—¿Dónde se consiguen esos muebles?
—En las subastas.
—Yo no he estado en una subasta desde hace años. Por lo menos desde que Silvana y yo nos casamos —le respondió.
Paula se dió cuenta de la tristeza en su mirada. Se arrepintió de haber sacado aquel asunto. Aunque a lo mejor le hacía bien recordar a la mujer de su vida. Por lo menos, tendría una referencia con la que comparar aquella señora Frisbee.
—¿Quieres un vaso de leche con cacao?
—¿Cacao? ¿En la cocina?
—Si quieres te lo traigo aquí —le dijo, sonriendo.
—Mejor en la cocina —le respondió, sonriendo.
Cinco minutos más tarde, los dos estaban sentados en las sillas de la cocina, con un vaso de leche con cacao cada uno. Ella fue la primera en romper el silencio.
—¿Qué tal con los niños? —le preguntó, con tono muy dulce.
Pedro suspiró.
—Muy bien. No sabía que estuvieran tan obsesionados con su madre. Creía que ni siquiera se acordaban de ella, aunque la verdad es que sólo tienen un vago recuerdo. Ese es el problema. Quieren saber un montón de cosas sobre ella y sólo yo se las puedo contar.
—¿Y los padres de Silvana?
Pedro movió la cabeza en sentido negativo.
—No pueden. Todavía no han podido superar el dolor que les produjo la pérdida.
—Es triste.
—Sí, lo es. Porque los niños necesitan a sus abuelos. Y más cuando ni siquiera he podido pasar tiempo con ellos.
—Pero eso se puede solucionar.
—Lo intento. Pero la verdad es que tengo mucho trabajo. Y, aunque intento descargarme un poco, no creas que es fácil. Me tratan como a un extraño, Paula —le dijo—. Parece como si no me conocieran.
—¿Y crees que te conocen?
La miró, con los ojos cargados de pena.
—No. Y yo creo que tampoco los conozco a ellos. Han cambiado. Han crecido. Cuando murió Silvana, eran más pequeños, y era más fácil satisfacer sus necesidades. Sólo querían comida y sentirse protegidos. Todo era mucho más simple. Ahora quieren respuestas a sus preguntas y hay algunas que no es tan fácil responder.
Bajó la cabeza y a Paula se le arrasaron los ojos de lágrimas.
—No te preocupes, Pedro. Lo único que tienen que hacer es cosas juntos.
—¿Cómo qué? Ni siquiera sé lo que les gusta hacer.
Paula se encogió de hombros.
—Llévalos al zoo. Llévalos este fin de semana.
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