miércoles, 6 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 22

 —¿Es que me estás evitando, Paula? —le preguntó él, cuando volvieron a la casa y se quedaron solos en la cocina.


—No —le respondió ella—. ¿Cuáles son tus planes para lo que queda de día?


—¿Qué quieres deshacerte de mí? Creía que querías que me quedara.


Paula suspiró y se dio la vuelta, para mirarlo.


—No juegues conmigo. Estoy aquí por los niños, no para entretenerle a usted, señor Alfonso.


Los labios de él se endurecieron y retrocedió unos pasos.


—Lo siento, señorita Chaves —le respondió él—. Me quedaré a comer, y después me iré a la oficina.


—Muy bien, voy a cambiarme y después prepararé la comida.


Echó la cabeza para atrás y se marchó a su habitación. ¿Por qué quería que la besara? Seguro que después le propondría una aventura. El corazón le dió un vuelco. De ninguna forma. Tenía a esa tal Gabriela. Lo único que estaba haciendo era jugar con ella, como un gato con un ratón.


Paula estaba en la cama, intentando analizar sus sentimientos por Pedro Alfonso. Deseo físico, era lo que sentía. Era un hombre muy atractivo, muy carismático. Sintió que las venas le ardían. ¿Cómo podía sentir esas cosas por un hombre que abandonaba a sus hijos? Aunque había que ser justo con él, porque la verdad, no abandonaba a sus hijos. Actuaba así por las circunstancias. Sonrió.  Pobre hombre, lo que tenía que hacer era dejar de aleccionarle y chantajearle emocionalmente, para conseguir su cooperación. Lo que necesitaba era apoyo, no que alguien le condenara. Tenía que reconocer que a pesar de sus fallos, era un hombre que le atraía. Sin embargo, ella no podía amar a ningún hombre que permitiera que su trabajo interfiriera en su vida familiar. Pero aquí nadie estaba hablando de amor. Ella era simplemente una diversión temporal, un descanso en su ajetreado mundo, que no le daba ningún respiro. A excepción, por supuesto, de Gabriela. Se quedó sorprendida al comprobar los celos que sentía por aquella mujer, a la que no conocía. Se preguntó qué tipo de relación mantendrían, porque si estaba pensando en casarse con ella, los niños se iban a poner bastante tristes.


—No seas ridícula —se reprendió a sí misma—. Seguro que no les gusta porque no es su madre. A lo mejor hasta es una mujer muy agradable.


Aquello la hizo sentirse peor. Pegó un puñetazo en la almohada, se dió la vuelta y empezó a contar ovejitas, después cabras y después patos. Como no se podía dormir, se puso a leer hasta las cuatro. A las seis de la mañana se despertó con dolor de cuello.

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