El cuidador asintió, levantó la caja con el pingüino y se marchó. Pedro miró a los niños.
—Bueno, a la cama.
—Pero todavía no hemos cenado.
Benjamín tiró de la manga a Felipe.
—Vamos, será mejor no cenar.
Paula miró a Pedro y él movió en sentido negativo la cabeza. Sentía pena por ellos. Pero la verdad era que habían cometido una travesura. Una noche sin cenar les serviría para reflexionar.
—A lavarse los dientes y a la cama. Yo subiré en unos minutos —les dijo Paula.
Los vió cruzar el vestíbulo y subir las escaleras. Después miró a Pedro.
—Lo siento.
Pedro la miró con cara de sorpresa.
—¿Lo sientes? ¿Por qué?
—Fue idea mía.
—Paula, son mis hijos. Están bajo mi responsabilidad. El gobierno dice que tienen que ir al colegio. Si se portan mal en el colegio, ¿Quiere decir eso que es culpa del ministro de educación?
Paula se echó a reír.
—Es posible que no. Vamos, la cena está ya lista y yo tengo mucha hambre.
Pedro la siguió hasta la cocina.
—Y creo que los niños también. ¿Crees que he sido muy duro con ellos enviándolos sin cenar a la cama?
—¿Duro? —Paula sonrió—. Creo que no. Creo que estarán pensando que no han salido muy mal parados. Déjalos que se lo piensen un rato. Luego les subes un sandwich, si te sientes muy culpable.
—¿Culpable? ¿Por qué me voy a sentir culpable? ¡Robaron el pingüino! —retiró una silla y se sentó en ella, apoyando los codos en la mesa y dejando su cabeza sobre los puños—. Ésta va a ser la visita más cara al zoo que conozco.
—Mmm —Paula le sirvió en un plato el pollo guisado y se lo puso en la mesa—. No creo que lo del dinero sea un problema.
—¿Insinúas si me lo puedo permitir? Creo que sí.
Paula se sirvió a sí misma, puso dos vasos en la mesa y sirvió el vino.
—Salud.
Pedro sonrió y respondió:
—Salud.
A continuación dejó el vaso en la mesa, se armó de cuchillo y tenedor y se preparó para devorar la comida. Paula lo observó limpiar literalmente el plato.
—Al parecer a tí no te ha estropeado.
Pedro levantó la cabeza.
—¿Perdón?
—El dinero. Que el dinero no te ha estropeado. Que estamos aquí en la cocina comiendo un pollo, cuando podías permitirte estar rodeado de una legión de sirvientes.
Pedro se echó a reír.
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