La nieve era algo maravilloso. El viento la había apilado y había cubierto completamente la carretera. Era imposible salir de allí. Paula se sintió más aliviada al comprobar que no tendría que sobornar a Gonzalo para que no limpiara la carretera de la nieve que había. La suerte estaba con ella. El viento había amainado y el sol parecía que quería salir. Aquel iba a ser un día mágico, el cual estaba dispuesta a disfrutar. Pedro y los niños pasarían un día juntos maravilloso. Por la tarde, todos se juntarían en torno al fuego y, con la ayuda de su familia, estarían en un ambiente muy relajado. Fue muy difícil convencer a los niños para que entraran a desayunar. Pero nada más tomarse el desayuno se abrigaron bien y se fueron a ver a Copito. Alejandra ya le había dado el biberón a las cinco de la mañana, y dentro de poco habría que darle el siguiente.
—¿Por qué no hacemos un muñeco de nieve primero? — sugirió Paula, llevándoselos al jardín, que era el sitio que estaba más plano.
Empezaron a hacer grandes bolas de nieve, que colocaron una encima de otra. Después, con unas piedras hicieron los ojos y con un palo, la nariz. Paula se fue a por un sombrero viejo y una bufanda y se los puso al muñeco.
—Magnífico. Ojalá me hubiera traído una cámara —comentó Pedro.
Paula se fue a por la cámara que tenía allí y su madre los sacó fotos a todos juntos. «Una foto para enseñar a los nietos», pensó, con cierta tristeza. Se preguntó si alguna vez iba a tenerlos, o si estaría soñando. Llegó el momento de alimentar a Copito. Cuando terminaron, comieron chocolate y pastel que había hecho la madre de Paula. En las noticias dijeron que casi todas las carreteras de Norflok estaban cortadas.
—Ni siquiera hubieras podido ir a trabajar desde casa — comentó Paula.
Pedro ya había llamado a la oficina y le habían dicho que había faltado mucha gente. Después se sintió un poco más relajado, tomándose el día con más entusiasmo. Dejó de mirarse el reloj, de consultar el teléfono del coche y se dejó llevar por la atmósfera festiva. Paula se preguntó cuánto tiempo habría pasado sin tener vacaciones. Seguro que esa era la primera vez en años. Y lo malo era que, probablemente, ni siquiera fuera consciente de lo eso suponía de cara a sí mismo y a los suyos. Se alegró de haber ido a la oficina a por él. Aparte de que le gustara estar a su lado, también estaba el placer de verlo con los niños. Sólo aquello merecía la pena, a pesar de la frustración y desasosiego que le producían sus besos...
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