Los hermanos de Paula empezaron a contar la desastrosa cacería. Pedro miró al perro, que tenía apoyada la cabeza en su pierna y le acarició las orejas. Se quedó escuchando la conversación. Siendo hijo único, nunca había tenido la ocasión de hablar de esa manera con nadie. De pronto, el perro se levantó y, como Pedro estaba distraído, le quitó un trozo de jamón del plato.
—¡R¡ngo! —gritó todo el mundo y el perro se refugió bajo la silla, mientras se comía el jamón.
Al poco tiempo salió, se sacudió y movió la cola. Aquello fue demasiado para Pedro. Le entraron ganas de echarse a reír. Apoyó los codos en la mesa y se puso una mano en la boca, pero no pudo evitarlo.
—¡Pues no me hace ninguna gracia! —protestó Paula—. ¡Eres un perro muy malo!
Pedro empezó a reírse a carcajadas. Los niños lo miraron atónitos.
—¿Qué ocurre? —les preguntó.
—Que te estás riendo —dijo Felipe.
—Nunca te ríes —añadió Benjamín.
Se produjo un tenso silencio en la mesa y James se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. ¿Sería verdad que nunca se reía en presencia de los niños?
—También puede reír —dijo Paula, rompiendo el silencio.
Los niños la miraron y Pedro sintió que el aire le llegaba otra vez a los pulmones. Intentó recordar cuál fue la última vez que se había reído con ellos y descubrió que no podía. Agradeció a Paula que hubiera distraído a los niños. Se quedó mirándolos, fijándose en los colores en sus mejillas y el brillo de sus ojos. Bendita Paula, que los había llevado allí. En ese momento, pensó que si hubiera elegido un sitio para criar a sus hijos, ese sitio habría sido aquel. Un sentimiento de tristeza le invadió, arrepentimiento por su conducta, pena porque Silvana no estuviera con ellos, desesperación porque no sabía si iba a poder ofrecerles esos valores. Se dió cuenta de que Paula lo estaba observando. Sonrió. Lo miraba con dulzura, enviándole un mensaje de... ¿Qué? ¿Promesa? ¿Felicidad? Sabía perfectamente el mensaje que le estaba enviando. Apartó la mirada. De repente, la deseó con todas sus fuerzas, a pesar de la promesa que le había hecho a su madre. Pero sabía lo que era la autodisciplina. Lo único que tenía que hacer era ponerla en práctica.
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