viernes, 27 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 65

Inmediatamente, se inclinó sobre ella para besarla. A partir de ese instante, Paula no fue consciente de nada que no fuera él. Le colocó las manos en el torso y, mientras él la besaba, profundizando constantemente el beso, fue abriéndole los botones de la camisa. Pedro se detuvo un instante para desnudarla. Se tomó su tiempo en bajarle la cremallera y separarle el vestido de los senos. Sin embargo, no la tocó. Se centró en bajarle el ceñido el vestido y en sacárselo por los pies.


–Dios… –susurró él al ver las medias negras que ella llevaba puestas–. Si hubiera sabido que llevabas puestas unas medias… –añadió mientras deslizaba suavemente el dedo por el encaje que le ceñía la prenda a los muslos–, te aseguro que no habríamos pasado del primer plato.


Se arrodilló ante ella para quitarle los zapatos y luego le fue bajando las medias muy lentamente, una detrás de la otra, besándole la cicatriz.


–Eres tan hermosa…


Efectivamente, Pedro hacía que Paula se sintiera hermosa. Le hacía también desearlo profundamente, cuando la besaba como si no se saciara nunca de ella, cuando le acariciaba los senos y le apretaba los pezones entre los dedos para que se pusieran erectos y la hacía temblar con el placer que le proporcionaban sus caricias. Le acarició suavemente la cintura, deslizándoselas por la piel. Entonces, le enganchó los dedos en la cinturilla de las braguitas y se las bajó también.


–Tan hermosa…


Su voz ronca hizo que ella lo deseara aún más, haciendo que la tensión que tenía entre las piernas fuera aún más intensa. La había desnudado con una eficacia que le hizo sentir dudas. Pedro había hecho aquello mil veces o más y Paula tenía miedo de desilusionarlo con su inexperiencia. Entonces, cuando él se quitó los bóxer y vio la potente erección, sintió que todo su cuerpo se licuaba. Él pareció notar su inseguridad ante su tamaño porque le hizo levantar el rostro para que ella pudiera mirarlo a los ojos.


–Iremos muy despacio, cariño –le prometió.


Le frotó el labio inferior con el pulgar. A continuación, se tumbó en la cama y la colocó a ella encima de él, a horcajadas. Dejó que ella sintiera la presencia de su erección, pero no hizo nada más. Entonces, con el dedo, comenzó a acariciarle el húmedo sexo, separándole suavemente los henchidos pliegues antes de introducírselo. Comenzó a dar vueltas, a moverlo, haciendo que ella gimiera de placer y se apretara contra su mano. Un segundo dedo se unió al primero, poniéndola a prueba, estirándola, mientras que, con la otra mano, le acariciaba los senos y tiraba de ella para poder lamerle el pezón y aspirar con fuerza. Paula sintió que se humedecía aún más. Se incorporó y deslizó las manos sobre el fuerte torso de Pedro, gozando con el tacto de su sedosa piel y la delicada abrasión del vello bajo sus manos.


–Bésame –le ordenó él.


Paula no lo dudó. Colocó las manos a ambos lados de él, sobre el colchón y se inclinó para besarlo con toda la pasión que estaba experimentando en aquellos momentos. Con su alma y con su corazón. Sus labios no mentían cuando se aferraban a los de Pedro.


–Querida…


Se giró un instante para sacar un preservativo del cajón de la mesilla de noche. Paula vió cómo se lo ponía. El corazón le latía con fuerza en el pecho, lleno de anticipación y también una ligera aprensión.

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