lunes, 30 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 20

 —Sí. Te tocaré solo cuando quieras y solo si te sientes cómoda.


—¿Y qué pasa si tenemos que besarnos?


—¿Te sentirías cómoda besándonos?


Paula pensó en el beso en la mejilla y en cuánto había deseado que sus labios se rozaran.


—Sí.


«Tratándose de tí», pensó, aunque no lo dijo. Nunca había besado de verdad a nadie, nunca había querido, así que ese deseo le resultaba extraño, preocupante e increíblemente apasionante.


—¿Y tú qué opinas? ¿Hay algo que no debería hacer? —preguntó ruborizada.


—No, por mí no hay ningún problema.


Claro, ¡Normal! Porque, a diferencia de ella, él tenía experiencia.


—Bueno, entonces… Sí. Nos daremos la mano y nos acariciaremos, y habrá algún que otro beso. Para que la gente lo vea. Perfecto.


Él estaba conteniendo la risa.


—¿Qué?


—Todo irá bien, Paula.


«Ojalá».


Recorrieron el resto del trayecto en un agradable silencio. Hacer público el compromiso era un movimiento audaz que debería haberla asustado. Sin embargo, no tenía ningún miedo. Lo único que sentía era esa corriente constante entre Pedro y ella. Llegaron a la puerta de uno de los muchos almacenes convertidos en modernas obras maestras, y cuando él le plantó su cálida mano entre los omóplatos para instarla a entrar, ella tuvo que contener el temblor que le produjo el roce.


—No me puedo creer que hayas conseguido mesa aquí —dijo Paula.


—No hay nada que yo no pueda hacer.


—No mires, pero creo que por ahí viene tu humildad —bromeó ella.


A él se le arrugaron las comisuras de los ojos, aunque seguía sin sonreír. No podía culpar a Pedro por su arrogancia; el restaurante con estrella Michelin tenía una lista de espera de meses. Era un lugar de moda, así que seguro que ya habría fotos de los dos entrando juntos.


—Señor Alfonso —dijo la recepcionista del restaurante—. Su mesa está por aquí.


Cuando Pedro le dió la mano, un agradable cosquilleo le recorrió el brazo a Paula, que se plantó una sonrisa y fue con él hasta la mesa, situada en el pequeño balcón de la planta superior. Desde ahí podrían mantener su conversación en privado aunque todos los presentes en el restaurante estuvieran viéndolos. Él le retiró la silla y la besó en la mejilla una vez ella se sentó. Después se sentó él. La recepcionista esbozó una sonrisita cuando les entregó las cartas y se retiró.

Busco Prometida: Capítulo 19

 —Ya te he dicho que no estoy jugando a nada. No pienso quedarme impasible mientras la mujer a la que amo es entregada a otro hombre. Paula no se merece ese trato, y lo sabes. Independientemente de lo que pienses de mí, no tengo ningún problema contigo y solo he venido a llevarla a cenar. Pero, para que lo sepas, después de esta noche no voy a ocultar nuestra relación.


Paula apareció de nuevo.


—Vamos —dijo Pedro agarrándola de la mano.


Una vez fuera, él le abrió la puerta del coche.


—Todo un caballero —comentó ella con sonrisa burlona.


—Soy un hombre, pero desde luego no soy un caballero —contestó él con rotundidad.


Mientras Pedro conducía, Paula no podía dejar de mirarlo. Llevaba la camisa blanca abierta exponiendo un ápice de la suave piel de su cuello. Ahora que lo pensaba, siempre que lo había visto, ya fuera en persona o en foto, él siempre había llevado un traje sastre impecable y un afeitado perfecto. Sin nada fuera de lugar, ni un simple mechón de pelo. Ese nivel de disciplina hacía que no pareciera humano. Solo había una cosa que desentonaba con ese exterior frío e imperturbable: el pendiente. ¿Por qué no se habría planteado quitárselo si tanto ansiaba entrar en Zenith?


—Me sorprende que tengas este coche —comentó para romper el silencio.


—¿Por qué?


—Teniendo en cuenta que estás tan metido en las energías renovables, pensé que estarías muy ocupado intentado salvar el mundo — dijo ella sonriendo.


—No soy ningún héroe, y harías bien en recodarlo. Además, es un híbrido.


Ella soltó una carcajada que hizo que a él le temblaran los labios un ápice.


—Gracias por lo de antes. Seguro que Gonzalo está furioso, pero has resultado de lo más convincente.


—Le he dicho que no tengo ningún problema con él, pero sí lo tengo. No soporto que no esté protegiéndote de Harrison.


—Gracias por ayudarme aunque, básicamente, sea una extraña para tí.


—No eres una extraña. Llevamos meses saliendo.


Paula se rió. Ahí estaba otra vez, ese humor oculto. ¡Y qué bien sentaba que la sacara de su angustia! Ella siempre había sido la eterna optimista, pero últimamente le costaba cada vez más seguir siendo esa persona. Sobre todo cuando siempre estaba intentando disimular el daño que le había causado su familia.


—Hay algo de lo que no hemos hablado —dijo Pedro de pronto—. A partir de esta noche estaremos prometidos y se esperarán muestras de afecto por nuestra parte.


—Yo también lo he pensado. Sería raro que no nos tocáramos nunca. ¿Quieres que establezcamos unas normas?

Busco Prometida: Capítulo 18

Ese nivel de atracción era algo inesperado, y tenía que manejarlo con cautela. No podía perder el control. Había demasiado en juego. Tenía dos objetivos en los que centrarse: Ayudar a Paula y conseguir el acuerdo con Arum. Bajó del coche, se abrochó la chaqueta negra del traje y fue hacia la puerta, que se abrió antes de que pudiera llamar al timbre. Al instante, se quedó en blanco. Ahí estaba Paula, con una sonrisa nerviosa y más preciosa aún de lo que él podía haber imaginado. Las ganas de besarla lo golpearon con tanta fuerza que no supo cómo no se le escapó un grito del impacto.


—¡Pedro! —le dijo ella con demasiado entusiasmo—. Pasa. Voy a por el bolso.


Él cruzó el umbral y, sin poder contenerse, la besó en la mejilla.


—Respira hondo —le susurró al oído—. Y ahora, dame la mano.


Cuando entrelazaron los dedos, Pedro sintió una sensación de lo más peculiar: El corazón se le aceleró y se le ralentizó a la vez. Al cerrar la puerta, vió a Gonzalo detrás, en un rincón.


—¿Es esta tu cita? —preguntó el hermano de Paula con desdén y recelo.


Pedro contuvo la rabia, se le acercó y alargó la mano.


—Pedro Alfonso.


—Ya sé quién eres.


—Bien, entonces sobran las presentaciones.


Gonzalo miró a Paula con furia y Pedro la acercó más a sí.


—¿Esto te parece un juego, Paula?


—Te aseguro que no —contestó Pedro.


—No sé a qué crees que juegas, Alfonso.


—No juego a nada, Gonzalo. Lo único que hago es llevar a cenar a mi preciosa mujer.


—¿Tu mujer? ¿Desde cuándo? ¿Desde anoche?


—Desde hace meses. Lo mantuvimos en secreto porque tu padre le dijo a Paula que encontraría una solución a su situación, pero, desde que él murió, los gritos de ayuda de ella han caído en oídos sordos y por eso he querido que lo nuestro deje de ser secreto.


—¿Es eso verdad, Paula?


—Sí —respondió ella sonriendo.


—¿Dónde se conocieron?


—En la patisserie —respondió Pedro sin dudar y haciendo que Paula sonriera aún más.


—Querrás decir en la «Pastelería».


—Creo que llamarla «Pastelería» no le hace justicia.


Pedro le dió un beso en la cabeza a Paula, que se estremeció. Algo dentro de él se llenó de emoción al ver esa reacción.


—¿Por qué no vas a por el bolso, sol? Vamos a llegar tarde.


Ella asintió y salió por una puerta.


—No sé a qué estás jugando con mi hermana, Alfonso, pero no pienso tolerarlo.

Busco Prometida: Capítulo 17

Se subió la cremallera del vestido rosa empolvado. La falda plisada le caía a la altura de las rodillas, y las mangas le cubrían los brazos hasta el codo; suficiente para el moderado fresco otoñal. Pasó las manos sobre las cuentas de cristal que le rodeaban la cintura y admiró cómo los hilos plateados que recorrían la tela captaban la luz. Era perfecto. Se puso unas sandalias de tacón de aguja y tiras con la suela roja, se miró al espejo para comprobar el maquillaje y bajó a esperar a Pedro.


—¿Vas a salir? —le preguntó Gonzalo en cuanto llegó a la planta baja.


—Sí.


—¿Con quién? —preguntó él siguiéndola.


—No creo que sea asunto tuyo.


—Sé que no es con ninguna de tus amigas.


—Si lo sabes, entonces te imaginarás lo que voy a decir.


—Paula…


Otra reprimenda. Ya estaba harta de ellas. Suspirando, se giró hacia su hermano.


—Tengo una cita, Gonza.


—¿Una cita? —preguntó él con expresión de pánico e incredulidad.


Pero a Paula le dió igual. Lo que fuera que Gonzalo quisiera seguir diciéndole quedó interrumpido por el sonido de un motor. Ella no se había esperado esa punzada de emoción en el estómago, pero estaba claro que estaba deseando ver a Pedro.


Pedro conducía por las calles arboladas de Presidio Heights, con sus casas antiguas y preciosas. Sin duda, por ahí fluía el dinero. Era la zona donde debería haberse comprado una casa si hubiera pensado con mentalidad estratégica. Lo habría situado en la ubicación ideal para moverse entre la gente con la que ahora intentaba hacer negocios. Sin embargo, solo pensar en estar ahí le producía escalofríos. La elección de su casa era lo único que había hecho con el corazón, y la libertad que sentía cada momento que pasaba en ella bien valía cada problema que pudiera tener ahora. Después de la infancia que había vivido atrapado en aquella oscura casa, poder dormir ahora mirando al cielo era algo a lo que jamás renunciaría. Pensó en Paula y en lo atrapada que estaba. No se lo diría, pero incluso aunque ella no hubiera accedido a esa farsa, él habría encontrado el modo de ayudarla a vivir su propia vida y encontrar su propio hogar, su santuario. Se detuvo en la entrada de una mansión de estilo eduardiano y apagó el motor de su McLaren Artura. No tenía ninguna intención de dejar que las emociones se inmiscuyeran en sus planes, y menos después de haberla besado en la mejilla y haber sentido una ardiente excitación recorriéndolo. Había querido besarla en los labios y que ella le devolviera el beso.

Busco Prometida: Capítulo 16

 —Vamos a hacerlo —dijo sorprendida consigo misma por la firmeza de su voz.


Una pequeña curva se dibujó en la boca de Pedro y ella se quedó muda al ver su rostro adoptar esa expresión tan pícara.


—Te recojo mañana por la tarde. A las siete. Ponte un vestido con el que te gustaría que te fotografiasen.


Pedro le guiñó un ojo y la besó en la mejilla. Distintas sensaciones estallaron dentro de Paula, pero antes de que ella pudiera girar la cara para, tal vez, devolverle el beso, él ya se había apartado. Al instante salió por la puerta dejándola allí, nerviosa, excitada y temblorosa. Un vestido con el que le gustaría que la fotografiasen. En circunstancias normales habría sido una decisión sencilla, pero no esa noche.


Paula estaba en su enorme vestidor ojeando hileras de preciosos vestidos comprados en las pasarelas de todo el mundo, pero ninguno le encajaba. Era una noche de una importancia descomunal porque suponía el primer paso para recuperar su vida, para salir de ese pozo de desesperación y frustración. ¿Acaso había algún vestido apropiado para semejante ocasión? Una parte de ella se preguntaba si a Pedro le gustaría lo que se pusiera, pero eso no debería importarle. Lo que tenían era una farsa. Sin embargo, cuando pensaba en el beso en el despacho, por muy inocente que hubiera sido, no podía negar que se sentía atraída por él. De hecho, por un instante había querido que la besara en los labios. Y tenía sentido. Pedro era guapísimo, pensó mientras se ponía un vestido. «Este es», se dijo. El vestido que luciría para anunciar su relación con Pedro ante el mundo… Y su hermano. Una punzada de culpabilidad le atravesó el pecho. Iba a dejar que Pedro la utilizara para ganarse a Gonzalo y abrirse camino en ese elitista círculo de empresarios. Una vocecilla le dijo que las buenas hermanas no hacían esas cosas. Pero ¿Y los buenos hermanos qué? ¿Dejaban a sus hermanas a merced de un depredador? No. Por eso no tenía elección.

viernes, 27 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 15

 —Sé que no tienes motivos para confiar en mí, pero dame una oportunidad de demostrarte que puedes hacerlo. Esto nos beneficiará a los dos. Tenemos la química necesaria para que resulte creíble. Sé que tú también la sientes.


Sí, la sentía. Su cuerpo vibraba con el deseo de acercarse más a él, de recorrer con los labios la fuerte columna de su cuello.


—Tendríamos que establecer unos términos antes de que me lo siga planteando —dijo ella obligándose a pensar y a ignorar el deseo que la invadía.


—Claro.


Pedro apartó las manos y ella deseó que no lo hubiera hecho. Se sentaron de nuevo.


—Te propongo esto: Arum quiere pasarse a la energía verde y yo quiero ese contrato. Un contrato con ellos me abrirá muchas puertas que se me han cerrado en San Francisco y en el país. Una vez tenga el acuerdo cerrado, no tendremos que volver a vernos, pero seguirás llevando mi anillo. Tras un tiempo prudencial, podrás quitártelo y seguir con tu vida. No tendrás que volver a verme si no quieres.


—¿Anillo…?


—Claro. Estaremos prometidos —dijo él arrugando los labios como si, por un instante, hubiera estado a punto de escapársele una sonrisa—. Tendremos tres citas. Te pediré matrimonio en la primera. Después de la tercera, te mudarás a vivir conmigo.


—¿Mudarme contigo? ¡Pero si ni siquiera sé dónde vives!


Paula entró en pánico. ¿Cómo iba a poder vivir en la misma casa, con la atracción que sentía por él y sabiendo que todo lo que harían sería fingido?


—Vivo en Sea Cliff. Ahora ya lo sabes. Mi prometida no puede vivir con su hermano cuando debería estar planeando una boda conmigo.


—Eso es verdad… —dijo ella con la voz entrecortada.


—Una vez termine todo esto, podrás vivir donde quieras. Te ayudaré si lo necesitas.


—Es posible que Javier venga a buscarme después de que tú y yo rompamos el compromiso.


—Conozco a los hombres como él. Lo único que necesitamos es tiempo y muchas apariciones públicas para vender la idea de que estamos perdidamente enamorados. Harrison no querrá que parezca que ha estado esperándote. Te garantizo que tendrá a otra mujer en sus brazos antes de que nosotros anulemos el compromiso.


—Querrá que parezca que ha salido ganando y puede que incluso emita algún comunicado.


—Eso es. Y entonces dejaremos de ser el centro de atención. ¿Cuándo iban a casarse?


—El año que viene.


—Si accedes a esto, esa boda no se celebrará nunca. ¿Qué me dices?


Era una locura. Se le aceleró el corazón solo de pensarlo. Tendría que mentir a su hermano y a su madre. Pero eso le daría una vida propia. Era lo que Pedro le ofrecía, y, a cambio, lo único que él quería era un acuerdo justo que se le había negado hasta el momento. Además, aunque todo fuera a ser una farsa, la idea de estar cerca de él y conocerlo mejor resultaba de lo más tentador. Ese hombre le hacía sentir cosas que no había sentido nunca. Incluso ahora, con solo mirarla, estaba derritiéndola por dentro. Sí, era una locura, pero él tenía razón. Ambos saldrían beneficiados.


Busco Prometida: Capítulo 14

 —Lo único que tenemos que hacer es fingir que estamos prometidos.


En ese momento Paula tuvo claro que se le había parado el corazón y se había quedado sin aire. Por eso no supo cómo logró decir:


—¿Prometidos?


—Entiendo que puede parecer un poco extremo, pero has dicho que intentarías tener la mente abierta.


—Sí.


—Sabrás la clase de reputación que tengo, así que tenerte como prometida suavizará mi imagen. Además, hará que la gente acepte mejor mi entrada en su círculo. En Zenith. En cuanto a tu situación, que estés prometida complicará mucho que Javier pueda casarse contigo. Podrías tener tu libertad. Cuando pase el tiempo apropiado, anularemos el compromiso y para entonces ya habrás salido de la casa de tu hermano y serás libre para seguir el camino que desees. Me aseguraré de que seas libre. Tienes mi palabra.


—Pedro… —dijo Paula con la voz entrecortada.


No sabía qué decir. ¿Cómo podía confiar en él si ni siquiera podía confiar en su propia familia?


—Haré correr la voz de que hemos estado viéndonos en secreto — continuó Pedro— y que, tras la repentina muerte de tu padre, nos hemos dado cuenta de que ya es hora de hacer pública nuestra relación.


—No sé qué decir —dijo Paula levantándose—. La gente ya cree que estoy con Javier. Esto sería un escándalo.


—Te prometo que serás libre, y yo nunca falto a mi palabra.


Paula estaba dudosa. Pasar de un matrimonio concertado a un compromiso falso le parecía un plan peligroso. Además, Javier era muy vengativo.


—Esto es una locura —dijo con voz suave.


Pero entonces, al mirar a Pedro, de pronto sintió que podía confiar en que la protegería; que él se ocuparía de Javier. Estaba segurísima. Aun así, era una solución extrema. Se giró, cerró los ojos y sintió su presencia detrás. Sintió el peso de sus manos en los hombros, girándola. El roce la atravesó hasta lo más profundo. Se le aceleró la respiración al ver ese fuego en la mirada de Pedro y, sin darse cuenta, empezó a acercarse a él…


—Tienes que alejarte de Javier y yo puedo ayudarte —dijo Pedro agachando la cabeza hacia ella.


—¿Por qué quieres que lo haga?


—Porque he visto cómo te mira. Creo que sabes a lo que me refiero. ¿Es esa la vida que quieres?


—Tengo que alejarme de él. Solo quiero vivir mi vida, pero me da miedo caer en otra trampa.

Busco Prometida: Capítulo 13

Se sacó ese pensamiento de la cabeza, o al menos lo intentó. Llevaba fracasando desde la noche anterior. No podía sacársela de la cabeza. Paula se le había quedado grabada en la memoria. Las ganas de abrazarla y besarla no eran la razón por la que había ido hasta allí, pero le gustó tener la oportunidad de contemplarla mientras ella, con una amplia sonrisa, le entregaba una caja a un cliente y saludaba al siguiente de la cola. A todos se les iluminaba la cara cuando ella les hablaba. Él, en cambio, solo generaba miedo, ceños fruncidos y mandíbulas apretadas. Lo mejor que podían devolverle eran sonrisas falsas. Pero Paula no era como él. Ella no estaba hecha de oscuridad. Decidió esperar. Lo que tenían que hablar requería de toda su atención. Por eso esperó y observó.


Paula sintió un cosquilleo, una sensación que no había experimentado nunca hasta la noche anterior. No, Pedro no podía estar allí. Serían imaginaciones suyas. Sin embargo, una fugaz mirada a una esquina de la tienda le dijo que no se equivocaba. Pedro estaba en su pastelería, con ese aire de peligrosidad y sin el más mínimo atisbo de sonrisa. ¿Costaría mucho arrancarle una? ¿Estaría guapo sonriendo? ¿Por qué no sonreía? Sin duda, tenía sentido del humor. Cuando Gonzalo y Javier la habían interrogado la noche anterior, ella había respondido que Pedro quería una tarta. Había tenido que aguantarse la risa al verlos con esa expresión de confusión y desconfianza, y había logrado contenerla hasta que, más tarde y ya en su dormitorio, se le había escapado una carcajada. Tendida en la cama, había empezado a pensar en él y había recordado el sonido de su voz llamándola «Sol» hasta que se había quedado dormida. Sirvió una caja de pasteles y le dijo a una de sus dependientas que volvería enseguida.


—Pedro, qué sorpresa.


—¿Tienes un momento? Tenemos que hablar.


La miraba con la misma intensidad de la noche anterior, y el sol que entraba por las ventanas le iluminaba el rostro. Se le hizo la boca agua con solo verlo. Así no podía concentrarse. Quería tocarlo y descubrir cómo de musculoso era. Quería acariciar ese suave pelo rojizo cortado a la perfección.


—Eh… Dame un momento. Tenemos mucho jaleo. Atiendo a unos clientes más y luego hablamos.


Él asintió, sin más. Sin decir ni una palabra. Paula volvió a meterse tras el mostrador, se disculpó ante los clientes y los atendió. En cuestión de minutos la cola se había despejado y pudo volver con Pedro.


—Vamos a mi despacho.


El estómago le dio un vuelco al pensar en quedarse a solas con él. Lo condujo al fondo del local, pasando por delante de la ajetreada cocina, y abrió la puerta del despacho. Se sentaron.


—¿De qué querías hablar?


—Necesito que me escuches con la mente abierta. Lo que voy a decir podría interesarte.


—Haré lo que pueda —respondió intrigada y también algo temerosa.


—Tengo una propuesta que hacerte, una que nos beneficiará a los dos. Puedo librarte del problema con Javier Harrison. Y tú, a cambio, puedes ayudarme a acercarme a tu hermano y conseguir acceso a un grupo de personas con dinero e influencia en la ciudad.


¿Qué? ¿Cómo? Encantada escucharía lo que fuera que la ayudara a librarse de Javier.

Busco Prometida: Capítulo 12

Nadie se lo había preguntado nunca. A ni una sola persona le había importado lo suficiente y, en cambio, ahí estaba Pedro, preguntándole cómo se sentía. Se le hizo un nudo en la garganta.


—Quiero tener la oportunidad de vivir mi vida y de elegir. Todo el mundo debería tener ese derecho. ¿Por qué no puedo tenerlo yo?


Él la miraba tan fijamente que le puso la piel de gallina.


—Deberías tenerlo —contestó Pedro desviando la mirada.


—¿Tú qué quieres sacar de esta noche? —le preguntó Paula al ver que miraba hacia un grupo de hombres entre los que estaban Javier y su hermano.


—Justo lo que no puedo tener.


Paula oyó la frustración en su voz y lo entendió. Sabía lo elitista y crítica que era esa comunidad.


—Me parece que va a costarte mucho convencerlos.


—Dime algo que no sepa. Bueno, creo que deberías volver adentro.


—Sí, debería. Se preguntarán de qué hemos estado hablando.


—Dile a Harrison que quiero comprar una tarta —dijo Pedro con un brillo de diversión en la mirada a pesar de que no sonrió.


Paula soltó una carcajada.


—Volveremos a hablar, sol —dijo él.


—¡Pedro! —gritó Paula antes de cruzar las puertas—. Tu secreto está a salvo conmigo.


—Lo mismo digo.




Pedro frenó de golpe delante de un gran edificio de hormigón en Fisherman’s Wharf. Las calles estaban abarrotadas cuando bajó del coche. No era una zona de San Francisco que soliera visitar, pero le gustó el lugar que Paula había elegido para su establecimiento. Paula…No había dejado de pensar en ella. Era preciosa, eso desde luego; sin embargo, no había sido hasta que se había enterado de que Gonzalo quería casarla con Javier que su cabeza se había puesto a funcionar. Y así, guiándose por la intensa química que había sentido con ella, había empezado a urdir un plan. Un plan que le aseguraría éxito empresarial y que podría salvar también a Paula. Pero primero tenía que convencerla. Y esa era la razón por la que ahora estaba delante de su tienda. Pulsó el mando para cerrar su deportivo negro, se abrochó la chaqueta del traje y se dirigió a las puertas de cristal dobles con un pintoresco letrero que decía Crème. Entró. La cafetería-pastelería de Paula era un caleidoscopio de pasteles de todos los colores imaginables. Todos los asientos estaban ocupados y había colas en cada mostrador. Al verla allí tan feliz después de la tristeza que había visto en ella cuando se habían conocido, sintió una extraña sensación de orgullo. Y no lo entendía, teniendo en cuenta que la había conocido la noche anterior. Paula llevaba un delantal y tenía su brillante melena color ébano recogida en una cola de caballo que él quiso apartar para descubrir a qué sabía su cuello…

Busco Prometida: Capítulo 11

 —De nuevo, ¿Debería tomármelo como un insulto?


—Desde luego que no. Además, no creo que pudiera insultarte.


—¿Y eso por qué?


—Porque, para sentirte insultado, tendría que importarte lo que piense la gente, y algo me dice que eso te da igual.


—Qué astuta.


Que Pedro se lo confirmara le indicó que podía confiar en ese hombre. Porque si le daba igual lo que pensara la gente, no había motivos para que fuera deshonesto o mentiroso. Él estaba pasándolo bien con Paula además de esforzándose mucho por ignorar la atracción que sentía.


—Aun así, todo el mundo habla de Helios —dijo ella antes de dar un trago de vino sin dejar de mirarlo a los ojos.


Esa adquisición había sido una pesadilla. La empresa había tenido potencial, pero Pedro había tenido que limpiarla de arriba abajo.


—Me lo imagino —respondió él mirando tras ella y fijándose en que Javier, que se había unido a otro grupo, estaba mirándola con furia.


—Parece que a tu novio no le hace ninguna gracia que estés hablando conmigo.


—No es mi novio —contestó ella con rotundidad y rabia.


—Lo siento. Creía que estabais juntos.


—Tú y todos los demás.


El tono de Paula, antes animado, se tiñó de desesperanza. Ahí pasaba algo. Un instinto que Pedro había creído enterrado hacía mucho tiempo salió a la superficie.


—Agarra tu copa y sígueme —dijo él dirigiéndose al balcón con vistas al espectacular puente.


Una vez los dos estuvieron apoyados en la barandilla, supo que, fuera cual fuera la situación en la que se encontraba Paula, ella no lo revelaría con facilidad. Por eso él tenía que ofrecerle algo con lo que ganarse su confianza…


Paula se había esperado que Pedro le preguntara por lo que acababa de presenciar en el salón, pero él no dijo nada al respecto.


—Durante un tiempo todo el mundo pensaba que mi vida era todo lo buena que podía ser teniendo en cuenta dónde vivía —dijo Pedro mirando al agua.


—¿Y no lo era?


—Ni por asomo.


—¿Qué hiciste? —preguntó Paula pensando que tal vez hubiera encontrado a alguien que entendiera por lo que estaba pasando. Lo que necesitaba.


—Todo lo que pude por salir de allí.


Se giró hacia ella y añadió:


—Para vivir según mis normas. Para tener libertad y paz.


Paula quería lo mismo. Desesperadamente. No sabía lo que Pedro había visto en su expresión cuando le había dicho que lo acompañara afuera, pero no se había esperado que le ofreciera esas palabras de fuerza. Que le ofreciera un pedacito de sí mismo. Amabilidad. Antes de poder contenerse, de plantearse que solo hacía unos minutos que lo conocía, Paula se vió contándole su situación a ese hombre que la hacía sentirse tan inexplicablemente cómoda.


—Mi padre me concertó un matrimonio con Javier y tengo que casarme con él. Es lo que quiere mi hermano.


—Eres una moneda de cambio.


—Básicamente.


—¿Y tú qué quieres?

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 10

Paula se estremeció bajo su mirada. Nunca había estado con un hombre, pero sabía que Pedro podría desarmarla por completo. Tenía que centrarse y desviar esa conversación hacia aguas menos peligrosas.


—Por lo que he oído, desarmar cosas es lo que mejor se te da.


—Entonces tus fuentes no deben de haberlo oído todo.


Él dió un trago y Paula se fijó en el movimiento de su nuez. Dios, no podía dejar de mirarle los ojos. Eran entre verdes y azules y le recordaban a un mar indomable. Fiero. Precioso. Igual que todo lo demás en él. Un diminuto aro dorado destelleó en el cartílago de su oreja izquierda. Desentonaba con el traje impecable, la perfecta postura, la seriedad… Y apuntaba a algo oculto y misterioso. Algo peligroso. Algo que ella quería descubrir. Se sentía atraída por él. Si cerraba los ojos, podía sentir la corriente que la recorría, el pulso acelerado. Eran reacciones que no había tenido nunca y que no podía controlar. Lo único que quería era pasarse toda la noche al lado de ese hombre…


—¿Entonces no lo haces? —preguntó Paula levantando la copa para tener las manos ocupadas y evitar cometer una imprudencia como volver a tocarlo.


—Sí, sí. Desarmo lo que sea que no funcione.


—Qué bruto.


A Paula le pareció verlo sonreír. Fue algo fugaz que le iluminó los ojos antes de desaparecer por completo.


—A veces hay que serlo.


Pedro miró a otro lado, como decidiendo si quería decir más o no. Paula contuvo el aliento esperando que lo hiciera.


—Si tuvieras un árbol que sabes que te dará la mejor fruta, pero que ahora mismo no puede hacerlo, lo atenderías. Cortarías lo que estuviera podrido. Encontrarías la fuente del problema y la eliminarías. A lo mejor tendrías que cortar tanto que tardaría una estación entera en recuperarse, pero luego tendrías un árbol perfecto. ¿De qué sirve un negocio destinado al fracaso? ¿Cómo puede generar dinero? Aunque no sean agradables, a veces hay que hacer sacrificios. Y si eso me convierte en un bruto, llevaré el título con mucho gusto.


—Vaya, así que te preocupas… —dijo ella sonriendo y con tono acusatorio.


—La mayoría dirían que soy incapaz de preocuparme.


—A mí me parece que la mayoría de la gente no te conoce nada — dijo ella mirándolo a los ojos.


—Es muy atrevido decir algo así de alguien a quien no conoces.


—¿Me equivoco?


—En absoluto.


—Eres sorprendentemente sincero, ¿Sabes?


Y después de las maquinaciones de Gonzalo y Javier, eso resultaba de lo más refrescante.

Busco Prometida: Capitulo 9

Eran los ojos más preciosos que había visto, aunque estaban salpicados por un toque de tristeza que ella no lograba cubrir con su sonrisa. Paula le estrechó la mano con sorprendente firmeza. Ante el roce, una chispa y una sacudida de puro deseo lo recorrieron. La miró a los ojos y en ellos vió sorpresa y calor. Seguro que los de él reflejaban lo mismo. ¿Pero qué le pasaba? Ninguna mujer lo había impresionado tanto, y eso que nunca andaba escaso de compañía femenina. Podía tener a quien quisiera cuando quisiera, aunque lo cierto era que esos encuentros habían empezado a resultarle tediosos y se habían vuelto cada vez menos frecuentes. No se había esperado que ella le encendiera el deseo con su mera presencia y un apretón de manos. Y a juzgar por el rubor que le cubría la piel a ella, parecía que no era el único afectado. No le habría extrañado ver una descarga de corriente eléctrica entre los dos. Con delicadeza, ella apartó su pequeña y fina mano y, entonces, como si alguien hubiera pulsado un interruptor, la gente que los rodeaba pareció volver a moverse y el murmullo de las voces llenó el aire. Paula carraspeó y se giró hacia la barra.


—Un cabernet, por favor.


Pedro ladeó su vaso vacío indicando que se lo rellenaran.


—No imaginaba que me conocieras —dijo Paula.


—¿Debería sentirme insultado? No me conoces y ya estás haciendo suposiciones.


Ella soltó una risita.


—Supongo que tienes razón.


Cuando les pusieron las bebidas en la barra y ella se llevó el vino a la boca, la cruel imaginación de Pedro le hizo pensar en todas las cosas que le gustaría hacerles a esos carnosos labios. «¡Céntrate!», se reprendió.


—¿Debería dar por hecho que conoces a toda la gente de esta sala? —preguntó ella con tono desafiante.


—Sí.


—Bueno, imagino que no podía esperar menos del niño prodigio de la zona de la bahía.


Paula dió otro trago. Estaba volviéndolo loco. La genialidad de Pedro había aparecido en todos los medios de comunicación. Cuando eras un innovador entre los líderes de la industria y además habías pasado de pobre a rico, te convertías en carne de prensa. Había aprendido a vivir con ello, pero no soportaba la idea de que alguien, algún día, contara toda la historia de su infancia. Se ponía enfermo solo de pensarlo.


—No solo en la zona de la bahía —señaló él.


—Vaya, está claro que no tienes problemas de autoestima.


La sonrisa burlona de Paula dejó a Pedro con ganas de más.


—No le veo sentido a negar la verdad. ¿De qué me sirve la falsa humildad?


—¿Contigo todo es o negro o blanco?


—También tengo espacio para algunos tonos de gris.


—¿Pero no para un arcoíris?


—Rotundamente no. Me dedico a la tecnología. Me gusta la simpleza de lo binario.


—A lo mejor se puede encontrar diversión en lo complejo, ¿No? — preguntó Paula desafiante.


Pedro dió un paso hacia ella y respondió con voz sensual:


—Estoy de acuerdo… En desarmar lo complejo, reducirlo a sus partes más simples y entender qué lo hace funcionar.

Busco Prometida: Capítulo 8

 —Por tu reputación y porque eres dinero nuevo. A esta gente le resultas demasiado implacable.


Esa fama lo seguía a todas partes. Por norma disfrutaba con ello, pero a veces le ponía muchos obstáculos. Él siempre buscaba la solución más eficiente, y la eficiencia no dejaba tiempo para las emociones. La eficiencia significaba hacerse con una empresa, limpiarla, reducirla a lo esencial y luego hacerla funcionar lo mejor posible. En los negocios no tendría que haber cabida para los sentimientos. Y en cuanto al otro problema, no había mucho que pudiera hacer a parte de casarse con alguien que perteneciera a ese mundo. Sin embargo, el matrimonio no era una opción. Nunca.  Su empresa y su dinero tenían mucha valía, y con eso tendría que bastar.


—Tienes que mostrarles una faceta distinta, Pedro.


—No pienso ablandarme para hacer sentir bien a un puñado de estúpidos elitistas. Soy el mejor en lo mío. Con mi trabajo debería bastarles —dijo sin alzar la voz porque él nunca se permitía mostrar rabia. Podía controlarse. Tenía que hacerlo.


—Debería bastarles, sí, pero atraparás muchas más moscas con miel que con vinagre. No lo olvides. Luego hablamos, tengo que ir a ver a alguien.


Al sentir que lo miraban, Pedro se giró y vió a Paula Chaves. Incluso a la distancia que estaba, y aunque ella desvió la mirada enseguida, pudo ver algo en sus ojos, algo parecido a la rabia. Era una sensación que él conocía demasiado bien. Desde la barra siguió observándola y vió que echó los hombros atrás y alzó la barbilla antes de apartarse de Javier, cuya mirada se endureció en respuesta, y de Gonzalo, que se quedó con gesto de frustración. «Muy interesante», se dijo, absorto, mientras se terminaba la bebida. Pero los dos hombres dejaron de resultarle interesantes una vez esa preciosa mujer, que eclipsaba al resto de la sala con su elegancia y garbo innatos, lo miró y fue hacia él.


—Nunca he visto a nadie parecerse tanto a un cordero que va directo al matadero —comentó Pedro apoyado en la barra.


—Eso es porque no habrás asistido a muchas reuniones como estas —respondió ella con sonrisa educada y tono suave.


—Pedro Alfonso—dijo él alargando la mano.


Ella se rió y Pedro, ante ese musical sonido que le penetró la piel, no pudo más que mirarla.


—Sé quién eres. Y yo soy…


—Paula Chaves—respondió Pedro mirando ese rostro con forma de diamante.


Los cálidos tonos de su piel relucían bajo la luz de la sala y sus ojos, color expreso, eran como unas profundidades insondables; unos espejos negros destelleantes.

Busco Prometida: Capítulo 7

Pedro había visto esa sonrisa en Esteban muchas veces a lo largo de los años y, aun así, seguía sin poder devolvérsela. Por suerte, su amigo nunca esperaba que lo hiciera, y eso hacía que estar a su lado resultara mucho más sencillo. Había terminado el instituto pronto, por eso había sido mucho más joven que los demás en la universidad. Mucho más joven y mucho más inteligente. Esteban había detectado la genialidad de aquel chico tan pobre, tan serio y tan motivado, y lo había acogido bajo su ala. Ahora Pedro era el propietario de IRES, una empresa líder en tecnología de energías renovables que lo había convertido en millonario primero y multimillonario después. Sin embargo, el éxito de IRES había provenido principalmente de mercados internacionales. Aún seguía intentando posicionarse en los Estados Unidos; costaba convencer a las empresas nacionales cuando incluso las de San Francisco, donde había ubicado la sede, se negaban a trabajar con él. Pero a él no le bastaba con el éxito internacional. Necesitaba replicar ese éxito en su país. Convertir IRES en el gigante que era ahora había requerido inteligencia y saber dónde centrar sus esfuerzos. Por eso no se iría con cualquiera que tuviera dinero, que eran todos los allí presentes, sino con los pocos que fueran a generar un mayor impacto. Después de todo, un depredador no iba detrás de una manada a ciegas, sino que primero elegía a su presa y después se lanzaba a por ella.


—El problema es que justo la gente que quiere hablar conmigo es la que me da igual —contestó Pedro mirando a su alrededor.


—En ese grupo será complicado entrar —dijo Esteban mirando al hombre que miraba Pedro.


—Javier Harrison no me daría ni la hora. Ni siquiera aceptaría una llamada de IRES.


—Se rumorea que quiere invertir en energía verde para Arum… — dijo Esteban apoyándose en la barra.


—Sí, pero seguro que espera que uno de sus socios con el pedigrí adecuado le ofrezca, como por arte de magia, la solución que está buscando.


Ese era el problema con el que Pedro no dejaba de toparse. A la gente como Javier Harrison no le importaba quién podía ofrecerle la mejor solución, sino quién de su lista de aduladores de alta cuna podía ofrecerle la mejor solución. Y es que, en ese mundo, nacer en los barrios bajos era imperdonable. De pronto una mujer entró en la sala. Piel dorada oscura. Pelo reluciente en un recogido alto que exponía un elegante cuello. Esbelta y refinada, con un vestido amarillo claro que lo hizo sentirse como si de pronto el sol estuviera bañándolo. Era Paula Chaves. Y Pedro no pudo apartar la mirada mientras su hermano y ella se acercaban al mismísimo Javier Harrison. Vió a Paula esquivar el beso y tensarse ante el roce de Javier. «Interesante». Con gran esfuerzo, porque lo único que quería era seguir mirándola, volvió a centrar la atención en su amigo.


—¿Por qué quiere ir ahora de ecologista? ¿Para dar buena imagen? —preguntó Esteban.


—No, y tampoco es por una cuestión de responsabilidad moral. Ha descubierto todo el dinero que ganaría a la larga, así que ahora está dispuesto a hacer un desembolso de capital.


—Bueno, mientras sea una buena cantidad de dinero…


—Eso nos da igual si ni siquiera tengo la oportunidad de contactar con Arum.


—Y sabes por qué es, ¿Verdad?


Claro que lo sabía, y no podía hacer nada al respecto.

Busco Prometida: Capítulo 6

 —Hola, Javier.


Él se agachó para darle un beso, pero ella giró la cara en el último momento obligándolo a besarla en la mejilla.


—Paula —dijo Javier rodeándola por la cintura y acercándola a sí.


Ese roce fue como sentir que le hubieran puesto un candado. Así de atrapada se sentía. Miró a su hermano, pero entonces desvió la mirada. No podía mirarlos a ninguno de los dos. Se le revolvió el estómago al notar la mano de Javier en la cadera. No podía respirar. Tenía que salir de ahí. Salir de su vida. Lincoln quería que se casaran en un año. ¿Cómo iba a hacerlo? No podía. No podría sobrevivir a algo así, a estar con ese hombre. La bilis se le acumuló en la garganta al pensar en lo que supondría para su hermano que ella se liberara. Y es que cuando su padre le había propuesto a Javier anular el compromiso, éste le había respondido si «De verdad» estaba dispuesto a arriesgar el puesto de Gonzalo en Arum. Además, disgustaría a su madre si actuaba en contra de los deseos de su padre por mucho que, antes de morir, él le hubiera prometido que encontraría una solución para ayudarla. Respiró hondo intentando centrarse; intentando frenar el pánico y las ganas de salir corriendo. Necesitaba pensar, pero cuando abrió los ojos, una figura captó su atención. Un hombre con traje oscuro y pelo rojizo, y sin el más mínimo atisbo de sonrisa. No era ni el más alto ni el más fornido de la sala, pero tenía una presencia que eclipsaba a los demás. Era una belleza salvaje enjaulada en un traje de diseño. Y, aun así, no parecía sentirse atrapado en ese atuendo. No. El traje más bien parecía el brillante pelaje de un gato salvaje acechando a su presa. Como si hubiera sentido que lo estaba mirando, él se giró hacia ella. Desde donde estaba, Paula no pudo distinguir el color de sus ojos, pero eso no impidió que la recorriera un escalofrío. 




Pedro Alfonso estaba en la barra, vaso en mano. Dió un sorbo al agua con gas y lima y saboreó su acidez. Odiaba esos eventos; prefería estar en casa o en el despacho, trabajando. Pero esa noche era imposible. La exclusividad de esa red de contactos era legendaria. Él estaba allí solo por su cuenta bancaria, porque nadie podía ignorar a un multimillonario durante demasiado tiempo. Odiaba tener que darles conversación a un puñado de esnobs ricos, pero sabía lo importante que era tener esa clase de contactos. Miró a su alrededor mientras seleccionaba a la gente con la que más le convendría trabajar y a la que se quería ganar. Pero no se ganaba a las personas haciéndose el simpático y haciéndoles la pelota. No. Lo hacía demostrándoles cuánto ganarían asociándose y lo que se perderían si no firmaban un contrato con él. Su asistencia allí solo era el primer paso. Lo que necesitaba era lograr estar en la cena Zenith que se celebraría en unas semanas. Aún no había recibido invitación y estar ahí esa noche tampoco le aseguraba que fuera a recibirla. Dió otro trago y se giró hacia el hombre que tenía a su lado.


—Estar aquí puede favorecerte mucho —dijo sonriendo Esteban Cross, el hombre al que Pedro debía tanto. Su mentor. La única persona en el mundo en quien confiaba.

lunes, 23 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 5

Sentada al lado de Gonzalo, Paula jugueteaba con su pulsera de diamantes mientras miraba por la ventanilla de la limusina. No había vuelto a dirigirle la palabra a su hermano tras la conversación de antes, aunque, siendo sincera, agradecía que no la hubiera obligado a asistir al evento con Javier. En el más absoluto silencio, cruzaron las calles arboladas hasta llegar a la bahía.


—Cuando entremos ahí, ¿Podrás fingir que no me odias? —preguntó Gonzalo.


Paula lo miró.


—No te odio, Gonza. Odio lo que me están obligando a hacer — respondió con voz suave antes de volver a mirar por la ventanilla.


Sabía que era una noche importante. Era el primer gran evento empresarial desde que Gonzalo había ocupado el puesto de su padre y quería ofrecerle su apoyo.


—Estás muy guapa, por cierto —dijo él tras una breve pausa.


Paula se miró el vestido; era un diseño largo, amarillo y ceñido a las muñecas con tiras de diamantes. La velada se celebraría en The Royal, un hotel boutique de El Presidio. Siempre le había encantado ese sitio. De día era precioso, pero de noche, con el Golden Gate iluminado, resultaba aún más impresionante. Era un evento dirigido a las familias de ilustre abolengo que lo habían iniciado muchos años atrás. De hecho, conocía a muy pocas personas nuevas que hubieran entrado en el círculo, y, si lo habían hecho, había sido por tener unas cuentas bancarias imposibles de ignorar. La limusina se detuvo debajo de un pórtico. Al instante, un joven con un uniforme impecable le abrió la puerta y la ayudó a bajar. En cuanto entraron en la gran sala, notó la mano de Gonzalo en la espalda, como animándola a avanzar. El lugar estaba lleno de personas muy arregladas, sonrientes y con copas en la mano. Se oían los suaves acordes de la música clásica, aunque el constante murmullo de las voces los amortiguaba. Allá donde miraba había grupos de personas y, entre ellas, camareros con chalecos negros circulando con bandejas de obras de arte comestibles. Gonzalo oteó unos cuantos rostros entre la multitud antes de indicarle que se dirigieran a un punto en particular. A Paula le dió un vuelco el estómago. A pesar de la discusión, había esperado poder pasar la noche acompañada de su hermano, pero ahora veía que sería imposible y que tendría que disimular la rabia que sentía con una sonrisa encantadora. Miró a Gonzalo y vió un brillo de inseguridad en su mirada que enseguida se transformó en uno de determinación mientras la conducía hacia Javier Harrison. Notó el amargo sabor de la traición. Si esa tarde no lo había tenido claro, ahora no había duda: Su hermano no la ayudaría. Miró a Javier, que la observaba como si fuera una baratija que le perteneciera. Y así era como se sentía. Aquello era una transacción empresarial y ella era la mercancía.


Busco Prometida: Capítulo 4

Mientras, a ella su padre le había concedido su sueño: Estudiar repostería en Francia. Además, Paula había hecho un grado en Empresariales y había aprovechado ambas formaciones para abrir su pastelería en Fisherman’s Wharf. Ahora, con solo veinticuatro años, dirigía uno de los establecimientos más populares de San Francisco.


—¿Qué nos ha pasado, Gonza? —preguntó acercándose al escritorio—. Tienes razón. No quería trabajar en la empresa. Viendo en lo que te has convertido, ¿Cómo iba a querer? Estás tan obsesionado con ese treinta por ciento de Arum que no valoras la riqueza que tienes con Chaves, ni siquiera aunque te cueste tu propia sangre.


—¿Estás amenazándome con romper todo lazo conmigo si no te sales con la tuya?


Paula respiró hondo. Pensar en apartarse de su hermano le rompía el alma; que su relación se hubiera vuelto tan conflictiva le producía un dolor constante. Solo se tenían el uno al otro. Después del funeral de su padre, su madre había dicho que no podía seguir viviendo en la casa de Presidio Heights con todos los recuerdos que guardaba, pero que tampoco podía alejarse de ella del todo. Así que había decidido viajar. Lo último que sabía de Alejandra Schulz Chaves era que estaba en algún lugar de Italia. Los había dejado a Gonzalo y a ella en esa gigantesca casa, rodeados de silencio. Además, Paula había confiado en que su madre respetase que no quería casarse con Javier, pero Alejandra le había dicho: «Tu padre te quería muchísimo y solo quería lo mejor para sus hijos. Deberías obedecer sus deseos». Tal vez aquellas palabras habían sido fruto del dolor y de la pena, pero habían hecho que se sintiera más sola todavía.


—Ojalá pudieras ver lo injusto que es que me pidas hacerlo. Yo jamás te haría daño intencionadamente, pero, si no me ayudas, encontraré un modo de solucionar las cosas por mi cuenta.


—No cometas ninguna imprudencia, por favor —dijo Gonzalo preocupado.


Paula no respondió. Haría lo que hiciera falta. Lo único que quería era vivir su vida con libertad. Casarse con quien ella eligiera, si es que elegía casarse.


—Y no olvides que esta noche tenemos ese evento —le recordó Gonzalo.


—¿En serio? ¿Después de todo lo que te he dicho?


Gonzalo suspiró.


—Mira, si no quieres ir con Javier, no tienes por qué hacerlo. Ve conmigo.


Paula observó a su hermano no muy segura de si podía confiar en la invitación. Por otro lado, tal vez fuera una oferta de paz, así que decidió aceptarla.


—Vale.


Pero eso no significaba que no fuera a ponerse a buscar una solución desde ya mismo.

Busco Prometida: Capítulo 3

 —Javier es el accionista mayoritario, Pau —dijo Gonzalo—. Necesitamos que te cases con él y que lo tengas contento. No es como su padre y ya sabes que encontrará algún modo de ejecutar esa cláusula aunque tenga que inventarse una excusa.


—No quiero casarme con él, Gonza.


Paula sentía náuseas. Estaba desesperada.


—Lo siento, Pau. Tú y yo sabemos mejor que nadie cómo es Javi. ¡Como para no saberlo!


Habían crecido juntos. Gonzalo, el mayor de los tres, siempre había sido el responsable, el líder del grupo. Paula había sido una niña llena de energía y sociable, siempre dispuesta a jugar, pero Javier… Siempre había sido frío. Calculador. Malcriado. Y había empeorado según había ido creciendo. Cuando Miguel y Arturo habían bromeado con que Paula y Javier acabarían casándose, ella había sabido que Javier no la querría, sino que solo se casaría porque así tendría control absoluto una vez el negocio cayera en manos de Gonzalo y de él. Ella se convertiría en un peón que él usaría para controlar a su hermano. Tras la muerte de Arturo, Miguel había hablado con Javier sobre la posibilidad de un matrimonio porque sabía que esa unión no solo lo beneficiaría, sino también a sus dos hijos. Gonzalo ya había mostrado una mente estratégica y Miguel sabía que, con Paula uniendo a las dos familias, su hijo podría llevarse las cosas a su terreno, ya que Javier se vería menos tentado a echar a un miembro de su propia familia. Paula recordaba bien el día en que su padre le había hablado del matrimonio que quería concertar. Recordaba el escalofrío que la había recorrido al pensar en lo espantosa que sería la vida con Javier.


—Sí, fui una tonta por pensar que querrías liberar a tu hermana de algo así.


Incapaz de seguir mirando a su hermano, se giró hacia un estante repleto de libros. No podía soportar que Devan viera su dolor.


—No quiero obligarte, pero es lo que hay —dijo su hermano con voz suave.


Ella, aún sin mirarlo, le contestó con tono gélido.


—¿Y ya está? ¿La empresa importa más que yo?


—Paula…


¡A la mierda! Ya estaba harta de intentar ser educada, de intentar pedir ayuda. Sabía valerse por sí misma. No necesitaba a su hermano.


—No me vengas con «Paula esto, Paula lo otro». Chaves International nos da más dinero del que sabemos manejar, pero tú quieres más y te da igual que sea yo la que tenga que pagar el pato.


—No sabes lo que dices. Nunca has querido tener nada que ver con la empresa.


Eso era verdad. Nunca había tenido ningún interés, y no había pasado nada, porque todas las expectativas habían recaído en Gonzalo, que había estado encantado con ello.

Busco Prometida: Capítulo 2

¿Cómo podía Gonzalo disfrazar semejante locura con la palabra «Compromiso»? Ella ni siquiera había accedido, estaban imponiéndoselo.


—Un matrimonio concertado —dijo entre dientes.


—Tu compromiso nos protege a los dos.


La destrozaba que Gonzalo, que la conocía mejor que nadie, no se preocupara por sus sentimientos. ¿Cómo habían podido ser tan buenos amigos y acabar así?


—Protege una inversión. Pensé que mi hermano querría protegerme a mí.


Había esperado que Gonzalo quisiera ayudarla, pero ahora veía que el chico que la había idolatrado había desaparecido.


—Paula, es lo mejor para los dos. Sí, Chaves International marcha bien y es nuestra, pero Arum… Papá solo tenía un treinta por ciento, y Arturo, un cincuenta, lo cual estaba bien cuando Arturo vivía y siguió estando bien cuando murió y Javier tomó el mando…


—¿Pero ahora que papá no está…?


Arturo Harrison había sido el mejor amigo de su padre. Los dos, de familias adineradas, habían socializado en los mismos círculos, ido a los mismos colegios y estudiado en las mismas prestigiosas universidades. Más que amigos, habían sido hermanos, y así habían seguido muchos años. Por eso, cuando Arturo le había propuesto a Miguel que se asociaran en un negocio, su padre no lo había dudado. Habían empezado con una pastelería y habían acabado convirtiéndola en un supermercado y luego en una cadena. Después, la empresa se había pasado a la producción. Miguel había accedido a tener una participación más pequeña de la empresa por una serie de razones, pero principalmente porque opinaba que a menos acciones, menos riesgos. Para preservar su amistad, habían accedido a llevar a cabo una readquisición de acciones si la sociedad no funcionaba. Y con el fin de proteger el negocio que estaban levantando, una vez habían atraído a otros accionistas, habían decidido firmar una cláusula según la cual se expulsaría del consejo a cualquier accionista que desprestigiara al negocio y se readquirirían sus acciones. Por eso, en un principio a Miguel le había parecido bien tener un treinta por ciento. Después de todo, su prioridad siempre había sido Chaves International, al menos hasta que Arum había crecido hasta ser el gigante en que se había convertido. Paula había querido mucho a Arturo. Al igual que su padre, había sido un empresario astuto e inteligente. Formidable en la sala de juntas y adorable con su familia. Por eso su hijo Iván había resultado ser toda una sorpresa.

Busco Prometida: Capítulo 1

La habitación no había cambiado nada en veinte años. Desde los libros hasta los adornos, pasando por el mueble bar con forma de globo terráqueo, todo estaba exactamente como antes. A Paula Chaves le entraron ganas de salir corriendo, pero se quedó ahí de pie, frente a su hermano Gonzalo. De pequeños les había encantado el despacho de su padre. Aunque nunca les habían dejado jugar allí, de un modo u otro siempre habían acabado haciéndolo. Los muebles de madera oscura, el inmenso escritorio tallado y las gruesas cortinas les habían proporcionado infinidad de opciones cada vez que jugaban al escondite. Su padre siempre había acabado encontrándolos y sacándolos de allí con una severa advertencia y una sonrisa difícil de ocultar. Ahora ese lugar parecía un monumento espeluznante, y recordar la sonrisa que le había hecho querer tanto a su estricto padre le producía rabia. Al igual que su hermano. Apenas reconocía al hombre calculador en que se había convertido el que una vez había sido su mejor amigo. Su padre, Miguel, a quien solían llamar Mike, había muerto de un infarto al corazón hacía apenas dos meses y a unas semanas de cumplir los sesenta y seis años. Aquel día todo había cambiado para ella. Chaves International, dedicada a la importación, exportación y distribución para distintas cadenas de tiendas, había pasado de su abuelo a su padre y de este a Gonzalo. Desde que su hermano se había unido al negocio, ella y él habían ido alejándose más. Su padre había conseguido lo que siempre había querido, que su heredero siguiera sus pasos, pero ella había perdido a su mejor amigo. A su hermano.


—Papá planeó esto hace años. En su momento te pareció bien, ¿por qué supone un problema ahora? —le preguntó Gonzalo tras el escritorio.


Dios, ¡Cuánto se parecía a su padre! Ahora él era el patriarca de la familia. Su palabra era ley.


—Nunca me pareció bien, pero ¿Qué podía hacer? Tenía diecinueve años y estaba estudiando fuera. Obedecí a papá, pero, aun así, estuve suplicándole ¡Cinco años!


Aunque Paula siempre había querido complacer a su padre, ese acuerdo era más de lo que podía soportar.


—Papá me prometió que encontraría una solución, pero ahora está muerto y tú eres el único que puede ponerle fin a esto.


No dejaba de darle vueltas a aquella conversación que había tenido con su padre. Sí, él la había puesto en esa situación, pero, después de ver lo controlador que era Javier, le había prometido que intentaría liberarla del acuerdo. Le había prometido que encontraría una solución, y él nunca había faltado a sus promesas. Bueno, al menos hasta que un infarto que nadie había visto venir lo había obligado a hacerlo.


—Tu compromiso…

Busco Prometida: Sinopsis

"Multimillonario repudiado busca prometida. Solo se tendrá en cuenta a ricas herederas".


Pedro Alfonso, hombre hecho a sí mismo y empresario implacable procedente de los barrios bajos, necesitaba asegurarse fondos de un grupo de inversores. Su solución: Anunciar un compromiso con una mujer perteneciente a una familia importante de San Francisco… ¡Y Paula Chaves cumplía los requisitos!


La propuesta de negocio de Pedro le ofrecía a Paula la oportunidad de escapar de un matrimonio concertado no deseado. Pero no podía haberse imaginado ni el ardiente deseo que surgiría entre los dos ni que anhelaría algo fuera de los límites de su acuerdo temporal: Entregarse a la pasión bajo las carísimas sábanas de Pedro…

viernes, 20 de diciembre de 2024

Nuestros Bebés: Epílogo

Pedro tomó a su hijo más pequeño en brazos y ayudó a Ashley a subir los escalones del porche. Entonces, su madre les abrió la puerta.


—Entre, que hace mucho frío ahí fuera.


Al acceder al salón, vieron que Horacio estaba sentado frente al fuego, con un gorro de Santa Claus en la cabeza y con la perra Kira dormida a sus pies. En los brazos, tenía al nieto al que le habían dado el alta tres semanas antes.


—¿Puedes tomar también a este en brazos? —le preguntó Pedro, mientras le colocaba al otro nieto en el brazo que le quedaba libre.


—Te tuve a tí, ¿No? —replicó el padre, con una sonrisa en los labios.


En aquel momento, Lauren entró con una bandeja de tazas de chocolate caliente. Los recién llegados se quitaron los abrigos y vieron que Gustavo Tyler estaba sentado al lado de Federico en el sofá. Pedro contempló el rostro de Paula al ver el árbol que su familia había preparado mientras los dos habían ido a recoger al pequeño al hospital. El montón de regalos que había a los pies era impresionante.


—¿De dónde han salido esos regalos?


—Tu padre y yo hemos esperado mucho tiempo a tener nietos — respondió Ana—. No lo tomen a mal.


Pedro y Paula sonrieron y se sentaron en el sofá con los demás para tomarse el chocolate.


—¿Qué nombres les van a poner al final? —quiso saber Gustavo.


—Como has accedido a ser su padrino, tendrás que venir a visitarlos con frecuencia para que aprendas a distinguirlos. El más ruidoso es Baltazar Horacio, por mi padre.


—Y el pequeño es Miguel Pedro, por mi padre —dijo Paula.


Federico se puso entonces de pie y levantó la taza.


—Me gustaría hacer un brindis —anunció—. Por los niños presentes y los que vendrán el año que viene —añadió, tomando a Mariana de la mano.


—Estamos tan cansados de levantarnos por la noche que no creo que... —comentó Hunter.


—Pues acostúmbrate. Solo han empezado —bromeó Ana, con una sonrisa.


—Sí, por mucho que queramos más niños, no veo ninguno más en un futuro inmediato —concluyó Pedro.


—En realidad, yo me refería a Mariana y a mí. Vamos a tener un hijo.


Los gritos de enhorabuena resonaron por toda la sala. Todos los presentes abrazaron a Mariana y a Federico. Pedro dió las gracias por cómo estaban saliendo las cosas.


—Habíamos decidido adoptar. Pensábamos que yo era el problema — explicó Federico—, pero el médico nos había advertido que cuando se terminara el estrés de tratar de concebir un hijo, podría terminar quedándose embarazada y así ha sido.


—Es maravilloso —comentó Horacio—. Vamos a tener una casa llena de nietos. No podría ser más feliz. ¿Sabes una cosa, Pedro? Todavía no sabemos cómo se conocieron Paula y tú.


—Es una larga historia, papá —dijo Pedro, pensando que era mejor que algunas cosas no se supieran—. Digamos que fue amor a primera vista. Los dos queríamos tener hijos y así empezó todo.


—Bueno, fuera como fuera, me alegro de que así haya sido. Para todos —añadió, mirando a su otro hijo y a Mariana.


—Siento que hayas decidido no aceptar el puesto de fiscal —observó Gustavo—, pero después de ver a tus hijos, te entiendo. Yo, por mi parte, me marcho de Hale cuando salga de esta casa.


—Espero que encuentres lo que andas buscando —observó Pedro.


—Ya lo he hecho, pero no puedo tenerlo...


Al ver el vacío en los ojos de Gustavo, Pedro vió reflejada su angustia cuando creyó que había perdido a Paula.


—Tal vez las cosas hayan cambiado.


—Es una historia muy complicada. Bueno, yo me marcho ya. Cuiden de esos niños. 


Cuando salió por la puerta, Horacio se puso de pie y le dió a Baltazar a su madre.


—¿Ha dicho Gustavo que no vas a aceptar el puesto de fiscal? —le preguntó a su hijo.


—Así es. Por cierto, papá, ¿Estabas buscando otro socio?


—¿Quieres decir que deseas trabajar con Federico y conmigo?


—Efectivamente. Sé mucho sobre delincuentes juveniles y me gustaría dedicarme a eso. Además, cuento con las credenciales necesarias.


—¿Cuándo quieres empezar?


—Ya he terminado de explicárselo todo a la persona que va a sustituir a Gustavo, pero quiero pasar un par de semanas con Paula y los niños. ¿Qué te parece dentro de quince días?


—Alfonso, Alfonso & Alfonso... Suena estupendamente —afirmó Horacio, mientras le daba a Miguel a Pedro.


Él sonrió. Tener a su familia tan cerca era estupendo. Entonces, vió el muérdago que colgaba del techo y se volvió hacia Paula.


—Quería darte un regalo de Navidad muy especial —susurró, mientras la besaba dulcemente. Entonces, se sacó un anillo del bolsillo de la chaqueta y se lo colocó en el dedo anular—. Este.


—¡Oh, Pedro! ¡Es tan hermoso! —exclamó ella, contemplando los dos topacios que brillaban en el anillo de oro.


—El joyero me aseguró que se pueden añadir más piedras...


—¿De verdad quieres más?


—Claro, pero esta vez espero estar presente para su concepción — susurró.


Entonces, volvió a inclinarse sobre ella para besarla. Así, le dijo sin palabras que no volvería a tener razón alguna para dudar de su amor o de su dedicación a la familia. Se había convertido en un padre de familia y no deseaba ser otra cosa. 







FIN

Nuestros Bebés: Capítulo 80

 —Con esa cena solo quería acercaros para que hablaran.


—Y funcionó —susurró, agarrándole la mano para darle un beso—. Mira, Paula. Sé que estás enfadada conmigo y no espero que lo que yo diga ahora cambie nada. No puedo borrar el pasado, pero quiero que te quedes conmigo y que me des otra oportunidad.


—Pedro, no veo cómo...


—No voy a aceptar el puesto de fiscal del distrito.


—Pero yo creía que...


—Sé que debería haberlo hablado contigo, pero no quería que te preocuparas.



—Yo no...


—Te habrías preocupado —afirmó él.


—Bueno, tal vez un poco. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?


—Tú me has ayudado a darme cuenta de lo que verdaderamente importa. Y eso es nuestro matrimonio, nuestros hijos y nuestra familia — dijo, dándole un beso en la frente—. Yo no quería ese trabajo, nunca lo quise, pero cuando Gustavo me dijo que mi padre le había preguntado si yo podría hacerlo bien, me decidí a que se lo demostraría, pero ya no importa.


—¿Cuándo lo has decidido?


—Esta noche. He pensado mucho mientras caminaba de arriba abajo por la sala de espera.


—Y si no aceptas el puesto de fiscal del distrito, ¿Qué harás?


—No lo sé. Podría ejercer con mi padre o podría crear mi propio bufete. No lo he pensado mucho porque he estado demasiado ocupado preocupándome por mis hijos y por tí. Ustedes son lo más importante para mí. ¿Me darás otra oportunidad?


Paula se miró las manos, sin saber si podría tomar una decisión imparcial con Pedro tan cerca de sus labios. ¿Cómo podría hacerlo si lo amaba más que a la vida misma? Sin embargo, sabía por experiencia que los hombres a menudo toman decisiones precipitadas que no tenían intención de cumplir.


—Pedro, por mucho que quiera creerte, no...


—Paula, cariño. Sé que lo he estropeado todo y que tardaré mucho tiempo en conseguir que todo esté como antes. No te pido más de lo que me puedas dar, pero no puedo soportar perderte. El mañana sin tí es mucho peor que pensar lo que les podría pasar a nuestros hijos.


—No creo que este sea buen momento para...


—Paula, me tienes de rodillas. ¿Quieres que ahora te lo suplique? Lo haré si es eso lo que quieres.


—No, no lo hagas, Pedro. No tienes que suplicar. Lo único que he querido siempre es que me ames.


—Te amo.


—Abrázame, por favor —susurró ella, con los ojos llenos de lágrimas.


Pedro le tomó la cara entre las manos y la besó dulcemente.


—Encantado.


Con esto, la tomó en brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho.


—Eres lo mejor que me ha ocurrido en toda mi vida —añadió.


—Lo sé —replicó ella, con una sonrisa burlona.


—¡Y qué modesta eres! No me extraña que me haya enamorado de tí y que te ame tanto.


—Yo también te amo.


—Nunca quise que ocurriera esto entre nosotros. Cuando me enteré de lo que había ocurrido en la clínica de fertilización, pensé que bastaría con poner un pleito, pero ahora creo que les mandaré una nota de agradecimiento.


Entonces, se inclinó sobre ella y la besó. Paula separó los labios y aceptó aquel gesto como la promesa de un amor duradero. Cuando Pedro rompió el beso, ella ya no sintió más dudas. Entonces, él le dió un beso en la sien y volvió a abrazarla. Paula se sintió feliz y relajada. Sabía que Pedro era la persona que siempre había estado buscando. Era su marido y el hombre que amaba, hiciera lo que hiciera o vivieran donde vivieran.


—¿Qué te parece si entramos en esa sala para ver al resto de nuestra familia, papá?

Nuestros Bebés: Capítulo 79

 —¿Quieres descansar un poco antes de ver a tu hijo pequeño?


—No. Estoy bien —dijo Paula, agarrándose el vientre, mientras miraba por la ventana de la sección más especializada de la unidad de neonatos—. Pedro, ¿Son esos tus padres?


—Sí. Han venido para apoyarnos gracias a tí —respondió él, mientras hacía girar la silla de ruedas.


—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó, mientras él se arrodillaba delante de ella. 


—Mi padre y yo somos muy testarudos. Los dos queríamos que el otro compartiera nuestra opinión sobre las cosas. Tú tenías razón cuando dijiste que no podías tener un futuro conmigo si vivía en el pasado. Y creo que lo mismo se aplica en mi relación con mi padre. No es perfecto, pero yo tampoco lo soy. Creo que, en cierto modo, tenía miedo de enfrentarme a él por miedo a volver a fracasar a la hora de ser el hijo que él quiere, igual que lo he tenido a la hora de decirte a tí algunas cosas sobre mí.


—No tienes que...


—Quiero hacerlo porque no quiero seguir preguntándome si, cuando lo sepas, te marcharás. Cuando era un adolescente, hice muchas cosas para que me prestaran atención. Pinté graffitti en los edificios públicos, rompí ventanas y robé tapacubos... Sentía que Horacio prestaba más atención a su carrera política que a mí y decidí hacer que eso cambiara. Fui un estúpido. Horacio nunca entendió por qué lo hacía y sus gritos no me sirvieron de nada. Esta actitud duró varios años. Una vez, me sorprendieron haciendo una pintada en el instituto. Era bastante gráfica y toda la ciudad se enteró del hecho. Después, dejé a mi novia embarazada. Cuando ella tuvo un aborto natural, me envió a un colegio privado. Lo culpé porque mi vida pareció destruirse entonces, pero finalmente he comprendido lo que le costé. Se había presentado para cubrir una plaza de juez federal y mi novia era la hija de uno de sus colegas. Su padre hizo que el mío pagara por lo que yo le había hecho y lo amenazó con decirle a todo el mundo que jamás podría controlar un tribunal porque no podía controlarme a mí. Aquello le hizo apartarse de la carrera política. Y fue todo culpa mía.


—Te equivocas. Tu padre es responsable de sus actos y no tú. Seguro que tenía sus propias razones. Además, tú solo eras un niño.


—Era lo suficientemente mayor como para saber lo que hacía.


—¿Y por esto te estás matando a trabajar? ¿Para ser el señor perfecto?


—Sí.


—¿Y creíste que la opinión que yo tenía sobre tí cambiaría por esto?


—Muchas personas no lo pueden olvidar. Temía lo que tú pensaras.


—Pedro, los padres nunca esperan que sus hijos sean perfectos. Y las esposas tampoco.


—Me sorprendes. Lo viste todo muy claramente y decidiste agarrar al toro por los cuernos e invitar a mi familia. Y nos has dado a mi padre y a mí dos buenas razones para olvidarnos del pasado. 

Nuestros Bebés: Capítulo 78

 —¿Quieres hacerme un favor, Horacio?


—Tú dirás.


—¿Quieres quedarte aquí con mi hijo mientras voy a ver si Paula está ya en recuperación? Tal vez te parezca una tontería, pero es tan pequeño y tan indefenso que no quiero que se quede solo.


Pedro quería asegurarse también de que su otro hijo estaba bien y ansiaba ver a Paula, su esposa, la mujer a la que amaba...  Se quedó perplejo. La amaba. ¡Qué estúpido había sido de no darse cuenta hasta entonces! Necesitaba ir a verla, decírselo, asegurarse de que ella sabía lo que sentía.


—Este es tu abuelo —le dijo a su hijo—. Va a quedarse contigo mientras yo voy a ver a tu hermano. Y a tu mamá —añadió, con un nudo en la garganta—. Gracias, Horacio... Digo, papá. Gracias.



Fue Pedro quien sacó a Paula de la oscuridad que la rodeaba. Al escuchar su voz, quiso dejarse llevar un poco más por aquel bendito sopor, pero un fuerte miedo se lo impidió. Sus hijos. Abrió los ojos y parpadeó varias veces antes de poder fijar la vista en Pedro. No recordaba haberse alegrado tanto de ver a nadie en su vida entera. Trató de sonreír, pero al ver que tenía el ceño fruncido, recordó los acontecimientos de la noche anterior. El hombre a quien le había confiado su corazón la había traicionado.


—Señora Alfonso —le dijo una enfermera.


—¿Y mis hijos? —preguntó Paula, con los ojos llenos de lágrimas.


—Están en la unidad de neonatos. Acabo de regresar de allí —dijo Pedro.


—Quiero verlos.


—Tiene que quedarse aquí un poco más —le dijo la enfermera—. Cuando esté lista para ir a su habitación, podrá pasar por la sección de neonatos si quiere.


—Quiero ir ahora.


—Lo siento, pero no puede —le dijo la enfermera, antes de marcharse.


—¿Están bien? —le preguntó Paula a Pedro—. Quiero que me digas la verdad.


—Uno es más grande y hace mucho ruido. Pesa casi dos kilos y medio y está perfectamente. Me recuerda mucho a mi padre —bromeó él—. El otro pesa un poco menos de dos kilos y tiene alguna dificultad...


—¿Dificultad? ¿Qué es lo que le pasa? 


—Le están dando esteroides para que se le desarrollen los pulmones y lo tienen conectado a un respirador. El médico dice que es muy común en los partos prematuros, pero se muestra optimista y cree que, si no hay complicaciones, todo irá bien.


Las lágrimas llenaron los ojos de Paula. Todo era culpa suya por ponerse de parto antes de la cuenta. Se frotó los ojos y trató de tranquilizarse.


—Tengo que verlos.


—No creo que te vayan a dejar levantarte de aquí en algún tiempo. Además, hay algunas cosas que me gustaría explicarte.


—Necesito ver a mis hijos —insistió ella, cerrando los ojos. No quería escuchar nada más. A partir de entonces, se enfrentaría a todo sola—. Hasta que ellos estén bien, no puedo pensar en otra cosa.


—De acuerdo —replicó él, muy serio—. Voy a buscar a tu médico.


Paula observó cómo Pedro se acercaba a la enfermera. No le importaba lo que el médico dijera. Quería ver a sus hijos inmediatamente. Además, quería evitar todo enfrentamiento con él. Saber por qué se había casado con ella ya le había resultado suficientemente doloroso. A partir de aquel momento, solo trataría de recuperarse, de recomponer su maltrecho corazón y de ayudar a sus hijos para que todos pudieran marcharse a casa. Casa... Lo que Pedro y ella habían compartido durante tan breve tiempo era, a pesar de todo, el hogar que había soñado siempre con darles a sus hijos. Sin embargo, no estaba segura de que pudiera regresar allí sabiendo que él no la amaba. 

Nuestros Bebés: Capítulo 77

 —Muy bien. Lo hemos puesto en el respirador y ha reaccionado perfectamente. Tiene agallas y es un luchador. Poco a poco, le iremos quitando la respiración asistida, aunque no puedo decirle cuánto tardará. Depende de lo bien que reaccione cada vez que reduzcamos la intensidad de la máquina, pero, por el modo en que está reaccionando, no veo que tenga que estar más de un mes, si no hay complicaciones.


Pedro se tranquilizó un poco. El médico se marchó y él volvió a contemplar a su hijo. Encontró un taburete y se sentó al lado de la incubadora. Entonces, se puso a contarle todos los dedos hasta que las lágrimas le nublaron la visión.


—No sé si me oyes ni si me entiendes —susurró, pegando una mano al cristal de la incubadora—, pero... Soy tu papá. No quiero que te preocupes porque tengamos otro hijo que es más grande y creas que, porque eres más pequeñito, no te queremos —añadió, cuando se le pasó el nudo que tenía en la garganta—. Sé lo que es pensar que uno es una desilusión para los demás. Tú no lo eres. En lo que a mí respecta, tú eres todo lo que yo podría querer en un hijo... Más de lo que me merezco. Solo quiero llevarte a tí y a tu hermano a casa, para que podamos ser una familia de verdad. Siempre estaré a vuestro lado. Siempre. Y jamás antepondré mi carrera para que no tengáis que preguntaros si os quiero o no. Nunca he sido papá antes y tal vez no siempre esté en lo cierto, pero juntos lo conseguiremos. Te quiero, hijo mío. Ocurra lo que ocurra, siempre te amaré. Aunque cometas errores. Resolveremos juntos nuestras diferencias.


—¿Pedro?


Al darse la vuelta, se encontró a su padre vestido de la misma guisa que él. Pedro nunca lo había visto en una actitud tan humilde en toda su vida.


—Después de que nos marcháramos de tu casa, tu madre estaba muy preocupada porque Paula estaba tan disgustada. Cuando no contestaban al teléfono, llamó al hospital y le dijeron que ella había ingresado. Lo siento, Pedro. Me siento responsable.


—No es culpa tuya. Si es culpa de alguien, es mía. Se lo debería haber dicho... ¿Dónde está mamá?


—En la sala de espera. Solo dejan pasar a una persona y yo quería disculparme por lo que ocurrió durante la cena. 


—No fue culpa tuya. Debería haber hablado con Paula hace meses. Por cierto, ¿Qué le pasó a mamá durante la cena? Ella nunca levanta tanto la voz.


—No lo entiendes. Hemos destrozado a tu madre con nuestras discusiones. Es hora de que firmemos una tregua. Paula, los niños y tú necesitan el apoyo de toda la familia.


Pedro no creía lo que acababa de escuchar.


—¿Qué es eso que le has dicho sobre quererlo incluso cuando cometa errores? ¿Es que crees que yo no te quería a tí?


—Sí.


—Siempre he estado muy orgulloso de tí, aunque nunca te lo haya dicho. Supongo que creía que sabrías cómo me sentía. Siento no haberlo hecho nunca.


—No lo sabía. Ojalá lo hubiera sabido...


—He sido muy duro contigo. No eras como tu hermano y tal vez me excedí contigo, pero tú siempre tenías que hacer las cosas a tu modo. Habías tenido algunos problemillas y entonces tu novia se quedó embarazada. Entonces, me di cuenta de que tenía que hacer algo, así que te envié a ese colegio privado. Sentía que tenía que hacerlo antes de que arruinaras tu vida. Tú nunca me escuchabas y yo esperaba que otra persona pudiera enseñarte lo que yo no había podido.


A pesar de que dudaba de que su padre comprendiera lo que había sentido cuando Brenda perdió el hijo, se dió cuenta de que tenía razón. Precisamente había sido aquella determinación de su padre lo que le había convertido en un buen abogado y le había transmitido su preocupación sobre los chicos con problemas y por cuidar de sus hijos. 

Nuestros Bebés: Capítulo 76

Después de lo que pareció una eternidad, una enfermera salió del quirófano y se acercó a Pedro. Su seria expresión no presagiaba nada bueno.


—¿Se encuentra Paula bien?


—El médico está terminando de tratar a su esposa. Tardará un rato en ir a Recuperación para que pueda verla.


—¿Y los niños?


—Tiene dos hijos hermosísimos.


Pedro sintió que se le doblaban las rodillas y tuvo que apoyarse en una silla cercana.


—¿Se encuentra bien?


—No... Sí... No lo sé... Estoy...


—Lo entiendo. El mayor de los dos pesa casi dos kilos y medio y está perfectamente. El segundo, pesa unos dos kilos, pero está teniendo algunos problemas respiratorios, por lo que lo hemos puesto en un respirador.


—¿En un respirador? —preguntó Pedro, aterrado.


—Sí, lo ayudará a respirar hasta que la medicación que le hemos administrado surta efecto y pueda hacerlo solo.


—Y eso terminará por ocurrir, ¿Verdad? Es decir, lo de la incubadora es solo temporal, ¿Verdad?


—Debería serlo, a no ser que surjan complicaciones. Los médicos hablarán con usted cuando hayan terminado de atender a los niños y a la madre.


—Quiero verlos.


—Están en la unidad de neonatos.


—¿A qué se debe la diferencia de peso? 


—No es extraño que el más fuerte se haga con la mayor parte del alimento —le dijo la enfermera, mientras abría unas puertas dobles—. Esta es la sección de neonatos y ese —añadió, señalando una de las incubadoras—, es su hijo mayor. Como puede ver, no ha requerido ningún tipo de ayuda para respirar. Dentro de unos pocos minutos podrá regresar para verlo. Ahora lo acompañaré a la sección donde están los más delicados para que pueda ver a su otro hijo.


Las palabras de la enfermera no alarmaron a Pedro tanto como lo que no le había dicho. Miró la incubadora, alarmado por lo pequeño que era el niño. El pequeño lloraba estrepitosamente, por lo que deseó poder tomarlo en brazos, pero la enfermera, con un toque en el hombro, le recordó que tenía otro hijo, más pequeño y más débil aún, que también lo necesitaba.


—Es ese de allí —le indicó, desde una ventana—. Antes de entrar a verlo, necesita lavarse y ponerse una bata estéril.


Pedro siguió a la enfermera a través de un nuevo juego de puertas. El fuerte olor del antiséptico flotaba en el aire. Una serie de monitores, que alertaban al equipo médico de cualquier cambio, no dejaban de parpadear y de sonar. Tras hacer todo lo que la enfermera le había pedido, pudo pasar a ver a su hijo. Sintió que le fallaban las piernas cuando vio que era poco más grande que su mano. Un gorrito le cubría una cabecita que era más pequeña que su puño. Todo lo que había leído le habían preparado para muchas cosas, pero no para el amor incondicional que sintió al mirar la carita de aquel ser por primera vez. La pequeñez del niño y su estado le oprimía el corazón. Nunca había sentido una necesidad tan fuerte de proteger a alguien. No podía cambiar lo que había ocurrido hacía quince años, pero las cosas habían cambiado. Él mismo había cambiado. Vió que el niño tenía un tubo pegado a la boquita. El otro lado estaba conectado con una máquina que se parecía a un ventilador y que hacía un ruido constante que concordaba exactamente con el movimiento del pechito del niño. En aquel momento, un médico se acercó a la incubadora y comprobó que todo funcionaba correctamente antes de anotar los datos en un gráfico.


—¿Cómo está?

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 75

 —Ya no sé lo que creer. En una época, pensé que si me esforzaba, tal vez todo saldría bien, pero ahora...


—Y así será.


—¿Cómo va a ser así si nunca estás en casa?


—Lo estoy intentando, Paula. Lo estoy intentando. Hay tanto que hacer antes de que Gustavo se marche... Antes de que nazcan los niños.


—¿Es eso lo que les ofreces a tus hijos? ¿Una vida de promesas vacías? ¿Ocuparán ellos el segundo o el tercer lugar en tus prioridades, disponiendo solo del tiempo que te quede cuando cumplas todos tus compromisos profesionales? Se perderán entre tus papeles y ni siquiera te darás cuanta. Esto no tiene nada que ver con los niños o conmigo, sino con demostrarte a tí mismo lo que vales, ¿No es cierto?


—Paula, yo no... —susurró, aunque sabía que tenía razón.


—He hecho todo lo que he podido. Había esperado que tú cambiarías de actitud, pero no ha sido así. Y yo ya no puedo seguir así. Ni puedo ni pienso hacerlo.


—¿Qué quieres decir con eso?


—Que te abandono —replicó ella, con los ojos llenos de lágrimas.


—Mira, comprendo que estás enojada conmigo porque no te pedí parecer sobre el puesto de fiscal y admito que quería demostrarle a mi padre que soy un hombre responsable, pero...


—Tu trabajo y lo que hay pendiente entre tu padre y tú no tiene nada que ver con mi decisión de marchame.


—Entonces...


—Quiero que mis hijos sepan siempre que ocupan el primer lugar. Y yo también necesito estar en primer lugar, y eso es algo que no creo que tú puedas hacer.


—Puedo hacerlo y lo haré.


—Hubo una época en que creí que podrías hacerlo, pero ahora estás demasiado ocupado para tener tiempo para mí. No se puede construir un futuro mientras te estás aferrando al pasado. No creo que...


De repente, Paula lanzó un grito y abrió mucho los ojos.


—Paula, ¿Qué te pasa?


—Creo que acabo de romper aguas.




Los hijos de Pedro estaban a punto de nacer. Si algo les ocurría a Paula o a ellos, él sería el culpable. Debería haberle hablado sobre sus planes hacía mucho tiempo, pero no había querido preocuparla. Su silencio los había puesto a los tres en peligro. Respiró profundamente y se acercó a la cama del hospital para tomar la mano de Paula. Ella se la retiró.


—Los signos vitales de uno de los niños están un poco bajos. Los médicos creen que sería mejor hacer una cesárea.


Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y, cuando él trató de besarla, apartó la cara.


—Ahora puedes irte, Pedro. No tienes por qué quedarte.


—Quiero hacerlo, Paula.


—No. Puedo hacerlo yo sola.


Pedro trató de no pensar en su rechazo mientras se anudaba la bata que le había dado una enfermera. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido. De repente, sonó una alarma.


—Uno de los niños está sufriendo. Tenemos que marcharnos — exclamó un médico, mientras las enfermeras terminaban de preparar a Paula para llevarla a quirófano. 


Pedro salió corriendo detrás de la comitiva, pero una de las enfermeras lo agarró del brazo.


—No puede pasar de las puertas del quirófano, señor Alfonso.


—Tengo que entrar con ella. Necesito estar con ella. Se lo prometí.


—Nuestra principal prioridad es que los niños nazcan bien.


—Paula, cielo —susurró, mirándola sin poder razonar.


Ella lo miró con tanto dolor que estuvo a punto de hacer que Pedro se cayera de rodillas al suelo. Entonces, apartó la cara por segunda vez.


—¿Paula? —musitó él, sintiendo un fuerte dolor en el corazón.


Entonces, no le quedó más remedio que observar cómo las enfermeras se la llevaban. De repente, se dió cuenta de que era demasiado tarde. Sus razones para no haberle hablado del puesto de fiscal ya no eran importantes. La mujer a la que había jurado proteger estaba en peligro. Y sus hijos. Todo era culpa suya.  Aunque Paula pudiera perdonarlo algún día, no estaba seguro de que él pudiera perdonarse a sí mismo. Se había esforzado tanto por demostrar su valía... Sin embargo, había fallado ante la persona que le importaba más que nadie.

Nuestros Bebés: Capítulo 74

 —¿Qué he hecho?


—¿Por qué me parece que soy la única que no sabe de qué están hablando?


—¿Es que no lo sabe? —preguntó Horacio, atónito.


—No, no se lo he dicho —le espetó Pedro, aunque sentía que todo aquello era culpa suya por haber pospuesto lo inevitable.


—¿Por qué no? A ella la afecta —le recriminó Ana con severidad.


—Pedro Alfonso, eso parece algo que haría tu padre.


Lo último que quería Pedro era que lo compararan con su padre, pero mucho menos que Paula se enterara de aquel modo.


—Gustavo Tyler deja el puesto —le dijo, colocando el brazo sobre el respaldo de la silla de ella—. A menos que haya otro candidato, parece que yo seré el elegido para ocupar el puesto.


—¿Como fiscal del distrito? —preguntó ella, abriendo mucho los ojos.


—Sí.


—¿Cuánto tiempo hace que sabes esto, Pedro?


—Desde antes de que nos casáramos.


—¿Lo sabías cuando me pediste que me casara contigo?


—Sí.


Paula bajó los ojos. Después de un largo momento, se levantó de la mesa.


—Perdonen.


—No lo sabía —dijo Horacio—. Lo siento.


Pedro se puso de pie tan rápidamente que tiró la silla al suelo.


—¿De verdad, papá? —le espetó.


—¡Ya basta! —exclamó Ana, poniéndose de pie también—. Los quiero mucho a los dos, pero esto ya durado más que suficiente. Así no van a resolver nada y esta vez han disgustado a Paula.


Pedro no se dió cuenta hasta aquel momento de que Paula se había marchado. Tenía que encontrarla, explicarle por qué no le había hablado de que existía la posibilidad de que lo nombraran fiscal del distrito. 


—Creo que sería mucho mejor que se marcharan —le dijo a su familia.


—Tienes lo que te mereces —le dijo su madre, después de rodear la mesa para darle un beso—. Si yo fuera Paula, estaría muy enfadada contigo durante al menos un mes.


—Llámanos si nos necesitas —le pidió Mariana, con una sonrisa de preocupación.


—Vas a ver cómo logras hacérselo entender —le prometió Federico, tras darle una palmada en la espalda.


Horacio seguía de pie al lado de la mesa, con el ceño fruncido.


—No lo sabía. Nunca habría mencionado nada si hubiera sabido que...


—Venga, Horacio —le dijo Ana—. Vayámonos de aquí. Creo que Pedro y Paula necesitan estar un tiempo a solas para solucionar esto.


Pedro no estaba del todo seguro que el tiempo fuera suficiente para arreglar las cosas entre Paula y él. Se pasaba la mayor parte de los días en los tribunales, argumentando casos, pero, en aquella ocasión, no tenía defensa posible. No obstante, tenía que intentarlo, porque no sabía qué haría sin ella. La encontró en su dormitorio, mirando por la ventana a pesar de que era de noche.


—Paula...


—¿Esa fue la razón de que te casaras conmigo?


—No. La elección no tuvo nada que ver con ello —respondió. Cuando le colocó una mano en el hombro, ella se giró bruscamente para apartarla—. Tienes que creerme.


—¿Por qué no me lo dijiste?


—Tenía intención de hacerlo.


—¿Cuándo? ¿Después de que prestaras juramento? ¿Crees que me habrían agradado las noticias? Ahora casi no te veo y tú me dijiste que el fiscal trabaja muchas más horas que tú. ¿Cuándo tendrás tiempo de ver a tus hijos o a tu esposa? ¿Es ese puesto más importante que tu familia?


—Claro que conseguiré hacer tiempo para los niños y para tí. ¿Crees que me importan tan poco como para no hacerlo? 

Nuestros Bebés: Capítulo 73

 —No habría nada que Ana quisiera más, pero Pedro y yo no podemos estar en la misma sala sin discutir.


—Llevo a sus nietos en mi vientre. Quiero que tengan una familia y eso incluye a los abuelos. Quiero que comamos juntos los domingos y las fiestas familiares. El único modo de que eso ocurra es que Pedro y tú hagan las paces.


—Pedro sabe dónde encontrarme.


—¿Por qué tiene que ser Pedro quien dé el primer paso? —preguntó ella, notando las similitudes entre padre e hijo.


—Bueno, no veo por qué tengo que ser yo —replicó Horacio, mientras se ponía de pie y se alejaba de ella—. No sé lo que te ha contado, pero han pasado muchas cosas entre nosotros.


—¿Me prometes que lo intentarás por lo menos?


—No te puedo garantizar nada. Pedro es...


—Muy parecido a tí. Ahora ya veo de dónde ha sacado su orgullo.


—Sí, supongo que tienes razón. ¿Por qué no llamaste a la madre de Pedro para hablar sobre esto?


—No puedo hacer que Pedro haga nada que no quiera hacer y creí que tendría más posibilidades de éxito si venía a hablar contigo en vez de con tu esposa.


—De acuerdo —respondió Horacio, sin poder evitar una sonrisa—. Iremos.


—Estupendo. ¿Te parece bien el viernes por la noche a las siete?


Paula no se engañó. Seguramente una cena no conseguiría que Horacio olvidara o que Pedro se perdonara a sí mismo. Sin embargo, ella tampoco había tenido muchas posibilidades de quedarse embarazada y lo había conseguido.


Pedro entró rápidamente en la casa, preocupado por el críptico mensaje de Paula y porque el coche de su hermano estuviera a la puerta significaran que algo iba mal. Oyó voces desde la cocina y apretó el paso. Entonces, se detuvo en seco cuando vió que su padre estaba sentado a la cabecera de la mesa, como si aquella fuera su casa. Su madre estaba al lado de Horacio, con una sonrisa forzada. A su lado estaban Federico y Mariana. Los dos tenían un aspecto algo culpable. Al otro lado de la mesa estaba Paula, tan contenta como si acabara de ganar un premio.


—Pedro... —dijo ella, poniéndose de pie con mucho trabajo.


—¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Por qué está mi familia aquí?


—Pedro, por favor. Yo los he invitado a cenar. Quería que todos estuviéramos juntos para que pudiéramos conocernos.


—No creo que esto sea...


—Es solo una cena. Ya veremos lo que pasa después. Será divertido. Ya lo verás.


—No esperes milagros. Hay muchas cosas que tú no sabes.


—Todo se solucionará.


—Pedro —dijo Ana, mientras pasaba la ensalada alrededor de la mesa—, Paula es exactamente lo que has necesitado todos estos años.


Pedro consideró las palabras de su madre. Solo la perspectiva de necesitar a Paula lo turbaba. Era una mujer amable y con capacidad para perdonar. Era muchas cosas además de eso, pero no podía curar las heridas de una familia con solo una cena o borrar su turbio pasado. A pesar de todo se sentó a cenar. Federico y Horacio se las arreglaron para llevar la conversación al terreno de la política.


—¿Sabes una cosa, Paula? Me alegro de que hayan decidido casarse —comentó Horacio, mientras cortaba un trozo de filete—. Y es un momento estupendo para tener hijos. Todo resulta muy ventajoso para el futuro de Pedro.


—No comprendo. ¿Cómo podía ser bueno para el trabajo de Pedro que se casara?


Federico se aclaró la garganta.


—La cena está deliciosa. ¿A qué sí, Mariana?


Cuando Mariana no respondió inmediatamente, Federico le dió un codazo.


—¡Sí, claro que sí! Muy buena.


—Horacio, me prometiste que... —susurró Ana, frunciendo el ceño. 

Nuestros Bebés: Capítulo 72

 —Ya te dije en otra ocasión que las cosas son muy difíciles entre nosotros —afirmó, mientras se ponía de pie de repente—. Además, me gusta mi trabajo.


—Siento haberlo mencionado.


—Bueno, me voy a trabajar.


—Pero si no has cenado...


—Ya comeré algo cuando esté en mi despacho.


—Pedro, no...


Antes de que pudiera terminar la frase, él se había marchado. A Paula le pareció que era un regreso a las discusiones que había tenido con su ex. Sin embargo, aquella vez no tenía la intención de rendirse sin presentar batalla. La amante de Pedro no era una mujer. Era su trabajo y algo que había ocurrido en el pasado con su padre. En ese caso, tenía noticias para su marido. Aquella vez, no permitiría que un trabajo muy exigente o el estúpido orgullo de Pedro los separara. De algún modo, encontraría el modo de salvar su matrimonio y de terminar con la total falta de comunicación que había entre padre e hijo, aunque tuviera que ir en contra de los deseos de Pedro.


—Hola, señor Alfonso. Soy Paula, su nuera.


El único modo en el que pudo describir la expresión que cruzó el gesto de Horacio Alfonso fue de incredulidad. Entonces, sonrió, aunque ella no supo cómo interpretarlo.


—Por favor, siéntate —dijo, apartando una silla de la enorme mesa de la sala de reuniones.


—Sé qué haber venido sin avisar no ha sido muy adecuado, pero me temía que si le decía mi nombre, no querría recibirme.


—¿Por qué has venido a verme? ¿Es que le ocurre algo a Pedro?


—No, está bien. Quería presentarme y conocer al padre de Pedro y al abuelo de mis hijos. Dado que hoy tenía una cita con el médico, me pareció una oportunidad perfecta. 


—¿No pasa nada porque andes por ahí en tu estado? —le preguntó Horacio, mirándole el enorme vientre.


—Bueno, mientras no me ponga de parto —bromeó ella. Horacio pareció asustarse tanto que ella se vió en la necesidad de tranquilizarlo—, pero para eso falta un mes.


—¿Otro mes? —repitió él, mirándole de nuevo el vientre.


—Es que estamos esperando gemelos.


—¿Gemelos? Sabía que Pedro iba a tener un hijo, pero no sabía que fueran dos.


—Sí. Tengo que ir en taxi porque ya no me puedo poner detrás del volante.


La expresión de Horacio se suavizó y sonrió. Tal vez no era el ogro que Pedro le había hecho creer.


—¿Sabes si son niñas, niños o uno de cada?


—No. Pedro y yo preferimos que sea una sorpresa, pero, por las patadas que me dan, yo creo que hay un equipo entero de fútbol ahí dentro.


—Ana, que es la madre de Pedro, estará encantada. Probablemente te volverá loca con sus llamadas.


—Eso me gustaría mucho. Perdí a mis padres en un accidente de coche hace algunos años.


—Lo siento mucho.


—Sigo echándolos de menos. Si quiere que le confiese algo, señor Alfonso...


—Llámame Horacio.


—De acuerdo, Horacio. Hay otra razón para mi visita.


—¿De qué se trata?


—Quería invitarlos a cenar a tu esposa y a tí.


—No estoy seguro de que eso sea una buena idea.


—¿Por qué no?


—¿Se lo has dicho a Pedro?


—No. Quería darle una sorpresa. Me gustaría mucho que viniera toda la familia. 

Nuestros Bebés: Capítulo 71

 —No, no creo que fueras capaz de hacer eso, pero es que me siento como una ballena varada y estoy algo insegura. Bueno, muy insegura.


—¿Por qué? Eres muy hermosa —afirmó él, colocándole la mano en el vientre.


—Entonces, ¿Por qué no llegas a casa hasta tan tarde?


«¿Por qué no me besas ni me abrazas?». 


—Porque estoy tratando de ponerme al día con mi trabajo para que, cuando des a luz, pueda tomarme unos días libres y estar contigo. Además, tuve que pasarme por la prisión. Kevin Johnson ha sido arrestado en relación con un robo en una vivienda. Dice que no lo hizo, pero han encontrado una pistola robada en su dormitorio.


—Lo siento. Sé lo mucho que has tratado de ayudarlo.


—Sí, pero no lo he conseguido.


—Lo has intentado, que es mucho más de lo que la mayoría de la gente sería capaz de hacer. Espero que no estés tan cansado como para hablar sobre nosotros porque, mientras tú te estabas preocupando por ese muchacho, yo me estaba preocupando por tí. Has estado llegando a casa muy tarde y, para cuando terminas de dar de comer a los animales, yo ya estoy dormida. La semana pasada, me fui a tu cama para esperarte, pero tú nunca viniste a acostarte.


—No quería molestarte, así que dormí en el sofá.


—Oh...


—Lo siento —dijo él, tras darle un beso en la frente y un breve abrazo—. Debería haberme asegurado de que sabías por qué estaba trabajando hasta tan tarde. Di por sentado que lo entenderías.


—¿Trabaja tu jefe tantas horas como tú?


—Más. Ya está allí cuando llego yo y sigue allí cuando me marcho.


—Me alegro de que no seas tú el fiscal del distrito. 


—El trabajo está ahí —replicó él, frunciendo el ceño—. Alguien tiene que hacerlo.


—¿Cómo pueden esperar que trabajes tantas horas y que sigas teniendo una vida propia? ¿No pueden contratar a más personal?


—No hay dinero en el presupuesto.


—¿Crees que tendrás que trabajar menos hacia finales de año?


-No. Tendré la misma cantidad de trabajo, pero menos tiempo, por las vacaciones.


—Pero, después de que nos casáramos, te traías trabajo a casa.


—No estaba haciendo mi trabajo del modo en que debía hacerlo. Dejé que se me fuera acumulando y me llamaron la atención por ello. No puedo dejar que me despidan ahora que los niños vienen de camino.


—¿Y cuando nazcan? —preguntó Paula, aunque ya sabía la respuesta.


—Pasaré con ellos todo el tiempo que pueda, pero tengo que hacer mi trabajo. Tal vez me pueda ir antes a trabajar y regresar a casa antes de que se metan en la cama por la noche.


—Pedro...


—¿Sí?


—¿Y nosotros?


—Mira, estoy haciendo todo lo que puedo. Pensé que ya sabías cómo era mi trabajo cuando te casaste conmigo.


—Eso era lo creía yo, pero he decidido que ya no me gusta tu trabajo.


—Lo sé... Yo mismo he estado teniendo dudas últimamente.


—¿Has pensado alguna vez trabajar para tu padre? Tal vez no te presionara tanto.


—¿Es que soy el único que cree que soy capaz de realizar mi trabajo? —replicó él, muy molesto por el comentario.


—No quería decir eso.


—Maldita sea... Me gusta lo que hago y se me da bien.


—Lo sé —susurró ella, arrepintiéndose de sus palabras—. Solo pensé que trabajar con él podría ser una opción.