Paula pasó la semana organizando los preparativos para la fiesta. Decidió que, como iba a haber alrededor de quince personas, lo mejor sería hacer un buffet. Cuando elaboró el menú, se lo enseñó a Pedro para saber su opinión.
—He incluido algo vegetariano también, porque no conozco a los invitados.
—A mí me parece bien —le dijo, sonriendo, una sonrisa que casi la derrite.
Una vez decidido el menú, lo siguiente era decidir qué se iba a poner ella. Mmm. Decidió ponerse lo mejor que tenía, para no decepcionar a Pedro. Aunque durante la semana hacía de niñera, en la fiesta iba a aparecer como ¿La anfitriona? Se fue a su casa y rebuscó en su armario, hasta dar con un vestido chino de seda. Lo sacó del armario y lo miró detenidamente. Era perfecto. Casi se había olvidado de aquel vestido. Era un vestido azul zafiro, con una abertura hasta la pantorrilla, descubierto en la espalda y escasa tela en la parte frontal. Pero le sentaba muy bien, lo sabía. Lo único que tenía que hacer era atreverse a llevarlo. Pero como no tenía muchas más opciones, tendría que llevar ése. Lo guardó y se lo llevó a la casa, donde lo planchó meticulosamente. Cuando terminó, se fue de compras, cocinó y limpió, al tiempo que tranquilizaba a la seora Cripps. El sábado por la mañana llevó a los niños y a Ringo a casa de su madre, para que pasaran allí el fin de semana.
—Deséame suerte —le dijo a Alejandra.
La madre de Paula sonrió.
—Le dejarás impresionado —le aseguró.
Paula se sonrojó y le dió un beso. Todavía le quedaban bastantes cosas por hacer. Tenía que colocar las flores, hacer los postres, enfriar el vino, abrillantar la plata y el cristal, hacer los canapés. Cuando Pedro llegó a eso de las seis y media, estaba agotada, pero la casa estaba como los chorros del oro. Pedro subió las escaleras y entró en el salón del piso de arriba. Ella estaba tumbada en el sofá, con los pies apoyados en el brazo. Estaba mirando los zapatos. No sabía si sus pies soportarían seis horas metidos allí. Él la miró.
—¿Todo bien? —le preguntó.
—Muy bien. Pero los pies me están matando.
Se los levantó y se sentó en el otro extremo del sofá. Le empezó a dar un masaje. Paula apoyó la cabeza en el brazo del sofá y suspiró.
—Eso es delicioso —le dijo—. No pares nunca, por favor.
—Por desgracia, tendré que parar en algún momento, porque si no, no voy a estar listo a tiempo para recibir a los invitados.
—Pues diles que no vengan —le dijo en broma.
—Anda, dúchate —le dijo Pedro—. Te sentirás mejor.
—Mmm.
—¿Paula? ¿No te quedarás dormida?
—¿Y perderme la fiesta? No creo. ¿A qué hora van a venir?
—A las ocho.
Se miró el reloj y se obligó a levantarse.
—Muy bien, me daré una ducha, me cambiaré y sacaré los canapés. Vamos. El gusano se tiene que convertir en mariposa y eso lleva tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario