viernes, 29 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 71

 —¿Paula?


—¿Sí? —le respondió.


—¿Has terminado ya de decorar el estudio?

—Sí.


—Ha quedado precioso.


Paula lo miró boquiabierta.


—¿No estás enfadado? Estaba decorando el estudio cuando se cayó George. Pensé que te enfadarías tanto que no te iba a gustar cómo había quedado.


—No estoy enfadado. He estado hablando con los niños y me dijeron que fue culpa suya, que te desobedecieron. Quiero olvidarme de todo eso cuanto antes, Paula.


Se quedó mirándolo sorprendida.


—¿No quieres que me vaya?


Se miró las manos.


—Claro que no —murmuró—. Nunca he querido que te marches.


—Pero yo pensé... Estabas tan enfadado...


—Olvídalo, Paula. Ya ha pasado todo. Y me encanta cómo has decorado el estudio. El único problema es la alfombra. Llegó ayer y no sé si la he colocado donde debe ir.


Le puso la mano en el hombro, en gesto amistoso, y se la llevó al estudio. A continuación la apartó y le preguntó qué pensaba. Intentó concentrarse en la forma en que había colocado la alfombra, entre las sillas y el sofá, justo en el sitio que ella la habría puesto.


—Perfecto. A mí me parece bien. ¿Te gusta?


—Me encanta. Es encantador. Muchas gracias, Paula.


Y a continuación, la abrazó y le dió un beso en los labios. El aire se le quedó aprisionado en la garganta, cuando él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Volvió a acercarle la cara y a darle otro beso en la boca, pero esta vez con mucha más intensidad.


—Paula —le dijo, con voz ronca. 


La estrechó entre sus brazos, arrimándole su cuerpo. Le puso la mano en el trasero. Su cuerpo ardía de deseo. Pedro levantó la cabeza y la dejó descansar sobre la de ella.


—Me tengo que ir —murmuró él—. Tengo que estar en Birmingham antes de comer. Son las diez y todavía tengo que pasar por la oficina —cerró los ojos y se abrazó a ella. Después se apartó—. Vendré el domingo por la tarde.



El sábado por la tarde, a eso de las seis y media, Pedro llamó por teléfono.


—Hola —respondió ella.


—Hola. ¿Qué tal los niños?


—Bien —le respondió—. Felipe todavía esta algo cansado, pero Benjamín está perfectamente. Ya están en la cama, así que no puedes hablar con ellos.


—No llamaba para hablar con ellos, sino contigo —le respondió y el corazón empezó a latirle con fuerza otra vez. 


¿La llamaba para charlar con ella? No, la llamaba para preguntarle si tenía pensado hacer algo el siguiente fin de semana.


—Nada en especial. ¿Por qué? —le preguntó.


—Es que quería invitar a cenar el sábado por la noche a la gente con la que estoy. Ahora que tengo el estudio bien decorado, no me importa invitar a la gente a mi casa. Pero no quería hacerlo, sin antes saber si tú puedes estar.


—¿Yo? ¿Qué quieres que haga yo?


—Actuar de anfitriona. Hacer la cena, si crees que eres capaz, o llamar a alguien para que la lleve. Estar allí para dar tu apoyo moral.


—¿Apoyo moral? ¿Quieres decir quedarme con los invitados y contigo todo el tiempo?


—Claro. No te estoy pidiendo que hagas de sirvienta. Te estoy pidiendo que te quedes a mi lado, cenando con estos ejecutivos.


¿A su lado? El corazón le empezó a latir con fuerza.


—Claro —le respondió—. ¿Cuántos son?


—Diez, más o menos, además de un par de ellos de Norwich y Gabriela.


Todas sus ilusiones se desvanecieron en el aire, pero decidió no dejarse intimidar por aquella mujer. No le había pedido a Gabriela que hiciera de anfitriona, sino a ella y se sentía muy orgullosa de serlo. Gabriela se iba a morir de envidia.

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