—¿Me enseña su identificación? —le solicitó el guarda de la puerta.
Cerró la boca y tragó saliva.
—He venido a ver al señor Alfonso. Soy la niñera de sus hijos, Paula Chaves. Pero espere, tengo mi permiso de conducir y ése es su coche.
El hombre miró el permiso de conducir y el coche.
—Espere un momento, por favor —le dijo, y se metió en su caseta para consultar algo. Después asomó la cabeza, con una sonrisa en su rostro.
—Muy bien, señorita Chaves, puede entrar. Póngase esta tarjeta, por favor.
Y eso fue todo. Había logrado pasar y siguiendo las indicaciones, estacionó el coche en el lugar destinado a los visitantes. Se dirigió a la recepción y preguntó por Pedro.
—¿Tiene una cita con él?
—No, soy la niñera de sus hijos, y le tengo que preguntar una cosa.
La chica sonrió.
—Es usted muy valiente —le dijo—. Porque son un terror. Tome el ascensor hasta el tercer piso y después gire a la derecha. El despacho del señor Alfonso está al final.
Paula se marchó, pensando de dónde habría sacado aquella mujer la idea de que los niños eran un terror. ¿Se lo habría comentado Gabriela, quizá? Encontró su camino bloqueado por otra secretaria, en esta ocasión una pelirroja muy bien vestida. Se sintió fuera de sitio con sus pantalones vaqueros y sus botas. No obstante, aquella mujer estaba un poco ridicula con su minifalda negra y sus zapatos de tacón alto.
—Está en una reunión —le dijo.
—Siempre está reunido —comentó Paula—. ¿Podría decirle que asome la cabeza un momento, para poder hacerle una pregunta?
—Lo siento, pero no le puedo interrumpir.
—Por favor. Es importante
—Está bien, ¿Qué le digo?
—Dígale que quiero llevarme a los niños esta tarde a casa de mis padres, para que alimenten a un corderito.
La chica abrió los ojos de forma desmesurada.
—¿Un cordero? ¿Quiere que interrumpa al señor Alfonso para preguntarle eso?
— Sí, por favor.
—No puedo...
—Entonces, lo haré yo —le respondió Poppy.
Cruzó el vestíbulo, abrió la puerta y entró, no haciendo ni caso de las protestas de la pelirroja. Pedro estaba hablando en esos momentos, pero nada más ver a Paula se disculpó y se fue a su lado, al tiempo que llegaba también la secretaria.
—Señor Alfonso, lo siento, pero...
—Paula, ¿Qué diablos...?
—Lo siento, Pedro. Tenía que verte y nadie quería interrumpirte un momento.
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