—Come un poco.
—¿Tanto se me nota?
—Digamos que estoy acostumbrada a tratar con niños hambrientos.
—Pues creo que lo voy a probar.
—Adelante —le respondió, sonriendo.
—Guau —exclamó—. Después de haber estado comiendo en el hotel este fin de semana, esto es...
—La ha hecho Paula.
—Es una chica con mucho talento.
La señora Chaves puso una taza de té en la mesa y se sentó frente a él.
—Lo es. Y también tiene un corazón muy tierno.
La advertencia fue clara. Pedro la miró a los ojos.
—Lo sé. No se preocupe, señora Chaves, no le voy a hacer daño. Es una chica muy atractiva, pero está segura conmigo. Los niños la necesitan y yo no voy a arriesgar la relación por una aventura. La respeto demasiado como para utilizarla para divertirme temporalmente.
Alejandra Chaves lo miró y asintió con la cabeza.
—Termina de untar la mantequilla, que están a punto de llegar.
Cuando la mujer se dió la vuelta, Pedro suspiró, al sentirse más aliviado. Parecía como si hubiera pasado una prueba, pero no tenía ni idea qué tipo de prueba había pasado. Empezó a poner mantequilla en el pan y dió un sorbo de la taza. A continuación se puso a fregar las tazas del fregadero, mientras Alejandra ponía la mesa. Mientras estaba lavando las tazas, se imaginó a Paula en el baño y sintió que el cuerpo subía de temperatura. ¡Y le había dicho a la señora Chaves que con él Paula estaba segura! ¿Lo habría creído? Imposible, si seguía en aquella línea de pensamientos, imaginándosela con el jabón sobre sus pechos... Estuvo a punto de salir a tomar un poco de aire fresco, sin abrigo ni nada, para ver si le bajaba la libido. Pero justo en ese momento, los niños irrumpieron en la habitación, acompañados por Gonzalo, un muchacho de dieciséis años, hermano de Paula.
— ¡Papá! —uno de los gemelos gritó, quedándose clavado en el sitio.
—Hola, Felipe. Benjamín.
Los sonrió, pero los niños no le devolvieron la sonrisa. Se quedaron mirándolo de forma sospechosa.
—¿Has venido para que nos vayamos? —le preguntó Benjamín.
—No, bueno, todavía no. Por lo menos, no hasta que nos tomemos el té. Hola, Gonzalo. Encantado de verte de nuevo —estiró la mano y estrechó la de Gonzalo y después saludó al otro chico—. Y tú debes ser Iván. Pedro Alfonso.
El chico asintió con la cabeza.
—¿Se han divertido, chicos? —les preguntó a los gemelos.
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