miércoles, 18 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 50

Después, Pedro volvió a unir su boca con la de ella y la besó de nuevo. Al principio, sin urgencia, pero la pasión no tardó en aparecer cuando vió que Paula le devolvía el beso con un ardor que le hizo gruñir de placer. Ella sintió la mano sobre la piel desnuda de la espalda y, entonces, se dió cuenta de que él le había bajado la cremallera del vestido cuando el corpiño se le bajó y sintió el aire fresco de la noche sobre su caldeada piel. Los pezones se hinchieron y se endurecieron solo con la mirada de Pedro.


–No llevas sujetador.


–No tengo el suficiente pecho para necesitarlo –dijo. Siempre se lamentaba de tener unos senos tan pequeños.


–Eres perfecta.


Pedro le cubrió uno de los senos con una mano. Las sensaciones de placer recorrieron el cuerpo de Paula cuando sintió que él comenzaba a acariciarle el pezón. Tuvo que contener un gemido de placer porque este era tan intenso que apenas podía controlar los temblores que sentía por todo el cuerpo. Pedro era un mago y ella estaba totalmente hechizada por él. Al ver que bajaba la cabeza, contuvo el aliento. Le hundió los dedos en la rica seda de su cabello cuando él capturó un pezón entre los labios y comenzó a estimularlo con la lengua una y otra vez. El placer llegó hasta la entrepierna, húmeda ya por el deseo. Juliet no podía pensar. Se sentía perdida en las maravillosas sensaciones que él le estaba provocando con los labios y con las manos por todo el cuerpo. Se asustó al darse cuenta de que los gemidos de placer que resonaban en la casa eran suyos. Le bajó el vestido hasta la cintura y luego se reclinó sobre el sofá para mirarla con apreciación.


–Eres exquisita… –le susurró Pedro, con un tono de voz ronco que la excitó por completo.


Le tomó los pálidos senos entre las manos y jugó con los enrojecidos pezones. La presión que ella sentía en la pelvis se había convertido en una insistente presión. Cuando Pedro cambió las posiciones de ambos, ella quedó tumbada sobre el sofá y él encima. Paula gozó con el peso de su cuerpo y sintió como él le separaba las piernas. Notó la firme columna de su excitación apretada contra lo más íntimo de su feminidad a través del vestido. Pedro la besaba con una maestría que le hacía temblar de deseo, un deseo que la abrasaba de tal manera que solo era capaz de sentir sus caricias sobre la piel y el calor de su cuerpo. Él le levantó el bajo del vestido y le acarició los muslos hasta llegar al pequeño triángulo de encaje de las braguitas. Perdida en las delicias que le estaban haciendo sentir aquellas caricias, Paula contuvo el aliento y deseó que él moviera los dedos. Tembló de placer cuando él los introdujo por la cinturilla de las braguitas y le acarició suavemente la húmeda hendidura. Hacía mucho desde que un hombre la había tocado de una manera tan íntima. Solo había habido otro hombre antes que él y no quería pensar en Bruno y en la única y poco satisfactoria experiencia que había tenido con él.

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