lunes, 30 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 70

Resultaba fácil creer que todo era real. Las miradas, las sonrisas, el sexo… Pedro le había dicho que no se enamoraría de ella. No creía en el amor, solo en el deseo. Por lo tanto, era una locura pensar, esperar que él pudiera verla como algo más que su esposa solo en apariencia y su amante. Solo había una preocupación que podría acabar con el cuento de hadas. Se le había retrasado el periodo. Solo unos días, pero los suficientes para que se sintiera preocupada. Además, el periodo del mes anterior había sido muy ligero. Todo ello unido a las náuseas cada vez que olía el café… Esperaba que todo fuera producto de su imaginación. Para quedarse tranquila, se había comprado una prueba de embarazo, que se haría si la regla no le venía en los dos días posteriores. Cerró los ojos y, sin querer, imaginó un precioso bebé de piel olivácea, con el cabello negro y los ojos verdes como los de su padre. Se sobresaltó y se incorporó justo cuando Pedro se dejó caer sobre la arena a su lado.


–Te has quedado dormida –murmuró él mientras le daba un beso en los labios–. ¿Qué te pasa, querida? ¿Has tenido un mal sueño?


Paula tragó saliva.


–Algo así.




–¿Y bien, mamá? ¿A qué viene esto?


Pedro no podía ocultar su impaciencia. No entendía por qué su madre había querido tener una reunión a una hora tan temprana, justo cuando él tenía que irse a trabajar.


–Quiero hablar contigo –respondió Ana, retorciéndose las manos–. Cuando trajiste a tu esposa a almorzar… Creo que hace ya unos tres meses, te dije que estaba avergonzada y tú diste por sentado que quería decir que estaba avergonzada de tí.


–No es difícil pensarlo dado que apenas has podido mirarme desde hace veintitrés años –replicó él con ironía.


–Estaba avergonzada de mí misma. Estoy avergonzada de mí misma. De lo que te hice. Cuando Paula me acusó de haberte abandonado, dejándote con tu violento padre, vi cómo me miraba y supe que lo merecía. Yo sabía cómo era Horacio… Un monstruo. Yo había llevado una vida muy protegida y él era muy atractivo. A los pocos meses de fugarme con él, me convenció para que tomara drogas. Era su manera de controlarme. A medida que mi vida fue cayendo en picado, consumí más drogas para escapar de lo miserable que era la vida con él.


Ana se cubrió el rostro con las manos.


–Ni siquiera me acuerdo de haberte dado a luz a tí o a tu hermana. Me sentía medio muerta. Entonces, un día, ví a mi padre en la televisión y lo único que quise desde aquel momento fue volver con él. Le quité a Horacio un poco de dinero y conseguí regresar con mi familia.


–¡Nosotros éramos tu familia! ¡Sofía y yo! Tus hijos. Y nos dejaste con él.


Ana se echó a llorar.


–Tenía miedo de él.


–¿Acaso crees que yo no? Has dicho que era un monstruo y eso era exactamente el hombre que me engendró.


Un monstruo cuya sangre le corría por las venas.


–Lo siento –dijo su madre llorando–. Sé que debes odiarme. Nunca supe cómo comunicarme contigo. Cuando mi padre te trajo, siempre estabas enfadado. Y, a medida que fuiste creciendo, te hiciste cada vez más frío y distante. Supe que era culpa mía que nunca te llegara la sonrisa a los ojos. Esa chica con la que te has casado…


–Paula, mamá. Mi esposa se llama Paula.


–Es una joven muy valiente. Es buena para tí. Te hace sonreír.


Ana le puso a Pedro una mano sobre el brazo. Era la primera vez que tenían contacto físico desde que… No recordaba la última vez.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 69

En ese momento, Alfredo salió a la piscina y se sentó bajo una sombrilla. Paula apenas había hablado con él desde que Pedro la presentó como su esposa. Sin embargo, había dejado su libro sobre la mesa a la que Alfredo se había sentado. Al llegar a la mesa, vió que él tenía una copia de un libro totalmente idéntico al suyo.


–¿Te está gustando? –le preguntó al anciano tras recoger su ejemplar.


–Está bien, pero no he leído mucho todavía. No veo muy bien porque tengo cataratas. Una operación podría resolver el problema, pero también tengo un problema de corazón y mi médico me ha aconsejado que no me pongan ninguna anestesia.


–Lo siento. Debe de ser muy frustrante no poder leer. Si quieres, yo podría leértelo.


Después de pensarlo un momento, Alfredo asintió.


–¿Pero tienes tiempo? Tu hija te mantiene muy ocupada.


–Sofía se va a echar la siesta después de comer –comentó ella. Tomó el libro de Alfredo y lo abrió por la página que él tenía marcada–. Menos mal que se trata de la edición en inglés. No se me da muy bien leer en español.


–Hablas muy bien. Debo disculparme por la recepción que recibiste cuando mi nieto te trajo aquí.


–No importa –respondió Paula, que no era rencorosa–. No era lo que tú esperabas. No soy la clase de mujer con la que esperabas que se casara Pedro.


–No, pero te he visto con él y creo que eres una buena esposa para él. Lo amas, ¿Verdad?


Paula se sonrojó. ¿Tan evidente era lo que sentía por Pedro? ¿Y si él también se había dado cuenta?


–Sí –admitió.


Se suponía que ella tenía que tratar de convencer a Alfredo que su matrimonio con Pedro era auténtico, pero no tenía que fingir que sentía algo por él. Miró el libro que tenía en la mano y comenzó a leer.


–Capítulo 4…


A medida que el verano iba avanzando, a Paula le empezó a parecer que la vida no podía ser mejor. Hacía unos días, había recibido una carta de los abogados de Bruno, informándole que él ya no quería la custodia de la pequeña. La razón que daba era que estaba convencido que, desde que ella se casó, Sofía crecía en un ambiente familiar estable. Sin embargo, a través de uno de sus primos, se había enterado de que la heredera con la que Bruno pretendía casarse lo había abandonado. Se sintió muy aliviada al saber que ya no iba a perder a Sofía. La miró y vió que estaba construyendo un castillo de arena. Toda la familia estaba pasando el día en la playa privada de los Zolezzi. En aquellos momentos, los hombres se estaban ocupando de la barbacoa, mientras las niñas jugaban y Luciana y ella podían relajarse. Cada vez que Pedro y ella se miraban, él sonreía y hacía que el corazón de ella le diera un vuelco en el pecho.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 68

 -¿Adonde vas?


La voz grave de Pedro impidió que Paula se levantara de la cama. Estaban en el dormitorio del apartamento privado que tenían en la mansión Zolezzi. Era una cama muy grande y, desde hacía semanas ya, no dormía en ella sola. Él estiró el brazo y la volvió a tumbar sobre el colchón.


–Estaba tratando de no despertarte –musitó ella mientras apoyaba el rostro contra el cálido torso.


–Llevo ya un rato despierto –comentó él–. ¿De verdad crees que podría permanecer dormido mientras te tomabas libertades con mi cuerpo, querida?


–Oh.


Se acurrucó contra él para ocultar el rostro. No había tenido ni idea de que él había estado despierto cuando, tras retirar la sábana, había realizado un detallado estudio de su cuerpo con ojos y manos. Pedro era una obra de arte.


–Me gustaría saber qué vas a hacer sobre esto, dado que tú eres la responsable –le dijo, mientras la ponía de espaldas contra el colchón y se colocaba entre las piernas para mostrarle la potente erección.


–Iba a hacer café –respondió ella–. ¿No tienes que levantarte para ir a trabajar?


–Hoy iré tarde a la oficina.


–Pero recuerda que tienes que volver pronto para la fiesta de cumpleaños de las gemelas –repuso ella. Se quedó sin aliento cuando él comenzó a lamerle un pezón.


–Mm… Ciertamente soy menos productivo desde que me casé contigo.


–Yo no tengo quejas sobre tí –dijo ella mientras le rodeaba la cintura con las piernas.


Pedro se hundió en ella y sonrió. Paula amaba verlo sonreír y, en los últimos tiempos, lo había hecho con frecuencia. «Lo amas», le susurró una voz en el interior de su cabeza. Sin embargo, no quería admitir aquella peligrosa verdad y mucho menos confesárselo a él. Mucho más tarde, después de que compartieron una ducha y él le hubiera dado otro impresionante orgasmo, se marchó a trabajar. Era una suerte que Sofía durmiera con las gemelas de Luciana. Cuando salió a la terraza, encontró a la pequeña desayunando con Elvira, con la que había formado un verdadero vínculo, al igual que con Luciana y las gemelas. Cuando se llevara a la pequeña de vuelta a Inglaterra, la niña se llevaría una enorme decepción. Aquel pensamiento hizo que se le cayera el alma a los pies. Nunca se había imaginado al llegar a la mansión Zolezzi que podría llegar a ser tan feliz y a sentirse tan cómoda. Sabía que no debía olvidar la razón por la que Pedro se había casado con ella, pero, a lo largo de aquellas semanas, se había sentido muy unida a él. Sin embargo, sería un error empezar a creer que Pedro le pertenecía o que él también sentía un vínculo especial entre ellos que iba más allá de la pasión que compartían. Se sentó a la mesa con Elvira y Sofía y se sirvió una taza de café. De repente, sintió náuseas y tuvo que dejar la taza sobre la mesa sin tocarla. Esperó que no estuviera cayendo enferma con otro virus. Por suerte, las náuseas desaparecieron pronto. Se pasó la mañana en la piscina con Sofía. A última hora, Elvira fue a buscarla para darle el almuerzo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 67

Algo había cambiado y Pedro sabía que era él. Todo había empezado cuando le contó a Paula lo que le ocurrió en su infancia, algo de lo que nunca le había hablado a nadie. Sin embargo, tal vez había empezado mucho antes, cuando la vió descender por la escalera el día de la fiesta de cumpleaños de su abuelo, tan etérea y encantadora con aquel vestido dorado. Su esposa. No se sentía muy cómodo con el sentimiento de posesión que se había apoderado de él ni lo comprendía. Sabía lo que era, sabía que eso era mejor que pensar que podría ser un hombre mejor, la clase de hombre que una mujer podría amar. ¿Por qué de repente le importaba? ¿Por qué? Peor aún, ¿por qué deseaba poder superar su pasado? La respuesta a todas aquellas preguntas estaba acurrucada a su lado, durmiendo. Le sorprendía mucho que, en el pasado, la hubiera considerado una mujer corriente. Se preguntó si Paula se había sentido victoriosa cuando experimentó unos orgasmos tan potentes con ella, tres veces la noche anterior. En aquellos momentos, el alba estaba empezando a despuntar en el horizonte y la única manera de resistirse a la tentación de volver a poseerla era levantarse de la cama. Se puso un pantalón de deporte, que, por suerte, le quedaba lo suficientemente suelto como para acomodar su erección, que había surgido de la nada al retirar la sábana y ver uno de los senos de Paula, con el pezón enrojecido de las veces que se lo había acariciado con los labios. Se dirigió a la cocina y preparó café. Entonces, se acercó a las puertas de cristal y vio cómo el sol salía sobre Valencia. Decidió que nada había cambiado. Se sentía totalmente bajo control, sobre todo después de la primera taza de café. En un año, conseguiría su objetivo de convertirse en presidente y, para entonces, la fascinación que sentía por ella habría desaparecido. El deseo siempre era pasajero. Se mesó el cabello al recordar sus gemidos de placer cuando habían compartido un baño la noche anterior y había conseguido que se corriera con facilidad con sus largos dedos. Nunca antes había gozado tanto dándole placer a una mujer. La curiosa mezcla de ingenuidad y sensualidad de Paula lo intrigaba.


–Pedro…


Al escuchar su voz, Pedro se dió la vuelta y vió la expresión cautelosa de su rostro, la vulnerabilidad.


–Me desperté y ya no estabas. Pensé que…


Había pensado que él la había utilizado para una noche de sexo. Pedro prefirió no cuestionar lo que aquellas palabras le hicieron sentir y se dirigió hacia ella. La tomó entre sus brazos.


–Me levanto muy temprano.


–Ya lo veo –murmuró ella mientras deslizaba la mano por debajo de los pantalones que él llevaba puestos.


Pedro soltó una carcajada. No pudo evitarlo. Se sintió libre. Entonces, volvió a reír y la tomó entre sus brazos para llevarla de nuevo al dormitorio. 


–¿Vamos otra vez a la cama? –le preguntó ella con una pícara sonrisa–. Porque yo ya he dormido bastante.


–¿Y quién ha dicho nada de dormir, cariño?

Un Trato Arriesgado: Capítulo 66

Pedro la miró y ella se quedó hipnotizada por la oscuridad del deseo que había convertido sus ojos verdes prácticamente en negros. Paula leyó la pregunta sin palabras que le hacían aquellos ojos y asintió. La levantó y la colocó sobre él. Después, la hizo bajar lentamente, hundiéndose en ella poco a poco. La guio sujetándola por las caderas, con la mirada entrelazada en la de ella, más profundamente, llenándola por completo. Fue un momento tan intenso que ella creyó que podría morir por la belleza de aquella posesión. Sentir a Pedro dentro de ella fue una sensación maravillosa. Más allá de lo que Paula hubiera podido imaginar nunca. Entonces, él comenzó a moverse, poco a poco. Había echado la cabeza hacia atrás, contra las almohadas, como si se estuviera conteniendo.


–Baila para mí… –le susurró.


Y así lo hizo Paula. Siguió el ritmo que Pedro le había marcado y, con los ojos cerrados, se perdió en la magia de una danza antigua, arqueando flexible la espalda, echando la cabeza hacia atrás mientras los dos se movían juntos en total sincronía mientras volaban hacia lo más alto. No podía durar. Un fuego tan brillante tenía que apagarse. El poder de Pedro moviéndose dentro de ella le robó el aliento. La perfección de cada envite le rompía el corazón. Aquello no era solo sexo. En lo más profundo de su ser, ella siempre había sabido que sería más. Que hacer el amor con él era exactamente lo que estaba haciendo. Se inclinó sobre él para que los pezones rozaran el torso de él, haciendo que gruñera de placer y que incrementara el ritmo. Lo besó en la boca y Pedro se lo devolvió. La tormenta estaba a punto de estallar. Se arqueó hacia atrás para aplicar más presión en lo más profundo de su vientre.


–Dios, lo que tú me haces… –musitó con voz ronca y desgarrada.


Pedro apretó la mandíbula y ella sintió que se estaba conteniendo, una batalla que perdió espectacularmente cuando explotó dentro de ella al mismo tiempo que Paula. El grito de placer que ella dejó escapar se unió al profundo gruñido de él mientras los dos cabalgaban juntos la tormenta. Totalmente agotada y experimentando aún las dulces sensaciones del orgasmo, Paula se dejó caer sobre el torso de Pedro. Se sentía maravillosamente, totalmente empoderada. No podía moverse, pero la idea de que él pudiera pensar que lo necesitaba la llevó a intentar apartarse. Él se lo impidió.


–Quédate.


Aquella única palabra pareció enredarse en el corazón de Paula, llenándola de una cálida sensación. «No», se dijo. No podía pensar que Pedro pudiera ser vulnerable en modo alguno ni permitir que él volviera a romper sus defensas. Sin embargo, cuando él se colocó encima y buscó su boca para besarla con una inmensa dulzura y una renovada pasión, comprendió que la advertencia había llegado demasiado tarde.

viernes, 27 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 65

Inmediatamente, se inclinó sobre ella para besarla. A partir de ese instante, Paula no fue consciente de nada que no fuera él. Le colocó las manos en el torso y, mientras él la besaba, profundizando constantemente el beso, fue abriéndole los botones de la camisa. Pedro se detuvo un instante para desnudarla. Se tomó su tiempo en bajarle la cremallera y separarle el vestido de los senos. Sin embargo, no la tocó. Se centró en bajarle el ceñido el vestido y en sacárselo por los pies.


–Dios… –susurró él al ver las medias negras que ella llevaba puestas–. Si hubiera sabido que llevabas puestas unas medias… –añadió mientras deslizaba suavemente el dedo por el encaje que le ceñía la prenda a los muslos–, te aseguro que no habríamos pasado del primer plato.


Se arrodilló ante ella para quitarle los zapatos y luego le fue bajando las medias muy lentamente, una detrás de la otra, besándole la cicatriz.


–Eres tan hermosa…


Efectivamente, Pedro hacía que Paula se sintiera hermosa. Le hacía también desearlo profundamente, cuando la besaba como si no se saciara nunca de ella, cuando le acariciaba los senos y le apretaba los pezones entre los dedos para que se pusieran erectos y la hacía temblar con el placer que le proporcionaban sus caricias. Le acarició suavemente la cintura, deslizándoselas por la piel. Entonces, le enganchó los dedos en la cinturilla de las braguitas y se las bajó también.


–Tan hermosa…


Su voz ronca hizo que ella lo deseara aún más, haciendo que la tensión que tenía entre las piernas fuera aún más intensa. La había desnudado con una eficacia que le hizo sentir dudas. Pedro había hecho aquello mil veces o más y Paula tenía miedo de desilusionarlo con su inexperiencia. Entonces, cuando él se quitó los bóxer y vio la potente erección, sintió que todo su cuerpo se licuaba. Él pareció notar su inseguridad ante su tamaño porque le hizo levantar el rostro para que ella pudiera mirarlo a los ojos.


–Iremos muy despacio, cariño –le prometió.


Le frotó el labio inferior con el pulgar. A continuación, se tumbó en la cama y la colocó a ella encima de él, a horcajadas. Dejó que ella sintiera la presencia de su erección, pero no hizo nada más. Entonces, con el dedo, comenzó a acariciarle el húmedo sexo, separándole suavemente los henchidos pliegues antes de introducírselo. Comenzó a dar vueltas, a moverlo, haciendo que ella gimiera de placer y se apretara contra su mano. Un segundo dedo se unió al primero, poniéndola a prueba, estirándola, mientras que, con la otra mano, le acariciaba los senos y tiraba de ella para poder lamerle el pezón y aspirar con fuerza. Paula sintió que se humedecía aún más. Se incorporó y deslizó las manos sobre el fuerte torso de Pedro, gozando con el tacto de su sedosa piel y la delicada abrasión del vello bajo sus manos.


–Bésame –le ordenó él.


Paula no lo dudó. Colocó las manos a ambos lados de él, sobre el colchón y se inclinó para besarlo con toda la pasión que estaba experimentando en aquellos momentos. Con su alma y con su corazón. Sus labios no mentían cuando se aferraban a los de Pedro.


–Querida…


Se giró un instante para sacar un preservativo del cajón de la mesilla de noche. Paula vió cómo se lo ponía. El corazón le latía con fuerza en el pecho, lleno de anticipación y también una ligera aprensión.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 64

 –Mi hermana me ha dicho que se las va a llevar a las tres a la playa con la niñera para que la ayude. Valencia es una ciudad muy bonita y creo que te gustaría ver la Ciudad de las Artes y las Ciencias y el acuario. Creo que tardaríamos un día en verlo todo, pero no tenemos que hacerlo todo a la vez. Tenemos un año por delante para que puedas disfrutar todo lo que Valencia puede ofrecer.


Las palabras de Pedro le recordaron que había fecha límite para su matrimonio. Sería una necia si esperara más de lo que él estaba dispuesto a ofrecerle. ¿Por qué no utilizar aquella oportunidad para explorar su sensualidad y disfrutar del sexo libre de las ataduras que acompañaban siempre a una relación normal? Mientras el camarero le servía el plato principal, decidió que la vida le había enseñado a aprovechar el momento. Se arrepentiría toda la vida si no hacía el amor con Pedro. Mientras tuviera siempre en cuenta que el amor no formaba parte de la ecuación. Cuando llegó la hora del postre, Paula tomó con fruición la última cucharada de la mousse de chocolate que había pedido. Sin poder evitarlo, se lamió los labios y la cuchara y cerró los ojos para disfrutar plenamente de aquella experiencia tan sensorial.


–¿Haces eso a propósito?


–¿El qué? –preguntó ella inocentemente mientras abría los ojos.


En vez de responder, Pedro tomó un poco de su mousse con la cuchara y se la ofreció.


–Serías capaz de tentar a un santo. Abre la boca –le ordenó él suavemente.


Paula no se pudo resistir a la mousse. Ni a Pedro. Separó obedientemente los labios y lamió la cuchara. Él dejó escapar un ronco sonido en la garganta que humedeció inmediatamente la entrepierna de ella. Vió cómo él volvía a meter la cuchara en la mousse y se la llevaba a su propia boca. No podía apartar la mirada de él, observando cómo limpiaba por completo la cuchara con la lengua. La imagen resultó increíblemente erótica y el deseo se apoderó de ella al imaginarse cómo Pedro iba a utilizar aquella pícara lengua sobre su cuerpo. Tragó saliva y trató de encontrar algo que decir para romper la tensión sexual que había estallado entre ellos. El deseo se había apoderado de ella, borrando todos los pensamientos sensatos y dejando una estela de locura, una inquietud salvaje que solo Pedro podría aplacar.


–Creo que es mejor que nos marchemos –susurró él.


Pedro pagó la cuenta y minutos más tarde, los dos salieron del restaurante para dirigirse al lugar en el que habían estacionado el coche. Ninguno de los dos habló mientras se dirigían al ático de él. La tensión sexual en el coche y en el ascensor era tan palpable que ella temió que no llegaran al ático, que era muy moderno y elegante.


–¿Te apetece algo de beber? –le preguntó él mientras la ayudaba a quitarse el abrigo.


–No, gracias.


–¿Y qué es lo que te gustaría, Paula? –insistió él tras dejar el abrigo sobre el respaldo de una silla.


–Tú.


Paula pronunció la palabra sin poder contenerse. Rafael la había vuelto loca de deseo durante toda la noche.


–Pues me tendrás –dijo él tras soltar una carcajada.


Aquel sonido la desinhibió tanto que Paula se arrojó literalmente a sus brazos. Él la levantó del suelo.


–Rodéame la cintura con las piernas –le dijo. Ella lo hizo y se apretó contra él, sintiendo la potencia de su erección.


Pedro la llevó al dormitorio y la colocó junto a la cama.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 63

El rubor hizo arder las mejillas de Paula. Recordó cómo él le había dado placer con la lengua y tuvo que ocultar el rostro en el menú. Un vestido de terciopelo negro ceñía su esbelta figura y el escote le ceñía los senos para que pareciera que tuviera más pecho. Unas medias negras y unas sandalias de alto tacón completaban el atuendo. Se había dejado el cabello suelto, ligeramente recogido con dos horquillas con piedrecitas parecidas a los diamantes. Cuando se marcharon de la mansión Zolezzi, llevaba también un abrigo de lana muy ligero, por lo que Pedro solo había visto el vestido cuando llegaron al restaurante. La mirada de deseo que le había dedicado le había hecho sentirse como una diosa. Cuando el camarero anotó lo que iban a tomar, bebió un sorbo del cóctel y suspiró. Nada de todo aquello parecía real. Aún le parecía que podría despertarse en cualquier momento en su piso de Londres y descubrir que todo había sido un sueño. Especialmente Pedro. Iba vestido totalmente de negro y estaba tan guapo como siempre.


–¿Estabas enamorada del padre de Sofía? –le preguntó él de repente, sobresaltándola.


–Eso creía. Lo conocí en una fiesta. Bruno era muy guapo y lo sabía. Yo era demasiado ingenua y aún seguía muy afectada por lo de mis padres. Me halagó que se fijara en mí, pero después de que nos acostáramos juntos, me dijo que solo quería sexo. Yo había estado tomando la píldora para regular mis periodos por lo que accedí a tener relaciones sexuales con él sin preservativo. Había estado tomando un remedio que me dieron en un herbolario para ayudarme con la depresión que aún sentía por la muerte de mis padres y no sabía que eso podría afectar a la efectividad de la píldora. Cuando le dije a Bruno que estaba embarazada, se negó a apoyarme, aunque accedió a darle a Sofía su apellido.


–Menudo imbécil. Es su deber ayudar económicamente para la manutención de su hija.


–¿Lo harías tú si una de tus amantes se quedara embarazada?


–Eso no ocurrirá nunca porque siempre utilizo preservativo, pero, en el improbable caso de que me ocurriera, redactaría un acuerdo para que a ese bebé no le faltara nada de por vida.


–El dinero no lo es todo. Un niño necesita amor. Mis padres no tenían mucho dinero, pero yo tuve una maravillosa infancia.


–La mía fue muy desgraciada, viviendo en la pobreza. El dinero supuso un cambio muy importante en mi vida y en la de mi hermana. Por eso, lo mejor y lo único que podría darle a un hijo mío es una parte de mi riqueza.


–¿Estás diciendo que no querrías formar parte de la vida de tu hijo? ¿Que no lo amarías?


–Esas preguntas son irrelevantes.


Por suerte, justo en aquel momento, llegó el camarero para servirles el primer plato. Cuando volvieron a estar solos, Paula permaneció en silencio mientras tomaba su comida. Todo estaba delicioso, pero los ojos se le llenaron de lágrimas al pensar que podría haber estropeado la cena. Pedro dió un sorbo a su vino.


–He pensado que tal vez mañana te gustaría visitar el Museo de Bellas Artes. El edificio en sí es muy hermoso y merece la pena visitarlo solo para ver su arquitectura barroca. Alberga la segunda colección de arte más importante de España.


–Me encantaría, pero ¿Qué voy a hacer con Sofía?

Un Trato Arriesgado: Capítulo 62

Se levantó rápidamente de la cama. Efectivamente, se oían voces en el departamento y supuso que Luciana debía de haber regresado con las tres niñas.


–Yo me ocuparé de ella mientras tú te vistes –le Pedro Rafael mientras le daba un beso en la punta de la nariz antes de marcharse.


Paula tardó unos segundos en ponerse el mismo vestido azul de la hora del almuerzo. Al entrar en el salón, Sofía salió corriendo hacia ella.


–Mamá, ¿Me puedes dar el pijama?


–Pero si aún no es la hora de dormir.


Luciana se echó a reír.


–A las gemelas les gustaría que Sofía viniera a nuestro departamento para dormir con ellas. Pedro me ha explicado que tienen una cena esta noche en Valencia, así que es la solución perfecta.


Era la primera noticia que Paula tenía sobre una cena, pero Pedro parecía decidido a evitar su mirada. Durante los siguientes diez minutos, estuvo preparándole a Sofía una mochila con su pijama, cepillo de dientes y una amplia selección de peluches. Entonces, abrazó a Sofía y sintió que se le encogía el corazón al ver cómo se iba tan contenta con Luciana. Cuando se hubieron marchado, se volvió a Pedro.


–¿Con quién hemos quedado esta noche?


–Es una cita.


–¿Una cita? No entiendo.


–Es muy sencillo –replicó mientras se acercaba a ella–. Te voy a llevar a cenar, lejos de la mansión de los Casillas, para que podamos pasar un tiempo a solas –contestó él. Entonces, tomó un mechón de cabello que se le había soltado del recogido que llevaba y se lo colocó detrás de la oreja–. Me gustaría explorar la atracción que hay entre nosotros y pienso que a tí también te gustaría. Creo que hemos hecho todo en el orden equivocado. Primero nos hemos casado antes de pasar siquiera un día entero juntos. Yo fui tan arrogante como para creer que no importaba. Por eso me gustaría que volviéramos a empezar. Entonces, bella Paula, ¿Te gustaría cenar conmigo?


Ella asintió. De repente se sentía muy tímida, pero también emocionada, presa de una serie de sentimientos que tenía miedo de definir.


–Me encantaría.


–Estupendo. Tengo que hacer algo de trabajo en mi despacho, así que nos marcharemos dentro de una hora. Por cierto, tienes que llevarte una bolsa con tus cosas para pasar la noche fuera. Vamos a dormir en el ático que tengo en la ciudad. Ah, y ponte algo sexy, amante…


Paula sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho. La había llamado amante…


-Podríamos olvidarnos de la cena e ir directamente al ático…


Pedro le hizo aquella sugerencia cuando ya estaban en el restaurante. Paula apartó la mirada de él y observó el restaurante, que él le había dicho que era uno de los mejores de toda la ciudad de Valencia. Le había prometido una cita.


–Tengo hambre –repuso ella desdoblando la servilleta.


–Yo también –gruñó Pedro–. Estás increíble con ese vestido. Te podría comer… De hecho, estoy deseando saborearte de nuevo más tarde…

Un Trato Arriesgado: Capítulo 61

Con los ojos cerrados, sintió que él se deslizaba por su vientre, por sus muslos. Los abrió de nuevo.


–¿Qué estás haciendo?


–¿Qué crees tú que voy a hacer?


–No tengo ni idea…


Pedro soltó una carcajada. Paula trató de juntar los muslos.


–Es imposible que seas tan inocente –susurró él.


Entonces, tiró de las caderas hacia él para que el trasero de Paula quedara al borde de la cama. A continuación, se colocó de rodillas frente a ella.


–No puedes…


Paula se sentía avergonzada y fascinada a la vez, muy excitada cuando él le separó las piernas y bajó el rostro hasta el centro de su feminidad. Le agarró el tobillo con una mano y la obligó a levantar la pierna, que se colocó sobre el hombro. Después, comenzó a deslizarle la lengua entre los rizos haciendo que el deseo que ella sentía se desbocara aún más. Al ver la oscura cabeza de Pedro entre sus muslos, se sintió horrorizada en parte por permitir que él le diera placer de aquella manera. Sin embargo, no podía negar que las sensaciones que estaba experimentando eran las más exquisitas que había sentido nunca. Se apoyó con fuerza contra el colchón, retorciéndose de placer mientras el fuego que sentía en su interior iba in crescendo. Nada podría haberla preparado nunca para el gozo que le proporcionaban las íntimas caricias de Pedro ni los murmullos de aprobación que él dejó escapar cuando Paula se arqueó para ofrecerse. Sintió una fuerte sensación en la pelvis, que parecía tensarla por dentro hasta que empezó a temblar llena de desesperación por algo que parecía quedar por el momento fuera de su alcance. Entonces, ocurrió. Él deslizó la lengua por el tenso clítoris y el nudo que tenía en su interior se deshizo, dejando a su paso un estallido de placer que la hizo temblar de la cabeza a los pies, llenándola con la pegajosa dulzura de un poderoso clímax. Su primer orgasmo. Lo recordaría mucho después de que su matrimonio hubiera terminado. Sintió que se le hacía un nudo en el corazón cuando aquella serpiente se deslizó en su paraíso. A medida que su respiración se fue tranquilizando, se dió cuenta de que la experiencia sexual más maravillosa de su vida no podía haber sido muy satisfactoria para Pedro. Cuando él se inclinó sobre ella y la besó, ella pudo saborear su propio sabor y se preguntó si él esperaba que ella le proporcionara el mismo placer que él le había dado. ¿Cómo podía sugerírselo? Se sentía frustrada por su inexperiencia.


–Yo… –susurró ella, sin saber cómo decírselo.


Lo observó sin comprender qué era lo que hacía. Vió que se alejaba de la cama.


–Oigo a Sofía –murmuró él.


¡Su hija! ¿Cómo se le podía haber olvidado?

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 60

Paula se recostó en la bañera y sintió que el dolor del muslo le iba remitiendo gracias al agua templada. Había sido una idiota al ponerse a bailar con puntas, pero tras darles una clase de ballet a las sobrinas de Pedro, había recordado cómo se había enamorado del ballet cuando aprendió los primeros pasos. Después de la clase, Luciana se había llevado a las tres niñas a jugar en el jardín. Ella había encontrado que la tentación de bailar en aquel enorme salón de baile era imposible de resistir. Sintió que el agua se estaba enfriando, por lo que se levantó con mucho cuidado. A pesar de todo, el muslo le dolió mucho y no puedo contener un grito de dolor. Inmediatamente, la puerta del cuarto de baño se abrió.


–¿Qué te ha pasado? –le preguntó Pedro.


–Estoy bien. Solo me ha dolido un poco la pierna.


De repente, comprendió que estaba totalmente desnuda delante de Pedro, con el agua cayéndole por el cuerpo. Él la miraba con intensidad, recorriéndole el cuerpo de arriba abajo, desde los senos hasta el triángulo de pálidos rizos que tenía entre las piernas. Una vez más, sintió que se ruborizaba. Además, se sintió totalmente avergonzada al ver que los pezones se le habían puesto erectos como si estuvieran tratando de llamar su atención.


–Vete…


–Ni de broma.


La voz ronca de Pedro la excitó aún más. El fiero brillo de sus ojos le aceleró los latidos del corazón. Entonces, él se acercó a la bañera.


–¿Quieres hacer el favor de pasarme una toalla?


Pedro hizo lo que ella le había pedido, pero, cuando Juliet la desdobló, vió que se trataba de una toalla de mano, demasiado pequeña para cubrir su desnudez. Él sonrió con picardía y destruyó así las débiles defensas que ella había levantado. La modestia dictaba que, al menos, tratara de taparse las zonas pertinentes de su cuerpo para ocultarlas de la mirada de Pedro. Observó su rostro y sintió que ardía en el fuego que había en sus ojos verdes.


–Rafael… –susurró al sentir que él la sacaba de la bañera agarrándola por la cintura–. Te voy a poner la ropa húmeda…


Contuvo el aliento cuando él la estrechó contra su cuerpo. Entonces, la tomó en brazos y se la llevó al dormitorio.


–No tan húmeda como te voy a poner yo a tí…


La promesa que había en su voz se hizo eco en el deseo que brillaba en sus ojos. La miraba de un modo que hacía que Paula se estremeciera. Cuando Pedro se inclinó para besarla, ella no pudo resistirse y separó los labios para entregarse a su dulce seducción. Cuando la colocó sobre la cama, comenzó a acariciarla, caldeándole la piel por donde pasaba. Paula quería rendirse a la pasión. ¿Sobreviviría si lo hacía?


–Dijiste que te valía cualquier mujer…


 –Mentí.


Aquella única palabra hizo desaparecer sus dudas. Pedro dejó de besarle el cuello y reclamó su boca una vez más. La lenta seducción se fue reemplazando por unas tórridas exigencias que ella se sentía incapaz de rechazar. Tembló de placer cuando él se deslizó sobre su cuerpo y le lamió un pezón y luego hizo lo mismo con el otro, una y otra vez, hasta que las sensaciones fueron tan intensas que dejó escapar un grito de gozo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 59

Tres horas en el campo de golf deberían haberle dado oportunidad más que suficiente para aclararse la cabeza. No había sido así.


–Pareces distraído –le comentó su tío–. Supongo que estás pensando en tu trabajo…


La realidad era que Pedro no había pensado ni un solo segundo en los muchos asuntos que tenía entre manos. La obsesión que tenía con Paula le resultaba turbadora y no solo interfería con el golf. Su trabajo siempre había sido su prioridad. Aquella situación no podía continuar. Le afectaba más de lo aconsejable y solo había una manera de enfrentarse a la inesperada fascinación que sentía por ella. 


Entró en la mansión. Estaba a punto de subir la escalera cuando oyó música procedente del salón de baile. Atónito, abrió la puerta. Al ver a Paula bailando, se detuvo en seco. No sabía nada de ballet, pero instintivamente dedujo que ella era una bailarina de mucho talento. Iba vestida con unas mallas negras que revelaban su esbelta figura y parecía deslizarse sobre el suelo sobre las puntas de sus zapatillas de ballet. Etérea y elegante. Fuerte y frágil a la vez. No solo bailaba, sino que parecía vivir la música y pintaba figuras en el aire con cada giro, saltando como si tuviera alas y pudiera volar. Pedro entró muy sigilosamente y cerró la puerta. La observaba totalmente hipnotizado. No tenía ni idea de que pudiera existir tanta belleza. No podía apartar los ojos de su delicioso cuerpo. Ella bailaba con tanta pasión, con tanto fuego… Sin embargo, la actuación terminó de repente cuando ella saltó en el aire y pareció caer de mala manera. Lanzó un grito de dolor y se encogió sobre el suelo como un pájaro con un ala rota. Él sintió que el corazón le daba un vuelco cuando la oyó llorar.


–Dios mío, cariño, ¿Te has hecho daño? –le preguntó mientras se arrodillaba a su lado.


Paula levantó el rostro y él vió que las lágrimas le caían por las mejillas. 


–Mi estúpida pierna.


–Debes de echar mucho de menos la danza –comentó él, sin saber qué decirle.


–El ballet era mi vida –musitó ella–. Era como respirar para mí. Una parte necesaria. Sin embargo, ahora ya no puedo bailar.


–Claro que puedes. Eres increíble…


–Puedo hacerlo unos minutos, pero nunca más podré volver a bailar profesionalmente. Mi pierna no es lo suficientemente fuerte como para poder bregar con la rutina diaria de los ensayos y las actuaciones.


–Vamos –dijo él suavemente, mientras la tomaba entre sus brazos.


–Puedo andar –protestó ella.


–Agárrate a mi cuello –le ordenó.


Pedro subió la escalera y, cuando entró en su departamento, se dirigió directamente al cuarto de baño y la colocó sobre una silla. Comenzó a prepararle un baño mientras vertía una generosa cantidad de sales minerales en el agua. Sentía una reacción dentro de él que era demasiado complicada de entender en aquellos momentos. Se arrodilló delante de ella.


–Voy a desnudarte para que te puedas meter en el baño.


–Puedo hacerlo yo, por favor… Quiero estar sola. No necesito tu ayuda.


El rechazo de Paula no era más que lo que se merecía. Se puso de pie y la miró.


–No eches el pestillo de la puerta –le recomendó–. No quiero tener que echarla abajo si tienes un problema.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 58

 –Estaba avergonzada –susurró.


–Lo sé, mamá. Siempre me has dejado muy claro que te avergüenza tener un hijo que tiene sangre gitana. Nunca seré el hijo perfecto, como Diego, pero ser presidente me corresponde por nacimiento.


Ana no volvió a hablar, aunque cuando se despidió de Pedro, éste tuvo la extraña sensación de que quería decirle algo.



–¿Estás enfadado conmigo? –musitó Paula mientras recorrían la casa para volver a su departamento. 


Sofía iba entre los dos y había insistido en darle la mano también a Pedro.


–¿Por qué iba a estarlo? Has representado el papel de esposa de un modo muy convincente.


–No estaba actuando. Lo que te ocurrió de niño fue algo terrible. Creo que el hecho de que tu madre no te protegiera ha tenido un efecto fundamental en la persona que eres ahora. Creo que podría ser la razón de que nunca hayas querido enamorarte. Tienes miedo de que te defrauden y te abandonen como lo hizo Ana.


Pedro sintió que algo en su corazón parecía liberarse, aunque no comprendía de qué se trataba.


–Creo que deberías de dejar de psicoanalizarme y también de buscar detalles que me rediman porque no los hay.


–Cuidaste de tu hermana cuando tú mismo solo eras un niño. Cuando te conocí, pensé que solo habías conocido la riqueza y los privilegios en tu vida. El hecho de que pasaras tus primeros años en una chabola hace que seas más hombre, una persona mejor que cualquiera de tus mimados parientes y por eso no tienen derecho alguno a despreciarte.


–Un hombre mejor no se habría pasado todo el almuerzo imaginándote desnuda y disfrutando del sexo salvaje contigo sobre la mesa del comedor de mi madre.


Paula se sonrojó.


–¿Sigues sintiendo esa necesidad? –le preguntó ella, mirándolo fijamente a los ojos.


–No tienes ni idea cuánto… Por eso necesito que dejes de pensar que hay algo bueno en mí.


–Me pregunto por qué sigues tan decidido a hacer eso…


Antes de que él pudiera responder, llegaron al departamento. Paula se apartó de él y se dirigió hacia su vestidor.


–Luciana me ha pedido que les dé unas clases de ballet a Alma y a  Valentina. Vamos a tener nuestra primera clase esta misma tarde, a menos que haya algo más que quieras que haga…


A Pedro se le ocurrían muchas cosas, todas ellas con un fuerte componente erótico.


–No. Le prometí al tío Álvaro que jugaría con él al golf –contestó antes de dirigirse a su propio vestidor. A la seguridad. Lejos de la tentación que era su esposa.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 57

Apartó su pensamiento de las eróticas imágenes y se rebulló un poco en su asiento para aliviar la incomodidad que sentía en la entrepierna. Ninguna otra mujer había hecho que el corazón le latiera de esa manera. Estaba acostumbrado a tener a todas las mujeres que quería con un esfuerzo mínimo. Sofía estaba sentada al lado de Paula. A pesar de lo pequeña que era, la niña se había comportado impecablemente durante el almuerzo.


–No esperaba que fueras a traer a la niña –le había dicho Ana a Paula al llegar–. ¿No podrías haberla dejado con la niñera?


–Elvira se ofreció a cuidarla, pero a mí me gusta pasar todo el tiempo posible con mi hija –le había respondido Paula.


Después, Eduardo empezó a charlar con Paula sobre tres de los cuadros de Pablo Picasso que él poseía. Pedro sabía que su madre no compartía el interés de su esposo por el famoso pintor y se mostró algo irritada cuando Paula reveló un impresionante conocimiento sobre el trabajo del artista.


–¿Tenían tus padres alguna profesión? –le preguntó para cambiar de tema.


–Los dos trabajaban en un hospital.


–¡No me digas! ¿Eran médicos?


–No, mi padre era celador y mi madre asistente de limpieza.


Ana arqueó las cejas con una expresión muy superficial.


–Vaya, el trabajo doméstico parece ser la ocupación favorita de tu familia.


–Mamá… –le advirtió Pedro. No iba a permitir que su madre disgustara a Paula.


–Mis padres trabajaron mucho para que yo pudiera perseguir mi sueño de ser bailarina de ballet. No eran ricos ni tenían muchos estudios, pero me amaban y me apoyaban en todo. Nunca me habrían abandonado en una chabola como tú hiciste con Pedro y su hermana cuando solo eran unos niños.


Ana contuvo el aliento, pero Juliet siguió hablando con fiereza.


–¿Cómo pudiste dejar a tus hijos con un padre que era cruel y violento? Debías de saber que Horacio pegaba a Pedro con un cinturón.


–¿Cómo te atreves? –replicó Ana, palideciendo.


–Me atrevo porque soy la esposa de Pedro y es el deber de una esposa apoyar a su marido. Me quedé atónita cuando me contó todo lo que le había pasado de niño.


Paula se secó las lágrimas de los ojos. En ese momento, Pedrp experimentó algo que no podía explicar.


–Alfredo lo trajo a esta casa para que pudiera reunirse contigo y con sus otros familiares, pero no se sintió bienvenido ni querido. Tú no lo defendiste, pero yo lo haré. Pedro es el nieto mayor de Alfredo y es quien debe suceder a su abuelo en el Grupo Zolezzi.


Durante el tenso silencio que se produjo a continuación, Pedro se dijo que el dolor que sentía debajo del esternón era indigestión, no porque Paula lo hubiera defendido y hubiera luchado por él de un modo que nadie había hecho en toda su vida. Como si le importara de verdad.


Ana tomó su copa de vino y la vació de un trago antes de mirar a Pedro.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 56

 –Tu madre debió de ponerse muy contenta de poder reunirse contigo y con tu hermana…


–Yo era un adolescente muy difícil y con mucho carácter. Ninguno de mis familiares, ni siquiera mi madre, se alegró de tenerme cerca, aunque Luciana sí fue mejor recibida. Ella era más agradable que yo, siempre dulce y sonriente. Yo era mucho más difícil. Sin embargo, mi abuelo debió de ver algo en mí y me empujó a esforzarme en mis estudios para ponerme al día. Mi madre, mientras tanto, se había casado con un primo lejano, por lo que, en su opinión, mi hermanastro Diego es un Zolezzi por los cuatro costados. Por eso, considera que él debería ser el sucesor de Alfredo.


Pedro tomó su café y se bebió lo que le quedaba de un trago.


–Me dijiste que, en tu escuela de danza, los alumnos ricos te hicieron sentir que no debías estar allí. Yo comprendo perfectamente lo que es ser un intruso, porque así fue como me sentí yo cuando vine a vivir aquí con mi hermana. Muchos de mis aristocráticos familiares siguen pensando que un gitano no es lo suficientemente bueno como para ser un Zolezzi.


Paula lo miró fijamente.


–Sin embargo, aunque sabías que tu familia me despreciaría, me trajiste aquí y me presentaste como tu esposa. No te paraste a pensar en mis sentimientos. Tal vez pensaste que no era lo suficientemente inteligente como para tener sentimientos.


Pedro apretó la mandíbula.


–Nunca he pensado que no seas inteligente. Admito que, cuando te conocí, se me pasó por la cabeza que Alfredo se pondría furioso si mi esposa era una madre soltera salida de un barrio de viviendas sociales.


Paula palideció y lanzó una maldición.


–Tú me has demostrado que estaba equivocado al dar por sentado cosas sobre tí basándome en las circunstancias en las que te encontré, pero no te mentiré. Necesitaba casarme rápidamente y tus problemas económicos me daban lo que necesitaba para convencerte de que fueras mi esposa.


La voz de Pedro era indescifrable y aún tenía las gafas de sol puestas, por lo que Paula no tenía pista alguna sobre lo que él estaba pensando.


–¿Fue mi decisión fría y calculadora? Sí. Una vez, te dije que mi persecución del poder es un juego cruel, sin reglas y sin lugar para las debilidades o los sentimientos. Nada ha cambiado.


Algo sí había cambiado. Pedro sospechaba que era algo dentro de él, pero se negaba a analizar aquel turbador pensamiento. Por ello, se aseguró una y otra vez que la única que había cambiado era Paula. Y lo había hecho no solo físicamente. Llegó a esta conclusión mientras la observaba sentada frente a él en la mesa del comedor que su madre tenía en su departamento. La verdad era que no había podido apartar los ojos de ella a lo largo del tedioso almuerzo con Ana y su aburrido esposo. Paula tenía un aspecto fresco y elegante. Llevaba puesto un vestido lencero de seda azul claro que hacía destacar su esbelta figura. El escote era muy recatado, pero llegaba justo donde empezaban sus senos, los perfectos senos que hacían que la boca de Pedro se hiciera agua al pensar en los oscuros pezones que había saboreado solo una vez. Había llegado a la conclusión de que tendría que volver a hacerlo… Eso si su recalentado cuerpo no ardía espontáneamente primero.

viernes, 20 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 55

 –No tienes por qué. Yo no lo siento.


–Decir eso sobre tu propio padre es algo terrible.


–Él era un hombre terrible –replicó él. Se mesó el cabello. Se sentía muy agitado–. Supongo que, tarde o temprano, descubrirás mi pasado, así que será mejor que te lo cuente ahora.


De repente, sin saber por qué, Paula recordó que Luciana le había dicho algo sobre cómo Pedro y ella se habían sentido asombrados cuando llegaron a la mansión Zolezzi.


–Mi madre se fugó con mi padre porque mi abuelo no aprobaba su relación. Horacio Alfonso trabajaba como jardinero en los jardines de esta casa y, aparentemente, Ana se enamoró perdidamente de él. Recuerdo que podía ser encantador con la gente cuando le convenía, pero conmigo solo fue violento y agresivo.


–¿Te pegaba?


–Con frecuencia, hasta que aprendí a evitar sus puños y a huir cuando se sacaba el cinturón.


–¿Cuántos años tenías cuando te empezó a pegar?


–No recuerdo ni un solo instante de mi vida en el que no le tuviera miedo.


Paula se sintió muy apenada al imaginarse a Pedro, tal vez con la misma edad de Sofía, siendo maltratado por su padre.


–¿Y tu madre? ¿No trataba de protegerte?


–No sé si mi madre era consciente cuando se casó con Horacio que él estaba metido en el mundo de las drogas. Era un delincuente de poca monta, que trabajaba cuando podía y que complementaba sus ingresos con el mundo de las drogas. Creo que es probable que mi madre, por aquel entonces, consumiera también drogas y que lo animara a llevar ese estilo de vida. No tengo muchos recuerdos de ella antes de que se marchara. Era una mujer distante, poco interesada en nada, en especial en mí. No recuerdo que me mostrara nunca afecto alguno.


–¿Qué quieres decir con eso de que tu madre se marchó?


–Desapareció de mi vida cuando tenía unos siete años. Sofía debía de tener unos dos años. No supe mi fecha de nacimiento real hasta que, años después, encontré el certificado de nacimiento. Creo que, al principio, mi hermana echaba mucho de menos a mi madre, pero luego se aferró a mí.


Paula pensó en su propia infancia, totalmente feliz y con unos padres que la adoraban, y sintió una profunda tristeza por Pedro y su hermana.


–¿Y quién los cuidaba?


–Mi padre era gitano. La comunidad gitana tiene vínculos familiares muy fuertes. A veces, las otras madres cuidaban de Luciana y nos daban comida. Sin embargo, mi padre siempre estaba de acá para allá y no nos quedábamos en un sitio mucho tiempo. Por eso pasaron años antes de que mi abuelo nos encontrara.


Paula lo miró atónita.


–Mi madre había regresado a la mansión Zolezzi –prosiguió Pedro–. Supongo que echaba de menos la riqueza y el estatus que da pertenecer a una de las familias más importantes de España. No sé por qué no nos llevó a mi hermana y a mí con ella cuando se marchó. Terminamos viviendo con mi padre en una barriada marginal a las afueras de Madrid, donde se traficaba abiertamente con las drogas en la calle y las bandas eran las que mandaban. Estuvimos allí unos años hasta que Iván murió a tiros en un enfrentamiento entre bandas. A Luciana y a mí nos llevaron a un orfanato. Una vez que nos registraron oficialmente, Héctor pudo dar con nosotros y nos trajo a vivir aquí. Por aquel entonces, yo tenía doce años.


Paula se había quedado tan atónita por la descripción que Pedro había hecho de su infancia que no supo qué decir. Todo aquello explicaba la dureza que sentía en él y su obsesiva determinación para conseguir lo que quería.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 54

El tono de voz de Pedro hizo que Paula se sintiera como una niña pequeña. Después de dudarlo un momento, volvió a tomar asiento.


–Estar enfurruñada no es un rasgo muy atractivo.


–No estoy enfurruñada. Estoy cansada de juegos. Unas veces parece que dices una cosa y otras veces otra. Contigo, no sé qué terreno piso ni tampoco lo que quieres de mí. Y, francamente, no me importa.


Lo miró fijamente. Era tan guapo que, cada vez que lo miraba, le daba un vuelco el corazón. «Tienes que olvidarte de él», se dijo. Para su sorpresa, fue Pedro el que apartó primero la mirada.


–Vamos a almorzar con mi madre y con Eduardo, su esposo. Mi querida mamá está desesperada por el hecho de que mi abuelo no haya escogido a mi hermanastro como sucesor suyo y está dispuesta a hacer cualquier cosa para desacreditarme. Delfina no debe sospechar bajo ningún concepto que nuestro matrimonio es falso.


–Haré todo lo posible para fingir que creo que eres un regalo de Dios para las mujeres.


–No pongas a prueba mi paciencia, Paula.


–¿O qué?


Pedro se quitó las gafas de sol y la miró fijamente. Sin embargo, el brillo que había en sus ojos no era mal genio, sino deseo. El calor abrasó a Paula a la vez que la dejó muy confundida. La noche anterior él le había dicho que quería sexo con cualquier mujer que estuviera a mano y que esa había sido ella. Sin embargo, en aquellos momentos la miraba como si realmente fuera la mujer de sus sueños, como si ella fuera la única que deseaba. La tensión sexual restallaba entre ambos y, de repente, ella tuvo miedo, no de Pedro, sino del modo en el que él le hacía sentir. El modo en el que ella le hacía sentir a él si el deseo que se reflejaba en aquellos ojos verdes era auténtico. Rompió el contacto visual con él y respiró profundamente.


–Dijiste que deberíamos conocernos para convencer a Alfredo y al resto de tu familia que somos de verdad una pareja. Yo te he contado mucho sobre mí, pero no sé prácticamente nada sobre tí.


Pedro se volvió a poner las gafas de sol y se reclinó en la silla, observándola. Paula no tenía ni idea de lo que estaba pensando.


–¿Qué es lo que quieres saber?


–¿Por qué existe tanta animosidad entre tu madre y tú?


–Choque de personalidades.


–Deduzco que tus padres están divorciados dado que tu madre se ha vuelto a casar y tienes un hermanastro. ¿Mantienes el contacto con tu padre?


–No.


Pedro pronunció aquel monosílabo como si fuera una bala. Paula guardó silencio, por lo que él debió de darse cuenta de que ella estaba esperando a que continuara porque, después de un instante, murmuró:


–Mi padre murió hace años.


–Lo siento.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 53

Ella bajó la mirada, pero no antes de que Pedro pudiera ver una expresión en su rostro que lo dejó totalmente destrozado. Paula estuvo en silencio unos instantes antes de volver a levantar la mirada. Solo un leve temblor de los labios delataba lo herida que se sentía.


–En ese caso, no hay nada más que decir. Sin embargo, es ridículo que seas tú el que duerme en el sofá cuando yo soy mucho más pequeña que tú. Quédate con la cama, que yo dormiré aquí.


Se dirigió hacia el sofá y comenzó a preparar la cama. Cuando se inclinó para alisar las sábanas, la camisola de raso se le tensó sobre el trasero. Pedro soltó una maldición en silencio. Paula sería capaz de tentar a un santo y mucho más al pecador que él era. Le quitó la almohada de las manos.


–Déjalo –le espetó–. Ahora vete antes de que yo haga algo de lo que los dos nos arrepentiremos.


Paula abrió los ojos de par en par. Debió de darse cuenta de que el autocontrol de Pedro estaba a punto de romperse porque, sin decir nada más, salió del vestidor y cerró la puerta a sus espaldas.



Paula pospuso todo lo que pudo bajar a desayunar con Sofía. Sabía que, antes de marcharse a trabajar, Pedro tenía por costumbre tomar varias tazas de café solo en la terraza mientras leía los periódicos del día y no le apetecía lo más mínimo encontrarse con él. Se sentía muy avergonzada al recordar cómo se había ofrecido a él para que él la rechazara. Por lo tanto, le leyó a Sofía dos cuentos hasta que la pequeña saltó de la cama y corrió hacia la puerta. 


–Tengo hambre, mami…


Eran más de las nueve. Pedro debía de haberse marchado ya.


–Está bien, cielo. Ya vamos.


Siguió a su hija hasta la cocina y se sobresaltó al ver a través de las puertas que Pedro seguía en el exterior, leyendo el periódico con su café en la mano.


Sofía lo saludó animadamente y se sentó a su lado.


–Pepe, ¿Quieres leerme Los tres ositos?


–Pedro se tiene que ir a trabajar –le dijo Paula rápidamente. Evitó mirarlo y se puso a preparar el desayuno de la pequeña–. ¿Quieres un melocotón con el yogur?


–Hoy no voy a ir a trabajar, Sofía –le comentó él a la pequeña–. Te leeré el libro si te tomas todo el desayuno –añadió. Tomó la cafetera y miró a Paula–. ¿Quieres un café?


–Gracias –respondió ella, sonrojándose.


Recordó de nuevo la sugerencia que ella le hizo la noche anterior sobre compartir la cama y pareció que esta regresaba para burlarse. No podía evitar mirarle el torso y la camisa vaquera que llevaba ligeramente abierta. Dió gracias porque la reacción de su cuerpo al magnetismo sexual de Pedro quedara oculta bajo la bata. Tomó la taza de café y observó cómo Sofía charlaba con él. Volvió a sorprenderle la paciencia que él mostraba con la pequeña y esto le hizo preguntarse por qué se había mostrado tan vehemente cuando le confesó que no quería tener hijos. En ese momento, la niñera salió al balcón.


–¿Le gustaría venir a Sofía a jugar con las gemelas en el jardín?


–No te quites la gorra –le ordenó Paula cuando Sofía se marchaba con Elvira.


No quería estar a solas con Pedro, pero justo cuando estaba a punto de levantarse, él le ofreció un plato de churros.


–Deberías desayunar.


–No tengo hambre –dijo ella mientras se levantaba de la silla.


–Siéntate y come.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 52

Pedro se quedó en la fiesta hasta medianoche, cuando se marcharon los últimos invitados. Su abuelo se había retirado a la cama antes, lo que le había dado la excusa de permanecer abajo y actuar como anfitrión. Cuando regresó a su apartamento privado, se dirigió directamente a su despacho y se pasó otra media hora allí, con una buena copa de coñac en la mano. Cuando entró en su vestidor y puso las sábanas sobre el sofá, dedujo que Paula ya estaría dormida. Había comenzado a desnudarse cuando escuchó la voz de ella a su espalda.


–Hoy he descubierto que es aquí donde duermes. Había dado por sentado que había dos dormitorios aquí y que tú estabas utilizando el otro.


Pedro se dió la vuelta y sintió que el deseo volvía a despertar en él. La erección que experimentó fue inmediata. Paula había estado bellísima con su vestido de lentejuelas, pero un camisón semitransparente con copas de encaje le hacía brillar con sensual promesa.


–Solo hay un dormitorio en mi suite privada. Evidentemente, la casa tiene otros dormitorios, pero necesitamos que Alfredo crea que nos estamos acostando juntos.


–No creo que ese sofá sea muy cómodo para alguien de tu estatura… Podríamos compartir la cama. Es muy grande. Lo suficiente para que los dos podamos estar cada uno en nuestro lado cómodamente. A menos que tú quieras…


–No. Creo que sería mala idea.


El delicado rubor que cubrió su rostro, su garganta y la parte superior de los senos le hizo sentir la tentación de rasgarle el delicado encaje, tomarla entre sus brazos y llevarla a la cama para que los dos pudieran disfrutar de ella. Sabía que eso era lo que Paula quería que hiciera, pero sospechaba que, para ella, el sexo iba acompañado de un ideal romántico que era incapaz de darle.


–Antes no me dió la impresión de que te pareciera mala idea compartir cama –le espetó ella–. En la casa de verano…


–Lo que ocurrió allí entre nosotros fue un error.


–Tú querías que hiciéramos el amor… Y yo también.


¿Por qué no podía tomar lo que ella le estaba ofreciendo para satisfacer su libido? Si Paula esperaba algo más, era su problema. Sin embargo, la voz de su conciencia le decía que era responsable de ella. Paula no sabía quién era. Pedro había nacido y había crecido en un barrio marginal donde había que pelear todos los días para poder sobrevivir. Sabía cuidar de sí mismo y no había nada dentro de él aparte de oscuridad y fiera ambición. Ella estaba buscando amor, afecto, cariño… Nada que él pudiera darle. ¿Cómo iba a poder hacerlo cuando jamás había experimentado ninguna de aquellas cosas?


–Yo quería sexo. Nada más. Y dió la casualidad de que tú estabas allí.


El color desapareció del rostro de Paula tan rápidamente como había aparecido.


–¿Me estás diciendo que te habría servido cualquier mujer?

Un Trato Arriesgado: Capítulo 51

Notó que él estaba muy duro por debajo de los pantalones. Paula se lo imaginó bajándose la cremallera y apartándole las braguitas para poder penetrarla. Estaba ansiosa porque él le hiciera el amor, pero así… ¿Un frenético coito en la oscuridad de aquella casa antes de que regresaran a la fiesta de cumpleaños de Alfredo? Más importante era que no estaba preparada para el sexo y, mientras se había perdonado a sí misma por haber tenido un embarazo no planificado, dos sería una irresponsabilidad absoluta. Sin embargo, la tentación de seguir permitiéndole a Pedro que la acariciara de aquella manera era demasiado fuerte. El cuerpo le vibraba de deseo cuando apartó la boca de la de él.


–¡No estoy tomando la píldora!


Pedro se quedó helado al escuchar las palabras de Paula. Hasta aquel momento, había estado totalmente poseído por un apasionado deseo. Su primera reacción fue la frustración por no llevar un preservativo en la chaqueta, tal y como siempre hacía cuando salía en Londres. No veía nada malo con las aventuras de una noche si las dos partes comprendían las reglas. Sin embargo, Paula no era una mujer con la que hubiera ligado en un club nocturno. Era su esposa. Solo en apariencias, tal y como le había asegurado que sería en un principio, cuando aún no había visto cómo era ella en realidad. Había estado totalmente ciego a su belleza y no había sido consciente de su vulnerabilidad, que era evidente en aquellos momentos. Se levantó del sofá y le ofreció la mano para que ella hiciera lo mismo. La penumbra que reinaba en la casa de verano no podía ocultar el rubor que le cubría las mejillas. Se colocó el vestido para taparse los senos.


–¿Me puedes subir la cremallera?


Le ofreció la espalda y Pedro sintió que se le hacía un nudo en el estómago al apartarle el sedoso cabello sobre uno de sus delicados hombros para poder cerrarle el vestido.


–No puedo volver a la fiesta –dijo ella.


Pedro la observó y vió que tenía los labios hinchados por los besos. Se le ocurrió que su abuelo no tendría duda alguna de que su matrimonio era real si veía pruebas de que los dos se habían escapado de la fiesta para disfrutar de su pasión. Sin embargo, no podía humillarla así delante de toda su familia. Apartó la mirada y trató de poner su libido bajo control.


–Puedes entrar en la casa por las cocinas y usar la escalera de servicio para subir a mi departamento. Así nadie podrá verte. Diré que no te sentías bien y que te has ido a la cama.


–Gracias.


Paula se puso de puntillas y le dió un beso en la mejilla. Pedro sintió que el pulso se le aceleraba al aspirar su femenina fragancia, una mezcla de perfume con el aroma de su sexo en los dedos.


–Pedro…


No quería hablar de lo que acababa de ocurrir. No debería haber ocurrido y ciertamente no volvería a pasar.


–Debería volver a la fiesta antes de que se note mi ausencia.


El gesto de dolor que se reflejó en los ojos de Paula al escuchar el seco tono de su voz, lo convenció de que debería haber prestado atención a las voces de advertencia que había escuchado en su cabeza cuando  huyó de la fiesta y él salió corriendo detrás de ella.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 50

Después, Pedro volvió a unir su boca con la de ella y la besó de nuevo. Al principio, sin urgencia, pero la pasión no tardó en aparecer cuando vió que Paula le devolvía el beso con un ardor que le hizo gruñir de placer. Ella sintió la mano sobre la piel desnuda de la espalda y, entonces, se dió cuenta de que él le había bajado la cremallera del vestido cuando el corpiño se le bajó y sintió el aire fresco de la noche sobre su caldeada piel. Los pezones se hinchieron y se endurecieron solo con la mirada de Pedro.


–No llevas sujetador.


–No tengo el suficiente pecho para necesitarlo –dijo. Siempre se lamentaba de tener unos senos tan pequeños.


–Eres perfecta.


Pedro le cubrió uno de los senos con una mano. Las sensaciones de placer recorrieron el cuerpo de Paula cuando sintió que él comenzaba a acariciarle el pezón. Tuvo que contener un gemido de placer porque este era tan intenso que apenas podía controlar los temblores que sentía por todo el cuerpo. Pedro era un mago y ella estaba totalmente hechizada por él. Al ver que bajaba la cabeza, contuvo el aliento. Le hundió los dedos en la rica seda de su cabello cuando él capturó un pezón entre los labios y comenzó a estimularlo con la lengua una y otra vez. El placer llegó hasta la entrepierna, húmeda ya por el deseo. Juliet no podía pensar. Se sentía perdida en las maravillosas sensaciones que él le estaba provocando con los labios y con las manos por todo el cuerpo. Se asustó al darse cuenta de que los gemidos de placer que resonaban en la casa eran suyos. Le bajó el vestido hasta la cintura y luego se reclinó sobre el sofá para mirarla con apreciación.


–Eres exquisita… –le susurró Pedro, con un tono de voz ronco que la excitó por completo.


Le tomó los pálidos senos entre las manos y jugó con los enrojecidos pezones. La presión que ella sentía en la pelvis se había convertido en una insistente presión. Cuando Pedro cambió las posiciones de ambos, ella quedó tumbada sobre el sofá y él encima. Paula gozó con el peso de su cuerpo y sintió como él le separaba las piernas. Notó la firme columna de su excitación apretada contra lo más íntimo de su feminidad a través del vestido. Pedro la besaba con una maestría que le hacía temblar de deseo, un deseo que la abrasaba de tal manera que solo era capaz de sentir sus caricias sobre la piel y el calor de su cuerpo. Él le levantó el bajo del vestido y le acarició los muslos hasta llegar al pequeño triángulo de encaje de las braguitas. Perdida en las delicias que le estaban haciendo sentir aquellas caricias, Paula contuvo el aliento y deseó que él moviera los dedos. Tembló de placer cuando él los introdujo por la cinturilla de las braguitas y le acarició suavemente la húmeda hendidura. Hacía mucho desde que un hombre la había tocado de una manera tan íntima. Solo había habido otro hombre antes que él y no quería pensar en Bruno y en la única y poco satisfactoria experiencia que había tenido con él.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 49

 -Paula… Espera.


La voz de Pedro empujó a Paula a apretar el paso. Se alejaba rápidamente de la mansión corriendo por el césped. Sin embargo, no estaba acostumbrada a andar, y mucho menos a correr, con zapatos de tacón, por lo que él no tardó en alcanzarla junto a la casa de verano.


–¿Adónde vas?


–Todo lo lejos que pueda de tí.


Pedro lanzó una maldición y la agarró por los hombros para que ella se diera la vuelta.


–¿Qué es lo que te pasa?


La impaciencia de Pedro desató el temperamento de Paula.


–Tú eres experto en este juego, pero yo soy solo una novata y desconozco las reglas.


–¿Qué juego? ¿Por qué te marchaste del salón de baile mientras todos los invitados estaban brindando por mi abuelo? Todo el mundo va a creer que nos hemos peleado.


–Lo dudo después de que te hayas asegurado que todos, Alfredo incluido, fueran testigos del apasionado beso que nos dimos en la terraza. Yo me abrí a tí de un modo que jamás había hecho con nadie –le espetó muy enfadada–. Pensaba que me besabas porque… porque… No porque sintieras algo por mí, sino porque te gustaba un poco. Debería haberme dado cuenta de que era la oportunidad ideal para que representaras el papel de esposo amante delante de tu abuelo. El escenario era perfecto y lo único que necesitabas eran luces y acción.


Escuchó horrorizada cómo la voz le temblaba. Se sintió muy frustrada por no poder ocultar sus sentimientos. Entonces, se encogió de hombros y trató de zafarse de él, pero no lo consiguió.


–Esa no fue la razón por la que te besé –dijo él–. No tuvo nada que ver con mi abuelo. No sabía que iban a encender esas malditas luces.


–No puedes negar lo conveniente que fue. Y Alfredo sugirió en su discurso que podría hacerte presidente en menos de un año. No me puedo quejar. Cuanto antes te entregue la empresa, antes podremos terminar con esta farsa de matrimonio.


–Yo no sabía que nos vería todo el mundo. Te besé porque no me pude resistir. Porque llevaba queriendo besarte desde que te ví bajar las escaleras como si fueras una princesa. La fantasía de todo hombre hecha realidad.


Pedro la tomó entre sus brazos. Antes de que ella pudiera resistirse o protestar, reclamó su boca con un beso lleno de descarada posesión y ardiente pasión. El cerebro de Paula le decía que se resistiera, que sería una necia si le creía. Sin embargo, había notado algo diferente en su voz. Además, admitió que deseaba aquel beso. El mundo pareció salirse de su eje cuando él la tomó en brazos y la llevó a la casa de verano. Abrió la puerta con el hombro y la cerró de una patada sin dejar de besarla. La luz de la luna entraba por las ventanas e iluminaba el interior de la casa con un brillo nacarado. Pedro fue hacia el sofá y se sentó con ella en el regazo. Deslizó los labios por el delicado cuello de Paula, deteniéndose detrás de la oreja. Luego le mordió el lóbulo y provocó un estallido de placer en todo su cuerpo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 48

Ella obedeció. Dejó que su mirada se fundiera con la de él mientras, instintivamente, se arqueaba contra su cuerpo y dejaba que Pedro la besara. Al principio, fue un beso delicado, ligero, que poco a poco fue animándola a abrir los labios. El sabor era divino y Paula se apretó con fuerza contra él, deseando más, mucho más… Pedro profundizó el beso, apretando su boca contra la de ella. Paula se sintió totalmente incapaz de rechazar aquel apasionado ataque. Aquel beso la transportaba a un lugar en el que solo importaban las sensaciones. Él realizó un profundo sonido y deslizó la mano desde la cintura hasta la base de la espalda, obligándola a poner en contacto su pelvis con la de él y sentir así la poderosa prueba de su erección. Asombrada de que pudiera ejercer un efecto así sobre él, Paula se fundió contra su cuerpo. Levantó los brazos para rodearle el cuello con ellos. El beso se convirtió en una experiencia totalmente erótica. Ella sintió que las chispas saltaban en su cuerpo. Nunca habría imaginado que un beso podría ser así. Una conflagración que destruía sus inhibiciones y la animaba a arder en el fuego de Pedro. Tardó unos instantes en darse cuenta de que las brillantes luces que veía no eran estrellas fugaces, sino luces de verdad, que se habían encendido para iluminar la terraza. Incluso más sorprendente fue el sonido de los aplausos. Pedro apartó la boca de la de ella y Paula giró la cabeza para ver que gran parte de los invitados a la fiesta los estaban observando. Alfredo estaba entre ellos. De repente, lo comprendió todo y sintió una profunda humillación al darse cuenta de que él la había besado así para demostrarle a Alfredo que su matrimonio era real. Sintió que el suelo se abría bajo sus pies y amenazaba con engullirla. Sin embargo, Pedro le agarró con fuerza la cintura, como si hubiera imaginado que ella quería darle una bofetada y salir huyendo. Avanzó a través del balcón, dejando a Paula sin otra opción que hacer lo mismo.


–Quiero ir a ver a Sofía –le susurró mientras volvían a entrar en el salón de baile.


Había sido una idiota. Pedro era un playboy, muy versado en las artes de la seducción.


–No te puedes marchar ahora. Mi abuelo está a punto de dar su discurso. La niñera se ocupará de Sofía si necesita algo.


En ese momento, Alfredo se subió a una especie de estrado para dirigirse a sus invitados.


–Como todos saben, hoy celebro que cumplo ochenta años. Ha llegado el momento de que piense en el futuro del Grupo Zolezzi y considere quién será la persona que me suceda en todos mis cargos. Creo que esa persona es Pedro, el mayor de mis nietos.


Paula miró a su alrededor y se quedó atónita al ver el gesto de ira en el rostro de Ana Zolezzi. Se preguntó por qué la madre de Pedro favorecía a su hijo menor y por qué no había afecto real entre Pedro y ella.


–Sin embargo –prosiguió Alfredo–, he decidido seguir ocupando mis cargos un año más, durante el cual trabajaré estrechamente con Pedro para asegurar que la transición a su liderato sea tranquila. Él sabe que hay ciertas áreas en las que tendrá que demostrar su aptitud antes de que yo le ceda el mando. En mi opinión, quien me suceda, debería estar preparado para mostrar compromiso en todas las áreas de su vida, que es algo que, francamente, no ha hecho en el pasado. Sin embargo, su reciente matrimonio sugiere un cambio de actitud.


Alfredo se detuvo un instante y miró fijamente a Pedro. Luego a Paula. Ella sintió que Pedro le agarraba la cintura con fuerza, inmovilizándola a su lado.


–Tal vez –concluyó Alfredo–, Pedro podrá convencerme de que me retire antes de que el año haya llegado a su fin.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 47

 –Ese accidente no fue culpa tuya. Tienes que creerlo –afirmó Pedro mientras la tomaba entre sus brazos–. Niebla espesa y un camión que iba a demasiada velocidad. Tú no podías controlar nada de eso –añadió mientras le acariciaba suavemente el cabello–. Parece que tus padres te querían mucho…


Pedro pronunció aquellas palabras con un extraño tono en la voz que Paula no pudo definir.


–Sacrificaron muchas cosas para que yo pudiera conseguir mi sueño de ser bailarina. Gané una beca para asistir a una escuela de danza cuando tenía once años. La beca pagaba mi educación, pero había muchos otros gastos y mis padres trabajaban horas extra para poder comprarme zapatillas de ballet y cubrir todos lo demás –susurró–. Yo era la única alumna con beca de mi curso y la mayoría de los otros provenían de familias muy adineradas. Me hicieron sentir que yo no pertenecía allí porque venía de una familia normal. Igual que tu abuelo me hizo sentirme una intrusa cuando me presentaste como tu esposa.


–¿Por qué te quedaste en esa escuela si los demás te hacían sentir mal?


–Estaba decidida a ser bailarina de ballet. No me importaba nada más. Los demás dejaron de meterse conmigo cuando sacaba las notas más altas en todos los exámenes de ballet. Y también hice amigos. Carla, mi mejor amiga, es la hija de Víctor Mullholland, el famoso coleccionista de arte. A veces me iba con ella durante las vacaciones y su padre nos mostraba su colección de arte y nos hablaba sobre los cuadros. Carla ya es primera bailarina. Seguimos estando en contacto, pero envidio su carrera.


Pedro no dijo nada. Se limitó a apretarla contra su cuerpo como si lo comprendiera, como si le importara.


–Pienso utilizar parte de tu dinero en crear una escuela de danza para niños y adolescentes. Mi pierna no tiene la suficiente fuerza como para bailar en el escenario, pero sí puedo dar clase de ballet y ayudar a otros niños a conseguir el sueño que yo viví durante un breve espacio de tiempo.


Paula sintió que el corazón se le detenía cuando Pedro la besó delicadamente en la frente. El tiempo pareció quedar suspendido. No supo cuánto tiempo estuvieron así, con los brazos de él estrechándola contra su cuerpo y ella con la mejilla apoyada contra la pechera de su camisa. Sin embargo, gradualmente, comenzó a ser consciente de la firmeza de su cuerpo y del calor que este irradiaba. Cuando levantó la mirada, vió que la estaba mirando muy fijamente, con una intensidad que le produjo una extraña sensación en el estómago. Se sentía mareada, como si hubiera tomado demasiado champán. Pedro le deslizó una mano por debajo de la barbilla y la miró con una promesa sensual en los ojos que le aceleró los latidos del corazón. Una vez más, sintió que nada de todo aquello era real. Solo era un hermoso sueño del que nunca querría despertarse. Cerró los ojos y sintió cómo el aliento de él le acariciaba los labios.


–Abre los ojos…

Un Trato Arriesgado: Capítulo 46

 –A mi hermano le espera una buena sorpresa –le había dicho Luciana con satisfacción en la voz–. Estás maravillosa.


Paula se sentía maravillosa. Pedro le había dicho que estaba muy guapa y el corazón se le había desbocado al ver el brillo inconfundible del deseo en sus espléndidos ojos verdes. Había recuperado su orgullo después de sentir el desdén con el que él la miró el día de su boda. Sin embargo, se recordó que nada de todo aquello era real. Solo el vestido lo era, como también la docena de conjuntos que llenaban su guardarropa, con zapatos a juego en una amplia variedad de colores y todos los accesorios que podía necesitar. Sabía que sería fácil dejarse llevar por la magia que la había transformado en lo que era en aquellos momentos, pero no debía olvidar la razón por la que él se había casado con ella. No debía permitir que la sedujera un playboy confeso que le había dejado más que clara su opinión sobre el amor. Se aseguró que no sería tan necia como para enamorarse de él.


–¿Por qué estás aquí sola?


Paula se dió la vuelta y lo encontró muy cerca de ella. Demasiado cerca. Un fuerte calor explotó dentro de su cuerpo cuando el muslo de Pedro la rozó. Estaba impresionante con un esmoquin negro, una camisa blanca y una pajarita negra. Sin poder evitarlo, recordó cómo la había tenido entre sus brazos mientras bailaban juntos. Había deseado tanto poder abrirle la camisa para poder deslizar las manos sobre su torso desnudo…


–He salido a tomar un poco de aire –respondió con una sonrisa–. No estoy más sola aquí que ahí dentro, donde no conozco a nadie.


–Me conoces a mí.


–En realidad, no. Somos unos desconocidos, unidos por un alocado matrimonio.


Pedro frunció el ceño.


–Tenemos que pasar algo de tiempo conociéndonos o no podremos convencer a mi abuelo de que nuestra relación es verdadera. Para empezar, ¿por qué no me dijiste antes que habías sido bailarina de ballet?


–No me pareció que fuera a interesarte. Me elegiste para ser tu esposa porque pensabas que yo no tenía cultura y que venía de un pasado sumido en la pobreza.


–Ya me he disculpado por el modo en el que te traté.


–No tienes que disculparte cuando me vas a pagar cinco millones de libras.


Si Paula seguía recordándose el acuerdo al que habían llegado, tal vez le sería más fácil ignorar la ardiente intensidad de la mirada de Pedro, una mirada que le hacía desear que su matrimonio fuera real en todos los sentidos.


–El accidente de coche que terminó con las vidas de tus padres también acabó con tu carrera en la danza, ¿Verdad?


–Acababa de bailar el papel de Giselle en Londres. Era una de las bailarinas más jóvenes en ser escogida para ese papel –dijo Paula con profunda tristeza–. Mis padres murieron por mi culpa. Me llevaban a Birmingham, porque el ballet iba a debutar allí. Podría haber ido en el autobús con el resto de los bailarines, pero mis padres siempre acudían a mi primera representación.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 45

El hombre lo miró con desaprobación. Pedro se dió cuenta de que llevaba toda su vida adulta tratando de conseguir la aprobación de Alfredo sin éxito alguno. Él era la persona más adecuada para sucederle al frente del Grupo Zolezzi y su abuelo lo sabía igual que él. Sin embargo, no podía nunca escapar de los prejuicios que evocaba en él y en gran parte de su familia el hecho de que fuera medio gitano.


–No vuelvas a tratar a mi esposa con esa falta de respeto. No tienes derecho a juzgarla porque no sabes nada sobre ella.


–¿Y tú? –le preguntó su abuelo con gesto desafiante.


Alfredo miró fijamente a Pedro. Entonces, la curiosidad que expresaba su rostro cambió en algo que podría haber sido respeto, aún a su pesar. Pedro pensó que tal vez había imaginado lo que vió. Entonces, se dió cuenta de que no le importaba la opinión que su abuelo pudiera tener de él. Su única preocupación era que Alfredo tratara a Paula con el respeto y la consideración que ella se merecía. Mientras regresaba hacia el lugar en el que ella se encontraba, se topó con su hermanastro.


–¿Cómo estás, Diego?


–En shock –replicó este con una sonrisa–. Mamá me ha dicho que tienes esposa, pero piensa que es algo sospechoso que te casaras con tanta rapidez. 


–Nadie se sorprendió más que yo cuando me enamoré de Paula – replicó. Le resultó extraño la facilidad con la que aquella mentira se formó en sus labios.


–Me muero de ganas por conocer a la mujer que, por fin, ha conseguido que sientes la cabeza. Debe de ser maravillosa.


–Ciertamente me maravilla a mí –dijo él. Aún no se había repuesto de la impactante revelación de Paula–. Te la presentaré cuando la encuentre.


Entonces, miró a su alrededor y frunció el ceño al no ver ningún vestido dorado y resplandeciente por ningún sitio. 



Paula había salido del salón de baile por unas puertas de cristal que conducían a una amplia terraza. Inmediatamente, el sonido de las voces y de la música pasó a convertirse en un murmullo. Era una noche muy despejada, por lo que levantó los ojos para mirar las estrellas que relucían como diamantes contra el negro terciopelo del cielo nocturno. La fiesta no le estaba resultando tan incómoda como había esperado y, aparte del momento en el que el abuelo de Pedro había hecho aquel desagradable comentario sobre ella, se estaba divirtiendo. Cuando limpiaba suelos en el centro comercial, nunca había soñado siquiera que se pondría un vestido tan hermoso como aquel, que bebería champán y que bailaría con su apuesto esposo. Se apoyó sobre la balaustrada de piedra y miró hacia el oscuro jardín. Trató de tranquilizar los frenéticos latidos de su corazón al recordar la expresión de Pedro cuando ella bajó las escaleras con su brillante vestido dorado. Parecía haberse quedado atónito, como si no pudiera creer que se trataba de ella. Comprendía aquel sentimiento porque a ella misma le había costado reconocerse en el espejo después de que Luciana terminara de maquillarla.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 44

Ella bailaba con una gracia natural que lo cautivó. Pedro se maldijo en silencio cuando sintió una previsible reacción en cierta parte de su anatomía con el roce del cuerpo de Paula contra el suyo. Reconoció que tenía problemas y aprovechó la excusa de que la música había terminado para apartarse de ella.


–Ven, voy a presentarte a algunas personas –dijo, tomándole la mano. Inmediatamente, sintió que ella se tensaba–. Tranquila. El tío Álvaro y su esposa son muy agradables. Solo tienes que ser tú misma.


Pedro le presentó a sus tíos, explicándoles cómo y dónde se habían conocido. Sintió la mirada que Paula le dedicó cuando les dijo que había sido amor a primera vista. Lucrecia, la esposa de Álvaro, le miró la mano a Paula.


–Veo que no llevas anillo de compromiso. Pero bueno, Pedro…


–Nos casamos muy rápidamente. No hubo tiempo para elegir el anillo – dijo él.


–Álvaro y yo vamos a ir a Londres el mes que viene. Quiero ir a visitar el palacio de Buckingham. ¿Vives cerca, Paula?


–No, no muy cerca –respondió ella sin dudarlo.


–¿Y qué otros lugares de la capital me recomiendas que visitemos mientras estemos allí? –le preguntó Lucrecia.


–Bueno, si les gusta la música, les recomiendo que compren entradas para ir al Royal Albert Hall. Es un lugar maravilloso para escuchar un concierto. También está el Royal Festival Hall y la Royal Opera House. Todos son espectaculares.


–Supongo que trabajarías como limpiadora en alguno de esos lugares… –dijo una voz en tono sarcástico.


Pedro miró a su alrededor y vió que Alfredo estaba muy cerca. Evidentemente, su abuelo había estado escuchando la conversación. Furioso con el anciano, agarró con fuerza la cintura de Paula y esperó que ella no se hubiera disgustado. Su abuelo era un esnob.


–Abuelo… –le espetó muy secamente.


–En realidad, he bailado en todos esos lugares –dijo Paula con voz tranquila–. Yo era bailarina de ballet y, en mi breve carrera, bailé en varios de los mejores escenarios.


Pedro se quedó atónito. Oyó que Alfredo lanzaba un bufido de incredulidad, pero la tía Lucrecia comenzó a aplaudir muy emocionada.


–¡Me encanta el ballet, en especial El Lago de los Cisnes! En una ocasión, bailé la Danza de los pequeños cisnes.


–¿Sigues bailando?


–Profesionalmente, no. Tuve una lesión muy grave por un accidente y no pude continuar con mi carrera en la danza.


Alfredo se alejó de ellos y Pedro se excusó, dejando a Paula charlando con sus tíos.


–Abuelo –le dijo al alcanzarle.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 43

Se sintió muy avergonzado por haber pensado que el hecho de que Paula no tuviera dinero la convertía en un ser menos merecedor de su respeto. Él mismo se había pasado veinte años de su vida luchando contra los prejuicios de su familia por ser en parte gitano, nacido en el arroyo y con un padre traficante de drogas. A pesar de todo, había utilizado los problemas económicos de ella para convencerla de que se casara con él sin pararse a pensar lo humillada que se sentiría por sus familiares.


–Estás exquisita –le aseguró–. Veo que las compras han sido un éxito.


–La estilista insistió en que necesitaba una docena de conjuntos que reflejaran mi posición como esposa tuya –dijo ella mordiéndose el labio inferior–. Se gastó una fortuna en ropa. Te lo pagaré cuando… Cuando…


Miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos y que nadie podía escuchar su conversación.


–Cuando termine nuestro acuerdo matrimonial.


Pedro le colocó un dedo sobre los labios. No quería pensar por qué en aquellos momentos se negaba a recordar el motivo que había detrás de su matrimonio.


–Creo en vivir el momento, querida. Y, en este momento, será un honor escoltar a mi hermosa esposa al salón de baile.


Paula sonrió. Su delicada belleza hizo que Pedro sintiera un nudo en el estómago. Entrelazó el brazo de su esposa con el suyo y la hizo entrar en el salón de baile, donde se reunían la mayoría de los trescientos invitados y los camareros estaban sirviendo champán y canapés. Gran parte de la élite de España, una mezcla de aristócratas y nuevos ricos, estaban presentes. Él tomó una copa de champán que le ofreció un camarero y se la dió a Paula. Después, tomó otra para sí mismo.


–Salud.


–¿Es champán de verdad? –preguntó ella tras darle un sorbo–. Yo solo he tomado vino espumoso.


–Por supuesto que sí. Mi abuelo no permitiría que se sirviera otra cosa que no fuera el champán de la mejor calidad en su fiesta de cumpleaños.


–Está delicioso –comentó ella mientras tomaba otro sorbo y se echaba a reír–. Parece que las burbujas me explotan en la lengua.


Pedro la miró fijamente. No podía evitarlo. Paula era como un soplo de aire fresco y se dió cuenta de lo aburrida y anodina que había sido su vida hasta que su esposa entró a formar parte de ella. No supo cómo interpretar los sentimientos que comenzó a experimentar. El deseo era algo que comprendía, pero se sentía posesivo, protector, además de muchas otras sensaciones que jamás había sentido antes. Paula se mordió el labio y él se dió cuenta de que ella había tomado su silencio por irritación.


–No soy sofisticada –musitó Paula, sonrojándose.


–Gracias a Dios.


La orquesta empezó a tocar. Pedro la condujo al centro de la sala y, tras entregarle las copas vacías a un camarero, la tomó entre sus brazos. Incluso con aquellos zapatos de tacón tan alto, Paula era mucho más pequeña que él, tanto que prácticamente podía descansar la barbilla en lo alto de su cabeza.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 42

 –Es una noche muy importante para tí, ¿Verdad? –le dijo el tío Álvaro.


Pedro asintió, aunque no estaba del todo seguro a qué se refería tu tío.


–He oído rumores de que Alfredo te va a nombrar su sucesor esta noche. Es lo que llevas deseando mucho tiempo.


–Ah, sí.


Pedro se quedó atónito al darse cuenta de que no había pensado en el anuncio de Alfredo ni un solo instante. Llevaba años esperando, pero, aquella noche, su mente se centraba en Paula. Se mesó el cabello con una mano y se preguntó por qué permitía que una mujer tan menuda, con una sensualidad tan discreta y unos ojos en los que podría ahogarse lo afectara de aquella manera. De repente, algo llamó su atención. Miró hacia la escalera y sintió que el corazón le latía con fuerza contra las costillas.


–Por fin… –murmuró en voz muy baja.


Cuando vió que Paula comenzaba a bajar por la escalera, agarrándose ligeramente a la balaustrada, se quedó sin palabras. Ella relucía. No había otra manera de describirla. El efecto que creaban los cientos de miles de lentejuelas doradas que cubrían su traje de noche era espectacular, pero había algo más que hacía que Juliet brillara. La seguridad en sí misma y el orgullo. Él se acercó al pie de la escalera, incapaz de apartar los ojos de ella. Estaba tan hermosa… Ciertamente, estaba realizando una entrada espectacular. Todos los presentes estaban mirando a su sensual e impresionante esposa mientras bajaba por la escalera hacia él. ¿Acaso no había visto ella lo hermosa que estaba? La ropa ayudaba, por supuesto. El vestido había sido diseñado para moldear su esbelto cuerpo y hacer destacar la estrecha cintura. El cuerpo del vestido no tenía tirantes y sus pequeños senos rebosaban por encima del escote como si fueran perfectos melocotones. La reluciente tela dorada se le ceñía perfectamente a las caderas antes de tomar la forma del corte sirena. Parecía deslizarse escaleras abajo a pesar de los altísimos zapatos de tacón dorado que llevaba puestos. En cuanto al cabello, se lo habían recortado un poco y relucía bajo las brillantes luces de las lámparas de araña. Además, le habían cortado unas capas en la parte delantera, que servían para atraer la atención a sus pómulos y a los increíbles ojos azules. Cuando Paula se detuvo por fin dos escalones antes de llegar al suelo, vió que le habían oscurecido cejas y pestañas y que tenía los labios pintados de un delicado brillo rosado. El toque final de su transformación era el perfume, una fragancia floral, pero muy sensual que le asaltaba los sentidos y le subía la temperatura de la entrepierna.


–Estás muy bella. Me has dejado sin palabras, Paula. Jamás hubiera creído que…


–¿Que una mona pudiera dejar de serlo al vestirse de seda?


–No quiero volverte a oír esa expresión. Ni eres ni has sido nunca una mona.


Pedro reconoció que había estado ciego. Peor aún, había sido tan arrogante como para creer que podía utilizar a Paula para conseguir su ambición y la había elegido precisamente por su apariencia desharrapada. La había tratado con tanto desprecio como su abuelo. Sin embargo, la etérea belleza de ella escondía una increíble fuerza de voluntad. Era una superviviente. Como él.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 41

 –Lo único que recuerdo fue un ruido muy fuerte, como una explosión. Estuve en coma dos semanas. Cuando recuperé la consciencia, me dijeron que tenía el fémur destrozado por el impacto. En un principio, el cirujano dijo que me tendrían que amputar la pierna, pero hizo todo lo que pudo y la salvó. Tengo el fémur sujeto por varios clavos de metal – añadió tragando saliva–. Mi tía vino desde Australia y me dió la noticia de lo que les había ocurrido a mis padres cuando salí de la UCI.


–Dios santo… ¿Y la pierna se ha recuperado por completo?


–Ahora está bien, pero hace dieciocho meses tuvieron que operarme otra vez y estuve en el hospital varias semanas. Mi tía no pudo venir desde Australia, porque estaba enferma. No había nadie para que cuidara de Sofía, así que tuvo que alojarse con una familia de acogida.


Paula recordó lo desesperada que se había sentido y lo mucho que había echado de menos a su hija mientras estuvieron separadas. Los ojos se le llenaron de lágrimas.


–Sofía es lo único que tengo. Bruno nunca se ha interesado por ella, pero ahora amenaza con quitármela –dijo mientras se alejaba de Pedro. La mano de él cayó de su hombro–. No voy a permitir que eso ocurra. Por eso accedí a casarme contigo y esa es la razón por la que estoy dispuesta a cumplir con lo acordado. Te estoy utilizando tanto como tú me estás utilizando a mí. Esperemos que, dentro de un año, los dos terminemos obteniendo lo que estamos buscando.



Pedro recorría el vestíbulo de la mansión Zolezzi con una copa de champán en una mano y una sonrisa en los labios. Se detuvo a hablar con su tío. Aunque quería mucho a tu tío Álvaro, que era uno de sus apoyos, no hacía más que mirar hacia la escalera, esperando que Paula descendiera por ella. ¿Dónde diablos estaba su esposa? Cuando llamó a la puerta de su vestidor antes de bajar a saludar a los invitados a la fiesta de cumpleaños de su abuelo, fue Luciana quien le había contestado y le había dicho que Paula estaría lista en diez minutos. De eso ya hacía un cuarto de hora. Estaba empezando a temerse que no quisiera salir de la habitación por miedo a sufrir otra gélida acogida por parte de ciertos miembros de la familia. Prácticamente no la había visto en los dos últimos días. Mientras él estaba en el trabajo, lo había organizado todo para que ella fuera de compras con una estilista profesional que iba a aconsejarla sobre un nuevo guardarropa. Luciana se había ofrecido a cuidar de Sofía. Aún no había podido ver si la estilista había tenido éxito en su propósito. Todas las noches, cuando regresaba del trabajo, Paula ya estaba profundamente dormida. Consciente de que aún no se había recuperado por completo del virus que la había debilitado tanto, no había querido molestarla y había dormido en el sofá de su vestidor. Sin embargo, no había dejado de pensar en ella. En vez de concentrarse en lo que se decía en las reuniones, no había podido dejar de pensar en Paula cuando estaban en la piscina. No dejaba de verla con aquel bañador azul claro, que hacía destacar el intenso azul de sus ojos. La prenda había revelado una esbelta figura y pequeños senos, muy redondos. Era tan frágil como un pájaro y cuando vió la cicatriz que ella tenía en la pierna antes de que se cubriera rápidamente con el albornoz, decidió que era la mezcla perfecta de vulnerabilidad y valor.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 40

 –¿Me estás diciendo que quieres que ignore a tu hija? Sé que la situación ha cambiado, pero no es mi intención disgustarla. Es una niña encantadora.


–Le gustas –musitó Paula–. Se te da bien tratar con ella y con tus sobrinas. Cuanto tengas hijos propios, serás un buen padre.


–Eso no va a ocurrir nunca. No tengo deseo alguno de tener hijos.


–¿Y si tu esposa quiere tener una familia? No me refiero a mí, sino a que en el futuro podrías conocer a la mujer adecuada y enamorarte de ella.


–Cuando accediste a ser mi esposa, te dije que no creo en el amor – dijo él mientras se ponía de pie e iba a tomar una toalla de una hamaca cercana–. La lujuria es un sentimiento que comprendo, pero no dura para siempre. Desgraciadamente, muchas personas lo descubren después de comprometerse legalmente para pasar juntos el resto de sus vidas. Los únicos que ganan son los abogados especializados en divorcios.


–¿Por qué eres tan cínico? Mis padres estaban tan enamorados el uno del otro el día que murieron como lo estaban cuando se casaron. Fueron felices juntos durante más de veinte años. Tal vez te resulte raro, pero me alegro de que estuvieran juntos cuando murieron. No sé cómo habría sobrevivido uno sin el otro.


Paula salió de la piscina y se detuvo en seco cuando vió que Pedro le estaba mirando la pierna. Había estado tan distraída por la conversación que se había olvidado de la cicatriz que le recorría desde lo alto de la cadera hasta por encima de la rodilla. La cicatriz se había ido borrando a lo largo de los años, pero tras el frescor del agua de la piscina, había adquirido una tonalidad morada que resaltaba vivamente sobre su pálida piel. Evitó la mirada de Pedro se dirigió corriendo hacia donde había dejado su albornoz. Se lo puso rápidamente. Se había acostumbrado a la cicatriz, pero le habría gustado que él no la hubiera visto.


–¿Cómo te la hiciste? –le preguntó él suavemente.


–Yo estaba en el coche de mis padres cuando el camión nos embistió por detrás.


–Dios… No sabía que tú estabas con tus padres cuando murieron.


–No recuerdo mucho del accidente –dijo Paula mientras comprobaba que Sofía estaba con las gemelas en el arenero–. El coche tuvo una avería mientras íbamos por la autopista y mi padre se detuvo en el arcén. Era invierno y había mucha niebla. Yo estaba sentada en el asiento del copiloto. Mi padre me dijo que me quedara allí mientras él iba a sacar mi abrigo del maletero. Mi madre salió con él y fue entonces cuando el camión se empotró contra nosotros.


Notó que Pedro le agarraba con fuerza el hombro. Nunca había hablado de lo sucedido con nadie, pero las palabras le salían sin esfuerzo.