—¿Te parece sensato mezclarte con un niño que se ha escapado? Lo digo por la campaña.
—C. J. no se ha escapado, su padre se ha marchado. Estaba viviendo en un edificio abandonado, por amor de Dios.
—Podrías haber llamado a las autoridades.
—Vaya, qué tierno… Creía que Tamara te había dulcificado.
—Yo también —intervino su esposa—. Vamos, Gonza, tú habrías hecho lo mismo. ¿Has visto lo delgado que está? Necesita unos cinco kilos más. Si Pedro no puede hacerse cargo de él, creo que deberíamos hacerlo nosotros.
—¿Qué? —Gonzalo levantó una mano—. No podemos hacerlo ahora con el trabajo y el be…
Paula los miró fijamente.
—¿Están esperando un bebé?
—Shh… —le advirtió Tamara—. No se lo hemos dicho a nadie todavía. Vamos a decírselo a Alejandra y a su padre este fin de semana. No lo cuentes por el momento.
Paula le dió un abrazo.
—Serán unos padres fantásticos. Naturalmente, andaré cerca para malcriarlo.
Paula abrazó a su hermano.
—Estoy deseándolo —gruñó Gonzalo—. Ahora, volvamos al asunto que nos ocupa. Podría haber cuestiones legales, hermana.
—No podíamos entregarlo al sheriff, Gonza. A lo mejor lo mandaba a un albergue. Al menos, primero quiero saber lo que dice papá.
Gonzalo accedió a regañadientes y la pareja se marchó. Unos minutos después, Pedro volvió con el niño vestido de cowboy y Paula lo llevó a su dormitorio para que viera la televisión. Cuando volvió, Pedro estaba mirándola fijamente.
—Creo que a tu hermano no le ha gustado esto. Tampoco le gusta que ande rondando a su hermanita.
Miguel llegó antes de que ella pudiera decir algo y fue a abrazarla.
—Siento haber tardado tanto, tenía que esperar una llamada.
Ella le sonrió con nerviosismo y luego miró a Pedro.
—Te agradezco que quieras ayudarnos.
—El problema es que a lo mejor no les gusta la solución que tengo —Miguel miró a Pedro y le tendió la mano—. Me alegro de verte, Pedro —se estrecharon las manos justo cuando el niño salía al pasillo—. Éste debe de ser C. J.
El niño asintió con la cabeza.
—Hola, C. J. Soy Miguel Chaves, pero todo el mundo me llama «Senador».
—¿Va mandarme a la cárcel?
El senador se agachó delante de él.