viernes, 15 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 44

 —No. Son sus hijos, y tiene derecho a imponeros disciplina. Han sido unos irresponsables y tendrán que sufrir las consecuencias. Y por desgracia, también el pingüino. Es posible que por lo que han hecho se ponga enfermo y muera. Piensen en ello, mientras esperan a que venga el hombre del zoo.


Paula se fue hacia la puerta y de pronto se dió la vuelta.


—¿Por casualidad no han traído otro animal?


Los niños negaron con la cabeza.


—Me alegro —se fue a la cocina, preguntándose si no habría sido muy dura con ellos. 


Tenían que aprender que James podía ser justo y razonable cuando estaba enfadado, como en aquellos momentos lo estaba. Confiaba en que él justificase su fe en él y no les despedazara. En cuanto al hombre del zoo, fue muy directo con los niños. Aparte del lío en el que le habían metido, les explicó que estaba lo del robo, el poner en peligro una especie animal, causándola un sufrimiento innecesario, traumatizando a un pequeño animal y exponiéndolo al riesgo de contraer una enfermedad mortal. Cuando terminó, los dos niños estaban llorando y juraron no hacer otra estupidez parecida nunca más.


—Les tendré que prohibir la entrada al zoo de por vida — continuó diciéndoles—. Aunque tengo una idea mejor. En vez de denunciaros a la policía, creo que le voy a pedir a su padre una donación vitalicia al zoo. Por ejemplo, para adoptar a este pingüino.


Paula vió que Pedro apretaba la mandíbula.


—¿Cuánto es eso? —preguntó.


—Cincuenta libras al año de por vida.


—¿Y cuánto viven?


El hombre sonrió, al ver la cara que puso Pedro.


—Unos treinta años.


—¡Eso son mil quinientas libras! —exclamó Paula, sorprendida. 


Los niños abrieron los ojos de forma desmesurada, pero Pedro no dijo nada, tan sólo sacó su libreta de cheques y extendió uno por doscientas libras, manteniéndose en silencio.


—Tome —dijo, entregándole al hombre el cheque—. Siento mucho todas las molestias. Espero que al pingüino no le pase nada.


—Y yo también. Gracias por el donativo.


Los niños lo acompañaron a la puerta y, cuando se marchaba, Felipe le dijo:


—¿Podemos ir a verlo en otra ocasión, si prometemos ser buenos?


El cuidador del zoo los miró y cedió un poco.


—Sólo si van de la mano de sus padres.


—Los llevaré esposados a mis manos, si es que cometo la tontería de volverlos a llevar —respondió Pedro.

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