—¡Yo le voy a enseñar lo que es un enfado! ¡Felipe, ven aquí ahora mismo y discúlpate! —le gritó Pedro—. ¡Felipe!
El niño se detuvo y se dió la vuelta, para mirar a su padre.
—Yo no soy Felipe —le respondió—. Soy Benjamín. Si hubieras pasado más tiempo con nosotros, ya lo sabrías.
Pedro se quedó mirándolo, horrorizado.
—Dios mío —murmuró, mientras veía cómo su hijo subía las escaleras y desaparecía.
Al cabo de los pocos segundos, se oyó un portazo. Se miró el reloj.
—Paula, mira a ver si lo logras calmar un poco. Tengo que irme, porque ya llego tarde.
—¡No puedes irte sin hablar primero con él!
Se dió la vuelta y vio el tono de reprobación en su mirada.
—Lo siento —le respondió.
—Conmigo no tienes que disculparte, porque no es a mí a la que has hecho daño. Es a tu hijo, al que ni siquiera has sabido reconocer.
—De espaldas, y a todo correr...
—¿Es la primera vez que te ha pasado?
Permaneció en silencio, muy serio.
—Pedro, por favor...
—Paula, ahora no tengo tiempo. Tengo una reunión en media hora y todavía tengo que leer unos documentos...
—Se suponía que ibas a ir más tarde.
—Pero es que Diego la ha adelantado.
—Pues ponía para más tarde.
—No puedo, Paula. Cuando vuelva, hablaré con él.
Ella movió en sentido negativo la cabeza.
—Anoche pensé que estábamos avanzando algo, pero parece que me he confundido. Tu negocio es lo primero, y después son tus hijos. ¡Por Dios bendito, Pedro, ellos son lo único que tienes!
Por un momento, incluso llegó a pensar que iba a convencerlo, pero de pronto se dió la vuelta, levantó el maletín y se marchó, dando un portazo.
—Maldito Pedro Alfonso—murmuró ella entre dientes, dirigiéndose a la habitación de los niños.
Benjamín estaba tirado boca abajo en la cama, llorando como si le hubieran partido el corazón. Felipe estaba sentado a su lado, acariciándolo y tragando saliva.
—Lo odio —Benjamín estaba diciendo—. Es mezquino y lo odio.
Paula abrazó a los dos niños y los acarició, hasta que logró calmarlos.
—No se enfaden con él. Tiene mucho trabajo y está muy cansado.
—Siempre está cansado. Siempre trabaja mucho. Nunca está aquí. Y cuando está, se encierra en la biblioteca y no sale —dijo Felipe con amargura.
—Ojalá se hubiera muerto él, en vez de mi madre —dijo Benjamín.
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