viernes, 1 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 13

 —Seguro que no está tan malo —comentó ella—. Iré a ver.


—¿Señorita Chaves?


Se dió la vuelta.


—¿Sí?


—Gracias por venir. Mi padre nos habría matado, si usted no hubiera querido cuidar de nosotros.


—No creo que hubiera llegado a tanto. Y por cierto, llamenme Paula. Eso de señorita Chaves suena horrible.


Se fue hacia la cocina.


—Creo que ha preguntado por mí —le dijo, al verlo.


Tenía puestos sólo los calcetines, porque estaba limpiándose los zapatos. La miró durante unos segundos.


—Sí, quería decirle dónde están las cosas, aunque no creo que le sea de mucha utilidad la información que le pueda dar sobre esta casa. De momento, estoy haciendo un té.


—Ya me lo han dicho los niños.


La volvió a mirar y casi la hipnotiza con el brillo de sus ojos. Había un tono de humor en aquella profundidad dorada.


—¿Le dijeron también que me sale horrible?


No pudo evitar la sonrisa.


—Si no le gusta, puede tirarlo al fregadero.


Paula continuó sonriendo, fascinada por las patas de gallo de sus ojos y el timbre tan suave en su voz.


—Seguro que no está tan malo. Es imposible hacer mal el té —dijo en tono optimista.


Se sirvió una taza y se sentó a la mesa, observándolo. Se movía de forma rápida y precisa, economizando sus movimientos. Estaba dándole la espalda, dejándola fijarse en la anchura de sus hombros, bajando hasta su estrecha cintura y delgadas caderas, embutidas en un pantalón de color gris muy elegante. Seguro que pertenecían al traje. No obstante, a pesar de que parecía que iba siempre con traje, no tenía el aspecto del típico ejecutivo. No tenía un gramo de grasa encima. Recordó el momento en el que se tuvo que apoyar en su pecho y en el latido de su corazón. ¿Había ocurrido esa misma mañana? Sintió que las mejillas se le enrojecían, al recordarlo. Dió un sorbo a la taza de té e hizo un gesto de desagrado. Los niños estaban en lo cierto. Aquello sabía horroroso.


—¿Es usted el magnate de la industria informática?


—¿Magnate? Yo hago programas, eso es todo. Yo no diría que soy un magnate.


—Uno de mis hermanos me ha dicho que es usted una leyenda.


Paula se quedó asombrada al ver el color que tomaba su cuello.


—Eso es un poco exagerado —comentó él—. Digamos que he tenido algo de suerte.


Paula intentó cambiar de conversación.


—En cuanto a la casa...


—¿Hay algún problema?


—No, no, en absoluto. Sólo quería saber si íbamos a comer todos juntos, o tenía que ir a comer a mi habitación, o a qué sitios puedo entrar y no entrar de la casa.


—Si tiene que cuidar de los niños y quiere hacer su trabajo bien, supongo que tendrá que hacerse cargo de toda la casa.


Paula se fijó en los músculos de sus brazos, a través de la camisa de seda.


—Lo que sí me gustaría es hacer vida familiar —le dijo—. Ya sé que es muy complicado conmigo, porque viajo mucho. Pero su trabajo es que esto parezca una familia. La forma en que lo consiga es cosa suya.

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