—Sí, tendré que ir y ponerme al día con mi trabajo. A lo mejor hasta tengo que trabajar el domingo.
Paula se quedó horrorizada.
—Señor Alfonso, los niños están deseando verlo. Lo echan mucho de menos.
Se aflojó el nudo de la corbata, se desabrochó el primer botón y suspiró.
—Los podré ver cuando termine.
—Eso no es suficiente —se sentó justo enfrente de él y lo miró a los ojos, en gesto de desafío—. Lo necesitan. He hablado por teléfono con el director del colegio. Quiere hablar con usted lo antes posible.
—Paula, no puedo pensar en esos problemas esta noche.
—Pues tendrá que hacerlo. No puede esconder la cabeza y pensar que van a desaparecer.
Él abrió los ojos y se quedó mirándola.
—¿No te puedes encargar tú? Para eso se supone que estás aquí.
—El padre de los niños es usted, y hay cosas que sólo las puede hacer un padre. Y ésta es una de esas cosas. Tiene que pasar algo de tiempo con ellos...
El teléfono sonó y Paula lo respondió, puso la mano en el auricular y lo miró.
—Es Diego —le dijo.
Pedro suspiró, levantó su vaso y se fue hacia la puerta.
—Responderé en la biblioteca —le dijo, con tono cansado.
Paula lo observó marcharse y se encogió de hombros. ¿Qué más podría decirle? Esperó hasta que oyó su voz en el otro teléfono, antes de colgar. Triste por los niños y por la situación que tenían con su padre, se hizo una taza de té y se fue a la cama. Un rato más tarde, oyó ruido en la habitación de los niños y se fue a ver qué les pasaba, recorriendo el pasillo con los pies descalzos. Pedro estaba en la puerta, con la mano apoyada en el quicio, con cara de cansancio.
—Le invito a un té.
Él se dió la vuelta, miró a los niños un momento y la siguió. Paula puso la tetera en el fuego y se fue a la salita que había al lado de su habitación. Cuando entró vió que él estaba mirando las fotos que ella había puesto.
—Parece que has tenido una infancia muy feliz.
—Sí, tuve mucha suerte.
Se echó a reír.
—Te juro, Paula, que he intentado darles seguridad, por si algo me ocurría a mí, y al mismo tiempo he intentado mantener el fuego de la casa ardiendo —cerró los ojos y empezó a mover la cabeza—. No sé cuánto tiempo puedo continuar así.
Paula no dudó ni un minuto. Sin pensárselo dos veces, cruzó la habitación se puso a su lado y lo abrazó. Él se puso tenso, pero a los pocos segundos, levantó sus brazos y la abrazó también, apoyando su cuerpo contra su pecho.
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