miércoles, 18 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 50

Después, Pedro volvió a unir su boca con la de ella y la besó de nuevo. Al principio, sin urgencia, pero la pasión no tardó en aparecer cuando vió que Paula le devolvía el beso con un ardor que le hizo gruñir de placer. Ella sintió la mano sobre la piel desnuda de la espalda y, entonces, se dió cuenta de que él le había bajado la cremallera del vestido cuando el corpiño se le bajó y sintió el aire fresco de la noche sobre su caldeada piel. Los pezones se hinchieron y se endurecieron solo con la mirada de Pedro.


–No llevas sujetador.


–No tengo el suficiente pecho para necesitarlo –dijo. Siempre se lamentaba de tener unos senos tan pequeños.


–Eres perfecta.


Pedro le cubrió uno de los senos con una mano. Las sensaciones de placer recorrieron el cuerpo de Paula cuando sintió que él comenzaba a acariciarle el pezón. Tuvo que contener un gemido de placer porque este era tan intenso que apenas podía controlar los temblores que sentía por todo el cuerpo. Pedro era un mago y ella estaba totalmente hechizada por él. Al ver que bajaba la cabeza, contuvo el aliento. Le hundió los dedos en la rica seda de su cabello cuando él capturó un pezón entre los labios y comenzó a estimularlo con la lengua una y otra vez. El placer llegó hasta la entrepierna, húmeda ya por el deseo. Juliet no podía pensar. Se sentía perdida en las maravillosas sensaciones que él le estaba provocando con los labios y con las manos por todo el cuerpo. Se asustó al darse cuenta de que los gemidos de placer que resonaban en la casa eran suyos. Le bajó el vestido hasta la cintura y luego se reclinó sobre el sofá para mirarla con apreciación.


–Eres exquisita… –le susurró Pedro, con un tono de voz ronco que la excitó por completo.


Le tomó los pálidos senos entre las manos y jugó con los enrojecidos pezones. La presión que ella sentía en la pelvis se había convertido en una insistente presión. Cuando Pedro cambió las posiciones de ambos, ella quedó tumbada sobre el sofá y él encima. Paula gozó con el peso de su cuerpo y sintió como él le separaba las piernas. Notó la firme columna de su excitación apretada contra lo más íntimo de su feminidad a través del vestido. Pedro la besaba con una maestría que le hacía temblar de deseo, un deseo que la abrasaba de tal manera que solo era capaz de sentir sus caricias sobre la piel y el calor de su cuerpo. Él le levantó el bajo del vestido y le acarició los muslos hasta llegar al pequeño triángulo de encaje de las braguitas. Perdida en las delicias que le estaban haciendo sentir aquellas caricias, Paula contuvo el aliento y deseó que él moviera los dedos. Tembló de placer cuando él los introdujo por la cinturilla de las braguitas y le acarició suavemente la húmeda hendidura. Hacía mucho desde que un hombre la había tocado de una manera tan íntima. Solo había habido otro hombre antes que él y no quería pensar en Bruno y en la única y poco satisfactoria experiencia que había tenido con él.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 49

 -Paula… Espera.


La voz de Pedro empujó a Paula a apretar el paso. Se alejaba rápidamente de la mansión corriendo por el césped. Sin embargo, no estaba acostumbrada a andar, y mucho menos a correr, con zapatos de tacón, por lo que él no tardó en alcanzarla junto a la casa de verano.


–¿Adónde vas?


–Todo lo lejos que pueda de tí.


Pedro lanzó una maldición y la agarró por los hombros para que ella se diera la vuelta.


–¿Qué es lo que te pasa?


La impaciencia de Pedro desató el temperamento de Paula.


–Tú eres experto en este juego, pero yo soy solo una novata y desconozco las reglas.


–¿Qué juego? ¿Por qué te marchaste del salón de baile mientras todos los invitados estaban brindando por mi abuelo? Todo el mundo va a creer que nos hemos peleado.


–Lo dudo después de que te hayas asegurado que todos, Alfredo incluido, fueran testigos del apasionado beso que nos dimos en la terraza. Yo me abrí a tí de un modo que jamás había hecho con nadie –le espetó muy enfadada–. Pensaba que me besabas porque… porque… No porque sintieras algo por mí, sino porque te gustaba un poco. Debería haberme dado cuenta de que era la oportunidad ideal para que representaras el papel de esposo amante delante de tu abuelo. El escenario era perfecto y lo único que necesitabas eran luces y acción.


Escuchó horrorizada cómo la voz le temblaba. Se sintió muy frustrada por no poder ocultar sus sentimientos. Entonces, se encogió de hombros y trató de zafarse de él, pero no lo consiguió.


–Esa no fue la razón por la que te besé –dijo él–. No tuvo nada que ver con mi abuelo. No sabía que iban a encender esas malditas luces.


–No puedes negar lo conveniente que fue. Y Alfredo sugirió en su discurso que podría hacerte presidente en menos de un año. No me puedo quejar. Cuanto antes te entregue la empresa, antes podremos terminar con esta farsa de matrimonio.


–Yo no sabía que nos vería todo el mundo. Te besé porque no me pude resistir. Porque llevaba queriendo besarte desde que te ví bajar las escaleras como si fueras una princesa. La fantasía de todo hombre hecha realidad.


Pedro la tomó entre sus brazos. Antes de que ella pudiera resistirse o protestar, reclamó su boca con un beso lleno de descarada posesión y ardiente pasión. El cerebro de Paula le decía que se resistiera, que sería una necia si le creía. Sin embargo, había notado algo diferente en su voz. Además, admitió que deseaba aquel beso. El mundo pareció salirse de su eje cuando él la tomó en brazos y la llevó a la casa de verano. Abrió la puerta con el hombro y la cerró de una patada sin dejar de besarla. La luz de la luna entraba por las ventanas e iluminaba el interior de la casa con un brillo nacarado. Pedro fue hacia el sofá y se sentó con ella en el regazo. Deslizó los labios por el delicado cuello de Paula, deteniéndose detrás de la oreja. Luego le mordió el lóbulo y provocó un estallido de placer en todo su cuerpo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 48

Ella obedeció. Dejó que su mirada se fundiera con la de él mientras, instintivamente, se arqueaba contra su cuerpo y dejaba que Pedro la besara. Al principio, fue un beso delicado, ligero, que poco a poco fue animándola a abrir los labios. El sabor era divino y Paula se apretó con fuerza contra él, deseando más, mucho más… Pedro profundizó el beso, apretando su boca contra la de ella. Paula se sintió totalmente incapaz de rechazar aquel apasionado ataque. Aquel beso la transportaba a un lugar en el que solo importaban las sensaciones. Él realizó un profundo sonido y deslizó la mano desde la cintura hasta la base de la espalda, obligándola a poner en contacto su pelvis con la de él y sentir así la poderosa prueba de su erección. Asombrada de que pudiera ejercer un efecto así sobre él, Paula se fundió contra su cuerpo. Levantó los brazos para rodearle el cuello con ellos. El beso se convirtió en una experiencia totalmente erótica. Ella sintió que las chispas saltaban en su cuerpo. Nunca habría imaginado que un beso podría ser así. Una conflagración que destruía sus inhibiciones y la animaba a arder en el fuego de Pedro. Tardó unos instantes en darse cuenta de que las brillantes luces que veía no eran estrellas fugaces, sino luces de verdad, que se habían encendido para iluminar la terraza. Incluso más sorprendente fue el sonido de los aplausos. Pedro apartó la boca de la de ella y Paula giró la cabeza para ver que gran parte de los invitados a la fiesta los estaban observando. Alfredo estaba entre ellos. De repente, lo comprendió todo y sintió una profunda humillación al darse cuenta de que él la había besado así para demostrarle a Alfredo que su matrimonio era real. Sintió que el suelo se abría bajo sus pies y amenazaba con engullirla. Sin embargo, Pedro le agarró con fuerza la cintura, como si hubiera imaginado que ella quería darle una bofetada y salir huyendo. Avanzó a través del balcón, dejando a Paula sin otra opción que hacer lo mismo.


–Quiero ir a ver a Sofía –le susurró mientras volvían a entrar en el salón de baile.


Había sido una idiota. Pedro era un playboy, muy versado en las artes de la seducción.


–No te puedes marchar ahora. Mi abuelo está a punto de dar su discurso. La niñera se ocupará de Sofía si necesita algo.


En ese momento, Alfredo se subió a una especie de estrado para dirigirse a sus invitados.


–Como todos saben, hoy celebro que cumplo ochenta años. Ha llegado el momento de que piense en el futuro del Grupo Zolezzi y considere quién será la persona que me suceda en todos mis cargos. Creo que esa persona es Pedro, el mayor de mis nietos.


Paula miró a su alrededor y se quedó atónita al ver el gesto de ira en el rostro de Ana Zolezzi. Se preguntó por qué la madre de Pedro favorecía a su hijo menor y por qué no había afecto real entre Pedro y ella.


–Sin embargo –prosiguió Alfredo–, he decidido seguir ocupando mis cargos un año más, durante el cual trabajaré estrechamente con Pedro para asegurar que la transición a su liderato sea tranquila. Él sabe que hay ciertas áreas en las que tendrá que demostrar su aptitud antes de que yo le ceda el mando. En mi opinión, quien me suceda, debería estar preparado para mostrar compromiso en todas las áreas de su vida, que es algo que, francamente, no ha hecho en el pasado. Sin embargo, su reciente matrimonio sugiere un cambio de actitud.


Alfredo se detuvo un instante y miró fijamente a Pedro. Luego a Paula. Ella sintió que Pedro le agarraba la cintura con fuerza, inmovilizándola a su lado.


–Tal vez –concluyó Alfredo–, Pedro podrá convencerme de que me retire antes de que el año haya llegado a su fin.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 47

 –Ese accidente no fue culpa tuya. Tienes que creerlo –afirmó Pedro mientras la tomaba entre sus brazos–. Niebla espesa y un camión que iba a demasiada velocidad. Tú no podías controlar nada de eso –añadió mientras le acariciaba suavemente el cabello–. Parece que tus padres te querían mucho…


Pedro pronunció aquellas palabras con un extraño tono en la voz que Paula no pudo definir.


–Sacrificaron muchas cosas para que yo pudiera conseguir mi sueño de ser bailarina. Gané una beca para asistir a una escuela de danza cuando tenía once años. La beca pagaba mi educación, pero había muchos otros gastos y mis padres trabajaban horas extra para poder comprarme zapatillas de ballet y cubrir todos lo demás –susurró–. Yo era la única alumna con beca de mi curso y la mayoría de los otros provenían de familias muy adineradas. Me hicieron sentir que yo no pertenecía allí porque venía de una familia normal. Igual que tu abuelo me hizo sentirme una intrusa cuando me presentaste como tu esposa.


–¿Por qué te quedaste en esa escuela si los demás te hacían sentir mal?


–Estaba decidida a ser bailarina de ballet. No me importaba nada más. Los demás dejaron de meterse conmigo cuando sacaba las notas más altas en todos los exámenes de ballet. Y también hice amigos. Carla, mi mejor amiga, es la hija de Víctor Mullholland, el famoso coleccionista de arte. A veces me iba con ella durante las vacaciones y su padre nos mostraba su colección de arte y nos hablaba sobre los cuadros. Carla ya es primera bailarina. Seguimos estando en contacto, pero envidio su carrera.


Pedro no dijo nada. Se limitó a apretarla contra su cuerpo como si lo comprendiera, como si le importara.


–Pienso utilizar parte de tu dinero en crear una escuela de danza para niños y adolescentes. Mi pierna no tiene la suficiente fuerza como para bailar en el escenario, pero sí puedo dar clase de ballet y ayudar a otros niños a conseguir el sueño que yo viví durante un breve espacio de tiempo.


Paula sintió que el corazón se le detenía cuando Pedro la besó delicadamente en la frente. El tiempo pareció quedar suspendido. No supo cuánto tiempo estuvieron así, con los brazos de él estrechándola contra su cuerpo y ella con la mejilla apoyada contra la pechera de su camisa. Sin embargo, gradualmente, comenzó a ser consciente de la firmeza de su cuerpo y del calor que este irradiaba. Cuando levantó la mirada, vió que la estaba mirando muy fijamente, con una intensidad que le produjo una extraña sensación en el estómago. Se sentía mareada, como si hubiera tomado demasiado champán. Pedro le deslizó una mano por debajo de la barbilla y la miró con una promesa sensual en los ojos que le aceleró los latidos del corazón. Una vez más, sintió que nada de todo aquello era real. Solo era un hermoso sueño del que nunca querría despertarse. Cerró los ojos y sintió cómo el aliento de él le acariciaba los labios.


–Abre los ojos…

Un Trato Arriesgado: Capítulo 46

 –A mi hermano le espera una buena sorpresa –le había dicho Luciana con satisfacción en la voz–. Estás maravillosa.


Paula se sentía maravillosa. Pedro le había dicho que estaba muy guapa y el corazón se le había desbocado al ver el brillo inconfundible del deseo en sus espléndidos ojos verdes. Había recuperado su orgullo después de sentir el desdén con el que él la miró el día de su boda. Sin embargo, se recordó que nada de todo aquello era real. Solo el vestido lo era, como también la docena de conjuntos que llenaban su guardarropa, con zapatos a juego en una amplia variedad de colores y todos los accesorios que podía necesitar. Sabía que sería fácil dejarse llevar por la magia que la había transformado en lo que era en aquellos momentos, pero no debía olvidar la razón por la que él se había casado con ella. No debía permitir que la sedujera un playboy confeso que le había dejado más que clara su opinión sobre el amor. Se aseguró que no sería tan necia como para enamorarse de él.


–¿Por qué estás aquí sola?


Paula se dió la vuelta y lo encontró muy cerca de ella. Demasiado cerca. Un fuerte calor explotó dentro de su cuerpo cuando el muslo de Pedro la rozó. Estaba impresionante con un esmoquin negro, una camisa blanca y una pajarita negra. Sin poder evitarlo, recordó cómo la había tenido entre sus brazos mientras bailaban juntos. Había deseado tanto poder abrirle la camisa para poder deslizar las manos sobre su torso desnudo…


–He salido a tomar un poco de aire –respondió con una sonrisa–. No estoy más sola aquí que ahí dentro, donde no conozco a nadie.


–Me conoces a mí.


–En realidad, no. Somos unos desconocidos, unidos por un alocado matrimonio.


Pedro frunció el ceño.


–Tenemos que pasar algo de tiempo conociéndonos o no podremos convencer a mi abuelo de que nuestra relación es verdadera. Para empezar, ¿por qué no me dijiste antes que habías sido bailarina de ballet?


–No me pareció que fuera a interesarte. Me elegiste para ser tu esposa porque pensabas que yo no tenía cultura y que venía de un pasado sumido en la pobreza.


–Ya me he disculpado por el modo en el que te traté.


–No tienes que disculparte cuando me vas a pagar cinco millones de libras.


Si Paula seguía recordándose el acuerdo al que habían llegado, tal vez le sería más fácil ignorar la ardiente intensidad de la mirada de Pedro, una mirada que le hacía desear que su matrimonio fuera real en todos los sentidos.


–El accidente de coche que terminó con las vidas de tus padres también acabó con tu carrera en la danza, ¿Verdad?


–Acababa de bailar el papel de Giselle en Londres. Era una de las bailarinas más jóvenes en ser escogida para ese papel –dijo Paula con profunda tristeza–. Mis padres murieron por mi culpa. Me llevaban a Birmingham, porque el ballet iba a debutar allí. Podría haber ido en el autobús con el resto de los bailarines, pero mis padres siempre acudían a mi primera representación.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 45

El hombre lo miró con desaprobación. Pedro se dió cuenta de que llevaba toda su vida adulta tratando de conseguir la aprobación de Alfredo sin éxito alguno. Él era la persona más adecuada para sucederle al frente del Grupo Zolezzi y su abuelo lo sabía igual que él. Sin embargo, no podía nunca escapar de los prejuicios que evocaba en él y en gran parte de su familia el hecho de que fuera medio gitano.


–No vuelvas a tratar a mi esposa con esa falta de respeto. No tienes derecho a juzgarla porque no sabes nada sobre ella.


–¿Y tú? –le preguntó su abuelo con gesto desafiante.


Alfredo miró fijamente a Pedro. Entonces, la curiosidad que expresaba su rostro cambió en algo que podría haber sido respeto, aún a su pesar. Pedro pensó que tal vez había imaginado lo que vió. Entonces, se dió cuenta de que no le importaba la opinión que su abuelo pudiera tener de él. Su única preocupación era que Alfredo tratara a Paula con el respeto y la consideración que ella se merecía. Mientras regresaba hacia el lugar en el que ella se encontraba, se topó con su hermanastro.


–¿Cómo estás, Diego?


–En shock –replicó este con una sonrisa–. Mamá me ha dicho que tienes esposa, pero piensa que es algo sospechoso que te casaras con tanta rapidez. 


–Nadie se sorprendió más que yo cuando me enamoré de Paula – replicó. Le resultó extraño la facilidad con la que aquella mentira se formó en sus labios.


–Me muero de ganas por conocer a la mujer que, por fin, ha conseguido que sientes la cabeza. Debe de ser maravillosa.


–Ciertamente me maravilla a mí –dijo él. Aún no se había repuesto de la impactante revelación de Paula–. Te la presentaré cuando la encuentre.


Entonces, miró a su alrededor y frunció el ceño al no ver ningún vestido dorado y resplandeciente por ningún sitio. 



Paula había salido del salón de baile por unas puertas de cristal que conducían a una amplia terraza. Inmediatamente, el sonido de las voces y de la música pasó a convertirse en un murmullo. Era una noche muy despejada, por lo que levantó los ojos para mirar las estrellas que relucían como diamantes contra el negro terciopelo del cielo nocturno. La fiesta no le estaba resultando tan incómoda como había esperado y, aparte del momento en el que el abuelo de Pedro había hecho aquel desagradable comentario sobre ella, se estaba divirtiendo. Cuando limpiaba suelos en el centro comercial, nunca había soñado siquiera que se pondría un vestido tan hermoso como aquel, que bebería champán y que bailaría con su apuesto esposo. Se apoyó sobre la balaustrada de piedra y miró hacia el oscuro jardín. Trató de tranquilizar los frenéticos latidos de su corazón al recordar la expresión de Pedro cuando ella bajó las escaleras con su brillante vestido dorado. Parecía haberse quedado atónito, como si no pudiera creer que se trataba de ella. Comprendía aquel sentimiento porque a ella misma le había costado reconocerse en el espejo después de que Luciana terminara de maquillarla.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 44

Ella bailaba con una gracia natural que lo cautivó. Pedro se maldijo en silencio cuando sintió una previsible reacción en cierta parte de su anatomía con el roce del cuerpo de Paula contra el suyo. Reconoció que tenía problemas y aprovechó la excusa de que la música había terminado para apartarse de ella.


–Ven, voy a presentarte a algunas personas –dijo, tomándole la mano. Inmediatamente, sintió que ella se tensaba–. Tranquila. El tío Álvaro y su esposa son muy agradables. Solo tienes que ser tú misma.


Pedro le presentó a sus tíos, explicándoles cómo y dónde se habían conocido. Sintió la mirada que Paula le dedicó cuando les dijo que había sido amor a primera vista. Lucrecia, la esposa de Álvaro, le miró la mano a Paula.


–Veo que no llevas anillo de compromiso. Pero bueno, Pedro…


–Nos casamos muy rápidamente. No hubo tiempo para elegir el anillo – dijo él.


–Álvaro y yo vamos a ir a Londres el mes que viene. Quiero ir a visitar el palacio de Buckingham. ¿Vives cerca, Paula?


–No, no muy cerca –respondió ella sin dudarlo.


–¿Y qué otros lugares de la capital me recomiendas que visitemos mientras estemos allí? –le preguntó Lucrecia.


–Bueno, si les gusta la música, les recomiendo que compren entradas para ir al Royal Albert Hall. Es un lugar maravilloso para escuchar un concierto. También está el Royal Festival Hall y la Royal Opera House. Todos son espectaculares.


–Supongo que trabajarías como limpiadora en alguno de esos lugares… –dijo una voz en tono sarcástico.


Pedro miró a su alrededor y vió que Alfredo estaba muy cerca. Evidentemente, su abuelo había estado escuchando la conversación. Furioso con el anciano, agarró con fuerza la cintura de Paula y esperó que ella no se hubiera disgustado. Su abuelo era un esnob.


–Abuelo… –le espetó muy secamente.


–En realidad, he bailado en todos esos lugares –dijo Paula con voz tranquila–. Yo era bailarina de ballet y, en mi breve carrera, bailé en varios de los mejores escenarios.


Pedro se quedó atónito. Oyó que Alfredo lanzaba un bufido de incredulidad, pero la tía Lucrecia comenzó a aplaudir muy emocionada.


–¡Me encanta el ballet, en especial El Lago de los Cisnes! En una ocasión, bailé la Danza de los pequeños cisnes.


–¿Sigues bailando?


–Profesionalmente, no. Tuve una lesión muy grave por un accidente y no pude continuar con mi carrera en la danza.


Alfredo se alejó de ellos y Pedro se excusó, dejando a Paula charlando con sus tíos.


–Abuelo –le dijo al alcanzarle.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 43

Se sintió muy avergonzado por haber pensado que el hecho de que Paula no tuviera dinero la convertía en un ser menos merecedor de su respeto. Él mismo se había pasado veinte años de su vida luchando contra los prejuicios de su familia por ser en parte gitano, nacido en el arroyo y con un padre traficante de drogas. A pesar de todo, había utilizado los problemas económicos de ella para convencerla de que se casara con él sin pararse a pensar lo humillada que se sentiría por sus familiares.


–Estás exquisita –le aseguró–. Veo que las compras han sido un éxito.


–La estilista insistió en que necesitaba una docena de conjuntos que reflejaran mi posición como esposa tuya –dijo ella mordiéndose el labio inferior–. Se gastó una fortuna en ropa. Te lo pagaré cuando… Cuando…


Miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos y que nadie podía escuchar su conversación.


–Cuando termine nuestro acuerdo matrimonial.


Pedro le colocó un dedo sobre los labios. No quería pensar por qué en aquellos momentos se negaba a recordar el motivo que había detrás de su matrimonio.


–Creo en vivir el momento, querida. Y, en este momento, será un honor escoltar a mi hermosa esposa al salón de baile.


Paula sonrió. Su delicada belleza hizo que Pedro sintiera un nudo en el estómago. Entrelazó el brazo de su esposa con el suyo y la hizo entrar en el salón de baile, donde se reunían la mayoría de los trescientos invitados y los camareros estaban sirviendo champán y canapés. Gran parte de la élite de España, una mezcla de aristócratas y nuevos ricos, estaban presentes. Él tomó una copa de champán que le ofreció un camarero y se la dió a Paula. Después, tomó otra para sí mismo.


–Salud.


–¿Es champán de verdad? –preguntó ella tras darle un sorbo–. Yo solo he tomado vino espumoso.


–Por supuesto que sí. Mi abuelo no permitiría que se sirviera otra cosa que no fuera el champán de la mejor calidad en su fiesta de cumpleaños.


–Está delicioso –comentó ella mientras tomaba otro sorbo y se echaba a reír–. Parece que las burbujas me explotan en la lengua.


Pedro la miró fijamente. No podía evitarlo. Paula era como un soplo de aire fresco y se dió cuenta de lo aburrida y anodina que había sido su vida hasta que su esposa entró a formar parte de ella. No supo cómo interpretar los sentimientos que comenzó a experimentar. El deseo era algo que comprendía, pero se sentía posesivo, protector, además de muchas otras sensaciones que jamás había sentido antes. Paula se mordió el labio y él se dió cuenta de que ella había tomado su silencio por irritación.


–No soy sofisticada –musitó Paula, sonrojándose.


–Gracias a Dios.


La orquesta empezó a tocar. Pedro la condujo al centro de la sala y, tras entregarle las copas vacías a un camarero, la tomó entre sus brazos. Incluso con aquellos zapatos de tacón tan alto, Paula era mucho más pequeña que él, tanto que prácticamente podía descansar la barbilla en lo alto de su cabeza.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 42

 –Es una noche muy importante para tí, ¿Verdad? –le dijo el tío Álvaro.


Pedro asintió, aunque no estaba del todo seguro a qué se refería tu tío.


–He oído rumores de que Alfredo te va a nombrar su sucesor esta noche. Es lo que llevas deseando mucho tiempo.


–Ah, sí.


Pedro se quedó atónito al darse cuenta de que no había pensado en el anuncio de Alfredo ni un solo instante. Llevaba años esperando, pero, aquella noche, su mente se centraba en Paula. Se mesó el cabello con una mano y se preguntó por qué permitía que una mujer tan menuda, con una sensualidad tan discreta y unos ojos en los que podría ahogarse lo afectara de aquella manera. De repente, algo llamó su atención. Miró hacia la escalera y sintió que el corazón le latía con fuerza contra las costillas.


–Por fin… –murmuró en voz muy baja.


Cuando vió que Paula comenzaba a bajar por la escalera, agarrándose ligeramente a la balaustrada, se quedó sin palabras. Ella relucía. No había otra manera de describirla. El efecto que creaban los cientos de miles de lentejuelas doradas que cubrían su traje de noche era espectacular, pero había algo más que hacía que Juliet brillara. La seguridad en sí misma y el orgullo. Él se acercó al pie de la escalera, incapaz de apartar los ojos de ella. Estaba tan hermosa… Ciertamente, estaba realizando una entrada espectacular. Todos los presentes estaban mirando a su sensual e impresionante esposa mientras bajaba por la escalera hacia él. ¿Acaso no había visto ella lo hermosa que estaba? La ropa ayudaba, por supuesto. El vestido había sido diseñado para moldear su esbelto cuerpo y hacer destacar la estrecha cintura. El cuerpo del vestido no tenía tirantes y sus pequeños senos rebosaban por encima del escote como si fueran perfectos melocotones. La reluciente tela dorada se le ceñía perfectamente a las caderas antes de tomar la forma del corte sirena. Parecía deslizarse escaleras abajo a pesar de los altísimos zapatos de tacón dorado que llevaba puestos. En cuanto al cabello, se lo habían recortado un poco y relucía bajo las brillantes luces de las lámparas de araña. Además, le habían cortado unas capas en la parte delantera, que servían para atraer la atención a sus pómulos y a los increíbles ojos azules. Cuando Paula se detuvo por fin dos escalones antes de llegar al suelo, vió que le habían oscurecido cejas y pestañas y que tenía los labios pintados de un delicado brillo rosado. El toque final de su transformación era el perfume, una fragancia floral, pero muy sensual que le asaltaba los sentidos y le subía la temperatura de la entrepierna.


–Estás muy bella. Me has dejado sin palabras, Paula. Jamás hubiera creído que…


–¿Que una mona pudiera dejar de serlo al vestirse de seda?


–No quiero volverte a oír esa expresión. Ni eres ni has sido nunca una mona.


Pedro reconoció que había estado ciego. Peor aún, había sido tan arrogante como para creer que podía utilizar a Paula para conseguir su ambición y la había elegido precisamente por su apariencia desharrapada. La había tratado con tanto desprecio como su abuelo. Sin embargo, la etérea belleza de ella escondía una increíble fuerza de voluntad. Era una superviviente. Como él.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 41

 –Lo único que recuerdo fue un ruido muy fuerte, como una explosión. Estuve en coma dos semanas. Cuando recuperé la consciencia, me dijeron que tenía el fémur destrozado por el impacto. En un principio, el cirujano dijo que me tendrían que amputar la pierna, pero hizo todo lo que pudo y la salvó. Tengo el fémur sujeto por varios clavos de metal – añadió tragando saliva–. Mi tía vino desde Australia y me dió la noticia de lo que les había ocurrido a mis padres cuando salí de la UCI.


–Dios santo… ¿Y la pierna se ha recuperado por completo?


–Ahora está bien, pero hace dieciocho meses tuvieron que operarme otra vez y estuve en el hospital varias semanas. Mi tía no pudo venir desde Australia, porque estaba enferma. No había nadie para que cuidara de Sofía, así que tuvo que alojarse con una familia de acogida.


Paula recordó lo desesperada que se había sentido y lo mucho que había echado de menos a su hija mientras estuvieron separadas. Los ojos se le llenaron de lágrimas.


–Sofía es lo único que tengo. Bruno nunca se ha interesado por ella, pero ahora amenaza con quitármela –dijo mientras se alejaba de Pedro. La mano de él cayó de su hombro–. No voy a permitir que eso ocurra. Por eso accedí a casarme contigo y esa es la razón por la que estoy dispuesta a cumplir con lo acordado. Te estoy utilizando tanto como tú me estás utilizando a mí. Esperemos que, dentro de un año, los dos terminemos obteniendo lo que estamos buscando.



Pedro recorría el vestíbulo de la mansión Zolezzi con una copa de champán en una mano y una sonrisa en los labios. Se detuvo a hablar con su tío. Aunque quería mucho a tu tío Álvaro, que era uno de sus apoyos, no hacía más que mirar hacia la escalera, esperando que Paula descendiera por ella. ¿Dónde diablos estaba su esposa? Cuando llamó a la puerta de su vestidor antes de bajar a saludar a los invitados a la fiesta de cumpleaños de su abuelo, fue Luciana quien le había contestado y le había dicho que Paula estaría lista en diez minutos. De eso ya hacía un cuarto de hora. Estaba empezando a temerse que no quisiera salir de la habitación por miedo a sufrir otra gélida acogida por parte de ciertos miembros de la familia. Prácticamente no la había visto en los dos últimos días. Mientras él estaba en el trabajo, lo había organizado todo para que ella fuera de compras con una estilista profesional que iba a aconsejarla sobre un nuevo guardarropa. Luciana se había ofrecido a cuidar de Sofía. Aún no había podido ver si la estilista había tenido éxito en su propósito. Todas las noches, cuando regresaba del trabajo, Paula ya estaba profundamente dormida. Consciente de que aún no se había recuperado por completo del virus que la había debilitado tanto, no había querido molestarla y había dormido en el sofá de su vestidor. Sin embargo, no había dejado de pensar en ella. En vez de concentrarse en lo que se decía en las reuniones, no había podido dejar de pensar en Paula cuando estaban en la piscina. No dejaba de verla con aquel bañador azul claro, que hacía destacar el intenso azul de sus ojos. La prenda había revelado una esbelta figura y pequeños senos, muy redondos. Era tan frágil como un pájaro y cuando vió la cicatriz que ella tenía en la pierna antes de que se cubriera rápidamente con el albornoz, decidió que era la mezcla perfecta de vulnerabilidad y valor.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 40

 –¿Me estás diciendo que quieres que ignore a tu hija? Sé que la situación ha cambiado, pero no es mi intención disgustarla. Es una niña encantadora.


–Le gustas –musitó Paula–. Se te da bien tratar con ella y con tus sobrinas. Cuanto tengas hijos propios, serás un buen padre.


–Eso no va a ocurrir nunca. No tengo deseo alguno de tener hijos.


–¿Y si tu esposa quiere tener una familia? No me refiero a mí, sino a que en el futuro podrías conocer a la mujer adecuada y enamorarte de ella.


–Cuando accediste a ser mi esposa, te dije que no creo en el amor – dijo él mientras se ponía de pie e iba a tomar una toalla de una hamaca cercana–. La lujuria es un sentimiento que comprendo, pero no dura para siempre. Desgraciadamente, muchas personas lo descubren después de comprometerse legalmente para pasar juntos el resto de sus vidas. Los únicos que ganan son los abogados especializados en divorcios.


–¿Por qué eres tan cínico? Mis padres estaban tan enamorados el uno del otro el día que murieron como lo estaban cuando se casaron. Fueron felices juntos durante más de veinte años. Tal vez te resulte raro, pero me alegro de que estuvieran juntos cuando murieron. No sé cómo habría sobrevivido uno sin el otro.


Paula salió de la piscina y se detuvo en seco cuando vió que Pedro le estaba mirando la pierna. Había estado tan distraída por la conversación que se había olvidado de la cicatriz que le recorría desde lo alto de la cadera hasta por encima de la rodilla. La cicatriz se había ido borrando a lo largo de los años, pero tras el frescor del agua de la piscina, había adquirido una tonalidad morada que resaltaba vivamente sobre su pálida piel. Evitó la mirada de Pedro se dirigió corriendo hacia donde había dejado su albornoz. Se lo puso rápidamente. Se había acostumbrado a la cicatriz, pero le habría gustado que él no la hubiera visto.


–¿Cómo te la hiciste? –le preguntó él suavemente.


–Yo estaba en el coche de mis padres cuando el camión nos embistió por detrás.


–Dios… No sabía que tú estabas con tus padres cuando murieron.


–No recuerdo mucho del accidente –dijo Paula mientras comprobaba que Sofía estaba con las gemelas en el arenero–. El coche tuvo una avería mientras íbamos por la autopista y mi padre se detuvo en el arcén. Era invierno y había mucha niebla. Yo estaba sentada en el asiento del copiloto. Mi padre me dijo que me quedara allí mientras él iba a sacar mi abrigo del maletero. Mi madre salió con él y fue entonces cuando el camión se empotró contra nosotros.


Notó que Pedro le agarraba con fuerza el hombro. Nunca había hablado de lo sucedido con nadie, pero las palabras le salían sin esfuerzo.


Un Trato Arriesgado: Capítulo 39

 -Estoy segura de que siempre has hecho todo lo mejor por tu hija – dijo Luciana cariñosamente–. Sofía puede utilizar uno de los trajes de baño que se le han quedado pequeños a mis hijas. Yo te prestaré uno a tí.


Paula decidió que su conciencia no le permitía que Sofía se perdiera su primera experiencia en una piscina. La emoción de la niña cuando llegaron más tarde la ayudó a superar la reticencia a quitarse el albornoz y a quedarse tan solo con el traje de baño azul cielo que Luciana le había prestado. Las gemelas ya estaban en el agua y ella se dió cuenta de que nadaban con mucha soltura. Se sintió culpable de que, por las circunstancias, Sofía se hubiera perdido tantas cosas, en especial un padre. Valentina y Alma estaban jugando con el suyo. Minutos después, Luciana se lo presentó a Paula.


–Iba a llegar a tiempo para el almuerzo, pero retrasaron mi vuelo – explicó Mariano Davenport con una enorme sonrisa–. Según me han dicho te enfrentaste a Alfredo. Ojalá hubiera estado presente para verlo.


Luciana y Mariano eran tan simpáticos que Paula comenzó a relajarse mientras jugaba en la piscina con Sofía, que iba equipada con unos manguitos y estaba flotando feliz en el agua.


–También hay una piscina cubierta. Si la traes todos los días, Sofía no tardará en aprender a nadar sin manguitos –le dijo Luciana.


Por primera vez desde que Pedro le dijo que tendrían que permanecer casados durante un año, Paula comprendió que su situación tenía ciertos beneficios, sobre todo para su hija. Sintió que se le hacía un nudo en el estómago al recordar lo que ocurrió cuando él la encontró en el balcón y la besó. Aquel beso había sido mucho mejor de lo que había imaginado. Y se lo había imaginado a menudo. Sus fantasías secretas, en la que la tomaba entre sus brazos y la besaba, no se habían visto defraudadas por la realidad. Solo pensarlo le provocaba un hormigueo en los pechos y, cuando se miró, se sintió escandalizada al ver que los pezones se le marcaban por debajo del traje de baño. De repente, una voz profunda con un sensual acento llamó su atención. Rápidamente se sumergió en el agua cuando vió a Pedro al borde de la piscina. Un bañador azul marino, algo bajo en las caderas, unas fuertes y velludas piernas, un liso abdomen y un ancho torso, muy bronceado, cubierto de un vello negro y sedoso. ¡Dios santo! Se dirigió a aguas más profundas para ocultar la reacción de su cuerpo ante aquella descarada masculinidad. Sofía lanzó un grito de alegría al verlo.


–¡Pepe! ¿Vienes a nadar?


Pedro se lanzó en la piscina y buceó bajo la superficie antes de reaparecer y apartarse el cabello húmedo del rostro con las manos.


–A ver cómo nadas, campeona –le dijo a Sofía.


La niña comenzó a patalear inmediatamente, tal y como Paula llevaba más de veinte minutos intentando que hiciera. Se quedaron en el agua un rato, hasta que Sofía comenzó a temblar. Pedro la sacó al borde, donde Elvira la estaba esperando con una toalla. Entonces, él se volvió a Paula y frunció el ceño al ver la tensa expresión de su rostro.


–¿Qué te pasa? Se supone que tenemos que jugar a las familias felices, pero no has parado de mirarme fijamente.


–Exactamente. Todo esto es un juego para tí –respondió ella–. Mientras tú estás jugando a las familias felices para impresionar a tu abuelo, existe el peligro de que Sofía te tome demasiado cariño. Cuando accedí a nuestro acuerdo de matrimonio, solo iba a ser durante un par de meses, pero ahora tenemos que estar juntos un año entero. Para Sofía será más difícil cuando me la lleve a Inglaterra.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 38

Su aliento se mezcló con el de ella en cuanto unieron sus labios. La besó con un sentimiento de posesión tan fuerte que derribó todas sus defensas. Paula se rindió. Sospechaba que se odiaría por ello más tarde, pero, en aquellos momentos se sentía incapaz de luchar contra él. Cuando Pedro profundizó el beso y exploró el contorno de sus labios, le exigió una respuesta que ella no pudo negarle. Nunca se había sentido así antes. Desatada, hambrienta y ansiosa por experimentar una pasión que le hacía arder los pezones y le provocaba una fuerte sensación de necesidad entre las piernas. Pedro había estado en lo cierto al pensar que no tenía mucha experiencia en el arte de dar besos ni de ninguna otra cosa. Solo había salido unas noches con Bruno antes de que él le sugiriera que se acostaran juntos. La ingenuidad la había llevado a pensar que él estaba enamorado de ella también, por lo que había accedido. Su primera y única experiencia sexual había sido incómoda y poco satisfactoria, algo que él le aseguró que había sido culpa de ella. Por su parte, Pedro no la deseaba. Se había casado con ella porque le resultaba poco atractiva, pero, tras lo que le había dicho Alfredo, debían pasar juntos un año. No podría retomar su estilo de vida de playboy hasta que hubiera convencido a su abuelo de que su matrimonio era real. Si tenía que elegir entre el celibato o el sexo con su esposa, tal vez había decidido que la última era la mejor de las dos opciones. La vergüenza se apoderó de ella y apartó la boca.


–No.


–¿No? Estoy seguro de que podría persuadirte muy fácilmente de que retiraras esa afirmación.


–¿Y por qué ibas a querer hacerlo? Los dos sabemos que soy la última mujer que deseas. Soy demasiado delgada y normalita. He visto fotografías de las supermodelos que te llevas a la cama.


–No eres tan normalita como te crees. Solo necesitas la ropa adecuada.


–Mi madre me decía que, «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Sé lo que soy y sé perfectamente que mi falta de belleza y sofisticación son las razones por las que te casaste conmigo.


Paula lo empujó para que se apartara y subió corriendo la escalera. Se detuvo en el rellano al darse cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaban las habitaciones de Pedro ni el cuarto de juegos. Ansiaba por tomar en brazos a su hija y sentir su amor incondicional.


–¿Estás perdida? –le preguntó Luciana apareciendo de repente. Cuando Paula asintió, Luciana se echó a reír–. Esta casa es muy grande. Cuando Pedro y yo vinimos a vivir aquí, nos quedamos asombrados al ver lo enorme que es.


–Yo había dado por sentado que los dos habían nacido aquí. ¿Dónde vivían antes de venir a la mansión?


Luciana la miró muy fijamente.


–Eso se lo deberías preguntar a mi hermano. Aquí está el cuarto de juegos –comentó Luciana. Parecía aliviada de poder cambiar de tema–. Les he prometido a las gemelas que iremos a la piscina esta tarde. ¿Quieren venir Sofía y tú con nosotras?


–Ninguna de las dos tenemos traje de baño. No he llevado a Sofía nunca a nadar. La piscina donde vivíamos en Londres estaba cerrada por el ayuntamiento. Había una piscina en un gimnasio privado, pero no me lo podía permitir –añadió, sonrojándose y apartando la mirada de la elegante hermana de Pedro.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 37

 –¡Qué tragedia más terrible! Debió de ser un golpe muy duro para tí.


–Sí.


Los recuerdos se apoderaron de ella, evocando aquella noche en la que su vida había cambiado para siempre. Echaba mucho de menos a sus padres y se sentía muy sola, una intrusa en la familia de Pedro. Sin que pudiera evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas. Pedro dejó escapar un extraño sonido, algo parecido a un gruñido, y colocó una mano sobre la de ella. Aquel vínculo humano, la calidez de la piel de él mientras entrelazaba los dedos con los de ella, le llenó de alegría el corazón. Durante unos instantes, se permitió soñar que sentía algo por ella. Entonces, Pedro le agarró la mano y se la llevó a los labios. Paula lo miró a los ojos y vió en su rostro la expresión más cálida que había visto nunca. El tiempo pareció quedar suspendido, como si los dos fueran los únicos seres humanos flotando en un universo privado. Dejó escapar un suspiro, pero cuando miró a su alrededor, vió que Alfredo los estaba observando y lo comprendió todo. Pedro estaba actuando delante de su abuelo. Había sido una necia al pensar que su preocupación había sido auténtica. Cuando el almuerzo terminó, todos se pusieron de pie y salieron del comedor. Trató de zafarse de Pedro.


–Alfredo ya no puede vernos, así que puedes dejar de fingir.


–No estaba fingiendo –repuso él. Se detuvo y la miró fijamente, apretándole la mano con fuerza para que ella no pudiera soltarse–. No soy un ser sin compasión. Has tenido una vida muy dura.


–Como si te importara, Pedro –observó ella. Se negaba a caer en la seducción de su voz–. Sé que durante el próximo año tendré que comportarme como tu amante esposa en público, pero no quiero compasión fingida ni besos falsos.


Algo indescifrable apareció en los ojos de Pedro.


–No había nada falso en la química que los dos sentíamos esta mañana ni en el modo en el que respondiste cuando te besé. ¿Es necesario que te lo recuerde?


Sin saber cómo había llegado hasta allí, Paula se encontró en una pequeña oquedad que había en el vestíbulo. Pedro ignoró los intentos que ella hacía por soltarse la mano y se la colocó contra la espalda. Cuando le dió una patada en la espinilla, soltó una maldición.


–Tranquilízate. Pareces una gata salvaje.


–No quiero que me beses.


–Ya hemos pasado por esto antes.


Parecía aburrido, pero sus ojos brillaban con algo más que Paula se sorprendió al darse cuenta de que era deseo. Deseo hacia ella. Levantó la otra mano y le quitó las horquillas del recogido. El cabello le cayó inmediatamente sobre los hombros.


–No nos puede ver nadie. Entonces, ¿Por qué haces esto? –preguntó ella desesperadamente.


–Tienes que practicar los besos. Me da la sensación de que no tienes mucha experiencia.


–Siento que te hayas sentido desilusionado por mis esfuerzos de antes. ¿Es que te gusta humillarme?


–Encuentro esto mucho más placentero –murmuró contra los labios de Paula.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 36

 –Pedro me ha contado que tenías tu propio negocio en Londres. ¿De qué se trataba?


Alrededor de la mesa, todas las conversaciones cesaron y Paula sintió que todo el mundo estaba pendiente de ella.


–Vendía bocadillos y los llevaba a las oficinas a la hora de almorzar.


–¿Tenías un catering?


El tono de voz de Héctor era tan hiriente como si ella le hubiera dicho que trabajaba de stripper. Se contuvo. Odiaba el esnobismo, dado que lo había sufrido durante sus años en la escuela de danza, pero había aprendido también a sacar la cara por sí misma.


–Sí. Y también limpiaba por las tardes. Empujaba una pulidora industrial en un centro comercial.


–¡Santa María! ¡Es limpiadora! –le dijo en español a la madre de Pedro, que estaba sentada a su lado.


Ana miró a Paula con expresión altiva.


–Abuelo, no hay necesidad de ser grosero con mi esposa –replicó Pedro secamente.


Paula sintió que el corazón le daba un vuelco al escuchar cómo él la defendía… Hasta que recordó que Pedro estaba decidido a convencer a su abuelo de que estaba enamorado de ella. Entones, miró a Alfredo.


–Supongo que usted no es consciente de que hablo español y entiendo las cosas horribles que ha dicho sobre mí. No soy del arroyo. Mis padres no eran ricos, pero sí muy trabajadores y me enseñaron buenos modales… Algo de lo que usted parece carecer.


Todos los presentes contuvieron la respiración. Paula sintió que Pedro se tensaba a su lado, pero se sentía demasiado furiosa para que le importara.


–No hay vergüenza alguna en dedicarse al trabajo doméstico. Sin los empleados que se ocupan de esta casa, usted tendría que limpiar sus propios suelos.


Comprobó que Alfredo Zolezzi seguía mirándola como si fuera basura y, de repente, se arrepintió de sus palabras. ¿Y si decidía no nombrar presidente a Pedro porque ella se había dejado llevar por su orgullo? No se atrevió a mirar a Pedro, dado que estaba segura de que él estaría furioso con ella. Por ello se sorprendió mucho cuando él soltó una sonora carcajada.


–Muy bien dicho, querida –dijo él mientras miraba a su abuelo–. Tal y como acabas de descubrir, abuelo, mi esposa es pequeña de estatura, pero es tan fiera como una leona.


Paula miró a Pedro y sintió que el corazón le daba un vuelco cuando él le sonrió. Se dijo que debía de haberse imaginado la nota de admiración que había en su voz. El ambiente del comedor era muy tenso entre todos los presentes. Fue Luciana la que rompió el incómodo silencio.


–¿Dónde aprendiste a hablar español, Paula?


–Mi tía está casada con un español. Mi tío Carlos insistía en hablar español en casa con mi tía y mis primos. Yo viví con ellos un par de años, así que aprendí rápidamente a hablar, pero no tengo mucha seguridad leyendo y escribiendo.


–¿Viviste en España con tus tíos?


–No, en Australia, Sofía. Se instalaron en Sídney hace veinte años, pero mi tío quería sentir un vínculo con su país de nacimiento.


–¿Y tus padres? ¿También viven en Australia?


–No. Mis padres murieron antes de que naciera Sofía.


–Lo siento mucho –dijo Luciana con sinceridad–. Tus padres no debíande ser muy mayores. ¿Perdieron sus vidas en un accidente?


–Sí. Se les estropeó el coche en una autopista. Estaban esperando a la grúa, pero era una noche de niebla y un camión se chocó contra ellos. Los dos murieron en el acto.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 35

Los dos salieron al pasillo y descendieron por la escalera para dirigirse hacia otra zona de la casa. Pedro se tuvo que detener varias veces mientras ella se paraba para admirar los cuadros que estaban colgados de las paredes.


–¿No me digas que es un Van Gogh original? –le preguntó ella. Parecía estar completamente atónita–. ¿Y un Cezanne y un Renoir? Es una colección de arte impresionante. ¿Pertenecen estos cuadros a tu abuelo?


–Algunos son míos. Compré el Jackson Pollock en una subasta hace un año.


Pedro sintió curiosidad por el hecho de que una mujer que había vivido en un piso de los servicios sociales, que vendía bocadillos y que limpiaba para ganarse la vida supiera tanto de arte. Paula lo intrigaba… De hecho, era la única mujer que lo había hecho nunca.


Paula se detuvo delante del Pollock y estudió la pintura.


–Se me había olvidado que no habías tenido oportunidad de recorrer la casa porque tu enfermedad te ha mantenido confinada en la cama. Te lo enseñaré todo después de almorzar.


Pedro estaba a punto de abrir la puerta del comedor, pero Paula le colocó la mano sobre el brazo.


–¿Va a ser tan horrible como la última vez?


Pedro le tomó la mano entre sus dedos y notó que la tenía muy fría.


–Ya te he explicado que Alfredo no está enfadado contigo.


–Está desilusionado conmigo porque no soy lo suficientemente buena para ser tu esposa.


–No, cariño. Mi abuelo siempre se ha sentido desilusionado conmigo. Tú no has hecho nada malo y no pienso volver a permitir que te insulte.


A pesar de las palabras de ánimo de Pedro, Paula se sentía muy nerviosa. Él abrió la puerta y la hizo entrar en el comedor. La condujo hacia un grupo de personas que estaban reunidas junto a la terraza, donde se estaba sirviendo el aperitivo. La presentó a sus innumerables parientes y Paula fue consciente de la curiosidad que despertaba. Lo peor, fueron los comentarios que le escuchó por casualidad a la madre de Pedro sobre su ropa. Tal vez no le había informado a su familia que ella sabía hablar español. El antagonismo que se notaba entre él y su madre, la elegante y fría Ana Zolezzi, era otro enigma. Recordó que Pedro le había mencionado que tenía un hermanastro, pero no parecía estar presente en el almuerzo. Cuando se sentaron a comer, se sintió aliviada al ver que Alfredo estaba sentado al otro lado de la mesa. No le prestó atención alguna, pero estaba demasiado nerviosa para disfrutar del copioso menú. Estaba jugueteando un poco con el postre, un delicioso pastel de chocolate que, en otro momento le habría encantado, cuando Alfredo se dirigió a ella en inglés.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 34

Paula era simplemente un medio para conseguir su objetivo de convertirse en presidente de la empresa. En ese aspecto, nada había cambiado. Sin embargo, allí, en el balcón, se le había pasado brevemente por la cabeza que tal vez le gustaría tener sexo con ella, aunque sabía que aquello complicaría aún más una situación ya bastante difícil. El departamento privado que Pedro tenía en la mansión consistía en un salón, un comedor, una cocina y un despacho. También había un enorme dormitorio con dos vestidores y dos cuartos de baño. Le había pedido al mayordomo que pusiera una cama en el vestidor de Paula para que Sofía pudiera dormir cerca de su madre y él había estado durmiendo en el sofá de su vestidor, dejando la cama para Paula mientras estaba enferma. Decidió que todo eso tendría que cambiar. Él medía casi un metro noventa y no se podía pasar todas las noches durante un año completo en el sofá, con los pies colgando. Abrió la puerta del dormitorio y ahogó un suspiro al ver a Paula. Le había venido bien que ella pareciera una persona sin gracia alguna cuando quiso enojar a su abuelo con una esposa poco adecuada. Sin embargo, había habido un cambio de planes y, desgraciadamente, el sentido de la moda de Paula no había mejorado. Se había puesto una falda vaquera con un jersey rosa que chocaba abiertamente con su cabello cobrizo. Era un atuendo incluso menos favorecedor del que llevaba puesto cuando la presentó ante su familia hacía dos días.


–Debería haberte mencionado que el almuerzo será formal.


Al menos, se había esforzado un poco con el cabello. Se lo había recogido en lo alto de la cabeza con mucho estilo. Ese peinado mostraba la elegante línea de su cuello, pero, inexplicablemente, Pedro deseó que lo llevara suelto para poder deslizar los dedos entre sus mechones. Ya no tenía el rostro tan pálido. El sol le había dejado un ligero color en las mejillas. Decidió que debería aconsejarle que se pusiera protección solar. Su piel blanca se podría quemar con mucha facilidad.


–No tengo ropa elegante –dijo ella encogiéndose de hombros–. No me hacía falta en mi trabajo de limpiadora.


Pedro entró en su vestidor y abrió las puertas del armario. Hizo un gesto de desesperación al comprobar que ella le había dicho la verdad.


–Debes de tener otros zapatos aparte de esas cosas –comentó él indicándole las botas que ella llevaba puestas.


En vez de responder, Paula sacó un par de deportivas muy viejas y se las enseñó.


–Te casaste conmigo porque mis ropas son así. Francamente te digo que tu plan de convencer a tu abuelo de que te has casado con la mujer de tus sueños no va a funcionar.


–A los dos nos interesa que funcione y tendremos más posibilidades si no eres tan respondona. Voy a organizarte una cita con una estilista personal para que te pueda aconsejar sobre qué prendas te sentarán mejor – anunció él. Miró él reloj–. Ahora tenemos que bajar. El almuerzo es dentro de diez minutos.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 33

 -¿No ha sido tan difícil, ¿Verdad?


La voz de Pedro irrumpió en la sensual neblina que había envuelto a Paula. Parpadeó, medio cegada por la luz del sol cuando él levantó la cabeza y ella ya no estaba cobijada por su sombra. Se preguntó por qué había dejado de besarla, pero entonces, la realidad se hizo evidente. Recordó que él le había estado demostrando cómo se tendrían que comportar en público para convencer a su abuelo de que el matrimonio era genuino. ¡Y ella acababa de demostrarle a Pedro que no podía resistirse a él! Bajó la mirada. Se sentía muy avergonzada, sobre todo porque vio la silueta de los pezones a través de la seda de la camisola. Volvió a mirarlo a él, esperando ver la burla en su mirada. Sin embargo, Pedro parecía estar muy tenso. Resultaba evidente que no podía esperar a alejarse de ella. Se dió la vuelta y echó a andar. Se detuvo al llegar a las puertas de cristal.


–La enfermera ha dicho que tu temperatura ha vuelto a la normalidad y que te sientes mucho mejor –le dijo. Paula asintió–. Tenemos un almuerzo familiar más tarde. Así podrás conocer a otros familiares míos.


–¿Quieres decir que hay más? –le preguntó asombrada.


–Mi abuelo es el mayor de siete hermanos y hay muchos tíos y primos, muchos de los cuales trabajan en la empresa y tienen opinión sobre quién debería suceder a Alfredo. Algunos de ellos me apoyan a mí, pero la mayoría no.


–Preferiría no verme sometida a más humillaciones y no quiero que Sofía vuelva a disgustarse. ¿No puedes decir que me sigo encontrando mal?


–Mi abuelo esperará que estemos presentes. Será la oportunidad perfecta para demostrarle que somos una pareja enamorada. 


–No soy una actriz tan buena…


–Pues me ha parecido que tu actuación de hace unos momentos ha sido muy convincente… A menos que no fuera una actuación y estuvieras en realidad disfrutando del beso.


Mientras que Paula buscaba el modo de responderle, Pedro volvió a hablar.


–Las gemelas de Luciana van a almorzar en el cuarto de juegos con la niñera. Tal vez Sofía prefiera quedarse con ellas.


Había besado a Paula para demostrarle cómo tendrían que comportarse para parecer una pareja de recién casados delante de su abuelo. Pedro se aseguró que esa era la única razón, aunque, admitió, tal vez había una cierta curiosidad. Se había dado cuenta de que se había precipitado a la hora de calificar a su esposa como poco atractiva y eso había acicateado su interés. Sin embargo, no había estado preparado para su propia reacción. Se había visto atrapado por la dulce sensualidad de la respuesta de Paula y había sentido un nudo en el estómago cuando ella le besó con una intrigante mezcla de inocencia y deseo. Había habido un momento en el que la fría lógica se había visto casi superada por la pasión y había estado a punto de profundizar el beso y de estrechar el esbelto cuerpo de Paula contra el suyo. Por suerte, se había acordado a tiempo de que sería un error implicarse más con ella. Paula era más vulnerable de lo que había pensado cuando le sugirió su plan.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 32

Paula sabía que estaba hablando sin sentido, para distraerse del hecho de que, de repente, Pedro estaba mucho más cerca. ¿Cómo se había movido sin que ella se percatara? Era mucho más alto que ella. Se encontró mirando los abultamientos de los impresionantes pectorales bajo la camiseta. El aroma de su colonia volvía a asaltarle los sentidos. Entonces, se dió cuenta de que él la estaba mirando muy fijamente. El brillo de aquellos ojos verde oliva la sobresaltó. Se dijo que debía de estar imaginándose el interés que había en aquella mirada. No le interesaba a Pedro como mujer. Para él, solo era una herramienta que podía ayudarlo a conseguir lo que quería. Dió un paso atrás, pero se encontró atrapada entre el cuerpo de Pedro y la balaustrada. Él colocó las manos sobre esta, a ambos lados de ella, y frunció el ceño cuando se zafó de él.


–Vamos a tener problemas para convencer a mi abuelo de que nuestro matrimonio es real si te encoges cada vez que me acerco a tí. Hiciste lo mismo durante nuestra boda.


–No me advertiste que me ibas a besar. No lo estaba esperando.


–En ese caso –le dijo él tras dedicarle una intensa mirada, que reflejó algo diferente, algo caliente que aceleró los latidos del corazón de Paula–, te advierto desde ahora que será necesario que nos besemos cuando alguno de mis familiares esté presente.


–Tú no quieres besarme…


–Bueno, me estoy haciendo a la idea y, por cierto, no creas que te pareces a la novia de Frankenstein.


–Me siento muy halagada –comentó ella, tratando de sonar sarcástica, pero sin conseguirlo.


Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta cuando vió que Pedro se inclinaba hacia ella. Era tan guapo y sería tan fácil caer en su embrujo… Sin embargo, sería muy peligroso. Apartó la cara y sintió que el aliento de él le acariciaba la mejilla.


–No quiero que me beses.


Pedro le atrapó la barbilla entre los largos dedos y ejerció una ligera presión hasta que ella se vió obligada a mirarlo.


–¿Cómo lo sabes si no lo has probado? Tal vez te guste.


Eso era precisamente lo que Paula se temía. No pudo ocultar el temblor que le recorrió el cuerpo cuando Pedro le deslizó el pulgar sobre el labio inferior.


–No eres mi prisionera y no voy a hacer nada que te impida regresar al interior de la casa –murmuró Pedro–. Sin embargo, si no te mueves en los próximos diez segundos, voy a besarte.


Era cierto que Paula podía zafarse de él fácilmente. Sin embargo, sus pies parecían estar pegados al suelo. Su instinto de autoprotección la animaba a salir corriendo, pero un instinto mucho más fuerte, que estaba profundamente arraigado a su feminidad, la mantenía allí, contra la balaustrada, mientras la boca de Pedro se iba acercando. Entonces, él le rozó los labios con los suyos y ella sintió que el mundo se salía de su eje. Había esperado que Pedro la besara con la arrogancia que era tan propia de él, pero sus labios se mostraron delicados, cálidos y seductores, desarmando por completo sus defensas de tal manera que separó los suyos sin dudarlo. Incluso entonces, él siguió moviéndose sin exigencias, saboreándola delicadamente, turbándola y embriagándola de tal manera que terminó por apretarse contra su cuerpo y colocarle las manos sobre el pecho. Sintió el poderoso latido de su corazón y entonces, con un pequeño suspiro de capitulación, le devolvió el beso. Cerró los ojos y dejó que sus sentidos se centraran en el sabor de los labios de Pedro. El calor de su aliento le llenaba la boca y su evocador aroma la envolvía mientras se deshacía, suave y delicadamente, contra su tonificado cuerpo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 31

 –Cinco millones de libras por un año de tu vida no me parece una oferta poco razonable. El trato será el mismo. Solo tendrás que vivir aquí en la mansión Zolezzi en vez de en Ferndown House.


–Con una importante diferencia. Tú dijiste que no irías a tu casa de Hampstead muy a menudo, pero me estás pidiendo que comparta la casa de tu familia en España con ellos y contigo. Por muy grande que sea, no podremos evitarnos el uno al otro completamente.


–De eso se trata precisamente. Tendremos que vivir juntos para demostrarle a mi abuelo que nuestro matrimonio es real.


–Pero no lo es. Y no tiene sentido que tu abuelo insista en que sigas casado conmigo cuando no me tolera y sabe que yo no soy la clase de mujer por la que tú te sientes atraído.


La expresión de Pedro era inescrutable, pero Paula no tardó en comprender la verdad.


–Alfredo cree que no podrás soportar estar casado conmigo durante un año entero, ¿Verdad?


–Se equivoca. Haré lo que tenga que hacer.


–Tal vez a tí no te importe seguir así y pensar en el puesto que vas a ganar estando casada con la novia de Frankenstein, pero a mí sí me importa. No puedes obligarme a quedarme.


–Creo que estás siendo algo melodramática –replicó Pedro–. No puedo obligarte a seguir casada conmigo, es cierto, pero te sugiero que pienses en lo que puedes perder si te marchas ahora. Me dijiste que el padre de tu hija quiere la custodia de Poppy y que va a tratar de demostrar que no puedes tenerla viviendo a tu lado. Resulta fácil ver qué decisión tomará el juez si estás viviendo en la calle o en una vivienda que te hayan proporcionado los servicios sociales.


Paula tragó saliva. Sabía que Pedro tenía razón.


–Sin embargo –prosiguió él–, eres mi esposa y Sofía es mi hijastra. Yo me aseguraré de que tengas el apoyo del mejor equipo legal. Creo que es probable que cualquier tribunal falle favorablemente al hecho de que Sofía está viviendo en una casa cómoda, rodeada de una unidad familiar. Creo que así sí le permitirán quedarse con su madre.


–Si tu abuelo sospecha que has intentado engañarle, ¿Cómo vamos a convencerle de que nuestro matrimonio no es falso? Nadie se creerá que te has enamorado de alguien como yo. Has salido con algunas de las mujeres más hermosas del mundo y, con frecuencia, se te ve en compañía de una supermodelo o una actriz famosa. Sé perfectamente el aspecto que tengo. Siempre he sido delgada y, evidentemente, me puse en la cola equivocada cuando repartieron los pechos, pero…


Pedro soltó una carcajada. Fue algo tan inesperado que Paula lo miró fijamente, hipnotizada por el modo en el que sus labios se habían fruncido.


–Eres muy graciosa –comentó él, como si hubiera descubierto algo inesperado sobre ella. Entonces, extendió la mano y le tocó el cabello–. Ahora veo de dónde lo ha sacado tu hija.


De repente, a Paula le costó hablar. Se le había secado demasiado la boca.


–El cabello de Sofía es mucho más claro que el mío.


–Tu cabello es del color del ámbar. Cuando te lo dejas suelto, te queda muy bien.


–Después de darme una ducha, salí para que el cabello se me secara al sol. Normalmente lo llevo recogido para que no se me enrede cuando juego con Sofía…

lunes, 9 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 30

 –Tu hermana me ha prestado un camisón porque he mandado a lavar mi pijama. Me lo devolverán más tarde.


–Espero que no.


–No creo que importe mucho que mi pijama sea horrible –dijo ella a la defensiva–. No me verás con él puesto. No es que vayamos a pasar la noche juntos. O, al menos, eso fue lo que me aseguraste.


–Solo me refería a que la temperatura aquí en Valencia es mucho más cálida que en Inglaterra y que no tendrás que ponerte un pijama tan grueso.


–Eso no es cierto. Piensas que tengo un aspecto terrible, al igual que el resto de tu familia, aparte de tu hermana, que es muy amable.


Pedro le estaba muy agradecida a Sofía por haberse llevado a Sofía a jugar al jardín con sus gemelas. Luciana le había explicado que estaba casada con Mariano Davenport, un inglés que trabajaba para un banco en Valencia. La familia vivía en la mansión. Las gemelas eran bilingües y charlaban alegremente con Poppy en inglés.


–No me importa lo que tú o tus parientes piensen de mí. Nunca he fingido ser otra cosa que no sea una madre soltera y trabajadora, razones por la que, precisamente, me elegiste para ser tu esposa –le recordó ella, desesperada por ocultar el dolor que sentía.


–Siento que hayas tenido que sufrir el temperamento de mi abuelo – dijo Pedro suspirando profundamente–. Alfredo está enfadado conmigo, no contigo, pero yo debería haber considerado tus sentimientos cuando te impliqué en el conflicto que tengo con él.


Paula se mordió el labio. Aquella disculpa sonaba sincera, pero no cambiaba en nada la situación.


–No quiero quedarme aquí cuando resulta evidente que Sofía y yo no somos bienvenidas. No creo que tu abuelo quiera que yo asista a su fiesta. Dijiste que te nombraría presidente si estabas casado cuando cumpliera ochenta años y eso es lo que va a ocurrir. No hay razón para que yo siga aquí. Estoy segura de que te sentirás muy aliviado cuando me haya marchado.


–Me temo que no te vas a poder ir a ningún lado durante un tiempo – le dijo Pedro–. Más exactamente, durante un año.


–¿Qué quieres decir?


–Alfredo se niega a nombrarme presidente porque cree que nuestro matrimonio no es de verdad. Mi abuelo me nombrará su sucesor y, dentro de un año, me cederá su puesto como cabeza de la empresa si sigo casado. Lo único que tengo que hacer es demostrar que nuestro matrimonio es real durante un año.


Paula tomó la palabra cuando terminó de digerir aquella información.


–De ninguna manera. Nuestro acuerdo era que nos separaríamos después de un par de meses y que nos divorciaríamos en cuanto fuera legalmente posible.


–El contrato que firmamos estipula que tú recibirás tu dinero en cuanto yo me convierta en presidente.


–En ese caso, renuncio al dinero –dijo ella. Tenía que haberse imaginado que aquel trato era demasiado bueno para ser verdad–. No debería haber accedido nunca a casarme por conveniencia. Solo quiero volver a Inglaterra con Sofía y olvidarme de que te he conocido.


Pedro entornó la mirada.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 29

Ella estaba también en el balcón, algo alejada de él y apoyada contra la balaustrada. Pedro sabía que era ella, pero no se podía creer lo que veían sus ojos. En vez del horrible pijama, llevaba puesta una camisola de seda color crema que parecía acariciar suavemente su cuerpo. El cabello le sorprendió aún más. Libre de la trenza en la que ella solía recogérselo, le llegaba casi hasta la cintura. No era de un marrón poco atractivo, tal y como Pedro había pensado, sino cobrizo y relucía como el fuego bajo el sol. Paula no lo había visto, por lo que él aprovechó para observarla, totalmente inmóvil para no alertarla de su presencia. Comprobó que las ropas sin forma que había llevado hasta entonces habían ocultado un cuerpo esbelto, pero muy femenino, con elegantes líneas y delicadas curvas. Vió que ella levantaba el rostro hacia el sol y que levantaba los brazos por encima de la cabeza, estirándose como una gatita. La suave brisa aplastó la camisa contra su cuerpo, haciendo resaltar los pequeños y firmes senos. Pudo ver la delicada línea de los pezones y sintió un calor repentino en la entrepierna cuando se imaginó despojándola de aquella camisola. Lanzó una maldición en silencio cuando sintió que la erección se apretaba contra la delgada tela de sus pantalones de correr. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Estaba descubriendo que su aburrida esposa era mucho más atractiva de lo que había pensado en un principio? No supo si ella lo había oído suspirar o si había sentido que ya no estaba sola. Aún estada mirando hacia el frente, pero comenzó a moverse. Pedro sintió otra extraña sensación cuando vio lo suaves que resultaban sus rasgos enmarcados por aquel hermoso cabello. Los afilados pómulos y los ojos almendrados le daban una belleza como la de un hada. Al tenerla ya de frente, Pedro notó que su boca era demasiado grande para su rostro y que la suave curva de los labios resultaba muy sensual. Sin poder evitarlo, echó a andar y se acercó a ella. Vió que un suave rubor le cubría el rostro y la garganta. Ella había abierto los ojos y tenía las pupilas dilatadas. Aquellas sutiles señales que estaba enviándole revelaban lo que sentía y la traicionaban, algo que podría resultar en su favor a la luz de las noticias que estaba a punto de darle.


Paula observó cómo Pedro se acercaba a ella. La cautela que sentía hacia él se mezclaba con otros sentimientos mucho más confusos que le provocaban una pesada sensación en la pelvis. No era justo que fuera tan guapo. Ya le había resultado bastante difícil apartar la mirada de él cuando llevaba trajes o ropa informal, pero vestido así, recién salido del gimnasio, con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, dejaba al descubierto su impresionante físico. Brazos y piernas estaban muy bronceados. Se preguntó si el vello que se asomaba por el escote de la camiseta le cubría el resto del pecho. Odiaba haber reaccionado así, dado que sabía que él no la encontraba ni remotamente atractiva. Entonces, recordó que llevaba puesta una camisola de seda y comprendió la razón de aquel escrutinio.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 28

 –El matrimonio es perfectamente legal –afirmó Pedro mientras se ponía de pie y colocaba con fuerza las manos sobre el escritorio. El abogado se estremeció, pero Alfredo permaneció totalmente impasible–. Yo he cumplido mi parte del trato y espero que tú honres la tuya, abuelo.


–¿Y qué sabes tú de honor? Estoy convencido de que no tienes la intención de que tu matrimonio sea algo permanente y que, una vez que seas presidente, buscarás el divorcio. Sin embargo, la boda tuvo lugar en Inglaterra y, en virtud de las leyes del Reino Unido, no se puede pedir el divorcio al menos hasta un año después de la boda.


Pedro se tensó.


–¿Adónde quieres llegar con esto?


–Este sábado, durante la fiesta de mi cumpleaños, anunciaré que eres mi sucesor, tal y como acordamos, pero no te cederé el puesto hasta la fecha del primer aniversario de tu boda y solo lo haré si estoy convencido de que tu matrimonio es real, y no solo un truco para engañarme. Estoy seguro de que no habrá necesidad de que yo trate de mostrar la validez de tu matrimonio. Sospecho que un año es toda una vida para un playboy como tú, sobre todo si tienes que mantener una relación de compromiso con la esposa poco agraciada que tienes.


–No puedes hacer eso… Me dijiste que…


–Puedo hacer lo que considere necesario para proteger los intereses del Grupo Zolezzi –lo interrumpió Alfredo–. Si te entregara la empresa y te divorciaras solo después de unos meses, parecería que te falta compromiso. En vez de eso, te nombraré mi sucesor y tendrás que establecerte en Valencia para que los dos podamos tener un contacto diario y así asegurar una transición perfecta. Por ello, espero que tu esposa y tú paséis un año viviendo aquí. Si regresas a Inglaterra, podría haber rumores de tensiones entre nosotros, lo que preocuparía a la junta y a nuestros accionistas, quienes ya tienen sus reservas sobre tu idoneidad para dirigir la empresa.


–Estoy seguro de que Paula no querrá quedarse aquí después del modo en el que la hablaste. Su hija está acostumbrada a mi casa de Londres y no creo que fuera bueno que la niña tenga que vivir en un país diferente.


–Los niños se adaptan con facilidad –replicó Alfredo fríamente–. O permaneces casado durante un año o Roberto y su equipo legal convencerán a un tribunal de que tu matrimonio es un ejercicio fraudulento diseñado para engañarme y hacer que yo te nombre mi sucesor.


Pedro lanzó una maldición.


–No puedes dictar dónde vivo ni lo que hago en mi matrimonio.


Como no quería darle a su abuelo la satisfacción de ver cómo perdía el control, Pedro se dió la vuelta y salió del despacho. La verdad era que el anciano podría hacer lo que quisiera. Alfredo había sido más inteligente que él en aquella batalla, pero no había ganado la guerra. Una hora en el gimnasio alivió parte de la tensión que Pedro sentía, pero aún seguía furioso cuando salió y regresó a sus habitaciones privadas. Fue directamente al bar y sacó una cerveza del frigorífico. Se hubiera tomado algo más fuerte, pero no le pareció buena idea dado que tenía que asistir a un almuerzo familiar algo más tarde. Y con su esposa. Pedro lanzó una maldición y salió a la terraza que recorría toda la longitud de sus habitaciones en la parte posterior de la casa y miró hacia el jardín. Entonces, vió a Paula.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 27

 –Te voy a pagar cinco millones de libras –repuso él ignorando su conciencia–. Lamento que mi abuelo hablara de tí como lo hizo, pero estoy seguro de que lo superarás cuando tengas el dinero en el banco y puedas comprarte ropas y joyas… Lo que quieras.


–Lo único que quiero es seguridad para Sofía. No me interesan ni la ropa ni las joyas.


–Eso me lo creo –comentó él mientras observaba el lamentable pijama que ella llevaba puesto antes de salir del dormitorio.


Paula debería estar agradecida por no tener que vivir nunca más en la pobreza. Pedro bajó la grandiosa escalera. Su mal humor no mejoró cuando entró en el despacho de su abuelo y lo vió en compañía del abogado de la empresa, Roberto Silva. Se acercó a la mesa y se sentó en una butaca enfrente de los dos hombres. Aparentemente, parecía relajado, pero su instinto le decía que habría problemas.


–Roberto, me alegro de verte –dijo–. Supongo que mi abuelo te ha pedido que vengas hoy para empezar con las gestiones que me nombren presidente de la empresa ahora que estoy casado. Eso es lo que acordamos, ¿Verdad, abuelo?


–Una vez más, me has desilusionado, Pedro. No puedo decir que me sorprenda, dado que has resultado ser una decepción con mucha frecuencia. Sin embargo, esta vez te has excedido.


–Supongo que no te sentirías decepcionado cuando aseguré el contrato para la compra de la empresa de moda más famosa de los Estados Unidos. Esa adquisición pone al Grupo Zolezzi entre las cinco empresas más grandes de todo el mundo.


–No voy a negar que tu talento para los negocios es impresionante – rugió Alfredo–, pero, tal y como he dicho antes, nuestro presidente debe ser el ejemplo de la empresa. Es un puesto de gran poder y responsabilidad que requiere cierta humildad, algo de lo que tú careces, Pedro.


–He cumplido con la condición que me impusiste y he traído a mi esposa a tiempo para las celebraciones de tu cumpleaños. ¿Eso es falta de humildad?


–No insultes mi inteligencia. Sabes que esperaba que te casaras bien con una mujer que encajara con el noble linaje de los Zolezzi, pero tú has buscado humillarme deliberadamente casándote con mujer que no podría ser más inadecuada. Tu esposa parece una adolescente, pero ya es madre de una niña. Sin duda vive a costa del estado.


–Paula tiene veinticinco años y siempre ha trabajado para mantener a su hija.


La ira se apoderó de él al escuchar la injusta descripción que su abuelo había hecho de Paula. Sin embargo, su conciencia le recordó que se había casado con ella precisamente por aquellas razones para enfurecer a su abuelo. El abogado se aclaró la garganta y tomó un documento.


–Este es el acuerdo entre tú, Pedro, y tu abuelo. En él se especifica la intención de Alfredo de nombrarte como su sucesor cuando te hubieras casado.


Pedro asintió.


–Ya te he dado la copia de mi certificado de matrimonio.


–Sí, parece ser legítimo –murmuró Roberto mientras observaba el otro documento que tenía delante–. Sin embargo, tu abuelo ha expresado su preocupación de que tu matrimonio con la señorita Paula Chaves sea de hecho un matrimonio de conveniencia con el propósito de conseguir beneficios por tu estado civil. En otras palabras, que tu matrimonio con la señorita Chaves sea falso y su único propósito engañar a Alfredo para persuadirle de que te nombre heredero suyo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 26

Pedro siempre lo sabía. Antes de que tuviera veinte años, había descubierto que podía tener a cualquier mujer que deseara con un mínimo esfuerzo por su parte. Sin duda, su dinero y el apellido Zolezzi eran en parte responsable de su éxito. Se había dejado llevar por una libido muy activa para tener incontables aventuras con mujeres que comprendían que la palabra compromiso no formaba parte de su vocabulario. No estaba interesado en su esposa, pobre y no demasiado atractiva. Reconoció que precisamente esos atributos eran los que le habían impulsado a elegirla a ella, pero no podía dejar de sentirse culpable por la mirada de horror que se había reflejado en su rostro cuando su abuelo la insultó. ¿Cómo iba a saber él que Paula hablaba español?


–Pedro, ¿Me vas a presentar a tu esposa? –le preguntó Luciana, que se había puesto de pie y se había acercado a Paula con la mano extendida–. Disculpa la mala educación de mi hermano. Debes de ser Paula. Yo soy Luciana y mis hijas se llaman Valentina e Alma. Las gemelas se lo han pasado estupendamente jugando con Sofía. Te aseguro que ha estado muy contenta con Pedro, conmigo y con Elvira, la niñera.


–Sentí pánico cuando me desperté en un dormitorio que no conocía y no pude encontrarla.


Paula dejó a Sofía en el suelo y le dedicó una mirada de un amor tan profundo que despertó emociones bastante incomprensibles en Pedro. Hacía mucho tiempo que había superado el hecho de que su madre no lo amara y que sus familiares, con la excepción de su hermana, lamentaran su existencia. Nunca había sentido que perteneciera a nadie o a algún lugar. Nadie lo había mirado como si fuera capaz de dar la vida por él, como si lo amara más que a nada en el mundo.


–¡Pedro, rápido! El tono urgente de Luciana lo sacó de sus pensamientos y reaccionó justo cuando Paula se desvanecía. Casi no pesaba nada.


–No estás totalmente recuperada –le dijo. Ella trataba de zafarse de él–. Deberías estar en la cama. Le pediré a la enfermera que te tome la temperatura y te lleve algo para comer.


–Sofía estará bien conmigo –le aseguró Luciana–. Les leeré a las tres un cuento.


–En cuanto esté mejor, que seguramente será mañana, quiero llevarme a Sofía a casa –le espetó Paula a Pedro en cuanto entraron en el dormitorio.


Pedro la dejó sentada en la cama. Al mirarla, pensó que parecía un gorrión. Sin embargo, se fijó en que los ojos eran de un azul muy hermoso.


–¿Dónde está tu casa exactamente, Paula? Creo que te dejé muy claro que no puedes volver a Ferndown House hasta que hayamos asistido a la fiesta de cumpleaños de mi abuelo y él me haya nombrado presidente.


–Ojalá no hubiera firmado ese contrato. Dijiste que no había trampas, pero no me dijiste que me habías elegido como esposa para castigar a tu abuelo. Ciertamente no pensaste en mis sentimientos cuando tu familia me miró como si acabara de salir de una alcantarilla.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 25

Pedro miró a Sofía, que le estaba ofreciendo el libro que tenía entre las manos, antes de responder al mayordomo.


–Dile a mi abuelo que estoy con mi hijastra y que iré dentro de unos minutos.


–¿Por qué tienes que enfrentarte constantemente a Alfredo? –le preguntó Luciana cuando José se hubo marchado.


–Tiene que darse cuenta de que no soy uno de sus acólitos – respondió Pedro–. Estoy harto de sus intentos de manipularme. Además, le prometí a Sofía que le leería un cuento.


Se había sentido muy protector con la hija de Paula desde la fea escena con su abuelo cuando llegaron a la casa.


–El abuelo y tú son los dos muy orgullosos –replicó Luciana–. Es como un choque entre toros.


En ese momento, la puerta del cuarto de juegos se abrió de par en par. Pedro miró hacia la puerta y vió a Paula en el umbral. Llevaba un pijama muy dado de sí, que se había desteñido hasta alcanzar un color indefinido. El cabello estaba muy despeinado y echado hacia atrás, lo que hacía destacar aún más la palidez de su rostro.


–¿Dónde está mi hija?


Lanzó un grito de alegría al ver a Sofía y voló hasta donde estaba su hija para tomarla en brazos.


–Cielo, por fin te encuentro. Tenía miedo de haberte perdido –dijo con un alivio palpable mientras las lágrimas se le deslizaban por las mejillas–. Pensé que te habías llevado a Sofía –añadió mirando a Pedro–. Me desperté y no sabía dónde estaba. Pensé… Espero que nadie la haya molestado. ¿Tu abuelo…?


–Alfredo no ha vuelto a ver a Sofía desde que llegamos hace dos días – le informó Pedro–. Como puedes ver, está a salvo. He estado cuidándola.


–¿Tú?


La desconfianza que había en la voz de Paula lo exasperó. Sin embargo, recordó cómo ella lo había acusado, con razón, de no haberlas defendido a ambas delante de su abuelo.


–No soy un ogro.


–No me puedo creer que lleve aquí ya dos días –dijo ella–. ¿Qué es lo que me ha ocurrido?


–Has estado enferma con un virus muy agresivo que te ha dado unas fiebres muy altas. El médico al que llamé te recetó una medicina para bajarte la fiebre y esta te dejó completamente dormida.


Pedro no añadió que el médico había expresado su preocupación sobre el bajo peso de Paula. Había comentado que seguramente estaba desnutrida, lo que le había permitido al virus derrotar sin problemas su sistema inmune.


–No recuerdo haberme puesto mi pijama. ¿Me desnudaste tú? –le preguntó Paula horrorizada.


–La enfermera que contraté fue la que te metió en la cama.


Pedro se sintió muy irritado por el hecho de que Paula se hubiera mostrado totalmente horrorizada de que él la hubiera desnudado. Ninguna otra mujer había respondido ante él de esa manera. Recordó que, al terminar la ceremonia de la boda, cuando trató de besarla en los labios para sellar su unión, ella había girado la cabeza para evitarlo. Aquel comportamiento le había sorprendido, dado que sabía que ella se sentía atraída por él.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 24

Pedro miró a su hermana a los ojos, que tenía el mismo color de ojos que él. Aquel color tan poco frecuente era un rasgo físico que los diferenciaba del resto de los Zolezzi.


–A tí y a mí nos siguen considerando unos intrusos. En especial a mí. Tú sonríes y dices las palabras adecuadas y no se te considera una amenaza contra la ambición de nuestra madre para conseguir que su adorado Diego, que en su opinión es el verdadero Zolezzi, sea nombrado presidente.


Luciana separó a sus hijas, que se estaban peleando.


–Valentina, dale la muñeca a Alma, que ella estaba jugando primero. Tu tío dice que va a leer un cuento. ¿Por qué no ayudas a Sofía a elegir un libro? –le preguntó. Entonces, volvió a centrar su mirada en su hermano–. Siento no haber estado aquí hace dos días, cuando presentaste a tu esposa al resto de la familia. Mamá dice que la mujer con la que te has casado es muy pálida y delgada. Cree que podría ser adicta a las drogas.


–¡Luciana! –exclamó para recordarle que las niñas estaban presentes–. Paula cayó enferma con un virus gástrico poco después de que llegáramos.


Se sentía furioso por la injusta acusación de su madre. Él mismo también había sospechado que fuera adicta al principio. Reconoció que había sido su aspecto la razón que la había llevado a escogerla como esposa, pero se sintió algo avergonzado al recordar el vestido viejo y arrugado con el que la había presentado a su abuelo. No se había dado cuenta de que estaba enferma. Una vez más, se avergonzó al reconocer que había estado demasiado ocupado gozando con la ira de Alfredo cuando anunció que Paula era su esposa. Ella estaba muy lejos de las hijas de la alta sociedad española con la que su abuelo había querido casarle, pero su falta de sofisticación no merecía el desprecio de su familia.


–Paula es una buena madre, que es algo más de lo que se puede decir de la nuestra. Nosotros la avergonzamos porque le recordamos que, en el pasado, estuvo casada con un traficante de drogas. A veces creo que habría preferido que Alfredo no nos hubiera encontrado.


Luciana lo miró fijamente.


–Espero que no le hayas hecho creer a tu esposa que estás enamorado de ella.


–Paula comprende que tenemos un trato y será bien recompensada por ello cuando haya servido para su propósito.


–Pedro… A veces me preocupo por dónde va a llevarte tanta ambición. ¿Cuándo podré conocerla?


–Tal vez luego. El médico al que llamé para que viniera a examinarla ha dicho que el virus la ha afectado mucho. Sin embargo, esta mañana la enfermera me ha dicho que ya no tenía fiebre y que debería estar bien para asistir a la fiesta de Alfredo el sábado por la tarde.


Cuando lo nombraría su sucesor. Pedro había cumplido con lo que el anciano le había pedido. Solo quedaba que Alfredo reconociera públicamente que su nieto primogénito era el heredero de los Zolezzi. Alguien llamó a la puerta del cuarto de juegos. Era el mayordomo.


–Sí, José, ¿Qué ocurre?


–El señor Zolezzi desea hablar con usted –le dijo el mayordomo–. Le está esperando en su despacho.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 23

La mansión de los Zolezzi tenía vistas a la playa. En aquellos momentos, Pedro estaba mirando desde una de las ventanas de las plantas superiores. Nada le habría gustado más que salir corriendo por la costa, con la brisa del mar alborotándole el cabello y el sol en la espalda. Correr lo ayudaba a encontrar el modo de solucionar sus problemas, pero no había manera fácil de solucionar la situación en la que se encontraba, con un matrimonio que se había visto obligado a contraer en contra de su voluntad. Se había pasado el mes anterior en California, dado que había surgido la oportunidad de comprar una línea de ropa muy popular en los Estados Unidos. Había querido asegurar la compra para afianzar su proyección en el mercado estadounidense y, al mismo tiempo, demostrar a la junta de accionistas que él debería ser el nuevo presidente. Sin embargo, ni siquiera su éxito había sido suficiente para persuadir a su abuelo de que retirara su ultimátum.


-Una esposa será buena para tí. Ya tienes treinta y cinco años y ya va siendo hora de que sientes la cabeza y pienses en el futuro –le había dicho Alfredo cuando Pedro le llamó para decirle que el Grupo Zolezzi era ya dueño de la marca de ropa Up Town Girl–. Yo ya soy viejo y, cuando me muera, quiero estar seguro de que la nueva generación de mi familia dirigirá la empresa para que tenga futuro.


Si Alfredo creía que Pedro iba a tener hijos, se iba a llevar una desilusión. No tenía deseo alguno de ser padre. Sus propios padres no habían sido modelos ideales y, aunque quería mucho a sus sobrinas, su ambición era demasiado desmedida como para creer que podría ser un padre tan devoto como lo era su hermana o como Paula. Su esposa. Recordó a la mujer pálida y enferma que había ocupado su cama desde hacía dos noches mientras él dormía en el sofá del vestidor. No había pensado en lo que hacer con ella una vez estuvieran casados y sentía resentimiento contra su propia conciencia, que no dejaba de insistirle que era responsable de la niña y de ella. De repente, una pequeña mano se deslizó en la suya y lo sacó de sus pensamientos. Miró a la hija de Paula. Sofía era encantadora, con una manera de ser que desarmaba sus defensas, defensas que él habría jurado que eran impenetrables.


–¿Quieres leerme un cuento, Pepe?


–Ve a buscar el que quieras a la estantería –le respondió mientras se arrodillaba para estar a su altura–. Te leeré el cuento y luego iremos a ver si tu mamá se encuentra mejor.


Desde el otro lado la de la sala, Rafael vió la divertida expresión del rostro de su hermana.


–¿Pepe? –murmuró Luciana.


–Mi nombre le resulta un poco difícil a la niña, así que ha decidido abreviarlo a Pepe. Parece que le he causado buena impresión.


–La niña tiene nombre. Sofía es más pequeña que las gemelas y tú eres la única persona a la que conoce en una casa llena de desconocidos. No es de extrañar que quiera estar contigo mientras que su madre, tu esposa, no puede cuidar de ella. ¿Qué te hizo hacerlo, Pedro?


–El abuelo me chantajeó y me dijo que tenía que escoger esposa. Me amenazó con nombrar a Diego como su sucesor si no me casaba. La presidencia debería ser mía y no solo por ser el mayor. Cuando empecé en la empresa, lo hice desde abajo, barriendo el almacén. Héctor no quiso que yo recibiera favores especiales solo porque soy su nieto mayor. Fui subiendo poco a poco porque trabajé más que nadie. He demostrado lo que valgo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 22

Se sentía totalmente horrorizada ante la imagen que debía de haber presentado ante la familia de Pedro, con aquel feo vestido, botas y una niña en la cadera.


–Tú no eres del arroyo.


–Vengo de un barrio de viviendas sociales donde la policía ya ni se molesta en arrestar a los traficantes de drogas porque hay demasiados. No puedo quedarme aquí sabiendo que tu familia me desprecia. Más importante aún, no quiero que Sofía vuelva a ver a tu abuelo. Nos reservaré dos asientos en el siguiente vuelo de vuelta a Inglaterra.


Tenía una tarjeta de crédito para emergencias y aquella situación se podría considerar como tal. No sabía cómo lo pagaría todo después ni adónde iría cuando estuviera en Londres. Tal vez Alicia permitiría que Sofía y ella se quedaran en su piso unos días.


–Mi abuelo se calmará –le dijo Pedro–. Y si no es así, tú eres mi esposa y no hay nada que Alfredo pueda hacer al respecto.


–No puedes utilizarme a mí y mucho menos a mi hija de tres años como peones en tu pelea con tu abuelo. No comprendo por qué existe tanta amargura entre ustedes dos. Este paraíso parece estar lleno de veneno y yo no quiero formar parte de una guerra entre dos hombres que tienen más dinero que personas como yo, personas del arroyo, no pueden ni siquiera soñar.


Por el modo en el que él frunció el ceño, Paula comprendió que Pedro no había esperado que se enfrentara a él. Sin embargo, a pesar de que había descubierto la razón por la que se había casado con ella, no podía reprimir el calor que sentía en su vientre. Pedro se apartó de la pared contra la que se había estado apoyando y cruzó el pequeño patio para colocarse delante de ella.


–Tú formaste parte de todo esto en el momento en el que firmaste nuestro acuerdo de matrimonio. Es una pena que ahora no te guste. No olvidemos que tus motivos no fueron en absoluto altruistas. Te vendiste a mí por cinco millones de libras.


–Ahora veo que vendí mi alma al diablo. Sin embargo, no es demasiado tarde para terminar con esta locura. Podemos anular nuestro matrimonio.


–¿Y renunciar a lo que debería ser mío? Me temo que no. Seré presidente, sea como sea. Estamos en esto juntos.


Un violento escalofrío recorrió la espalda de Paula. Se agarró a la mesa porque el suelo pareció temblar bajo sus pies.


–¿Qué es lo que pasa? –le preguntó Pedro–. Estás incluso más pálida que en el registro.


–Llevo sintiéndome mal todo el día.


Se apartó de él y comenzó a andar por el patio, pero este pareció ceder bajo sus pies y Paula se sintió caer. Desde muy lejos, oyó que Pedro gritaba su nombre. Justo antes de que la oscuridad lo envolviera todo, pensó que no debía desmayarse para que Sofía no se asustara.



Cuando era niño, Pedro había aprendido a correr muy rápido, bien para escapar del mal genio de su padre, de los tenderos que lo perseguían por robar comida o de los traficantes que obligaban a los chicos del barrio a repartir droga. De adulto, seguía corriendo para escapar de sus demonios. Su ruta favorita era a través del parque natural de La Albufera, donde una laguna de agua fresca quedaba separada del mar por una estrecha franja de tierra. Allí podría correr por la playa y luego dirigirse a través de las dunas de arena hasta el bosque de pinos que había más allá.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 21

 –¡Tu esposa y su bastarda son del arroyo! –le espetó con una voz llena de ira.


Pedro se echó a reír.


–¿Qué te pasa, abuelo? –le preguntó–. Me exigiste que me casara y he hecho lo que me has pedido.


–Hay algo que deberías saber.


Los dientes de Paula castañeteaban con tanta fuerza que apenas podía hablar. Sentía una inmensa ira, pero estaba decidida a controlar su temperamento delante de Sofía, que estaba correteando en el patio que había detrás de la cocina. La niña ya se había visto sometida a suficiente fealdad por parte del abuelo de Pedro.


–¿Qué es lo que debería saber? –le dijo él con indiferencia.


–Comprendo español. Aprendí el idioma cuando viví con mi tía Viviana y con mi tío Carlos. Él es español.


–Ah…


Paula quería gritarle, pero peor que la ira era la sensación de sentirse herida, que le apretaba el pecho como si fuera una brida de acero.


–Tu abuelo dijo que soy del arroyo y que Sofía es una bastarda – replicó tragando saliva–. Técnicamente, supongo que es cierto, dado que no estaba casada con el padre de Sofía cuando me quedé embarazada, pero nunca he lamentado ni por un segundo tener a mi hija y no voy a permitir que tu abuelo la disguste.


–Mi abuelo tiene unos puntos de vista muy pasados de moda – comentó Pedro mientras se encogía de hombros. Se siente desilusionado porque yo no me haya casado con la hija de un duque. A Alfredo le impresionan mucho los títulos nobiliarios.


–Me arrojaste a los leones deliberadamente. No me defendiste cuando tu abuelo dijo esas cosas tan horribles sobre mí.


No solo era el enfado que sentía lo que le irritaba la garganta y le impedía tragar. Comprendió en ese momento que todo su malestar se debía a un virus parecido a la gripe, que seguramente era responsable de los vómitos de aquella mañana.


–Mamá, ¿Le puedo dar un poco de yogur al gato?


Paula se obligó a sonreír por Sofía.


–No creo que los gatos tomen yogur, cielo. Quiero que te sientes y termines de comer.


Paula sentó a la niña a la mesa, que estaba bajo la sombra de una pérgola. Pedor las había llevado a la cocina después del encontronazo con el abuelo para que la cocinera le preparara a Sofía algo de comer. Por suerte, la niña se había distraído un poco cuando vio a un gato en el precioso patio, lleno de macetas de terracota que contenían una amplia variedad de hierbas aromáticas. Mientras Sofía se tomaba un bol de fruta fresca y un yogur, Paula siguió hablando con Pedro.


–No comprendo por qué me has elegido a mí para que sea tu esposa si sabías que tu abuelo no me daría su aprobación.


Paula lo miró fijamente y vió una profunda crueldad en sus rasgos. Sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo.


–De eso se trataba, ¿Verdad? –añadió ella–. Estabas furioso porque tu abuelo hubiera insistido en que te casaras antes de que te nombrara presidente, por lo que has decidido pagarle casándote con una mujer que sabías que él despreciaría. Una madre soltera del arroyo.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 20

 –No me dijiste que vivías en un palacio –le dijo a Pedro cuando la mansión Zolezzi se levantó ante ella en todo su esplendor.


Con cuatro plantas y blancos muros, la mansión estaba rodeada de un cuidado jardín. Había una fuente ornamental frente a la imponente entrada principal, que estaba enmarcada por elegantes columnas. Por supuesto, sabía que Pedro era muy rico, pero, tras viajar en un avión privado y ver la casa familiar, que parecía un palacio, Paula comprendió que acababa de entrar en un mundo de lujo y opulencia, lo que estaba a años luz del bloque de pisos sociales en uno de los peores barrios de Londres y de su vida como madre soltera. Se bajaron del coche. La tensión escaló cuando, tras sacar a la niña del coche y tratar de conseguir que se pusiera de pie, Sofía se echó a llorar hasta que Paula volvió a tomarla en brazos.


–Está muy cansada del viaje –le dijo a Pedro, que las miraba muy serio–. Me gustaría que descansara un poco y darle algo de comer.


–Podrás hacerlo muy pronto, pero, primero, les presentaré a mi familia. Mi abuelo ha organizado una recepción para celebrar nuestro matrimonio.


¿Era imaginación suya o Pedro parecía estar tan nervioso como ella? Paula se mordió el labio y echó a andar tras él hacia la casa con Sofía sobre la cadera. Cuando subió la escalera que conducía hacia la puerta de la casa, él se volvió hacia ellas y frunció el ceño.


–Deja que lleve a la niña. Es demasiado pesada para que tú la lleves en brazos.


Paula sentía que el sudor le caía por el rostro, lo que era muy extraño dado que estaba temblando incluso bajo aquel cálido sol. Sofía se aferró a ella con fuerza y rehuyó a Pedro cuando él trató de tomarla en brazos. En ese momento, un hombre, suponía que el mayordomo, les abrió la puerta y los hizo entrar en la casa. Paula miró atónita a su alrededor. El vestíbulo era en su totalidad de mármol rosa, paredes y suelo. Pedro la empujó para que siguiera al mayordomo, que los condujo a otra enorme estancia que parecía estar llena de gente. De repente, las voces cesaron. Un anciano salió de entre los invitados y fue a saludarlos. Sin embargo, la sonrisa de bienvenida se le heló en el rostro y entornó la mirada.


–Pedro, tenía entendido que ibas a traer a tu esposa –dijo el hombre en español. El duro tono de su voz provocó un escalofrío en Paula.


–Abuelo, me gustaría presentarte a mi esposa.


Todos los presentes contuvieron la respiración con un gesto de asombro. El anciano lanzó una maldición. Entonces, miró a Sofía y, después, se dirigió a Paula en inglés.


–¿Eras viuda antes de casarte con mi nieto?


–No. No había estado casada antes –respondió ella confundida por la pregunta.


Paula lo comprendió todo cuando el hombre, que dedujo que era Alfredo Zolezzi, miró con desaprobación a Pedro.