estrellas que relucían como diamantes contra el negro terciopelo del cielo nocturno. La fiesta no le estaba resultando tan incómoda como había esperado y, aparte del momento en el que el abuelo de Pedro había hecho aquel desagradable comentario sobre ella, se estaba divirtiendo. Cuando limpiaba suelos en el centro comercial, nunca había soñado siquiera que se pondría un vestido tan hermoso como aquel, que bebería champán y que bailaría con su apuesto esposo. Se apoyó sobre la balaustrada de piedra y miró hacia el oscuro jardín. Trató de tranquilizar los frenéticos latidos de su corazón al recordar la expresión de Pedro cuando ella bajó las escaleras con su brillante vestido dorado. Parecía haberse quedado atónito, como si no pudiera creer que se trataba de ella. Comprendía aquel sentimiento porque a ella misma le había costado reconocerse en el espejo después de que Luciana terminara de maquillarla.

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