—Aquel día dijo que le dolía la cabeza. Le dolía la cabeza con frecuencia, con lo cual no me extrañó. Teníamos que ir a una cena de negocios y ella decidió quedarse. Así que le dijimos a la niñera que no se quedara y ella se fue a la cama temprano. Cuando volví, ella estaba dormida. En apariencia todo era normal, pero no me oyó entrar. Yo tenía cosas que hacer, así que me fui al estudio y estuve trabajando hasta las cuatro. Cuando terminé, volví a la habitación. Estaba muerta. Tuvo un derrame cerebral. Tenía veintisiete años. No te esperas que a nadie le pase eso a esa edad. El negocio empezaba a ir bien. Así que me dediqué única y exclusivamente a trabajar. Pensé que si mantenía ocupada la cabeza, no tendría ni tiempo para pensar. Pero, aunque trabajaba hasta las dos de la mañana y me levantaba a las seis, todavía me quedaban cuatro horas sin nada que hacer.
Suspiró y dió un sorbo a la taza de té.
—Al poco tiempo dejó de dolerme, pero empecé a sentirme solo.
—Y seguiste encerrándote en tu trabajo, para no tener que pensar.
La miró a los ojos y sonrió.
—Parece que te gusta la psicología.
—¿Tengo razón o no?
—Sí. Sabes que la tienes. Y ahora, estoy atrapado.
Paula puso algo más de té en las tazas y se sentó.
—La primera vez que te ví, pensé que necesitabas un milagro —comentó ella—. Pero ahora creo que lo que necesitas es una esposa.
—No lo creas. Aunque admito que, en algún momento, he pensado que era lo ideal para los niños. Y si lo que estás pensando es solicitar el puesto, te recomiendo que te olvides, porque no quiero comprometerme otra vez de la misma manera.
—Yo no, yo me voy a casar con un granjero, ¿Recuerdas? Pero creo que Gabriela es la candidata perfecta.
—¿Gabriela? —le dijo, con un tono de incredulidad—. No seas tonta. Ella es una colega, una amiga, pero nada más.
—¿Por qué, entonces, estaba celosa de mí anoche?
—No lo estaba —le respondió él.
—Claro que lo estaba. ¿Por qué si no se metía tanto conmigo? Porque me veía como un peligro.
— ¡Eso no es cierto!
—Pues bueno —le respondió, mientras ponía las tazas en el fregadero. ¿Cómo podría ser tan ingenuo?
Pedro mantuvo su promesa. Lo que quedaba de semana, Paula ni lo vió y, cuando lo veía, siempre estaba en compañía de los niños. Estaba haciendo un verdadero esfuerzo por escucharlos y responder sus preguntas. En varias ocasiones se los encontró en el salón, hojeando el libro de fotos y hablando de Silvana.
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